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Categoría: En el Trabajo

Puchero a la leche

Hacía dos días que estaba de guardia y no habíamos tenido muchos llamados, así que estaba bastante descansado. Esa mañana me levanté temprano y mientras el enfermero y el chofer dormían profundamente me dediqué a la lectura. Como a las nueve llegó Gladys, la cocinera de la base. Cuarentona, talla mediana, morocha, cara ordinaria pero labios muy sensuales, unos senos bien servidos, cintura fina y unas caderas apetitosas era seguro que formaba parte de los sueños eróticos de más de uno de los que trabajábamos allí. Yo había escuchado más de un comentario sobre una aventura que habría tenido con un chofer pero no le dí demasiado crédito pues el tipo en cuestión vivía contando historias de esa clase y honestamente no le veía tantas uñas al sujeto. Lo que si era cierto es que la veterana se la pasaba hablando de que si bien vivía bajo el mismo techo con el marido no tenía ya nada que ver con él, pues era un hombre bastante mayor . Tenía una especie de obsesión con el tema. Tanto era así que si uno se ponía a conversar con ella al cabo de un minuto o menos ya te estaba contando acerca de su situación matrimonial.
Luego de los buenos días me preguntó que quería comer. Realmente hasta ahora nunca me lo había preguntado y me llamó la atención que lo hiciera. Le contesté que lo que ella eligiera estaba bien. Me miró de un modo extraño, un poco burlón a mi parecer y se marchó hacia la cocina.
Rato después atraído por los sabrosos vapores que inundaban la casa fui a ver que me estaba preparando . Ella estaba de espaldas a mí pude apreciar su pantalón ajustado, sus nalgas redondeadas y el contorno de su ancha y sensual espalda puesta al descubierto por una blusa blanca semitransparente. Me sintió llegar, giró la cabeza lentamente y me miró profundamente a los ojos mientras entreabrío sus rojos labios carnosos, luego siguió con su tarea mientras el cocido barbotaba en su olla. Esa mirada puso también a barbotar cosas en mí, en mi cabeza y en mi miembro que comenzó a engurgitarse suave pero seguramente haciendo contacto en mi ropa interior mientras una sensación de placer me invadía como un cosquilleo. Me acerqué, siempre por detrás y le dije
- ¿Qué está cocinando, Gladys?
- Un pucherito, ¿por qué?
El tono de su voz terminó por completar mi erección, dí un paso y mi miembro casi rozaba sus redondeces. Intentando parecer interesado en la carne sobre la mesada, alargué un poco el cuello , las manos en la cintura y puse mi cara casi junto a la de ella mientras le decía
- Está muy, pero muy apetitoso ¿sabe?
- ¿Qué es lo que está apetitoso? Dijo burlonamente, sin quitar los ojos de la mesada
- El pucherito...
- ¿Seguro?
- Bastante, dije yo, mientras el corazón me parecía que se salía por la boca y la punta del pene, casi doloroso de tieso, ya rozaba una de sus deliciosas nalgas
-¿A sí? me dijo y girando lentamente la cabeza me besó en la boca haciendo penetrar su lengua muy profundamente en mi boca. Respondí tomándola con ambas manos de la cintura mientras fregaba ansiosamente aquella masa glútea que comenzó a moverse en una danza suave y lujuriosa que me excitó aún más. Mordí suavemente su oreja y metí mi lengua en ella mientras ella tomó con su mano mi verga y se la fregaba entre las nalgas. Casi descontrolado de placer tomé aquellos pechos enhiestos, pasando suavemente las palmas de las manos sobre sus suaves pezones. Sin decirnos nada, enroscados, sonrosados y sedientos uno del otro nos metimos en el baño y trancamos la puerta. Ella, hábil y segura, desabrochó mi bragueta y extrajo, codiciosa, aquello que quería. Lo descabezó suavemente mientras lamía la cabeza con fruición, en medio de gemidos contenidos y miradas de reojo. Pronto lo tuvo en su boca y aquellos labios apresaron la cabeza suavemente y se deslizaban de arriba abajo haciéndome sentir lo indecible. De pronto, casi bruscamente, lo sorbió hasta la raíz y comenzó un masaje con su garganta que nunca había experimentado mientras me miraba a los ojos como pidiéndome la leche. Fue entonces que llegaron las cien mil hormigas en una avalancha lenta desde la cintura hasta la espalda y hacia la punta de la verga, sintiendo como corría el semen en un chorro cálido, poderoso, hacia aquella cavidad húmeda y voraz. Lo tragó así como salió, mientras yo tomaba su cabeza con ambas manos y la atraía hacía mí en aquel espasmo de placer perfecto que muy pocas veces se logra. Ya casi agotado y desagotado, la muy avarienta pasaba su tersa lengua una y otra vez sobre la cabeza aún turgente como buscando la última gota de aquella abundante acabada.
- Rato después los muchachos se levantaron. Yo leía en mi cuarto y Gladys se aprestaba a servir la comida.
- ¿Qué tenemos hoy Gladys? Le dijeron al pasar a saludarla
- Un pucherito...a la leche, contestó ella muy desenfadada
Los muy dormilones no sospechaban siquiera a que clase de leche se refería la muy putona, así que uno de ellos le dijo “Mi vieja hacia unos matambres a la leche de novela, pero pucheros no sabía que se hacían a la leche”. Ella muy suelta de cuerpo le contestó “¿el puchero? como no, pero debes tomarte la leche primero...¿sabés?” y comenzó a reir.
Datos del Relato
  • Autor: Andruco
  • Código: 6496
  • Fecha: 14-01-2004
  • Categoría: En el Trabajo
  • Media: 5.95
  • Votos: 43
  • Envios: 1
  • Lecturas: 4051
  • Valoración:
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