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Categoría: Maduras

¡Que puta es mi suegra! 3 (El cornudo)

Después del episodio del jacuzzi, apenas había podido volver a ver a mi querida suegra, pues al regresar de Brasil, Virtudes -mi novia- decidió que tenía que practicar inglés, y para ello no se le ocurrió mejor sitio, ni más alejado que irse a Sidney, Australia.



De manera, que me quedé a “dos velas” durante una buena temporada, sin las debidas atenciones que mi cuerpo necesitaba.



En las ocasiones en que había vuelto por la casa de los padres de mi novia, no pude disfrutar demasiado con la visión del cuerpo de Carmen, pues casi siempre se encontraba allí mi suegro también. Al parecer, se creyó en la obligación de atenderme en las visitas él mismo, ya que mi novia no estaba, llegando al extremo de hacerme algunas confidencias, como por ejemplo, sobre los “affaires” que había tenido con algunas jovencitas que según decía había seducido. Porque él se creía a sí mismo un ligón irresistible sin duda, y como todo hombre que se precie de ligón, no podía dejar de presumir de sus hazañas, ni siquiera conmigo.



Como quiera que esto me sentaba muy mal, por el desprecio que implicaba hacia su propia mujer, a la que no hacía el caso que ella merecía, pues creo que comencé a cogerle manía, y no veía la manera de hacerle pagar de alguna forma, su traicionera y despectiva actitud para con su esposa.



Una tarde que pasé por la casa de mis suegros, abrigando la esperanza de encontrarme a solas con Carmen, mi suegro me dijo que le dolía un codo, pues se había hecho daño jugando al tenis con una jovencita, y como consecuencia de haber forzado demasiado, queriendo aparentar la agilidad de un quinceañero, se produjo una lesión.



Le examiné el brazo afectado, y al palpar noté una cierta inflamación de los músculos del antebrazo, y como consecuencia de ello, la sensación dolorosa. Seguramente tendría algún pequeño desgarro de los ligamentos. Efectivamente, parecía ser la lesión conocida como “codo de tenista” muy habitual entre los practicantes de este deporte.



Carmen entró en el salón, acercándose a nosotros, y observando con interés mi exploración.



-Pues Roberto, me parece que tendrá que dejar quieta la raqueta durante una buena temporada, -dije con cierto cachondeo en mi interior- esta lesión es muy difícil de subsanar si no se guarda reposo con el brazo afectado.



-Entonces… ¿No puedo jugar al tenis…? –preguntó Roberto, como si le hubiera robado un caramelo.



-No, si quiere que esa lesión se recupere…



-Pero… ¿No se puede hacer un tratamiento…? no sé,… ¿quizás un vendaje…?



-Sí, claro… hay algunos remedios paliativos… pero eso se lo explicará mejor un especialista que tenemos en mi Clínica…



-¿Un especialista?... ¿Cuándo puedo verle…?



-Pues mañana le consultaré, y le dará una cita.



-Eso, -dijo Carmen- y de paso, me examinas a mí también…



-Miré a Carmen. En su cara, creí ver una expresión de complicidad…



-¿Qué le ocurre, Carmen…? –dije.



-Pues en la sesión de gimnasio, no sé si es que me hice un tirón, pero me duelen un poco los gemelos y las rodillas… mira, mira… toca… -dijo mostrándome el gemelo de su pierna derecha, apoyada sobre el borde de un sillón.



Palpé sobre los músculos de la pierna, sin notar ningún síntoma de entumecimiento.



-No veo que haya nada de cuidado, pero de cualquier forma, mañana, te lo miro con mas detenimiento. Quizás sea de origen ciático. Lo veremos.



-Quizás nos podías procurar la misma hora para ambas citas, y así aprovechamos el viaje… ¿verdad?



Esta proposición de mi querida futura suegra, me pareció muy sugerente. Creí adivinar una proposición para un morboso encuentro en mi gabinete, mientras su marido era atendido en la consulta de enfrente.



En un instante, en mi cabeza se compuso la estrategia. Lo íbamos a hacer, pero esta vez, casi en las narices de él, ya que Roberto estaría en la consulta de enfrente a la mía. Se lo merecía. Le íbamos a poner los cuernos muy retorcidos, descaradamente.



-Mañana os telefoneo, y os digo la hora de la consulta, ¿vale?



La mañana siguiente, hablé con el especialista, que me dio cita para la última hora de la tarde. No podía ser mejor hora. Así se podría prolongar la consulta sin cuidado por no haber más pacientes esperando.



Llamé a Carmen, y le dije que tenían cita para las siete de la tarde.



-Carlos… -dijo mi suegra-, ¿Crees que te dará tiempo a examinarme a fondo?



-No te preocupes, Carmen… pienso explorarte concienzudamente…



-¿De veras?... Roberto estará al lado… mmm…



-Sí, pero el cornudo de tu marido, no se va a enterar de nada, no te preocupes…



-No, si no me preocupa… Es más… me excita que lo hagamos así… por cabrón… Él cree que me chupo el dedo, que no sé nada de sus correrías con las jovencitas… Pero ya estoy harta. A partir de hoy, voy a coronarle la cabeza como merece… Con una cornamenta de búfalo, por lo menos.



-Me estas poniendo muy cachondo, Carmen. Pero hay que hacerlo con cuidado… No quiero provocarte ningún problema.



-No te preocupes por mí… hasta mañana.



A la hora convenida, Roberto y Carmen llegaron al gabinete. Después de pedirle a mi colega que hiciera lo posible para dilatar la consulta durante al menos cuarenta y cinco minutos, cosa que a éste le extrañó mucho, hice pasar a Roberto a la consulta.



Regresé e hice pasar a Carmen a mi salita de masajes. Nada más entrar, Carmen me echó los brazos al cuello, y me dio un apasionado beso en la boca.



Le rodeé con mis brazos, asiendo con mis manos los turgentes glúteos, tantas veces soñados por mí, mientras mi lengua se ocupaba en explorar todos los rincones de la boca de ella. Su boca era como una ventosa. Ávida de besos, parecía no encontrar suficientes sensaciones para satisfacer su apetito.



-Espera… tenemos tiempo, no te preocupes. Mi colega tendrá ocupado a tu marido al menos tres cuartos de hora… ya lo he arreglado. Me debe algún favor, y lo hará.



-Carlos… Mi marido es un imbécil, que no se termina el plato que tiene en casa, y se va a buscar comida fuera de ella…



-Lo sé, lo sé… si hasta él mismo me lo ha dicho… pero, por eso mismo, me da mucho morbo poderle “cornear” casi en sus narices.



Le quité la ropa con cierto nerviosismo por la situación y le hice subir a la camilla, boca arriba, atrayéndola hacia el extremo, con las piernas flexionadas y abiertas.



-¡Ufff… qué preciosidad de coño depiladito…! Tenía un coñito como el de mi novia, nada que envidiarle. ¡Y pensar que el imbécil de Roberto se iba a buscar fuera de casa almejas, teniendo ostras en casa!



Me apliqué con mi boca a recorrer aquella rajita arriba y abajo con verdadera devoción, aplicando suaves lengüetadas, introduciéndola a lo largo de todo el surco, y deteniéndome sobre el clítoris especialmente.



Mi suegra gemía con la boca cerrada, para no hacer ruido, pero no podía disimular la excitación que le embargaba. Sin embargo, no podía evitar estremecerse cada vez que mi lengua daba un recorrido completo a su precioso coñito.



Me quité la ropa y me subí sobre ella, de forma que su boca alcanzara mi polla y la engullera por completo. Sus manos se aferraron a mis glúteos y tiró de mi cuerpo hacia abajo, hasta que mi polla quedó enterrada por completo dentro de su boca. Claro, que no podía ni gemir, pero desde su garganta emitían unos sonidos que no dejaban dudas sobre el placer que estaba sintiendo.



En esta posición mi boca había hecho presa sobre el clítoris de Carmen que, sin escapatoria posible, tuvo su primer orgasmo con mi polla ahogando los sonidos que pugnaban por salir de su garganta.



Cuando se hubo recuperado del orgasmo, bajé de la camilla, y le dediqué todo un rosario de besos y caricias por todo su cuerpo, sin olvidar los preciosos pechos que tanto me gustaban mamar, haciendo que Carmen, pronto estuviera de nuevo excitada y dispuesta para una nueva batalla. Sin duda, la situación tan morbosa contribuyó a mantener muy alta la excitación de ambos.



Le hice ponerse boca abajo, para poder admirar su dulce culo. Creo recordar que ya os comenté que Carmen, igual que su hija, mi novia, poseían los culos más perfectos que yo nunca hubiera imaginado. Si la perfección tuviera un icono, éste sería el culo de Carmen. Acaricié sus piernas arriba y abajo, como si estuviera aplicando un suave masaje, sin olvidarme de los cachetes que estuve amasando con verdadero cuidado y admiración. Poder disfrutar de aquella visión era un verdadero placer. Su culo, era perfecto. Abrí sus nalgas, hasta poder apreciar el sonrosado hoyito de su ano. Esta vez, ese hoyito, iba a ser mío.



Tomé de la estantería una crema de las que se utilizaban para los masajes, y comencé por aplicarle sobre sus piernas y muslos. Mi suegra estaba quieta. Apenas unos leves quejidos demostraban que no estaba dormida. Subí hacia las nalgas, extendiendo la crema y masajeando…



Abrí sus cachetes, y apliqué crema abundante. El orificio del trasero de Carmen, se ofrecía como una jugosa fresita… Le apliqué crema, introduciendo un dedo suavemente. Suspiró. Metía adentro, y afuera… otro dedo más. Nuevo suspiro.



Le hice bajar de la camilla, para situarla con un pié junto a cada una de las patas de la misma, y en esa postura, dejarla tendida boca abajo sobre la misma, quedando así en la postura perfecta para la enculada.



Embadurné mi polla con crema, y apunté a su “agujero negro”. Mi glande topó con el orificio, haciendo que éste se fuera dilatando poco a poco. Carmen aferrada a los laterales de la camilla, aguantaba la respiración cada vez que yo empujaba. Mi polla, no cesaba de empujar, notando ya como su músculo anal iba cediendo ante el empuje de mi ariete. En un momento, toda la resistencia que su ojete estaba ofreciendo cesó, y mi capullo hizo su entrada en la antesala de aquel monumento. A partir de aquí todo fue más fácil…



Mi polla comenzó a deslizar con toda facilidad a lo largo del pasaje arrancando en cada uno de los desplazamientos gemidos a la garganta de Carmen. A medida que las embestidas fueron acelerándose, Carmen fue subiendo el tono de los gemidos. Estos, a su vez, incrementaban mi excitación, al saber que posiblemente Roberto podría oírlos. Pero ya no me importaba demasiado. Mi polla estaba reclamando el dominio de aquella plaza, y no iba a cesar de insistir en mi proclama, hasta que la plaza fuera tomada, y rendida de forma incondicional.



La camilla, empezó a desplazarse unos centímetros a cada empujón que mis caderas propinaban sobre el glorioso culo de Carmen. Sus carnes, se estremecían con cada envite, recorriendo las ondas desde su culo a lo largo de la espalda, hasta llegar a su cuello. La camilla ya estaba topando con la puerta de la salita, cosa que vino bien a la situación, pues a partir de ahí cada nuevo empellón que daba con mi polla, se traducía en unos milímetros de avance en el recto de Carmen. Ésta se aferraba a la camilla, con los ojos completamente cerrados, y la boca totalmente abierta, exhalando e inhalando con dificultad, debido a la altísima excitación que había alcanzado.



Mis embestidas amenazaban con reventarle el culo literalmente, pero era tal el calentón que los dos teníamos, que ni ella se quejó ni una sola vez, ni yo aminoré el ataque, a la vista del placer que estábamos alcanzando, hasta que, sin poder contener más tiempo las ganas de llenarle el culo con mi semen, me agarré firmemente a sus caderas, y clavé todo lo hondo que pude mi polla en el precioso culo de Carmen, mientras ella se dejaba poseer de nuevo, por un orgasmo descomunal.



Nuestros cuerpos fueron presa de los estertores del placer mas sublime. Me apoyé sobre el cuerpo de Carmen, sintiendo como su cuerpo aún temblaba de forma espasmódica, hasta que pasados unos minutos, mi polla se declaró en retirada, dejando el campo de batalla sembrado con una extraordinaria ración de esperma dentro del culo de Carmen.



En el recibidor del gabinete, se oían las voces de Roberto y mi colega, que aún charlaban. Nos estaban esperando. Nos vestimos en silencio, cruzando algunas miradas y sonrisas de complicidad entre nosotros. Le habíamos corneado bien. Por imbécil y presuntuoso. Sí, me sentía a gusto conmigo mismo. Y creo que Carmen, también. Nos arreglamos un poco el pelo, y retiramos con cuidado la camilla de delante de la puerta. Salimos al recibidor.



-Bueno… parece que tú estabas peor que yo… -dijo Roberto mirando a Carmen de arriba abajo.



-Pues al parecer tengo unos agarrotamientos importantes en mis músculos… dijo Carmen con todo el convencimiento.



-Van a ser necesarias varias sesiones para soltarlos… ¿Verdad, Carlos…?



-Ehhh… ¡Claro, claro…! Sí, varias sesiones, seguro… esos músculos hay que trabajarlos bien, para asegurar la recuperación total… Sí, sí… así habrá que hacerlo…



-Mirad, la semana que viene, convendría repetir el tratamiento a ambos… ¿verdad colega…?



Mi colega me miraba con cara de… ¡Qué cabrón que eres, Carlos…!



Yo sólo hice un guiño de… ¡Y qué le voy a hacer, si está tan buenísima…!



-Sí, convendría… -dijo con toda complicidad.



-Pues entonces, ¿el mismo día, a la misma hora…? –dijo Roberto.



-Está bien…  -dije. Hasta entonces. Os esperamos…



Salieron. Carmen detrás de Roberto. Ante la puerta, se volvió, y furtivamente, me atizó un gran apretón en mi culo.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
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