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Puerto de la Cruz

~~Empezó a trabajar en mi casa cuando apenas tenía 18 años. No voy a dar su nombre verdadero pues no quiero perjudicarla y la llamaremos María. Ahora es una mujer casada, madre de 2 hijos y lamentablemente ya no trabaja para mi. Dejó de estar a mi servicio hace cuatro años. Nadie me cuidó como ella y nadie me ha dado tanto placer como ella. Nunca podré agradecerle tantas horas de lujuria como me hizo pasar.
 Todo empezó cuando me divorcié de mi mujer, hace ya ocho años. Ana Rosa, que así se llama mi ex mujer, decidió separarse de mi. Hacía ya tiempo que lo nuestro no funcionaba. Hacía 17 años que me veía forzado a correrme fuera de ella cuando follábamos y eso fue apagando mis sentimientos de deseo hacia ella.
 Yo siempre fui aficionado a masturbarme. Mi primera paja se pierde en los recuerdos de la infancia, en mi casa de Sarriá en Barcelona. Me pajeaba en todas partes. En el baño, en el jardín escondido tras los grandes geranios que tan esmeradamente cuidaba mi madre, en el WC de la escuela. Pero todas las noches en mi cama. Era allí, en la intimidad de mi dormitorio donde mis fantasías se desbocaban. No soy homosexual pero de siempre me ha gustado meterme toda clase de objetos por detrás: Plátanos, pepinos, huevos, bolas, collares, cadenas, toda clase de juguetes sexuales que pueda introducirme mientras me masturbo y últimamente me he especializado en enemas, sobre todo en los días en que estoy súper caliente y en los que no paro, durante horas, de darme toda clase de satisfacciones sexuales que me calmen el fuego que me consume. Me paso horas con la polla tiesa dándome gusto. Recuerdo que durante un buen tiempo de mi juventud, más o menos tendría 17 años, solí envolverme el pene con un pañuelo, me metía la almohada entre las piernas y me la follaba como loco, hasta correrme. Mis lechadas eran tan abundantes que todo el pañuelo quedaba totalmente empapado de semen. Un día la criada que teníamos me dijo: Eres un machote, hay que ver como me pones los pañuelos . Pero de ahí no pasó la cosa. Siempre he sido muy tímido a la hora de dirigirme a las mujeres.
 Os explico eso pues va relacionado con mi separación y todo lo que después ha ocurrido. Como reacción a la negativa de mi mujer a que me corriera dentro, pues ella no quería tomar la píldora y yo no soporto el látex de los preservativos, comencé a masturbarme de nuevo a diario. Cuando mi mujer se iba a acostar, yo buscaba cualquier pretexto para quedarme un rato más . En cuanto me cercioraba de que ella dormía, buscaba un canal porno en la TV, me despojaba delos pantalones y a pajearme durante un buen rato. Me corría en el slip que luego dejaba en el cesto de la ropa sucia. Hacía años que teníamos a María como sirvienta y, supongo que María, cuando seleccionaba la ropa para lavarla encontraría bien mis corridas frescas o ya acartonadas. Mi mujer le exigía que lavara nuestra ropa íntima por separado, por lo que supondría que algo raro ocurría.
 Mas o menos un año antes de separarme de mi mujer y cuando por no coincidir nuestros días de trabajo, (ambos éramos autónomos y teníamos una profesión independiente), ella se iba y yo quedaba en casa, solía desayunar en la cocina cuando llegaba María, la diferencia de edad entre ambos es bastante grande. Ella me servía el desayuno y charlábamos de los hijos y de la vida en general mientras tomábamos tostadas, pastas y café con leche. Un día se me ocurrió exhibirme a María. Permanecí en bata sin nada debajo a la espera de María. Cuando llegó me senté en la cocina como de costumbre, en el lateral de la mesa que me permitía mostrarle mi polla al entreabrir las piernas, con un periódico en las manos, leyéndole una noticia de sucesos a los que era muy aficionada, mientras ella hacía el café y las tostadas. Ella estaba de espaldas a mí manipulando en el tablero de los muebles de cocina. Cuando se giró hacia mí yo ya la estaba esperando con las rodillas separadas y la polla más que morcillona por el morbo que sentía. Levanté la vista para comprobar si miraba o no y pude comprobar con satisfacción que, aunque con disimulo, tenía sus ojos puestos en mi hermoso pene 18x7 centímetros cuando está en erección. Seguí leyendo la noticia mientras separaba un poco más mis rodillas, por lo que una parte de la bata se dislizó por el lateral del muslo dejándome totalmente al descubierto. Yo fingía estar pendiente exclusivamente de la lectura, pero de refilón podía ver, por la posición de sus pies, que seguía frente a mí. Como sin saber lo que estaba ocurriendo, con la buena fortuna que, al hacerlo, Todo mi aparato , huevos y polla quedaron sobre mis muslos por lo que esta última quedó totalmente erguida. Con gesto disimulado me tapé y ella se giró hacia el tablero para concluir la preparación del desayuno mientras me decía Que barbaridad. Hay que ver las cosas que pasan cuando una menos se lo espera . No sé si lo dijo refiriéndose a la espléndida visión que le ofrecí o a la noticia que le leía, la cuestión es que tomando la bandeja vino hacia la mesa. Esta era, bueno es, rectangular y algo estrecha. Uno de los extremos estaba y está adosado a la pared y yo me encontraba donde siempre y en la manera de siempre, es decir, sentado lateralmente al lateral con las piernas paralelas a este y ella se sentó en el extremo, por lo que podía seguir viendo , lo que yo le enseñara . Observé que tomaba asiento corriendo la silla algo a su derecha para quedar más encarada a mí. Se incorporó para servirme el café con leche y al hacerlo desvió la mirada a m regazo, pero yo estaba cubierto .
 Mi polla estaba al máximo, palpitando y las venas hinchadas. El capullo emergía morado e inflado entre el pliegue de piel, (No me operaron de fimosis). La bata mostraba un evidente bulto. Me acercó el azúcar y volvió a mirar y entonces adelante el busto y separé las rodillas como unos cuarenta centímetros por lo que de nuevo le ofrecí el espectáculo que sin duda la estaba excitando pues de inmediato comenzó a chocar sus rodillas y su voz se hizo temblorosa.
 Ya no hubo más. Me daba por satisfecho por ser la primera vez.
 Y así pasamos algo más de un año. Dos o tres veces por mes coincidíamos solos y yo le ofrecía un espléndido espectáculo y ella se excitaba. Por mi cabeza no pasaba nada más. Me conformaba con eso que me servía para, mientras ella recogía los platos tazas y demás del desayuno, yo me pajeara en el baño, teniendo cuidado de dejar mi lechada en una toallita de bidet, bien a la vista, para que no hubiera duda alguna que me había masturbado a su salud.
 Me divorcié y María quedó a mi servicio, aunque mi mujer le propuso ir con ella un día a la semana pero ella rehusó . Todo seguía igual, bata sin nada debajo, visión de mi miembro totalmente empalmado, paja en el baño y lechada en la toallita.
 Pero un día, al regresar de mi trabajo por la tarde. (María solo venía por las mañanas, lunes. miércoles y viernes) Había previsto salir un rato pues era la fiesta del patrono de la urbanización donde vivo y después de ducharme, al buscar entre mis slip uno limpio que ponerme, encontré enrolladitas unas braguitas, que por supuesto no podían ser de otra persona que María. Primero pesé que se habían colado entre mi ropa pues quizás ella había aprovechado la colada para lavarlas. ¡PERO NO!. ¡NO ESTABAN ENROLLADAS, ESTABAN APRETUJADAS Y AL EXTENDERLAS VI QUE EN EL LUGAR DONDE SE POSABA SU COÑITO HABÍA UNA BUENA MANCHA!. Me las aproxime a cara para olerlas y la maravillosa fragancia de un coño húmedo por la excitación, me embargó. La mancha era grande y ocupaba toda la parte de la entrepierna que estaba protegida por un tejido absorbente. La erección fue instantánea. Me llevé aquella fragante parte a la boca y comencé a chupar con fruición para sacar todos los jugos que allí se concentraban. ¡NO ESTABAN TOTALMENTE SECOS , AÚN CONSERVABAN LA HUMEDAD DE SU COÑO!. Mientras con la mano izquierda apretaba aquella deliciosa fruta, mi mano derecha solo tubo tiempo de agarrar mi polla y darle cuatro manotazos que estallaba, Mi leche salió despedida salpicando las puertas del armario ya que los movimientos de mi mano zarandeaban la inflada cabezota que no cesaba de lanzar chorros de leche a diestro y siniestro. Fue una corrida impresionante. De las mejores y más cuantiosa que he tenido en mi vida. Una eyaculación larga, a borbotones. Recuerdo que, sacándome sus bragas de la boca, bajé la cabeza tanto como pude para alcanzar alguna de ellos consiguiendo cazar uno al aire. No sé por qué lo hice, pues hasta entonces nunca me había comido mi leche, pero lo cierto es que a partir de ese día siempre me como mi leche sin dejar ni una sola gota.
 Cuando terminé de chorrear se me aflojaron las rodillas y casi me caigo. Tambaleándome, con sus bragas entre los dientes, conseguí llegar al baño y me refresqué la cara. Eso me sosegó en algo aunque mi corazón seguía latiendo a un ritmo muy acelerado. Mi polla seguía dura como una piedra. Fui a la cocina y busque una copa en el armario. Desnudo como estaba me senté en la terraza y sin dejar de chupar sus bragas, volví a masturbarme. Sentía el sabor de mi semen mezclándose con el de su coño. No tardé mucho en volverme a correr. Recogí la abundante leche, no tanta como en la paja anterior, en la copa y me la lleve a la boca mezclándola con el sabor que desprendía su braga y me lo tragué todo sin dejar ni la más mínima gota.
 Momentáneamente satisfecho me vestí. Puse sus bragas entre el slip y mi polla y me fui a la fiesta. Mis vecinos eran los presidentes de la asociación de propietarios y estaban en el quiosco de las bebidas. Pedí una botella de Cava y me senté en una mesa con un par de conocidos. Sentía sus bragas mojadas contra mi pene que seguía más que morcillón. El Cava, los decibelios de la música que hacía sonar un DJ en su discoteca portátil y la excitación que sentía en todo mi cuerpo no me permitieron estar mucho rato en la fiesta. La distancia del lugar donde se celebraba y mi casa no es más allá de unos cien metros. Me despedí de la pequeña reunión apurando mi copa y me fui a casa. Mi deseo era tan grande que el trayecto me pareció demasiado largo para esperar llegar a la intimidad de mi pequeño chalet. Aún a riesgo de ser descubierto no pude resistir la necesidad de volverme a masturbar. Corrí la cremallera y mientras caminaba me saqué la polla de su apretado encierro y comencé a pajearme cadenciosamente. El morbo que me proporcionaba la posibilidad de ser descubierto, aumento mi excitación y casi me corro por el camino. Tuve el tiempo justo de cerrar la cancela del jardincillo que circunda mi casa e introducir mi pene en el slip para que sus bragas recibieran mi descarga.
 Permanecí un rato jadeante apoyando mi espalda en la cancela para no caerme. Luego descendí los pocos peldaños que separan la entrada con el pasillo que rodea la casa y apoyándome en la pared llegué a la puerta. Me costó abrirla y al conseguirlo entre juramentos, me dirigí sin más a mi dormitorio y tumbándome vestido como estaba en la cama quedé profundamente dormido.
 A la mañana siguiente, desperté con la polla dolorida pero erguida. De inmediato regresó a mi mente lo vivido la tarde noche anterior y el pene tomó la más erecta de sus posiciones invitando a que le diera gusto una vez más. Busqué sus bragas y aspiré el perfume de mi semen y sus jugos. Las enrollé al glande y con un sube y baja pausado y rítmico traté de satisfacer a aquel pedazo de carne endurecida y palpitante que quería volver a vomitar toda la crema que guardaba en mi interior. Sentí como se llenaba una bolsa en el interior de mi bajo vientre. Un fuego interior recorrió mis entrañas. Mi bolsa testicular se endurecía y estremecía ordeñando mis huevos. El conducto interno de mi palpitante salchichón se ensanchó para dar paso a los chorros de leche que pugnaban por salir. Dude entre recogerlos en el cuenco de mis manos o derramarme en sus bragas que dicho sea de paso eran negras y con encajes. Opté por lo último y las empapé con mis relatos de oloroso néctar. ¡Que corrida Dios mío, que fantástica corrida!. Lenta y casi dolorosa. La leche salía espesa e intensamente perfumada.
 Quedé exhausto sobre la cama mientras las últimas gotas seguían bañando sus bragas y escapaba rezumando por las arrugas de la tela, bañando mis dedos y entonces pensé en una respuesta.
 ¡Ella me había dejado sus bragas para que me masturbara con ellas y ahora debía hacérselo saber!. María no vendría hasta el día siguiente, por lo que era necesario que recibiera sus braguitas tan cargadas como me fuera posible. Mi mente trabajaba a tope. Me levanté y busqué una bolsita de `plástico de las que uso para guardar los congelados y las introduje en ella, cerrándola con el pliegue de contacto con que vienen preparadas y las puse en la nevera. Quería que mi leche conservara todo el frescor y aroma de recién salida y además le añadiría tanta como pudiera durante el día y la noche, Al día siguiente tenía trabajo y estaría todo el día fuera. Pude correrme tres veces más durante el día y una cuarta antes de dormirme. Cuando guardé las bragas en la nevera por última vez, estas estaban totalmente empapadas y con grandes coágulos de lecheen las arrugas y pliegues.
 A la mañana siguiente las saque de la nevera y las puse entre las sábanas para que recuperasen una temperatura normal y luego las coloqué en el armario en el mismo lugar donde ella me las dejó.

Datos del Relato
  • Categoría: Varios
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