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Post mortem

Las hojas caen de los árboles, alargadas sobre el suelo, pintan las calles de un gris desbordante, caotico. En la plaza un grupo de palomas se arremolinan, inmediatamente alzan vuelo. El sol aun permanece quieto, confunde sus rayos entre el agua que cae precipitadamente a tierra.
Sus pasos, luchan interminablemente entre sombras, su corvado cuerpo es una figura planetaria, girando en el vacío; repasa la geografía de sus sueños y coge un poco de tierra, donde cabo su tumba, hace ya tanto tiempo.

Cierra la puerta, cuelga la gabardina sobre el perchero y sacude el agua que lo ha empapado, permanece quieto, hasta cuando su mirada encuentra a Stella, completamente desnuda, tendida y con la piernas abiertas; mirando insistentemente el bulto que asoma por sus pantalones.

Joven su cuerpo, tan callado como su boca, se deja mirar en sus ojos, tal, delgado con la belleza de su piel blanca, con el cabello rubio esparcido hasta la cintura, largo, contrastando con el vello oscuro que cubre su pubis. Sus pequeños senos, tersos, como un durazno; sus caderas, prominentes como la silueta de los montes al cielo. Su espalda, cubierta de delicado bello, formando una línea que baja y termina en punta en donde se juntan sus nalgas, cediendo sus robustos muslos para terminar en la delicadeza de una vagina sonrosada . Solo tiene 21 años y el ya pasa de los 40.

Caen sus ropas, deja su cuerpo desnudo, insistiendo que sus ansias semejan cerdos, que aun en el matadero, llenos de sangre y estiércol, insisten en la copula.

Se acerca, acaricia su piel blanquísima, esperando que la luna salga y alumbre sus pechos, erguidos ya, con el pezón firme, como una acción de gracias a su espera, para que el solo lo succione con sus labios.
Después Cuenta los lunares que tiene todo su cuerpo, como un rito, para no olvidar la carne donde esta impreso. Descubre uno, sobre su vientre y acerca sus labios para dejar escurrir saliva e irla esparciendo en un círculo con la yema de los dedos.

Alza sus piernas, hasta sus hombros, acaricia su verga gorda, hinchada como una chinche a reventar de sangre y la penetra. Lo embarga la misma sensación ante todas las mujeres, ese movimiento de sus senos, bamboleándose, entre el sudor que recorre el cuerpo, mientras el las penetra tomándolas de las caderas, introduciendo su miembro con mas fuerza una y otra vez. Los ojos, en blanco, como mascaras de un carnaval que visten el verdadero rostro del placer.
El lóbulo de la oreja, erógeno, donde encuentra lecho a sus improperios de burdel que susurra con la parsimoniosa calma de un cura. Ah eyaculado.

....La mórbida penumbra

Tras de el se cierra la puerta y con el leve aire, mueve la papeleta que cuelga del pie de Stella, tiene escrito. Nota de la autopsia.
Datos del Relato
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