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¿Qué cómo conocí a Lucas?

(Hoy les tengo un relato breve, ya que tengo otros en preparación. Debo dos entregas detalladas de lo que me pasó con Cristóbal y su sorprendente desenlace, así que espero disfruten este adelanto de una aventura con un personaje como el que algunos se han topado por la vida.)

¿Qué cómo conocí a Lucas? En realidad nunca lo conocí, sino que supe hasta después su nombre, porque el día que estuve con él fue en la oscuridad y casi sin palabras de por medio... Pero vayamos por partes. Un día, cualquier día, asistí al cumpleaños del amigo de un amigo, a la fiesta clásica llena de invitados y de invitados de los invitados; es decir, de gorrones, entre los cuales me clasifico dentro de esa celebración. Era un día entre semana y quedé citado con mi amigo Carlos –“El Tocayo”, como nos decimos- en mi casa cerca de las ocho de la noche para irnos juntos en su auto, y en el trayecto me dio referencias del festejado: era su cumpleaños número veintitrés, iba a ser una fiesta como muchas más a las que íbamos, llena de amigos, gorrones, chicos guapos y, desde luego, “locas”. El festejo se hizo en la terraza de un departamento que cuenta con una vista espectacular de la ciudad, y cuando llegamos, pasadas las nueve de la noche, la reunión ya estaba prendidísima: la gente en grupos o parejas llenaba la improvisada pista de baile, la sala también estaba repleta de gente sentada en los sillones o, ya de plano, en el suelo y la terraza, que era lo mejor por el efecto de las luces de una ciudad que de noche crean una ciudad distinta a la que es de día; además, allí afuera, en la terraza, tocaba música un grupo en vivo, algo así como baladas y ritmos antillanos, una especie de aparte en el gran festejo. Lógicamente, los más tranquilos, o las parejas de enamorados, se replegaron en ese lugar. Bien, insisto, vayamos por partes. En cuanto llegamos, Carlos fue a felicitar al del cumpleaños, le dio un regalo –creo que eran unos compactos y una camisa-, me lo presentó pero, como es de suponerse, ni me acordé de su nombre y dudo que él recordara el mío. Todo se limitó a un obligado “Mucho gusto” y cada quien a seguir con la noche. Carlos saludó a un grupo de compañeros de la escuela y, también caso inevitable en esas fiestas, yo coincidí con un par de amigos, con quienes me senté a platicar. Pedí una cerveza al mesero, ya que era la única bebida alcohólica que había –eso es algo que tampoco nunca he entendido: se habla de un fiestón con gente decente y el anfitrión hace hasta lo imposible por ahorrar en ese tipo de detalles- y después de tomarme un par de bebidas, sentí necesidad de ir al baño, y entrar fue un triunfo, porque el tocador disponible para los invitados estaba con fila de espera, así es que aguanté unos minutos, por fin desahogué las cervezas y, de regreso con mis amigos, vi a Carlos, nos hicimos un guiño de que todo estaba bien, ya que él estaba enfrascado en una conversación profunda con alguno de sus conocidos y yo seguí mi camino. Y cuál es mi sorpresa que, de entre todo el mundo de gente que había allí, sale un tipo que en la vida había visto y se me acerca, algo provocativo en ese momento, y me dice “¿Tú eres Luis Carlos?” y yo respondo afirmativamente, y él sigue, con una entonación insinuante, no mucho, pero sí insinuante “Qué bueno que andes por aquí, al rato quiero hablar contigo”, le dije que bueno, que hasta el rato, y regresé con mis amigos, dejando de lado ese asunto. Ni idea de quién era, y ni interés, aunque su exterior era de lo más atrayente: un hombre moreno, de cabellos rizados, ojos decididos y una estatura media con silueta bien torneada, casi de mi edad, aunque podría tener más años, pero es ese tipo de seres por los que no pasa el tiempo. En fin. Seguí la charla un rato, tomando cerveza y algunos bocadillos –esos sí, muy apetecibles- hasta que quise volver a ir al baño, así es que me disculpé y regresé a la fila de espera, que a esas horas estaba más larga que la primera vez que fui. Y estando allí, sentí sobre mi persona una mirada penetrante y, al voltear hacia el corredor que lleva a las habitaciones, vi al tipo apuesto que me abordó hacía rato y, haciéndome señas, me dijo que fuera con él. “Es que veo que quieres ir al baño, y allí tardarás horas. Soy amigo de Humberto el festejado, –y hasta ese momento supe de quién era la casa-, y él vive aquí, por si quieres usa el baño de adentro”, y me llevó a un baño que estaba entre dos habitaciones. Se lo agradecí, entre, desahogué nuevamente mi vejiga y, cuando me estaba lavando las manos y la cara, escucho tras de mí un portazo ¡Zaz! Y volteo para ver que o quién era y que veo al tipo allí, en medio del baño acercándose y diciendo, “Luis, Luis Carlos, mira, yo te quiero conocer” y que si esto, y que si lo otro, y cuando le dije “Bueno, ¿qué onda contigo?”, el tipo apaga la luz del baño y me agarra el paquete en plena oscuridad, y yo, la verdad nada de instintivamente ni esos pretextos de fácil salida, le levanté la camisa y comencé a lamerle los pezones. No soy una pera en dulce, y si lo fui alguna vez, eso quedó en el pasado, porque con hombres como ese volaron los últimos vestigios de inocencia que me quedaban. El caso es que el tipo estaba recostado sobre el lavabo y yo sobre él pasando mi lengua por su pecho y abdomen, hasta que me guió en la oscuridad para hacer que me sentara sobre la tapa cerrada del WC, se agachó, me desabrochó el cinturón, bajó mi bragueta, me agarró el pene, que a esas alturas estaba que se salía de su prisión de ropa, me bajó, junto con la truza, los pantalones, y se entregó con ardor a lamerme el miembro: primeo sólo se enfocó en la punta dando lenguetazos al glande para pasar a comerlo todo, T O D O, y la cabeza, que momentos antes sólo era acariciada vorazmente por su lengua, ahora estaba tocando su garganta; bueno, ¡sentía su labio inferior rozando mis testículos! Y otra vez, para afuera y para adentro, así un buen rato, hasta que decidí tocarlo a él, y le bajé el pantalón para comenzar a masturbarlo, y ¡oh, sorpresa! El tipo también se cargaba tremendo pene, pero no me dejó tocarlo mucho tiempo porque me pidió ponerme de espaldas a él, recargado en el lavabo, todo con movimientos, porque me constaba que la lengua no se la habían comido los ratones, ya que la utilizaba con una maestría sensacional, pero no hablaba ni media palabra, y cuando me coloqué como me lo indicó, sentí sus manos apretándome las nalgas, abriéndolas y de pronto sentí un rayo deliciosamente fulminante: su lengua clavándose en mi ano. ¡Hijo de su madre!, chupaba enardecido, sin sutilezas ni movimientos delicados: toda le lengua lamiendo mi trasero y tratando de meterse en mi cavidad: yo, por supuesto, feliz de goce y sorpresa, emprendí toqueteos masturbatorios sobre mi miembro a la par que me agachaba para dejar más accesible mi ano y, otra vez el tipo con sus rarezas y su afán de no dejarme hacer nada, me voltea de golpe y se clava de un movimiento mi pene en el interior de su boca y regresa el frenesí, pero ahora ya usando las manos para estimularme. Recuerdo que sólo le agarraba la cabeza empujándolo para que se la comiera toda, y al mismo tiempo, cuando la tenía toda en la boca, él movía la lengua adentro y emitía con la garganta un zumbido, como un canto si música ni palabras, lo que me prendía a mil, y más agarraba y acercaba su cabeza hacia mi: ¡quería que se metiera en la boca hasta los huevos, el cerdo! Y ya que estaba otra vez cómodo con ese placer extraordinario, el tipo me da la vuelta y sigue de nuevo con mi trasero, pero ahora más caliente: dejaba sus labios pegados al ano y sólo movía la lengua, metiéndola lo más adentro posible; eso es a lo que se llama, literalmente, “que te coman el culo”. De plano me comencé a masturbar y en un par de movimientos, sintiendo todo ese cúmulo de placer, mi mano moviéndose adelante y la lengua del tipo detrás, inicié de manera inconsciente la aceleración de mi ritmo respiratorio y cardiaco, y junto con gemidos convertidos en pequeños gritos de éxtasis, lancé mis chorros en la oscuridad junto con mis gemidos. Cuando terminé de gemir y de aventar semen me percaté que el tipo ya no me lamía el culo. Se escuchaba el característico sonido de movimientos masturbatorios y, con su mano libre, me pidió que agachara mi espalda, levanto mi camisa y, ¡Bum!, sobre mis nalgas y mi espalda -calientes, hirviendo, ¡deliciosos!-, me arrojó sendos chorros de semen: una descarga tremenda y sus gemidos a modo de suspiros retenidos fueron disminuyendo de ritmo gradualmente. Hasta que, como entró al baño, se salió. ¡Zas! Otro portazo. Encendí la luz y sentí como me corría su semen ahora sobre las piernas por obvias razones gravitatorias y vi, sobre el lavabo, todo mi semen esparcido sobre las llaves de agua y el espejo. Rápidamente –y gasté casi un rollo de papel en esto- me limpié la piel, limpié el baño y encontré, tirada en el suelo, una tarjeta con un nombre y un teléfono: Lucas Ortiz –un número telefónico celular- y escritas a mano las siguientes palabras: `Luis Carlos, háblame`. Tomé la tarjeta y regresé a la fiesta, que seguía en grande. Mis amigos ya se habían dispersado y platicaban, cada uno por su parte, con otros grupos de gente; y Carlos me estaba buscando casi desesperado. Por fin lo encontré y estuvimos platicando un rato más, tomando otra cerveza. Pasada la media noche, cuando la gente se retiraba, también nosotros decidimos irnos, sin despedirnos de nadie para no hacer eterna la partida, salimos a hurtadillas. En el auto le conté lo que me pasó, y él celebraba a carcajadas aquello, le mostré la tarjeta y me dijo “¿Le vas a hablar?”, y sin decir nada, le quité la tarjeta y la aventé por la ventana... Satisfecho físicamente, pero sorprendido de la aventura llegué a mi casa y dormí tranquilo esa noche. Así es como conocí a Lucas; bueno, más bien como él me conoció...
Datos del Relato
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.24
  • Votos: 41
  • Envios: 5
  • Lecturas: 2723
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
LUIS
invitado-LUIS 12-10-2003 00:00:00

EL CUENTO ME PARECE MUY CHEVERE ME GUSTARIA SABER SI TIENES MAS RELATOS

Jorge
invitado-Jorge 27-04-2003 00:00:00

Tus cuentos me encantan Luis porque se ve que son experiencias reales y muy chéveres Jorgillo

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