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UNO
Sheila
La señorita Sheila camina con la cabeza alta, sin mirar a los lados, andando con decisión, como siempre hace cada vez que entra en los largos pasillos de la Universidad. Y, como siempre también, algunas cabezas de estudiantes se vuelven a mirarla. Motivos tienen para ello. La señorita Sheila, de unos cuarenta y pocos años, estatura media, pelo corto negro teñido, rostro ancho y con cierto atractivo– a pesar de las arrugas inmisericordes que se le insinuaban en torno a los ojos y a la boca de labios gruesos y sensuales– está vestida con el atuendo más utilizado por las profesoras de aquella lejana, cara y exclusiva Universidad: unos zapatos negros de tacón alto, abiertos– que permitían deleitarse contemplando unos pies hermosos, largos, de bellos dedos y uñas muy cuidadas pintadas de rojo rubí– una escasa y ceñida minifalda negra de látex, ajustada por completo al cuerpo , que deja a la vista la totalidad de las piernas desnudas de la profesora y que, muy a duras penas le cubre el trasero– de hecho, la minifalda que lleva Sheila es tan corta, que la parte más baja de su culo se queda a la vista–, y una chaqueta corta, de color azul. Nada más. No lleva nada, nada de nada, bajo la chaqueta azul claro, de ejecutiva sexy. La chaqueta es corta, como hemos dicho, y el ombligo de la profesora y su estómago están a la vista, desnudos e indefensos. Abrochada solo en los últimos dos botones, el gran escote de la prenda permite contemplar a cualquiera una maravillosa visión: las grandes y lujuriosas tetas de la señorita Sheila. Si, es cierto, los pezones, por un milagro de la inercia, se encuentran ocultos por la chaqueta, pero el resto de las hermosas tetas de la profesora no. Excusado es decir que Sheila no lleva sujetador.
Los alumnos siguen con la mirada a la profesora, cuchicheando entre ellos en medio de sonrisas cómplices. Pero pronto su atención es ocupada por otra profesora, la cual, ataviada igual que Sheila, hace acto de aparición. Es más alta que Sheila, y de piernas más largas y bellas. Al igual que su compañera, también lleva una escueta minifalda negra que no solo deja la vista las hermosas piernas desnudas. Y es que la profesora lleva una minifalda demasiado estrecha y corta, incluso para los laxos parámetros de aquella extraña Universidad, y al más mínimo movimiento, por tenue que este sea, la prenda se levanta y la deja con el culo al aire. Literalmente. Y es esto lo que los chicos esperan, ansiosos y hambrientos: verle el culo a su profesora, porque, aunque la madura docente lleva bragas, estas son del tipo tanga
más minúsculo que pudo encontrar en las tiendas, de esas que, por detrás, consisten tan solo en una mínima tira de tela fina, que se incrusta, inexorablemente, entre las nalgas y deja a su propietaria con el culo al aire.
Pero la mujer objeto de esas lascivas miradas se detiene, impertérrita, a hablar un poco con Sheila. Son amigas. Las dos son mujeres maduras y han estrechado pronto una buena amistad.
–Pamela–la impetra Sheila, sonriendo–otra vez llevas puesta esa falda...Para lo que te tapa, igual te daba no llevar nada. Total, casi siempre te quedas con el culo al aire en las clases...
–¡Mira quien fue a hablar!– contesta Pamela, igualmente sonriente– El más ligero meneo, y les enseñas las tetas al completo a esos salidos... Ah, y para que lo sepas, yo llevo bragas...
–¡Bragas!–contesta Sheila, bajando un poco la voz y acercándose a su amiga– Eso que tu llamas bragas, en la práctica no te cubre nada, te deja con el culito al aire, y lo sabes. Aunque, bueno, para eso nos pagan, para exhibirnos y para...lo otro.
–Sí, lo sé , no hace ninguna falta que me lo recuerdes. En fin, tengo clase. A ver si esos cachondos dejan de mirarme el culo y se quedan con algo de lo que les explico.
–Hasta después, Pamela, nos vemos.
Marco
El murmullo siempre presente en los pasillos de toda Universidad se hace más intenso, y luego, con un rápido crescendo, va descendiendo hasta casi desaparecer entre un universal ruido de pasos apresurados. Al fin, el silencio. Sheila se zambulle en la corriente y entra en su aula, una enorme sala en forma de anfiteatro, muy bien amueblada e iluminada, no en vano cobran una exagerada cantidad a cada alumno. Camina rápido, para lograr el efecto deseado: que sus grandes tetas se bamboleen a un lado y a otro, arriba y abajo, de manera harto sugerente.
–Buenos días, chicos. ¿Por dónde nos habíamos quedado ayer...? ah, sí, ya recuerdo.
Los murmullos de la clase se acallan. Algunos chicos miran a su profesora con un brillo especial en la mirada: son aquellos que se sienten atraídos por las mujeres maduras, de las cuales, Sheila es una magnífica representante, sobre todo teniendo en cuenta sus generosas tetas. El resto le presta atención, pero con menos intensidad. Hay otras profesoras y todas ellas acuden a clase vestidas de la misma manera sexy que Sheila, aunque hay variaciones particulares. Como ocurre con Pamela, que usa una minifalda mucho más estrecha y corta que la de Sheila, y unas bragas tanga muy excitantes. Otras profesoras hacen lo mismo, o realzan otras partes de su cuerpo.
Marco es uno de esos alumnos que se sienten atraídos por las mujeres maduras. El joven, de unos veinte y dos años de edad, se sienta siempre en las filas delanteras de la clase, para obtener así una mejor visión de su adorada profesora Sheila. Día tras día, la escudriña de todas las maneras posibles y retiene en su memoria las formas de las piernas de la profesora, de sus grandes tetas, los contornos de su pequeño culo...en fin, todo. Sobre todo, le gusta cuando Sheila se levanta a explicar algo en la gran pizarra. Al situarse de espaldas al aula, la profesora permite que Marco tenga una panorámica total de su trasero. La minifalda de látex brillante y negro, se adhiere al culo de la profesora y todas sus formas son visibles. Marco disfruta esos momentos, admirando el trasero de su profesora, deleitándose a veces en la pequeña parte que está a la vista, y otras ocasiones, calibrando su tamaño y su forma. En otras ocasiones, su deleite llega a cotas inimaginables cuando se centra en observar los dedos de los pies de Sheila. La profesora lleva siempre zapatos de tacón alto, abiertos por delante, que deja los dedos a la vista y el joven aprovecha para regodearse mirándolos, fijando en su mente sus contornos y su textura. En fin, no tenemos palabras para expresar lo que siente el chico cuando dirige su atención a la mayor baza de la madura profesora: sus generosas y rotundas tetas. En esos momentos tiene que controlarse para no bajarse los pantalones allí mismo y masturbarse, mirando las grandes tetas de Sheila. Porque aunque la profesora siempre tiene buen cuidado en ocultar sus pezones, el resto de sus tetas queda, casi por completo, a la vista de todos, gracias al amplio escote de su chaqueta ejecutiva.
–Oh, Sheila–murmura el joven para sí, absorto en la contemplación del rostro de su profesora. Porque también se siente atraído por aquel rostro, ancho, de labios gruesos y sensuales, de ojos brillantes, de cejas anchas y espesas, de nariz también ancha y respingona, de pelo ensortijado, corto y negro como la noche. Y qué decir de lo que siente al admirar el largo cuello de su deseada profesora, su piel blanca, casi nacarada...Incluso adora y se excita sobremanera al ver las arrugas que se le forman en torno a la boca, y en torno a los ojos. Si, Marco desea sexualmente a Sheila. Ni siquiera el hecho evidente de que las hermosas tetas de Sheila adolecen de una visible caída hacia abajo, quedándose claramente colgantes, logra disuadirlo: desea a Sheila, no hay , para él , otra como ella.
El tiempo pasa raudo y veloz. La clase acaba y Sheila se despide. Marco, nuevamente, tiene una erección increíble, que a dura penas logra disimular. Sumido en la adoradora contemplación de su musa sexual, el joven no repara en que uno de sus amigos , Julio, se sienta junto a él.
–Marco, Marco...¿cuando vas a decidirte? ¿cuándo vas a ir a su despacho y a pedirle que...ejem...ya sabes? Están para eso, lo sabes. Todas ellas están para eso. Todas ellas, todas las profesoras de esta Universidad son unas ....unas...putas.
–Calla, no lo digas muy alto, a ellas no les gusta que lo digamos y a la dirección de la Universidad tampoco.
–De acuerdo, pero ve a su despacho. Solo se trata de dinero, Marco, gástatelo y disfruta de una vez. Creo que esta semana, Sheila está de oferta: dos mamadas por el precio de una. Increíble. Se ve que no tiene mucha clientela y el decano la está presionando.
–No digas tonterías, es una belleza, daría cualquier cosa por acostarme con ella.
–Pues hazlo de una vez, ve a Secretaría, paga y luego, al despacho de Sheila, a divertirte.
–Es que...no me sobra el dinero. Mi familia no me facilita mucho las cosas.
–Bueno, si es por eso, puedo prestarte. No mucho, no te hagas ilusiones, pero te daría para que la señorita Sheila te hiciese una mamada...o dos, si la oferta es real.
–Gracias, eres un amigo de verdad. Mira, si puedes, ahora mismo...tengo tiempo de ir a Secretaría y todavía puedo contratar sus servicios...Dices que me haría dos mamadas por el precio de una...Sería fantástico.
–Toma, y vete ya, pesado. ¡Pero me lo devuelves, no te olvides!
Marco ya no oye lo que su amigo le dice. Con el dinero en la mano, se dirige a Secretaría, con el corazón palpitándole a mil por hora. Nunca se había atrevido a gastarse el escaso dinero que sus padres le envían en contratar los servicios especiales de la señorita Sheila, aunque lleva mucho tiempo deseándolo y necesitándolo. Constantemente fiscalizado por su familia, Marco es un joven tímido que apenas se atreve a expresar sus deseos. El inesperado regalo de su amigo Julio lo ha revitalizado y tan contento está, que ni siquiera nota que ha llegado ya a su destino.
–¿Qué desea?–le pregunta, con voz cansina, una mujer escueta y torva, de mirada oscura bajo unas gafas de pasta.
–Yo...yo...esto...Me gustaría...Despacho...Señorita Sheila...ejem...sí, me gustaría...ya sabe...esto.
Marco se aturde. El rojo acude a sus mejillas y pronto parece un tomate hablador. La mujer esboza una sonrisa de desprecio y murmura:
–Oh, sí, lo entiendo. Usted quiere contratar los servicios especiales de la señorita Sheila. Ahora mismo. Bien...déjeme ver la agenda de esa puta...quiero decir, los compromisos de esa profesora...¡Vaya, mira por donde, está libre!¡Y también está libre mañana y toda la semana, y creo que lleva libre demasiado tiempo, je, je!
Marco hierve de furia. Pero se contiene. Necesita que aquella bruja le proporcione el boleto preciso para disfrutar de los servicios de la señorita Sheila y , haciendo un esfuerzo, se relaja y , con su cara de amabilidad más estudiada, contesta:
–Bien, entonces, creo que puedo contratar...por ejemplo...para ahora mismo...los servicios de la señorita Sheila.
–Oh, si, por supuesto, por supuesto. Y...¿qué va a ser?
–¿Perdón?
–Si, quiero decir que qué clase de servicios desea contratar. Mire, se lo explico, que ya veo que no es muy ducho en estas lides, joven. En fin. Veamos. Tenemos la opción A, la B y la C...
–Y eso significa...– consigue decir Marco, avergonzado de tanta ignorancia.
– La opción A es la más económica. Si contrata esta opción, la señorita Sheila practicará el sexo oral con usted, joven.–y, como Marco no dice nada, la mujer se acerca a él, y , con voz muy baja, le dice:– Vamos, que te hará una mamada, chico .Huy, no ,"pardón", no puedo decir esa palabra...la señorita Sheila, te hará una felación..Sí, eso es, la muy...te hará una felación con su boca insolente. Oh, mira, mira, lo que pone aquí, en el registro de tu profesora: " Ofertas semanales: Dos felaciones por el precio de una". ¡ Vaya, estás de suerte! La "señorita" Sheila–la mujer acentúa demasiado la palabra "señorita", dejando muy claro que de señorita, Sheila no tiene nada y que le vendría mucho mejor otra definición, sobre todo la que empieza por la letra p – , si, la señorita Sheila tiene una oferta esta semana...je, je...y te hará dos mamadas por el precio de una. Perdona, otra vez he utilizado la palabra prohibida...felaciones, te hará dos felaciones, por el precio de una. Una ganga. Aprovecha y disfruta.
Marco traga saliva. Julio tenía razón, y si había suerte y todo le salía bien, dentro de poco podría disfrutar de dos mamadas a cargo de su musa sexual. Pero deja hablar a la bruja.
–La opción B, significa, simplemente, sexo normal, esto es, vaginal. Vamos, que podrás follarte a esa zorra. Huy, no, olvida lo que he dicho. Quería decir, que con la opción B podrás hacerle el amor a tu virtuosa profesora. Y la opción C, la más cara, con mucho, implica que la señorita Sheila se avendrá a que usted practique sexo anal con ella. Vamos – y aquí volvió a bajar la voz– que podrás darle por el culo a tu profesora, muchacho. Y de nuevo, olvida estas últimas palabras, soy una vieja y no sé lo que me digo, el señor Decano siempre me lo dice el muy...en fin, será mejor callarme.
–Y...y...¿los precios?–balbucea Marco, completamente excitado.
–Ah, los precios, el dinero, siempre el dinero. En fin. La opción A, sexo oral, es relativamente barata, por cincuenta billetes puedes disfrutar de una...felación...a cargo de tu querida profesora . La opción B, te permite hacerle el amor por ciento-cincuenta billetes, y la opción C...amigo, la opción C es para sibaritas...por trescientos billetes, podrás penetrar en el agujero anal de tu profesora con tu joven y viril miembro...Sí, sé que eso te gustaría, a todos les gustaría, por eso es la opción más cara, je, je...
Marco, con la cara enrojecida de vergüenza, esgrime un billete de cincuenta.
–Ah, veo que al fin, será una mamada, digo una felación, hay que hablar con propiedad, estamos en una Universidad seria. Ay, no, espera,...no...dos mamadas...digo, dos felaciones, debido a las rebajas...je, je...
La mujer le entrega un impreso. En el mismo hay tres opciones claramente delimitadas y con sus correspondientes cuadraditos para tachar una equis: A, sexo oral. B, sexo vaginal. Y C, sexo anal. Bajo las opciones, se encuentra destacado en letras de molde el nombre de la profesora, señorita Sheila, y las señas de su despacho. El joven tacha la opción A y firma; la bruja también lo hace, con un sello azul, después de recibir el dinero. Luego, le entrega el resguardo a Marco.
–Ahora, ve a su despacho. Le entregas este resguardo y del resto se ocupará ella, chico.– al decir esto último, la mujer, que, evidentemente, está divirtiéndose de lo lingo, hace con su boca y su mano el gesto inconfundible de quien está haciendo una mamada. Marco decide no hacerle caso y busca una nueva pregunta, para quedar bien.
–Esto...yo...en fin, querría saber...¿ se desnudará para hacerme...la...la...ya sabe?
La mujer sonríe con socarronería.
–Oh, por supuesto que sí. Todas esas putas...digo...todas esas señoritas, todas esas profesoras, todas se desnudan, tenlo por seguro. De hecho, ya van por ahí enseñándolo casi todo, con los culos al aire y las tetas fuera, las muy putonas...en fin, yo no soy quien para juzgarlas, ya se sabe. Así que sí, tu señorita Sheila se desnudará para ti, tenlo por seguro.
Marco respira hondo. Al fin ha terminado aquella terrible mujer y puede irse. La saluda vagamente y, sintiendo en la nuca la mirada burlona de la bruja, da media vuelta y se va...en busca de su profesora, de su deseada y admirada Sheila.
El joven, tembloroso, corre por los pasillos. Está tan nervioso que incluso olvida la situación del despacho de Sheila, aunque pronto lo recuerda y retoma el camino correcto. Obsesionado, le parece que todos los alumnos y profesores con los que se cruza saben el lugar al que se dirige y se ríen de él, burlándose de su timidez, de su cortedad, burlándose porque ha elegido, no a una de las profesoras más jóvenes y exuberantes, sino a una mujer que le duplica la edad , una mujer madura que ya no tiene mucho éxito entre los alumnos, si es que alguna vez tuvo alguno. Marco querría gritarles a todos que para él, Sheila es la más hermosa mujer del mundo, que por nada querría hacer el amor con otra mujer que no fuera ella, que con sólo pensar , por ejemplo, en las piernas desnudas de la profesora, se siente arrebatado por el deseo sexual y tiene que recurrir a toda su fuerza moral para contenerse. Querría gritarles, escupirles a la cara, que para él, sería preferible, mil veces preferible, lamer, oler y besar los pies desnudos de la señorita Sheila durante pocos minutos, que pasar toda una noche de sexo desinhibido con otra mujer más joven.
Turbado por estos y otros pensamientos, el joven llega, al fin, ante la puerta del despacho de la señorita Sheila. Con sumo cuidado, pega la oreja a la madera y escucha. Nada, no parece haber nadie dentro, es decir, infiere que la profesora está sola. Además, no está colgado el cartelito rojo oscuro, que, en la universidad, significa que una profesora está ocupada satisfaciendo sexualmente a algún alumno. Reconfortado, aunque nervioso, toca ligeramente con los nudillos. En teoría, piensa, el ordenador de la bruja debe ya de haber transferido la orden al ordenador de Sheila y la profesora , siempre en teoría, debería encontrarse ya esperándole, preparada y dispuesta.
–Pasa, Marco– se oye la suave y cantarina voz de la señorita Sheila. Al joven le da un vuelco el corazón y abre la puerta, pidiendo permiso. Luego, la cierra tras él y, al fin , se permite mirar al interior del despacho, temblando de emoción.
DOS
Pamela
La señorita Pamela, de cuarenta y pocos años, delgada, esbelta y de piernas largas y bellas, entra en el aula. Sonríe a todos y se sitúa tras su mesa profesoral, consciente, como siempre, de las miradas de sus alumnos, cautivados por todo lo que su minúscula y casi inexistente minifalda de látex negro deja a la vista. Al igual que Sheila, Pamela lleva encima, además de la minifalda, tan solo una chaqueta azul oscuro, corta, cerrada por encima de su coqueto ombligo desnudo. Sin embargo, la profesora no tiene, ni por asomo, unas tetas del tamaño de las de Sheila y la prenda, casi desabrochada por completo, permite a todos atisbar, con frecuencia, los pezones de su propietaria. Pamela sabe que ese es su talón de Aquiles, la pequeñez de sus tetas, las cuales, no obstante, no están del todo mal. Por eso, por esa carencia, la profesora lleva una minifalda tan corta, tan escasa: así puede compensar y mostrar a todos la voluptuosidad de su culo. Su culo es su mejor opción y esa es la razón de que, con sospechosa asiduidad, se incline hacia adelante , provocando que la minifalda se le suba hasta la cintura y su lindo culo se quede, literalmente, al aire. Como ahora. Vuelta de espaldas a la clase, la señorita Pamela escribe algo en la gran pizarra, inclinándose de forma harto innecesaria hacia delante. Al hacerlo así, la minifalda se le sube y se queda con el culo al aire. Cierto, lleva bragas, pero las bragas tanga solo le cubren realmente una mínima parte del trasero, en realidad, solo el borde superior, porque el estrecho trozo de tela de encaje blanco , al introducirse entre las nalgas, las deja al aire, a la vista de todos.
Sonrisas ahogadas reciben esta muestra de exhibicionismo por parte de la profesora. Algunos chicos, incluso, encaramados en lo más alto de la clase, solitarios, inician torpes intentos de masturbación, a través de la tela de los pantalones, incapaces de resistirse al atractivo de aquella profesora que les enseña el culo con tanta facilidad. De entre estos, los más atrevidos, incluso se meten la mano por debajo del pantalón y, alcanzando la verga, se la acarician durante toda la clase, admirando el culo y las largas piernas de Pamela, pensando en el momento en el cual podrán, al fin , disfrutar de los servicios sexuales de la profesora, cuando reúnan el dinero suficiente para comprar tales servicios...
–Bien– dice la profesora, sonriendo, sentándose sobre la mesa, de cara a la clase y, descalzándose como por azar, mostrando ahora a todos, no solo sus bellas y bien moldeadas piernas, sino también sus hermosos pies desnudos– eso es todos, chicos. Mañana nos vemos...o incluso antes, ya saben.
Un coro de correctas risas acoge estas últimas palabras de la sexy profesora. Luego, Pamela se vuelve a calzar y, tras inclinarse hacia delante por última vez, buscando un inexistente bolígrafo que , pretendidamente, se le ha caído al suelo, y enseñar el culo una vez más, se yergue y se va, taconeando con fuerza y siempre sonriendo.
Pamela camina por los pasillos, en dirección a su despacho. Está contenta, pues últimamente, su productividad sexual está en muy buenos niveles, a pesar de ser una profesora madura que cuenta con la competencia de profesoras más jóvenes. Sí, todo va bien. En las últimas dos semanas, ha satisfecho tres peticiones de sexo anal, cinco de sexo vaginal y una docena de peticiones de sexo oral. No está nada mal, para tratarse de una mujer de más de cuarenta años, se dice, satisfecha. Este mes, si todo sigue igual, piensa Pamela, cobrará una suculenta cantidad de dinero.
Al llegar a la puerta de su despacho, constata, sin sorpresa, que hay un alumno esperándola. Pamela sonríe y el joven le entrega un impreso. La profesora mira el papel y suspira, satisfecha.
–Sexo anal– murmura. La productividad sube y sube, piensa Pamela, contenta– muy bien, pasa. Enseguida me desnudo y empezamos.
El joven sonríe, azorado. Pamela abre la puerta, lo invita a entrar y el chico obedece. Pamela cierra tras él, con llave, por supuesto y pone el cartel de NO MOLESTAR, el cartel rojo que todos conocen, el cartel que grita a los cuatro vientos: NO MOLESTAR, PROFESORA FOLLANDO. Luego, sin esperar a nada más, se quita la chaqueta, se baja la minifalda y se quita las bragas. El joven contempla, extasiado, el cuerpo desnudo de la madura profesora y siente que la polla se le pone muy dura. Pamela se descalza y, totalmente desnuda, avanza hacia el joven. Se arrodilla ante él y le acaricia la entrepierna, que muestra ya una considerable erección y le baja los pantalones y los calzoncillos, sin dejar de mirarlo a la cara, sonriéndole siempre. La polla del muchacho salta hacia delante, casi dura, temblorosa y ansiosa y un gemido se oye en el despacho. Pamela le agarra la verga con una mano y se la masajea unos segundos. Después, se la mete en la boca. El joven cierra los ojos y disfruta, gimiendo de placer, sintiendo en la verga el contacto mojado de la lengua y los labios húmedos de la profesora. Pamela no se limita a lamer y pronto chupa con fuerza la polla del joven. Cuando considera que ya la tiene suficientemente dura, se la saca de la boca.
–¿Cómo quieres hacerlo?¿Me inclino de espaldas a ti sobre la mesa, levanto el culo y entonces me la metes hasta el fondo?– pregunta la profesora, sosteniendo con una mano la polla del alumno.
–C-como quiera, señorita Pamela...yo solo...yo solo quiero ...necesito darle por el culo, por favor.
–Tranquilo, cálmate o te correrás antes de tiempo. Mira, me pondré de espaldas a ti, como te dije, y levantaré el culo, separando las piernas. Entonces, podrás meterme tu gran polla por el culo.
El chico no contesta. Pamela se levanta y hace lo que acaba de decir. El joven pronto tiene ante él el magnífico culo desnudo de la muy desnuda profesora. La visión del agujero anal de Pamela lo perturba y, sin pensar, se lanza al ataque. La profesora siente el embate furioso y torpe del joven. La polla del muchacho se incrusta dentro del culo de Pamela, arrancándole un gemido a la profesora. En un instante, la verga está por completo dentro del culo de la profesora. Pamela no ha juzgado necesario usar lubricante, porque cree que ya tiene el ano suficientemente dilatado, debido a que en los últimos días ha atendido a varias peticiones de sexo anal. Pero no ha contado con el grosor de la polla del muchacho, que resulta ser un poco demasiado para ella. Casi no le cabe por el culo y el alumno se ha abierto paso a las bravas, sin detenerse. La profesora gime, empalada si miramientos por el culo.
–Cálmate, muchacho, que vas a destrozarme si sigues así...Despacio, disfruta, no seas bruto.
Pero el joven no atiende a razones y se folla sin compasión el culo de la profesora. Empieza a moverse, adelante y atrás, una y otra vez. Pamela lo acompaña con gemidos, casi siempre fingidos, para que el joven disfrute más y termine más rápido. Durante varios minutos, el ansioso alumno le da por el culo a la profesora, con rudeza, empujándola, una y otra vez, contra la madera del escritorio. A cada empujón, Pamela emite un dulce gemido, que parece mezcla de placer y estupefacción ante tamaña embestida. Al fin, Pamela nota como el joven se corre, lanzando violentos chorros de semen caliente dentro de su culo. El chico saca el miembro del ano de Pamela y continúa corriéndose, ahora, directamente sobre las nalgas blancas y amplias de la profesora.
Pamela espera, en la misma postura, respirando entrecortadamente. El joven se retira y la profesora siente como la caliente y cremosa esperma le recorre las nalgas y le rezuma hacia afuera desde el agujero anal. Después de una prudencial espera, Pamela, atusándose un poco el pelo, se vuelve hacia su alumno.
–¿Te ha gustado?– le pregunta, arrodillándose de nuevo ante él y acariciándole la polla mojada con ambas manos. El chico la mira, respirando de modo más acompasado, y pasa sus manos por el pelo oscuro de la profesora. Al fin ha descargado, al fin ha podido alcanzar su sueño de penetrar analmente a la señorita Pamela, si, al fin está contento, satisfecho. Ha sido maravilloso sentir su polla introducida por completo dentro del culo de la profesora, maravilloso, increíble.
–Sí, señorita , me ha gustado y mucho, de verdad. Ha sido...increíble. Me...me gusta mucho su culo, si me permite decírselo. Pamela sonríe al oír esto.
–Si te lo permito–le contesta– y me gusta que te guste. Mira, siempre que quieras, puedes solicitar practicar sexo anal conmigo, si te gusta tanto. No tengo ningún problema, mi culo siempre está disponible para mis queridos alumnos.
–Bueno, señorita, es que es muy costoso. Yo había pensado, para la próxima vez, en algo más barato, como un poco de sexo oral...
–¡Por supuesto! Puedo chupártela cuando quieras...y...como me caes bien ...mira, la próxima vez que vengas, si te apetece, te puedo hacer dos mamadas por el precio de una.
–¡Perfecto!– repone el chico, subiéndose los pantalones. Pamela también se levanta y agarra las bragas, que se encontraban en el suelo. Va a ponérselas, cuando el chico la interrumpe:
–Se...señorita Pamela...yo...mire, me gustaría mucho quedarme con sus bragas.
–¿Qué?¡Ah, claro, ya comprendo!, Si, por supuesto que sí, tómalas...– dice , entregándole las bragas al chico– había oído hablar de la costumbre que tienen algunos alumnos de coleccionar las bragas de sus profesoras...
–Sí, es que...ejem...a muchos les gusta guardar las bragas de las profesoras que se han follado. Como una especie de trofeos. Yo no tengo muchas, la verdad, y le agradezco que me haya dado las que llevaba puestas...ahora, se quedará usted sin bragas el resto del día. Lo siento.
–Oh, no te preocupes– dice Pamela, sonriendo y quitándole hierro al asunto, como si no fuera importante– dime...supongo que los alumnos se reunirán y hablarán de las profesoras que se han follado y...y...mostrarán sus ..."trofeos".
–Oh, sí, esto...hablan...y enseñan sus colecciones de bragas de profesoras, y, en fin...ya sabe.
–¡Me encanta! La verdad es que eso que acabas de decirme me excita y, si no fuera porque soy una profesional, te follaría aquí mismo.
El chico traga saliva. La perspectiva de verse asaltado sexualmente por la señorita Pamela lo pone a cien, pero sabe que es muy difícil que eso pase. Las normas son muy estrictas, y las profesoras solo pueden follar con sus alumnos previo pago de estos a la administración de la Universidad.
–Por cierto– continúa Pamela, subiéndose la minifalda– las bragas...las llevaba puestas desde ayer...no sé si...es que no tuve tiempo de ducharme esta mañana y salí de casa con las mismas bragas que me había puesto ayer.
–Oh, es...es mucho mejor así, usadas....muy usadas. Hay...es mejor que no hable mucho de esto, pero hay un...mercado subterráneo y medio oculto para las bragas de las profesoras y cuanto más usadas, mejor. Usted me entiende.
Pamela asiente. Si , lo entiende. Fetichismo. Fetichismo de bragas. No le resulta difícil imaginar un mercado en el cual las bragas de las profesoras adquieren valor económico, más alto cuanto más usadas por las susodichas profesoras están las bragas. No es de su incumbencia, sin embargo. Termina de vestirse y comprueba que el joven también ha terminado a su vez.
–Bien. Hasta la próxima, y no olvides mi oferta. Dos mamadas por el precio de una, ya sabes.
–No lo olvidaré, profesora, y procuraré regresar lo más pronto posible.
Pamela ve como el joven se va del despacho. Cuando la puerta se cierra, la madura profesora sonríe, satisfecha: aunque su culo se queje y sienta algunas molestias al sentarse–no en vano lleva varios servicios anales realizados– económicamente, todo va muy, muy bien. Sus beneficios, este mes, prometen ser bastante interesantes.
FIN de esta primera parte.
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