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Categoría: Confesiones

POR NO PAGAR LA CUENTA

"Intenté irme de un restaurante sin pagar la cuenta y viví la aventura más increible que se puedan imaginar... Lean, opinen y me cuentan si han vivido algo similar... "

 

POR NO PAGAR LA CUENTA

 

Luego de dos años de sentir mucha vergüenza, pero al mismo tiempo una excitación enorme cada vez que recuerdo lo que me ocurrió, me he decidido a compartir con los lectores de esta página la situación más inesperada y excitante que he vivido hasta la fecha. Creo que esta es una situación poco frecuente, o por lo menos no he leído un relato similar, lo que me animó mucho más a enviar este relato, debido a que puede resultar original. Como es totalmente verídico, debo enviarlo como de autor anónimo, para no resultar de pronto identificado por alguno de mis amigos, especialmente de los compañeros de trabajo, que veo que también entran páginas de relatos eróticos.

 

Pero vamos al relato. En la época en que me ocurrieron los hechos que voy a relatar, trabajaba en una importante entidad oficial, ocupando un cargo de buen nivel y salario. Todos los días salía a almorzar en un concurrido restaurante que quedaba cerca de la oficina, donde la comida era exquisita y los precios económicos, pero sobre todo, donde atendían como meseras una joven de unos veinte años y una señora de unos treinta años, bonitas, simpáticas y ambas de un cuerpo espectacular. La cajera y administradora del sitio, nunca supe si también era la dueña, era una señora de unos cuarenta años, con un cuerpo lleno de curvas, un trasero grande y bien formado y una cara agradable, pero un genio de mil demonios, ya que durante todo el tiempo regañaba y apuraba a las dos meseras, especialmente en los momentos en que el lugar se llenaba de comensales. Casi todos los días podía observar el intenso trajín del restaurante y en más de una ocasión tuve que esperar largo rato antes de ser atendido, lo que ocasionaba la furia de la administradora, aunque yo trataba de tranquilizarla, para que no afanara ni molestara a las meseras.

 

Un día que salí a almorzar un poco tarde y de afán por estar terminando un trabajo que debía entregar en la tarde, dejé mi billetera en el escritorio de la oficina y sin darme cuenta que no disponía de efectivo para pagar el almuerzo, hice el pedido y solo cuando estaba terminando noté que no traía dinero. Observé a las mesas vecinas para ver si había algún conocido que me pudiera prestar mientras regresaba a la oficina, pero dado que ya estaba pasando la hora del medio día eran pocos los clientes que quedaban en el sitio. No sé por qué motivo, quizás por el afán, me pareció fácil salir sin pagar, aprovechando lo ocupada que se encontraba la administradora organizando la caja y haciendo cuentas. Grave error! Había salido del restaurante y llevaba tan solo unos pocos metros caminando a paso acelerado cuando sentí un grito. Era la administradora, quien me recriminaba por haber salido sin pagar. Para evitar el escándalo y que de pronto algún conocido que pasara por el lugar se enterara de la situación, me devolví asustado y traté de explicarle a la señora lo que me había ocurrido, pero como dije al principio, su genio era tan malo que no aceptaba razones. Me agarró de un brazo y me llevó nuevamente al restaurante, diciéndome palabras soeces y amenazándome si no pagaba de manera inmediata. Afortunadamente en el restaurante ya no quedaban clientes, solo las dos meseras que estaban recogiendo platos de las mesas, pero para mi desgracia no llevaba conmigo ni una moneda, ni siquiera el reloj y tampoco joyas, ya que no las uso.

 

Eso puso más furiosa a la doña, Teresa supe que se llamaba, quien le dijo a las dos meseras:

 

  • Sonia y Angélica, lleven a este desgraciado sinvergüenza al cuarto del vigilante y lo encierran, mientras yo llamo a la Policía o decido qué hacer.

 

Yo intenté protestar, pero antes de que pudiera hacer algo Angélica, la mesera joven y Sonia, la más veterana, me agarraron cada una de un brazo y me dijeron:

 

  • Adelante, síganos y no se resista. Tampoco discuta ni se ponga bravo, ya que con doña Teresa le va a ir muy mal, como le ha ido a los que en el pasado han tratado de hacerle "conejo" (irse sin pagar) o engañarla.

 

A continuación me metieron en un cuarto pequeño con una cama grande en el medio y una luz tenue, donde dormía el vigilante que cuidaba el negocio en la noche. Salieron y cerraron con llave, dejándome muy preocupado, especialmente por lo último que dijeron y por la amenaza de doña Teresa de llamar a la Policía. Pensaba en las consecuencias que eso podía tener si se enteraban en la entidad donde trabajaba y además, en el trabajo que debía entregar esa tarde y en que por lo vergonzoso de la situación no podía avisarle a nadie. En esa situación me tuvieron como una hora o más, hasta que sentí que estaban abriendo la puerta del pequeño cuarto en que me encontraba. Me preparé para lo peor, para ver aparecer un agente u oficial de la Policía dispuesto a llevarme detenido, pero pronto comprendería lo equivocado que estaba…

 

Al frente apareció doña Teresa, seguida de Angélica, Sonia y una mujer morena, bastante grande y acuerpada que no reconocí y que traía en la mano un cuchillo cocinero que más parecía una pequeña espada. Con voz fuerte y amenazante doña Teresa me dijo:

 

  • Después de pensarlo, voy a darte una única oportunidad de pagar tu deuda: la tomas o la dejas. Si la tomas, no te vas a arrepentir, si no la aceptas nos va a tener que ayudar nuestra amiga Cristina (de inmediato supuse, y luego lo confirmé, que era la señora que tenía el cuchillo en la mano, quien como me enteré después, trabajaba en el restaurante como cocinera y vivía con el vigilante nocturno). En todo caso yo me cobro a las buenas o a las malas, ya que la Policía me ha respondido que no viene a detenerlo solamente por no pagar un almuerzo.

 

Por lo último que dijo suspiré aliviado, pero no dejaba de sentirme intimidado por las cuatro mujeres, y especialmente por el enorme cuchillo que traía la tal Cristina. Entonces pregunté:

 

  • Y qué debo hacer para salir del problema y poderme ir rápido, que debo presentar un trabajo antes de terminar el día.
  • Eso lo decido yo, dijo en tono enérgico doña Teresa. En todo caso, díganos si acepta o no, para proceder.
  • Acepto, dije en tono resignado, sin saber lo que me esperaba.

 

Doña Teresa y las tres mujeres entraron al pequeño cuarto y cerraron con llave. Yo pregunté que qué iban a hacer. Angélica y Sonia se miraron y rieron. Me dijeron: por nosotras no te preocupes papito, preocúpate por doña Teresa y por la señora Cristina. Aunque seguía intrigado, poco a poco comencé a comprender a qué se referían cuando me trajeron al cuarto.

 

  • Desnúdate, me gritó doña Teresa. Para que te puedas ir, nos vas a tener que dejar satisfechas a todas. Te has salvado porque no eres feo y porque no le caes mal ni a Angélica ni a Sonia, quienes intercedieron por ti. Pero, en todo caso ya veremos si logras hacernos gozar a todas, especialmente a Cristina y a mí.

 

Yo comencé a desnudarme, sin entender lo último que dijo doña Teresa. Sin embargo no me atreví a preguntar, por miedo a hacerla enfurecer. Angélica y Sonia también se desnudaron, mientras Cristina y doña Teresa observaban de pie. Cuando terminé de desnudarme, lentamente Sonia se acercó y me extendió un brazo, que observé excitado, ya que era muy suave y además bastante velludo, cosa que me encantaba por cuanto me hacía presentir una concha bien peluda, algo que siempre me ha gustado.

 

Casi con miedo, cogí el brazo de Sonia y lo acaricié con toda la suavidad que pude y un extraordinario esfuerzo por controlarme, ya que la situación, el cuarto en que me encontraba y las cuatro mujeres que tenía al frente me tenían completamente asustado, aunque debo reconocerlo, también bastante excitado. En ese instante, Sonia empezó a acariciarme la mano. De reojo miré hacia Angélica, quien estaba en ese momento quitándose el ajustado pantalón que se había puesto luego de terminar su jornada de trabajo.

 

Sonia cogió mi mano y la empezó a besar, mientras Angélica llegaba por mi espalda y me abrazaba, jugando con su lengua sobre mi oreja. Se me cerraron los ojos; noté una mano que empezaba a recorrer mi pierna, formando círculos que ascendían en busca de mi verga. Angélica me hizo levantar, con lo que quedó a la vista mi pene, que para entonces se encontraba completamente erecto. Vi a Sonia, con las pupilas dilatadas hasta el límite, mirar hacia ahí. Angélica me giró y comenzó a besarme en la boca. Yo busqué sus pechos y sentí sus pezones de punta y completamente duros.

 

Sonia llegó por detrás y comenzó a besarme y acariciarme la espalda. Me abrazó y empezó a jugar con mis tetillas. Mientras tanto yo acariciaba los pechos de Angélica. De pronto Sonia cogió mi mano y se la llevó a su concha. Mis sospechas quedaron confirmadas: era bastante peluda y desde ese momento comencé a pensar en cómo luciría esa tremenda mata de pelos cuando la pudiera mirar de cerca, ya que la escasa luz del cuarto no me dejaba verla muy bien.

 

La verga estaba que me estallaba. La erección que tenía me sorprendió a mí mismo. Si normalmente mi verga mide 18 centímetros, creo que en ese momento alcanzaba fácilmente los veinte. Además, escurría líquidos preseminales en abundancia. Sonia se acercó y cogió mi cabeza para dirigirla sobre sus tetas. Mientras las lamía, observé que Angélica se tumbó en la cama, abriendo sus piernas y dejando al descubierto una chocha que aunque no era tan peluda como la de Sonia, supongo que por lo más joven, en cambio se encontraba brillante, por los jugos que le escurrían hasta el mismo agujero del culo.

 

- Eh, venid aquí, nos dijo a Sonia y a mí.

Sonia la siguió rápidamente, y se sentó junto a ella.

 

- Bueno, qué. ¿Te vas a quedar ahí parado?, me dijo retadora. Si quieres que te dejemos libre, primero nos vas a tener que lamer a cada una la panocha hasta que te corra la leche por la boca y te gritemos que no más. Solo entonces te dejaremos para que hagas disfrutar a doña Teresa y a la señora Cristina.

 

Me acerqué a ellas. Me concentré primero en Sonia, para poder hacer realidad el sueño de verle la concha de cerca. Al fin lo logré, pudiendo observar realmente impresionado y excitado, que los pelos no solo subían hasta el ombligo, sino que bajaban hasta el culo, donde se arremolinaban en una selva impresionante. No terminaba de contemplar esa visión cuando Sonia agarrándome por la cabeza me clavó de narices en su encharcada selva. En ese momento me di cuenta que no iba a resultar muy difícil hacerla venir, por cuanto de su peluda y para mi gusto hermosa cueva ya manaban líquidos como de un manantial. Con la lengua empecé a abrirme paso entre esa maraña de pelos hasta alcanzarle el clítoris. Cuando le pasé la lengua por encima antes de comenzar a chupar, pegó un gemido y cerró las piernas alrededor de mi cabeza, haciéndome perder el aire. Empecé a chupar y a chupar, respirando con dificultad, hasta que en unos cinco minutos me inundó la boca con una abundante venida, que tenía un sabor agradable, aunque era algo difícil de lamer y tragar por cuanto era bastante espesa y pegajosa.

 

Todavía estaba tomando aire cuando sentí un tremendo jalón en una oreja. Era Angélica, quien no sé si en serio o jugando a que tenía un fuerte ataque de celos, me agarró de la cabeza y me clavó en la "piscina" en que estaba convertida su concha, al tiempo que me gritaba:

 

- A ver si a mí me haces venir igual. Yo si te voy a ahogar antes de que te deje en paz. Te vas a arrepentir por traicionarme!

 

Comencé a chuparle la chocha, pero a diferencia de Sonia, Angélica me acostó en la cama y prácticamente se sentó sobre mi cara. Efectivamente empecé a padecer por falta de aire, ya que era muy difícil respirar en medio de los cortos pero tupidos vellos que cubrían la entrada de su vagina, aparte de que ella empujaba hacia delante y atrás como si me estuviera haciendo el amor con el clítoris, que sobresalía largo y duro en medio de los vellos, al tiempo que me empujaba la cabeza para que le metiera la lengua en la cueva cada vez más profundo. Yo chupaba y chupaba y ella nada que alcanzaba el orgasmo, aunque sí me llenaba la boca de líquidos, más claros y para mi sorpresa, más abundantes que los de Sonia. A punto estaba de ahogarme y de sufrir un infarto por el placer que estaba sintiendo, cuando Sonia comenzó a decirle que me tuviera lástima, que me soltara para que pudiera seguir con doña Teresa y Cristina, y otras cosas que me ponían cada vez más a mil.

 

Como Angélica no le hacía caso sino que por el contrario aumentaba su ritmo, Sonia comenzó a besarme las tetillas y todo el cuerpo, bajando en busca de mi verga, que en ese momento la sentía a punto de reventarse de lo parada que estaba. Al fin llegó a mi tronco de carne y comenzó a darle un suave masaje con la mano, al tiempo que me exprimía con mucho cuidado las bolas, que sentía bastante pesadas y duras, seguramente por el exceso de excitación sin tener una descarga. Luego de un momento que se me hizo eterno sentí que su boca hirviendo se introdujo la cabeza de mi verga y comenzó a subir y a bajar por el tronco empapándolo de saliva mezclada con los abundantes jugos que manaba en gruesos goterones. Las caricias que recibía en mi verga produjeron el efecto de acelerar el movimiento de mi lengua en la chocha de Angélica, lo que unido a la excitación que seguramente le produjo a Angélica ver a su compañera dándome semejante mamada, ocasionaron un pequeño terremoto: Angélica comenzó a venirse violentamente, empapándome la cara con su leche, que me escurría abundantemente por el cuello, ya que por la posición en que ella y yo nos encontrábamos, me resultaba imposible tragarla en su totalidad, dada la velocidad con que salía. Por un momento alcancé a pensar que en "venganza" me estaba orinando, pero el sabor de la venida era inconfundible.

 

- Ahora sí viene lo bueno, me dijo con voz agitada y todavía entrecortada, luego de que acabó de venirse.

 

Seguía sin entender, y mucho menos cuando observé que Angélica y Sonia se retiraron, aunque siguieron en la pieza, dejándome completamente arrecho, ya que no había alcanzado a venirme en la boca de Sonia.

 

Entonces escuché un grito de doña Teresa, quien dijo:

 

- Hijo de puta, ahora me toca a mí. Vas a ver lo que es bueno, venga para acá que te estoy esperando.

 

Yo dirigí la mirada hacia ella y me quedé pasmado. Se había desnudado por completo y lo más aterrador era observar la "sombra oscura" que tenía entre las piernas. Casi me desmayo cuando vi su cuerpo grande, relativamente bien formado para su edad y lleno de curvas, en el que se destacaba inmediatamente una extensa mata de pelos que como la de un hombre le llegaba hasta el mismo estómago y se extendía incluso por los muslos. Jamás había visto nada igual y creo que jamás lo volveré a ver!! Me acerqué y cuando pude ver mejor, pude comprender entonces la razón de su fuerte voz, de su gran cantidad de vello y de su forma de ser: era una mujer, pero en su sexo le colgaba un pequeño miembro, todavía flácido, pero que ya daba muestras de excitación, ya que tenía un hilillo delgado de una especie de flujo que le colgaba de la punta, lo que indicaba que se encontraba totalmente arrecha por la situación y por lo que había visto hasta ahora.

 

Entonces me dijo: chúpamelo!!! Yo me negué automáticamente, sin recordar la situación en que me encontraba, y olvidando que había aceptado sus condiciones para salir del problema.

 

  • Que no?, dijo doña Teresa dirigiéndose a Cristina, quien levantó el cuchillo en actitud amenazante. Agárrenlo y tráiganmelo aquí, le dijo a Angélica y a Sonia, quienes se encontraban sentadas en el borde de la cama y al escuchar la orden me sujetaron fuertemente de cada brazo, haciéndome caer de bruces al piso.

 

Angélica y Sonia se acercaron y nuevamente me levantaron, aconsejándome que mejor hiciera caso, que doña Teresa no estaba jugando y que a la fuerza me iría peor, ya que con Cristina tenían una fuerza descomunal, al punto de que en otra ocasión habían obligado a un hombre a hacer lo mismo que me pedían a mí, no sin antes haberle dislocado un brazo.

 

Resignado acepté sus razones y comencé a acercarme a doña Teresa. Ella me detuvo y a continuación se recostó en la cama, colocando su cabeza sobre una almohada para observar cómodamente lo que iba a hacerle, y darme órdenes. Ahora sí, dijo. Yo me fui acercando poco a poco, acariciándole lo velludos muslos y pasándole la lengua por su interior, hasta que llegué al pequeño miembro. Comencé a acariciarlo con la mano, con un poco de impresión y algo de asco, cuando de pronto ella me pegó una tremenda cachetada diciéndome: nada de caricias, métetelo a la boca, desgraciado. No me quedó otra que metérmelo en la boca y comenzar a chupar. Inmediatamente comenzó a crecer y a manar abundante líquido, que yo tenía que tragar para no desatar la furia de doña Teresa. El sabor era fuerte, pero no tan desagradable, por lo que comencé a subir y bajar por el tronco con menos fastidio, mientras doña Teresa empezaba a gemir, a subir y a bajar las caderas como haciéndome el amor y a pedir que le hiciera más rápido, alabándome por lo bien que lo hacía. En una de esas chupadas, por lo resbaloso que estaba el miembro y por el ritmo que había cogido doña Teresa, la verga se me salió de la boca y aterrado pude observar que había alcanzado unas dimensiones respetables, fácilmente veinte centímetros de dura y brillante carne. Ella me gritó que no lo sacara, porque me volvería a pegar.

 

Debo reconocer que para ese momento me encontraba muy arrecho, deseando recibir la que suponía iba a ser una descarga de semen para ver qué se sentía, por lo que continué chupando y chupando, ensalivando por completo el duro y cada vez más hinchado miembro, que derramaba líquidos como una fuente, mientras que el ritmo de doña Teresa se hacía vertiginoso. Mis sorpresas no paraban ahí, ya que en lo mejor de la mamada me encontraba cuando pude observar unas pequeñas bolas en la base del miembro, muy cerca de una raja, que imagino debía ser la vagina de doña Teresa por cuanto de allí salía un flujo grueso, pegajoso y bastante oloroso. La mamada debía llevar unos diez o quince minutos, cuando de pronto noté cómo las pequeñas bolas de doña Teresa comenzaban a encogerse y estirarse y escuché un grito fuerte, AHORAAAA, al tiempo que doña Teresa me agarraba la cabeza con ambas manos y me clavaba el miembro hasta el fondo de la garganta. Empezó con un pequeño chorrito hirviendo, que quemaba como fuego líquido y de pronto, sin previo aviso, su caliente apéndice comenzó a hincharse y a eruptar semen como un verdadero volcán, que yo tragaba y tragaba sin parar para no ahogarme, hasta que fue tan abundante la catarata en que se había convertido su venida que comenzó a salirme por la comisura de los labios, empapándome las mejillas y escurriéndome hasta el cuello. Poco a poco, después de un largo minuto, doña Teresa comenzó a calmarse hasta que me sacó el flácido miembro de la boca y se inclinó, dándome un corto beso, saboreando los restos de su espesa y copiosa venida.

 

Con un tono más amable me dijo: lo hiciste bien sinvergüenza, llevaba como seis meses sin venirme por allí, solo dejándome montar de mi esposo, por eso perdóname si casi te ahogo. Ahora es tu turno de derramar tu leche en alguna cueva o te van a explotar los huevos. Entonces gritó: Cristina, es todo tuyo!!

 

Cuando Cristina escuchó que le tocaba el turno, dejó el cuchillo sobre una pequeña mesa y se desvistió como un rayo, dejando al descubierto una chocha inmensa y por variar, casi tan peluda como "la" de doña Teresa. Enseguida dijo: pues yo le puedo ayudar a venirse antes que le de un infarto, pero si ustedes ya la gozaron, creo que yo también me merezco una mamada, que es lo que hace años no disfruto!! Entonces se acostó cuan larga era y recostándose en la almohada donde antes estuvo doña Teresa me dijo: qué espera!!! Rápido hijueputa que yo no tengo paciencia!! Yo me acerqué y con gesto de fastidio por el olor algo fuerte que despedía, comencé a pasarle la lengua por los gruesos y abultados labios de la gigantesca concha. Poco a poco ella comenzó a mover la cintura y como a los cinco minutos empezó a derramar un flujo muy pegajoso, lo que me produjo algo de repulsión, por lo cual traté de apartarme un poco. Eso la enfureció y casi al instante sentí un fuerte golpe en pleno rostro, al tiempo que gritaba: con ganas hijueputa, no me haga romperle la boca!!! Mejor acuéstate y yo me hago arriba!!! Entonces con una fuerza inusitada y una agilidad admirable para su corpulencia, me volteó y se me subió encima de la cara, atenazándome con sus poderosos músculos. Yo comencé a manotear por falta de aire, pero ella no aflojaba.

 

Estaba casi ahogándome, con la tremenda mata de pelos en pleno rostro y a punto de perder el sentido por falta de aire, cuando ella me dijo: va a mamar bien??? Si lo hace bien te suelto, si no te rompo el cuello!!! Poco a poco empezó a aflojar la presión y entonces, para acabar rápidamente la tortura, comencé a chupar con ganas los labios de la peluda raja y el alargado clítoris. Al cabo de unos minutos ella inició un movimiento de cadera como si estuviera refregándose en mi cara. Nuevamente me comenzó a hacer falta el oxígeno y cuando ya me estaba entrando el desespero, Cristina comenzó a saltar como si estuviera cabalgando sobre mi rostro y a gritar que se venía. Entonces sentí un chorro de un líquido más bien claro y de olor penetrante que me dio en pleno rostro y que obviamente no pude tragar por lo abundante y por la fuerza con que salió, pero que me empapó por completo la cara y el cuello. Poco a poco Cristina se calmó y entonces se bajó de encima de mi cara y recostándose nuevamente me dijo: ahora sí te ganaste mi concha, si quieres claro…

 

Aunque hubiera preferido a Sonia o a Angélica, por no ir a enfurecer a Cristina, que ya había dado muestras de su violencia, me dispuse a complacerla. Le acerqué mi pene y ella comenzó a acariciarme los huevos y a hacerme una mamada, pero yo lo último que deseaba era vaciarme fuera de su enorme chocha, aunque su boca fuera también jugosa e irresistible. Además, ya casi no sentía ni las pelotas ni la verga del dolor que tenía y me daba miedo que me dejaran con la leche en la punta, como me hizo Sonia. No sé cómo pude detenerla y levantarla, dejándome la verga y los cojones completamente embarrados de crema. Entonces ella me dijo que aprovechara, que necesitaba con urgencia sentir mi verga hasta lo más profundo de su cueva. Con lentitud fui acercando mi verga a la entrada del empapado túnel y sin penetrarla comencé a frotarle los labios de arriba abajo. Cristina empujaba hacia arriba deseando enterrarse el tronco de una sola vez, pero yo reculaba, hasta que no pude aguantar más y comencé a introducirle muy despacio, centímetro a centímetro, mi larga y gruesa barra de carne. Quedé aterrado del calor que emanaba de esa cavidad, parecía que estuviera metiendo mi verga en un horno, eso sí bastante cremoso y resbaloso. Cuando sentí que mis pesadas bolas se acomodaban en la tupida alfombra de pelos que era el culo de Cristina, ésta exhaló un suspiro de alivio.

 

- Pensé que me ibas a traspasar hijo de puta, me dijo. La siento en el fondo, como si me fuera a salir por la garganta, pero te mato si la sacas!

 

Para no desilusionarla me quedé quieto, dejando que mi verga se acomodara al tamaño de su vagina y que los abundantes jugos que derramaba la empaparan por completo. Mientras tanto le besaba las tetas y le decía que se alistara, que la iba a llenar de leche por completo, para que nunca olvidara este polvo. Solo cuando ella comenzó a moverse nuevamente, empecé a sacarlo y a meterlo. En cada embestida lo sacaba casi hasta el final y luego lo empujaba hasta el fondo. Por curiosidad quise ver como se veía mi verga entrando y saliendo de su vagina, para lo cual me levanté un poco. Casi me vengo en ese instante cuando observé mi verga, cada vez que la sacaba, completamente empapada de una crema blanca y espesa y al mismo tiempo cómo la inmensa madeja de pelos de esa hermosa chocha se pegaba por completo al tronco cuando este salía. Esta visión, más los gritos de placer que emitía Cristina, me hicieron acelerar el ritmo de la cogida. Cada vez me resultaba más difícil contener la venida.

 

Cuando comencé a sentir que mis huevos se encogían y bajaban casi hasta meterse dentro de la cueva de Cristina adiviné que el momento culminante había llegado. Le grité a Cristina, ahora y le clavé con fuerza una estocada hasta lo más profundo. Bajando por la columna sentí una especie de espasmo y de lo más profundo de mi cuerpo comenzaron a brotar largos y potentes chorros de semen que debían salir como fuego líquido, ya que ella se contorsionaba como si la estuvieran quemando con un hierro caliente. Podía sentir cada lechazo cuando hinchaba mi verga y salía como un disparo alojándose en lo más profundo de la vagina de Cristina, quien gritaba como una loca pidiendo más y más. Mientras que yo seguía metiendo y sacando mi verga, disparando leche en cantidades aterradoras, que fácilmente le rebosaban la chocha y salían a borbotones por los costados y por el borde inferior de la vagina que daba contra el culo, ella también seguía moviéndose como una desesperada, en un orgasmo múltiple que la hacía temblar de emoción. Poco a poco nos fuimos relajando, hasta que mi verga por lo resbalosa se salió de la cueva, dejando brotar una verdadera cascada de semen que le escurría por la ingle, resbalaba por el culo y se depositaba en la cama formando un inmenso manchón.

 

Sonia, Angélica y hasta doña Teresa comenzaron a reírse y a aplaudir, diciéndome que podía volver al restaurante cuantas veces quisiera, eso sí pagando o si no me volverían a dar su crema de sobremesa! Apenado yo no me atrevía ni siquiera a mirarlas y al tiempo que me vestía rápidamente les rogaba que me abrieran la puerta, que debía llegar pronto a la oficina. Al fin doña Teresa, por increíble que parezca se compadeció y me abrió la puerta dejándome salir, no sin antes preguntarme en voz alta para que sus compañeras de aventura escucharan, si había quedado lleno con su venida y la de sus muchachas o que si quería más!!

 

Mientras salía corriendo de aquel lugar podía escuchar sus sonoras carcajadas y comentarios, diciéndome, que vuelvas papito, bienvenido, etc. Casi al final de la tarde llegué a la entidad donde trabajaba. Lo primero que hice a escondidas de todos fue entrar al baño a asearme lo más que pude, a quitarme las manchas de semen que tenía por todo el cuello, el pelo y la cara antes de que me llamara mi jefe a pedirme el trabajo que debía entregarle ese día. Sobra decir que la vergüenza no me permitió ni siquiera volverme a acercar al restaurante donde viví la historia que acabo de contar, aunque cada vez que recuerdo los hechos me sonrojo de la pena, pero no dejo de excitarme. Había sido violado por cuatro mujeres y… mucho más!!!

 

 

Desde entonces he buscado en la Web relatos similares para tratar de comprender si es que estoy loco por haber disfrutado con lo que me pasó, pero no he tenido éxito. Respetuosamente invito a los lectores y lectoras a realizar sus comentarios sobre este relato, los cuales agradezco con anticipación. Un saludo.

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