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Pau y yo habíamos sido novios hacía muchos años y después de algún tiempo sin hablarnos y pelear nos hicimos amigos de nuevo. Ella es de cara bonita, alta, cabello oscuro, ojos cafés y tetas pequeñas igual que su trasero pero tenía algo que me gustaba: le gustaba coger y mucho.
Un día me invitó a su casa. Estábamos en el sofá viendo tele y se recostó sobre mis piernas. “No te atreves”, me dijo mientras levantaba el resorte de su pantalón y dejaba al descubierto que no traía ropa interior. Alcanzaba a ver una fina línea de vello púbico. Me excité al instante. Recordé cuando éramos novios y lo mucho que me gustaba hacerle sexo oral, los largos ratos metiendo mi lengua en su vagina y lamiendo su delicioso clítoris. “¿Se te antoja?”, me preguntó al ver que me quedaba mudo. “Mucho”, le respondí lamiéndome los labios. Se quitó el pantalón, abrió completamente sus piernas para que viera su sexo, tomó mi mano y la llevó hacia su boca para lamer mis dedos y después la llevó hacia su vagina. La acaricié un poco para mojarla. Había pasado tanto tiempo de la última vez que había hecho eso pero recordaba bien lo que le gustaba. Moví despacio mi mano de arriba a abajo, masajeando sus labios y por momentos rozando el clítoris, lo que provocaba que ella cerrara los ojos y que tuviera pequeños espasmos. Empezaba a sentir la humedad de su sexo así que metí dos dedos y soltó un gemido. Se relamió los labios y me miró de esa manera pícara que tantas veces me había echado cuando teníamos sexo. Lentamente, metía y sacaba mis dedos sintiendo su humedad y la calidez de su sexo. Por momentos, los metía muy profundo y sentía sus fluidos mojándome la palma de la mano. Saqué mis dedos y busqué su clítoris. Quería hacerla perder la razón como antes, quería que se olvidara de todo y que me pidiera penetrarla. Se incorporó sin quitar mi mano de su sexo y me besó. Fue un beso efusivo y frenético. Lo había conseguido. No iba a parar por nada.
Con mi mano libre, la presioné contra mis labios. Sus besos tenían un efecto que me calentaban al máximo. Mordía mis labios, paraba, los lamía y volvía a al ataque. Se quitó la blusa y quedó completamente desnuda. “Son tuyas”, me dijo apretando sus senos. Me abalancé sobre ellos besándolos y buscando sus pezones para lamerlos, ella presionaba mi cabeza contra ellos con la respiración agitada y poco a poco bajó la mano a mi pantalón. Desabrochó el cinturón y el botón y los deslizó descubriendo mi miembro erecto que ya estaba lubricando. Volvió a besarme y lo tomó con una mano, lentamente comenzó a bajarlo y a subirlo haciendo pequeñas pausas para bajar más la mano y acariciar mis huevos y después seguir jalando mi miembro y con su mano libre presionó mis dedos más adentro de su vagina. Me quitó la playera y me dio pequeños besos en el cuello bajando por el pecho y el abdomen hasta tener mi pene cerca de su cara. Se acercó a mis huevos y empezó a besarlos lentamente, subiendo por mi miembro hasta llegar a la punta. Sin pensarlo dos veces, lo metió en su boca jalándolo. Mientras yo seguía metiendo los dedos en su sexo, sintiendo su humedad y la calidez de su interior como tantas veces lo hice antes, frotando su clítoris para que perdiera la razón. Ella volteaba a verme de forma lujuriosa con mi miembro en su boca, se detenía en la punta para hacer pequeños círculos con la lengua, lo sacaba de su boca y lo frotaba contra su cara, le daba lamidas rápidas por los lados para después volver a meterlo. Podía sentir los gemidos que soltaba contra mi miembro cada vez que mis dedos entraban con fuerza.
“Haz de mí lo que quieras”, me dijo besando lentamente mi pene. Me levanté y la tumbé en la alfombra. Abrí sus piernas y admiré su apetitosa y mojada vagina. Metí mi cabeza entre sus piernas y lentamente lamí desde la entrada hasta el clítoris, dándole a éste más lamidas y saboreando su esencia. “Ay, que rico”, gimió Pau. Me incorporé, abrí bien sus piernas, tomé mi miembro y de un movimiento la penetré. Ella gimió y puso los ojos en blanco. Estaba muy caliente por dentro, su vagina apretaba mi miembro y lo bañaba con sus fluidos. Mi miembro entraba y salía sin esfuerzo. Poco a poco aumenté el ritmo de mis embestidas lo que provocó que su respiración se agitara más. “Así, papi”, me dijo entre gemidos. Ella tenía los ojos en blanco y se mordía el labio al mismo tiempo que apretaba con todas sus fuerzas la alfombra. Sus tetas rebotaban con cada embestida y su cara comenzaba a llenarse de sudor. Siempre me había excitado verla sudar. “¿Te gusta que te abra de piernas?”, le pregunté mientras la penetraba. “Sí, papi, dame más duro”, me dijo entre gemidos mientras se lamía un dedo y frotaba su clítoris. El golpeto de mi cuerpo contra sus nalgas y sus gemidos era lo único que se escuchaba. Tomé sus tetas en mis manos y las apreté fuertemente, lo que provocó que gimiera un poco más. Seguí penetrándola al mismo tiempo que apretaba sus pezones y entonces gimió más fuerte y sentí una ola de calor sobre mi miembro. Había tenido un orgasmo. Sus fluidos escurrían de su vagina bañando mi miembro. Su cuerpo sudoroso estaba temblando por el éxtasis.
“Ponte en cuatro, chiquita”, le dije al tiempo que sacaba mi miembro. Dio un giro en el suelo y se apoyó sobre sus rodillas jalando sus nalgas para que admirara su sexo, tan delicioso, rosado y mojado por las penetraciones. “Métemelo, papi”, me dijo suplicándome con esa voz que sólo hacía cuando estaba caliente y con ganas de que se la metiera. La tomé por la cadera, acerqué mi miembro a su vagina, y sin meterlo, empecé a frotarlo contra ella suavemente. “Qué rico, dame duro”, me dijo entre gemidos. Seguí frotando mi pene contra su vagina lentamente, ella apretaba mis manos fuertemente y sus fluidos salían de su sexo mojando mi miembro. Quería metérsela pero la sensación de su vagina caliente y mojada era muy placentera. “Ya métemelo”, me dijo en un tono suplicante al que respondí penetrándola de una embestida, provocándole un gemido y que subiera mis manos a sus tetas. Las apreté suavemente y al mismo tiempo la penetraba, sus nalgas golpeaban contra mi cuerpo y ella apretaba más mis manos contra sus tetas bañadas en sudor. Giró la cabeza y me beso suavemente, tomándose su tiempo para lamer mi labio inferior y morderlo levemente. Bajé una mano a su vagina y masajeé su clítoris al mismo tiempo que aumentaba la fuerza de mis embestidas. Ella sólo podía gemir por el éxtasis.
Se sacó mi pene y me recostó en la alfombra. Tomó mi pene y lo jaló lentamente de arriba a abajo mientras me miraba de esa forma lujuriosa que me lo ponía más duro. Se lo acercó a la cara y lo lamió de la base a la punta. “Qué rico lo tienes, ¿es sólo para mí?”, me preguntó. “Sólo para ti”, le respondí. Me sonrió y lentamente se lo metió a la boca. Lo jaló y se detuvo en la punta haciendo círculos con la lengua y succionándolo. Se levantó y de frente a mí, empezó a metérselo lentamente. Agarré su culo y le di una nalgada. ”Vas, dale”, le ordené. Empezó a moverse y cerró los ojos de placer, su respiración estaba muy agitada y sus tetas rebotaban por el vaivén, sus gemidos era lo único que podía escucharse. “¿Te gusta, chiquita?”, le pregunté. “Me encanta”, me respondió entre gemidos. De repente, apretó mis manos con fuerzas y un espasmo recorrió su cuerpo. Había tenido un orgasmo. Se recostó sobre mí y siguió moviéndose. Me miraba fijamente mientras apretaba sus nalgas y se lamía los labios. Empecé a apretar mi pelvis, ya quería venirme. “Échamelo adentro”, me dijo al darse cuenta de que quería venirme Apreté su culo contra mi cuerpo y eyaculé dentro suyo. Ella siguió moviéndose, quería hasta la última gota de mi esperma. “Qué rico se siente”, me dijo es su tono de voz de zorra. Dejó de moverse y me besó mientras masajeaba sus nalgas y tenía mi miembro dentro suyo. Estuvimos así un rato más hasta que nos metimos a bañar y me fui.
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