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Por mirar no se paga

A punto de doblar la calle, escuché con clara nitidez el siguiente ofrecimiento, proveniente de un conductor de apariencia afroamericana:

“Traigo queso veracruzano, a muy buen precio y excelente calidad…”

Aunque me produjo sorpresa, puesto que no era yo el único transeúnte, recuperé la compostura pronto y advertí que era yo efectivamente a quien se dirigía el comerciante y quien me invitaba a acercarme con una sonrisa que hubiese sido el orgullo de cualquier dentista por su calidad nívea y alineada con toda perfección.

Se trataba de un negro excepcionalmente bien parecido. Ojos negros enmarcados por pestañas tupidas y rizadas al natural, nariz recta y afilada, labios carnosos y sensuales bien proporcionados, dentro del marco de un cráneo dolicocéfalo. Aunque el joven, frisando sus treintas, no se había apeado del vehículo, pude observar que el conjunto de características físicas correspondían a un atleta de maratón. Poseía extremidades largas, bien torneadas y al parecer muy fuertes.

Henry, como se presentó ante mí, extendió una cálida mano que estreché con entusiasmo. Por su parte, su mirada me recorrió de arriba hacia abajo para decir que me conservaba bien y preguntó si hacía ejercicio. Él también lo hacía…

Presuroso, Henry me ofreció la prueba de un recipiente de plástico. Informó que vendía queso casero del estado de Veracruz. A manera de desafío pregunté a Henry si tenía algo más que vender y aseguró que lo que yo quisiera, aunque rectificó seguidamente al agregar que en cuanto a lo que se refería a lácteos. Además, venía seguido por estos rumbos desde hace tiempo mientras me extendía su tarjeta de presentación y que no pude corresponder por no traer la mía. Sólo se encogió de hombros…

Me preguntó por dónde vivía y contesté un poco nervioso que estaba muy próximo a casa y Henry, abriendo la portezuela me invitó a subir puesto que él me llevaría. Subí al auto cual manso cordero. Los cristales del auto estaban polarizados y mi temor combinado con excitación creció más. En cambio, Henry lucía sonriente, dueño de la situación Elevó las ventanillas de ambos lados y el interior quedó semioscuro.

A hurtadillas miré la entrepierna de Henry y pese a la oscuridad, advertí un bulto hinchado. Henry, por su parte, me dirigió una mirada cómplice y aseguró que todo estaba bien.

Advertí a Henry que estábamos por llegar a casa por lo que debería orillarse a su derecha. En lugar de frenar, Henry pisó el acelerador y avanzó rápidamente por la avenida. Insistí débilmente que habíamos dejado mi casa muy atrás y Henry se disculpó diciendo que en el primer retorno regresaría, pero no ocurrió así. Nos fuimos alejando cada vez más y Henry sólo dijo que no me preocupara, que todo estaba bien, bajo control.

No comprendí a qué se refería el negro, pero no dejó de sonreír. Sin embargo, prometió que me regresaría a casa, pero que estaba más cerca de un negocio donde debía entregar un pedido, pero que una vez hecho me devolvería a casa si no tenía inconveniente. Podríamos entonces conversar más y disfrutar de nuestra mutua compañía un poco más, se atrevió a decir.

Pero era cierto, disfrutaba la compañía de un negro tan agraciado, simpático y que padecía el “síndrome del tentáculos”. No paró de tocar mis hombros y piernas como una manera de acompañar sus expresiones, pero sin intención evidente o subrepticia, creí…

De cualquier manera, había sido muy aventurado aceptar la propuesta y temí un secuestro. Pero como si Henry hubiese leído mi pensamiento, aseguró que una cosa era un secuestro y otra muy diferente un rapto. Aunque no supe qué decir de momento, me apresuré a decir que no había dicho nada. Su casual y atinado comentario parecían presentarlo como un clarividente.

Me advirtió con cierta inquietud poco después que sólo le quedaba por surtir un pedido y que nos encontrábamos exactamente a la mitad de camino entre mi casa y el nuevo destino. Sin darme tiempo para decidir, Henry proponía que lo acompañara y luego me invitaría a tomar uno o más tragos.

Estaba tan lejos de casa y sin dinero que no tuve más remedio que aceptar. Henry emitió un grito a manera de triunfo y prosiguió el camino tarareando una tonada contagiosa. La entrega del producto era en un hotel (“la oportunidad la pintan calva”, rezaba el dicho con mucha razón). Henry me pidió que lo acompañara y bajé con él. Me presentó como su amigo e indicó ante el empleado que yo deseaba ver una habitación y sin pensarlo nos entregó una llave de uno de los cuartos en el último piso mientras el negro mascullaba algo así como “entre más alejada mejor” y nos retiramos… A prudente distancia del empleado repliqué mi inconformidad puesto que yo no había dicho nada. Henry sonrió y me invitó a mirar la habitación.

A pesar de la sencillez de la misma, lucía limpia y la cama invitaba a recostarse. No acababa de pensar en esa posibilidad cuando sentí un brusco empujón para caer en la cama y por encima de mí quedó Henry, quien sin el menor recato comenzó a abrazarme y a cachondearme. Ante mi asombro, el chico frunció el ceño y aseguró: “¿Crees que no me di cuenta como veías con disimulo mi verga bien parada durante el camino? Ahora te aguantas…”

No había tiempo más que para coger y actuar con rapidez. Mientras Henry me iba desnudando no dejó de besarme y exigió lo propio. La regla se confirmaba, todos los negros estaban bien dotados y Henry no era la excepción. Por lo menos, 25 centímetros, calculé…El negro me chupó el cuello, las tetillas y me besó apasionadamente y no dejé de gemir. Para acallar el sollozo, Henry parecía como si quisiera deslizar su larga lengua a través de mi epiglotis. Sentí su recia musculatura y su enhiesta virilidad junto a mí. Henry escupió repetidamente sobre su mano y luego lubricó mi ano al mismo tiempo que metía y sacaba sus largos dedos para lubricar mejor el ano mientras yo sentía desfallecer… Después ordenó que me aflojara y abriera las piernas; me poseería de frente. Luego, a medida que iba penetrándome me besó furiosamente y aunque me resistía a la penetración, se impuso la fuerza y el empuje del negro. Con toda decisión arremetió hasta que el grueso falo quedó fuera de la vista, aunque poco después entró y salió innumerables veces. La proximidad del orgasmo produjo en Henry momentos más agresivos, como si quisiera fundirse en uno sólo. Masculló palabras incomprensibles antes de descargarse por completo como dueño absoluto de un culo en apariencia renuente. Luego me masturbó hasta que me regué con profusión mientras me tenía todavía bien ensartado. Después nos alistamos rápidamente y salimos.

El vendedor de quesos devolvió la llave y preguntó amablemente al dependiente si se le debía algo, quien contestó que por mirar no se pagaba. De mi parte no pude menos que reprimir una risotada.

Durante el camino, el negro advirtió que la fiebre le duraría por lo menos un mes. Al llegar a casa, y bajo el amparo de los cristales polarizados, Henry me abrazó y atrajo hacia él para besarme con pasión mientras guiaba mi mano hacia su otra vez rígido miembro.

¿Aguantaría…?

FIN
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 20390
  • Fecha: 10-11-2008
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.75
  • Votos: 112
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2938
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
pireo
invitado-pireo 11-04-2009 00:00:00

que rico madre mia, que envidia, pero que envia sana, me moria de ganas lo mismo que a mi amigo Jose Perez, muy bueno tu relato, me corro sin tocarmela.

Leon
invitado-Leon 26-11-2008 00:00:00

Coincido con el comentario de José, aunque para ser sincero, los relatos de José están más excitantes porque describe con detalle lo que él va sintiendo. Ojalá puedas igualar o, ¿por qué no? superar a José. Cómo me encantaría que me desvirgara un negro, por eso que dicen que la tiene muy grande, aunque no he tenido la fortuna de ver alguno.

José Pérez
invitado-José Pérez 13-11-2008 00:00:00

Hola, me encanto tu relato, bien escrito y sobre todo excitante. Yo experimente la suerte de estar con algunos negros y si bien no creo que alguno haya llegado a los 25 ctms, lo cierto es que todos tenían una buena tranca. Por favor sigue contando que más sucedio. Gracias.

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