Allí sentados frente a la chimenea, él pasó su brazo alrededor de mis hombros y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Suelo ser tímida, pero sabiendo que esta iba a ser mi primera y única oportunidad con él no podía desperdiciarla con tonterías. Así pues, le miré, y le acaricié la cara. Su cara, debo decirlo, es perfecta. Blanca, con cierto toque infantil y unos pómulos muy marcados. Me atrajo hacia sí con sus brazos y su boca se hundió en la mía. Mi lengua jugaba con la suya, ancha y cálida. Sentía sus manos recorriendo mi espalda, y las mías se perdieron en su pelo. Besé su cuello, sus orejas, notando como tenía la respiración muy acelerada, el corazón parecía que iba a desbocársele, al igual que el mío propio. Tirados en el suelo, nos besábamos y abrazábamos tan profundamente como si quisiésemos desgastarnos. Notaba su miembro tremendamente duro y cálido bajo el pantalón. Lo deseaba tantísimo que incluso me mareaba. Me besaba los pechos y los recorría con lujuria, mientras agarraba mi cintura con sus manos y me acariciaba los muslos. No podía aguantar más. Le desnudé y recorrí todo su cuerpo con mi boca, mientras él me acariciaba entre las piernas, Jamás había estado tan húmeda. Se giró y se pudo sobre mi, abrazándome, me penetró con firmeza. Enlacé mis piernas por detrás de sus nalgas, como queriendo acercarlo más a mi interior. Él sostenía mis manos sobre mi cabeza. Nos corrimos casi al mismo tiempo, nuestros gemidos se tapaban mutuamente. Cuando noté su semen dentro su cuerpo fue relajándose poco a poco. Sudoroso y todavía en mí, se recostó en mi pecho. Yo le acogí con mis brazos y le acaricié el pelo y una espalda que todavía tiritaba. Seguíamos viendo estrellas.