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Puro y duro

El silencio y la oscuridad se ciernen sobre la habitación 43.

Miles de preguntas se agolpan en su mente, entre calenturienta y sorprendida.

Sus ojos, cubiertos por un pañuelo de seda Hermes, son sometidos como el resto de su cuerpo, al dulce y misterioso juego del Bondage.

Sentado sobre sus rodillas, maniatado, en el centro de una enorme cama, víctima de una incipiente agorafobia y desnudo, a la espera de una señal que indique el comienzo de la partida.

Mientras espera que ello ocurra, su mente se traslada a una escasa hora atrás.

Se encuentra en su puesto de trabajo. El horario nocturno puede convertirse en algo aburrido, sin ápice de emoción. Hasta que el paso firme y decidido de una mujer llama su atención. Alta, esbelta, adornando sus pasos con un afilado tacón de aguja. Su cara risueña, con su claro pelo recogido en un perfecto moño.

Saluda con la cabeza, para darle las buenas noches, y se pierde rumbo al ascensor. Antes que se cierren las puertas, le lanza una mirada desafiante, frívola. Él, le responde con otra no menos penetrante, pero bastante sorprendida.

En un instante la pierde de vista. Aunque su cuerpo, ha quedado clavado en su mente. Todo cuanto ha podido captar en ella, se ha convertido en su fantasía.

La imagina esperándole entre las sábanas de una habitación a media luz, mientras él, desnudo, se arrima a ella y se deja arrastrar por la pasión.

Pero el molesto timbre del telefonillo le rompe el sueño, que prometía ser la distracción de una monótona noche.

Su compañero, le indica que en la habitación 43, hay una comanda de una botella de champán y necesita que la suban.

De inmediato, se dirige al frigorífico, saca la botella y la pone sobre la bandeja con dos copas, tal y como le han indicado.

Pilla el ascensor y sube a la segunda planta del hotel.

El pasillo se le hace más largo que nunca. Le perturba ver de nuevo el rostro de esa enigmática mujer, que ha despertado sus instintos más ocultos.

Encuentra la puerta abierta y entra sin llamar

La escena no puede ser más turbadora.

Está sentada en la butaca, con las piernas abiertas. La izquierda, levantada y apoyada en el reposabrazos.

No lleva bragas, sólo ligueros con medias color nude, acabados en una sensual puntilla adherida a sus muslos. El sujetador rojo, rompe con la estética del resto del conjunto. Sus turgentes pechos, asoman por el balconet.

De sus maquillados labios rojos, salen palabras.

—¡Muchas gracias! Se preguntará por qué le mandé subir dos copas, si yo estoy sola.

—¡No me paré a pensar en ello! Me limito a cumplir su petición.

—Y eso espero. Que la complazcas hasta lo más profundo.

A medida que se expresa, su mano hurga descarada en su sexo, que continúa abierto y húmedo.

Él, no da crédito a lo que tiene ante sus ojos. Gotas de sudor resbalan por su frente, mientras su verga va creciendo de manera precipitada.

De pronto, saca los dedos de su chorreante vagina y se pone en pie.

Con una amable sonrisa le indica que sirva el champán en la terraza.

Salen fuera. La fresca brisa de la noche calma sus sofocos, pero su verga, sigue creciendo sin control.

Se sienta en una silla, pero sin cerrar las piernas, dejando su sexo al descubierto.

—Deseo que me acompañes, tomándote una copa en mi compañía. No acostumbro a beber en soledad.

—¡Verá yo…!

—Ya lo veo.

Responde ella con la mirada fija en su abultada bragueta.

Cuando él levanta la vista, observa a una mujer en la terraza de al lado. Lleva puesto un albornoz blanco, sin atar, a través del cual, se observa su desnudez.

Les contempla mientras se está masturbando con un enorme dildo en rosa fosforito, que introduce con fuerza en su vagina, y lo saca con dulce lentitud.

—¿Y esa?

Pregunta él un poco asustado, ante tantas emociones juntas.

—Mi vecina. Se pasa el día mirándome y poseyéndose a mi costa. ¡Ven y vamos a jugar un rato!

Y así, vuelve al instante en que se encuentra a oscuras sobre la enorme cama.

La cabeza de ella se acomoda entre sus piernas, mientras nota como la humedad de su boca, va invadiendo su polla, a medida que la engulle, hasta tal profundidad, que nota el roce de su capullo en la cálida garganta de la mujer.

Intenta a tientas y maniatado acariciarle el pelo, pero un brusco manotazo de ella se lo impide.

—¡Esto va a ser duro!

Exclama él, mientras ella, hace caso omiso y continúa succionando como si lamiera con ansia un enorme caramelo.

De fondo, se oye como una puerta se abre y se cierra.

—¡Hola amor!

Responde la mujer, que por unos segundos a sacado la polla de su cavidad bucal.

Él se pone muy tenso ante la aparición es escena de otra persona.

—Tranquilo. Es mi vecina. Sé que esto te va a gustar.

La mujer reanuda la felación, mientras nota como unas manos desconocidas, acarician su espalda de arriba hasta abajo, hasta llegar a la hendidura de su trasero, que acaricia con suavidad.

Segundos más tarde, nota como el dildo comienza a vibrar.

—¡¿Me vais a sodomizar?!

Pregunta con horror.

—¡Cálmate! Eso lo dejamos para otra ocasión.

Percibe como el dildo se hunde en la carne de la mujer que se la está comiendo, pues oye sus gemidos, y ha acoplado los movimientos de la felación con las idas y venidas del vibrador.

Unos gritos acelerados e indican que la mujer va a correrse.

De pronto, la boca de la mujer, es sustituida por la vagina.

Nota como se le sienta a horcajadas y su verga penetra hasta lo más profundo de su ser.

—¡Joder!

Se da cuenta que la mujer es sodomizada por el dildo y follada por delante con su verga.

Ya no puede soportar más placer.

Puede más la imaginación que el acto en sí.

La mujer que tiene a sus espaldas lo acuesta lentamente, mientras la otra, continúa follándolo sin detenerse.

Una vez percibe que está acostado del todo, la mujer se pone abierta entre su cabeza, introduciendo su sediento sexo en la boca de él.

Succiona deliberadamente, mientras ambas mujeres cabalgan sobre él, como dos yeguas desbocadas.

En menos de diez minutos, el silencio es quebrantado por unos gritos ensordecedores que provienen de sus cuerdas bocales.

Los tres se han corrido a la vez.

Se derrumban jadeantes sobre la cama.

Poco después, él se sienta en la cama y se deshace del pañuelo que ata sus manos y del que cubre sus ojos.

Ya no queda nadie en la habitación. Sólo las sábanas revueltas y un fuerte olor a sexo impregnan el aire. Son la única prueba de que algo sucedió.

Rápidamente, se pone el uniforme y sale de allí.

Llega el ascensor y se abren las puertas. Su compañero de turno aparece con una bandeja que lleva dos copas y una botella de champán.

—¿A dónde vas?

—A la habitación 43. Esa pobre mujer, dice que está muy sola y me pide si sería tan amable de tomar una copa con ella. Como hay poco trabajo le he dicho que sí. ¿Te importa sustituirme un rato?

—Por supuesto que no.

Sonríe abiertamente mientras se sube la cremallera del pantalón.

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