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Categoría: Confesiones

Por la calle

Soy bastante observadora y me di cuenta rápidamente: me andaban siguiendo.

Siempre hago el mismo camino, al mediodía al salir del trabajo. Es poco el tiempo del que dispongo y encontré un lugar para comer cerca y con cocina hogareña, sin demasiados aliños ni grasas.

Es una zona que transcurre por calles muy transitadas, hasta llegar a un callejón más tranquilo.

Lleva un libro en la mano, con el dedo entre sus páginas, que va hojeando (más bien haciendo ver que lo lee) cada vez que me entretengo en algún escaparate o aminoro mi marcha.

Por eso estoy segura que me sigue, porque nunca me avanza.

Me he puesto esta mañana, de forma rápida, un sencillo vestido veraniego, que frunce mi talle, para caer después en un travieso acampanado de pliegues, hasta media pierna. Y en el cuello, después de cubrir con escasez ambos pechos, se transforma en unas tiritas delgadas que se encuentran en mi cogote, para dejar al aire con más que generosidad mi espalda.

Así que el sujetador es de aquellos que no llevan tirantes, tan solo una fina línea que cruza mi espalda para unir las dos copas.

El zapato no es demasiado alto, y con tacón ancho, cómodo. Mi paso, ligero, hace que el vestido se mueva en un aleteo que me satisface al verme reflejada en el cristal de los comercios.

Sin duda le habré gustado. Porque sigue ahí. Dejando una distancia prudencial, pero mirando con insistencia.

Acelero el paso. He visto que el próximo semáforo se encuentra rojo para mi dirección y quiero detenerme ahí.

Se coloca ahora a mi lado, con el libro abierto, pero sus ojos me recorren de arriba abajo. Así que, sacándome las gafas de sol, en un gesto lleno de glamour, le clavo la mirada de forma fija, mientras que me introduzco el extremo de una de las varillas de las lentes en la boca, para jugar con ella entre mis labios, al tiempo que le dedico una sonrisa llena de feminidad recubierta de falsa inocencia.

Me aguanta la mirada, impasible. Pero el dedo le resbala del extremo del libro, y lo cierra con un golpe seco.

Cruzamos la calle. Se ha vuelto a colocar detrás de mí, pero mucho más cerca. Me parece sentir su aliento cálido en mi cuello. Figuraciones mías. Sin duda me estoy calentando.

Aprovechando cada escaparate, observo su figura y su vestido. Es elegante pero informal. Y tiene un cabello perfectamente peinado con una cierta presencia de color gris en sus sienes, que me hace sentirle atractivo. Nuestras miradas se cruzan en cada ocasión, y él, sonríe, aunque su cara denota nerviosismo.

Me estoy acercando a ese edificio de oficinas tan alto que hay en la avenida, muy cerca ya del callejón donde se encuentra el pequeño restaurante.

Por mi mente se cruzan mil ideas, diez fantasías… y decido con diligencia.

Justo está saliendo una persona del edificio, y me dirijo con celeridad hacia la puerta que mantiene abierta. La sujeto desde un lado, para dejarle salir hacia la acera, y entro en el portal, para girarme rápidamente y mirar a mi “seguidor”.

Le sonrío y con un ademán de mi cabeza le indico que me siga.

Espero su reacción, que muestra una clara sorpresa, pero compruebo como me hace caso.

Me dirijo al ascensor. Hay varios, pero están en funcionamiento, es hora de salida. Tan solo uno que se acaba de vaciar está en la planta. Así que me meto dentro y él me sigue. Pulso con rapidez el piso 10, antes de que se cierren las puertas. Y empezamos a ascender. Los dos solos.

No media ni una palabra, solo el sonido de dos respiraciones agitadas y de dos cuerpos que se acercan.

Me agarra por la cintura con fuerza y me atrae hacia él. Ahora me empuja contra la cabina, y me sella la boca con sus labios abiertos que mojan los míos. Me dejo hacer y abro también mi boca para sentir su lengua como juega buscando la mía.

Siento sus manos palpar mis pechos: ambas están encima de mi vestido y amasan con firmeza, casi con brutalidad, mis pequeños senos que responden con una rapidez inusitada a ese gesto, porque puedo notar la tirantez de mis pezones.

Soy consciente de la fugacidad del momento, y de la improvisación que todo comporta, y no me lo pienso ni un segundo. Bajo mis manos hacia su pantalón, y palpo con ansia ese miembro que crece y se endurece. Abro una mano y cojo con ella todo ese tesoro que me gustaría sentir dentro. Me gusta y abro y cierro la mano con insistencia.

Es entonces cuando separando su boca de la mía, le oigo susurrar una palabra entre dientes:

-Puta…, como me gustas…

-Sigue cabrón, no te pares -le respondo encendida.

Pero el ascensor se ha detenido y sus puertas se abren. Sorprendidos nos separamos y ambos miramos hacia el rellano. Planta 10. Jolín ya hemos llegado.

Él toma la iniciativa y agarrándome de una mano, salimos del ascensor. Mira nervioso a todos lados, girando la cabeza con rapidez. De pronto me empuja hacia una puerta metálica, que abre hacia nosotros.

Claro, ahora entiendo. Se trata de la puerta que da acceso a la escalera de emergencias.

Bajamos por ella hasta el primer rellano, entre pisos. Un pequeño descansillo de apenas un metro y medio de superficie.

Me apoyo en la pared, y él se coloca delante.

Con sus manos me eleva el vestido y se introduce entre la piel y los laterales de mi fino tanga, que baja con destreza. Levanto una pierna, y se apresura a sacármelo.

Mientras se queda montado encima de mi otro pie, ya siento su lengua hurgando en mi sexo húmedo, y sus dedos que, en diestra maniobra, separa mis ingles para clavar toda su cabeza entre mis piernas.

Que locura, que rapidez, y cuanto placer. Saco fuerzas de no sé dónde para mirar alrededor y atisbar la proximidad del primer escalón. Coloco un pie en él para ofrecerme mucho más abierta. Y siento llegar mi primer orgasmo, mientras su lengua golpea con inusitada agilidad mi clítoris hinchado.

Coloco ambas manos sobre su cabeza y me abandono al más excitante de los temblores que acompañan la salida de mis efluvios. Araño su cabello, y por primera vez puedo oler el aroma de ese perfume varonil que me embriaga y con el que, de bien seguro, se ha acicalado antes de salir a la calle.

Está haciendo un minucioso recorrido por todo mi interior empapado, para llenarse la boca y sus labios con el sabor del néctar de mis adentros.

Yo termino de convulsionarme y respiro agitada mientras de mi boca se escapa una mezcla de palabra y chillido que apenas controlo.

-diossssss, que rico.

He cerrado por un segundo los ojos. Y cuando los abro de nuevo, está ya de pie, frente a mí, desabrochando su pantalón y sacando un generoso miembro que se me antoja duro y codiciosamente deseable.

Extiendo la mano y con generosidad me lo cede, al depositarlo sobre ella.

Lo acaricio. Lo miro embelesada, y le hablo de nuevo:

-Métemelo, todo, dentro, vamos.

Se acerca. Y aún me queda lucidez para soltar un. –“espera”- mientras intento detenerlo.

Me mira sorprendido mientras hurgo en mi bolso con mis manos nerviosas. Saco un paquete diminuto y se lo entrego.

Sonríe, y se dispone presto a colocarse el protector.

Está tan duro y grande que es un momento.

Sus manos se posan en mis nalgas, desnudas y frías por el contacto con la pared, Las tengo firmes, y de medida precisa. Las abarca con cada una de sus palmas abiertas y mientras las amasa, siento como ese cilindro delicioso empieza a entrar en mí.

Jadeo, para permitir dilatarme y facilitar la maniobra. Aunque apenas tengo tiempo.

Se juntan ambos sonidos, el suyo y el mío. Son gritos ahogados, mezclados con un suspiro profundo.

Se inicia el vaivén. Le siento entrar y salir. Casi lo saca del todo, para invertir el movimiento y entrar con fuerza hasta el fondo.

Con la pierna subida en el escalón siento chocar contra mi pelvis sus testículos, cada vez de forma más fuerte.

-Sí, sí, así, no pares, cabrón, fóllame como quiero, vamos, vamos, todo, todo, fóllame con fuerza.

Otra vez una sola palabra repetida con insistencia entre jadeos…

-Puta, puta, más que puta, toma tu merecido… te voy a llenar de mí.

-Házlo, sí, dame todo, vamos, córrete, márcame, hazme tuya, cabrón que me corrooooo.

Y llegamos los dos al unísono. En medio de un valle de gemidos ahogados, temblores y espasmos.

Aún a pesar de la protección puedo sentir el calor de ese semen derramado por mí y para mí, como va llenando el interior de mi sexo.

Me apoyo en su pecho. Nos besamos. Con más lentitud ahora. Con más sosiego. Pero con mayor intensidad si cabe.

Es un beso largo, completo, abundante.

Cuando sale de mí, noto como un vacío. No quiero que se termine todo. Pero él ya está quitándose con pericia su protector lleno de su virilidad.

Busco una toallita húmeda en mi bolso. Me seco y me repongo el tanga y el vestido.

Miro el reloj.

-Ohh, que tarde es. No me va a dar tiempo ni a comer. Tú sube arriba, yo bajaré al piso 9.

Se queda un tanto asombrado, como dudando ante mis palabras. Pero yo ya estoy bajando los escalones hacia el piso inferior.

Tengo que comer a toda prisa si no quiero llegar tarde.

Giro en el siguiente rellano y desaparece de mi vista. No sin antes haber girado yo la cabeza y regalarle una espléndida sonrisa, a la que él me ha respondido lanzándome un beso con la mano.

Miro los pulsadores y espero que pase un ascensor. Luego aprieto el botón de solicitud.

Cuando llego abajo, y se abren las puertas, no está a la vista.

Salgo a la calle y me dirijo al restaurante. Tendré que pedir un solo plato, combinado.

Mientras engullo la comida, sonrío.

Ni tan solo sé su nombre.

Junto las piernas y en un gesto convulsivo, me aprieto el sexo.

Que rico ha sido.

Tal vez otro día vuelva a seguirme.

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