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Todo ocurrió inopinadamente, un «por favor, súbeme la cremallera» fue suficiente para entablar un diálogo, no tanto para hacernos amigos, pero ocurrieron ciertas cosas, de las cuales voy a narrar alguna de ellas.
Me encontraba en el taller de mi padre, un lugar de reparación de autos, cambios de aceite, engrasamientos, incluso al lado tiene el salón exposición y venta de coches. A este último lugar solo voy cuando me entero de una novedad, un coche nuevo que ha llegado o algo extraordinario. Pero al taller voy más veces porque mi padre se maneja más por allí conversando con sus clientes.
Las oficinas en la parte alta tienen una cristalera desde donde se ve toda la nave. Tiene cuatro mesas de oficina y una habitación cerrada donde se queda mi padre en algunas ocasiones en que todo se retrasa. Aprovecha para pedirme que le lleve la cena desde casa cuando prevé que no va a poder salir. Entonces aprovecho para pasar el tiempo con él, y muy ocasionalmente le ayudo en algo.
Uno de esos días, después de irse todos los empleados, se quedó mi padre porque un coche daba muchos problemas y con gente interrumpiendo continuamente no localizaba la avería, así que decidió llamarme para pedirme que le llevara la cena, previamente había avisado a mi madre. Como me gusta ir al taller, no soy en eso perezoso, me monto en la bicicleta, cargo con algunos libros, sobre todo si al día siguiente hay clases en la Uni y pernocto en la habitación de mi padre, si se me hace tarde. Cuando mi padre acaba, viene, se acuesta un rato, descansa y me despierta a la hora de ir a la universidad. Todo esto se hace, más que habitual, normal. Se cierran las puertas que son de cristal pero están las luces encendidas. No hay ningún problema porque, al ser zona industrial, hay varios vigilantes que merodean y mi padre se lleva muy bien con ellos.
Un día me hallaba sentado frente a mi padre observando su trabajo, ya que es minucioso, no se enfada, no se cabrea, va buscando cable a cable, pieza a pieza, no se fía de las máquinas, quiere comprobarlo manualmente todo y pasan las horas de trabajo minucioso y, por mi parte, de contemplación de un trabajo bien hecho que ni por horas se lo pagarán jamás, por eso el taller está en auge y a veces desbordado.
Estando contemplando el trabajo de mi padre, llega un chico aproximadamente de mi edad pidiendo ayuda porque se le ha quedado el coche parado un kilómetro más o menos fuera del recinto industrial donde tenemos el taller. Cuando la gente no sabe nada de coches siempre se asusta cuando no va bien. Mi padre me miró, entendí que fuera con el chico a ver qué pasaba. Cargué con una caja de herramientas de auxilio, y me fui con la bicicleta y el chico cargado detrás. Me costó un poco porque habitualmente siempre voy solo, pero la distancia no era muy larga.
Miré todo y me pareció que podía hacer arrancar el coche, al menos para llevarlo hasta el taller. Para no entretenerme no cuento el desastre que hice, pero el coche llegó al taller. Mi padre miró y vio que había mucho daño sin hacer mención del que yo había provocado para obligar al coche a llegar al taller. Me miró sonriendo con una mueca como diciéndome: «Has hecho bien, pero muy a lo bruto». Yo entiendo las miradas de mi padre, que nunca se enfada, pero habla mucho con su rostro sin pronunciar palabras.
Al chico, Eulogio era su nombre, le dijo:
— Mira qué hora es, y fíjate este coche desmontado y mañana tengo que tenerlo listo; no puedo emprender el tuyo ahora, tendrá que esperar a mañana cuando lleguen los compañeros —mi padre nunca habla de empleados—, calculo que más a menos entre las 3 y las 6 de lo tarde lo tendrás listo.
— ¡Joder!, entonces no llego ni mañana…
— Mejor vas al pueblo, buscas un hotel, duermes y temprano vienes; mi hijo te lleva en el coche.
— ¿Hay baño aquí? —pregunto Eulogio.
— Acompáñale —me dijo mi padre.
Lo acompañé, abrí la luz, le hice pasar a uno de los tres cubículos y yo aproveché para orinar en otro. Cuando acabé, salí y esperé a que acabara, tardó más de la cuenta y pensé que tenía necesidad de defecar. Salió, me miró y dijo:
— Mira que manos tengo tan llenas de grasa, me ha costado abrirme la bragueta, por favor, súbeme la cremallera.
Lo hice con buena cara, pero de verdad que estaba dificultoso, se había enganchado el borde de la apertura de la bragueta dentro del cierre de la cremallera. Mientras intenté sacarla con dificultad, mi mano iba tropezando con el paquete de Eulogio, que lo tenía medio afuera y noté que se le había puesto una buena erección y el palo lo tenía grande. De pronto me pasó lo mismo, se me levantaba mi polla. Por fin saqué el pequeñísimo trozo de tela de la cremallera, empujé con una mano el paquete para adentro como acomodándolo y subí la cremallera.
— ¡Ya está!
— Gracias, me la bajé con las manos engrasadas como pude y con prisa y…, después de lavarme las manos, no podía cerrar.
— Por mí no hay problema, pero tienes una fabulosa erección, eso has de resolverlo.
— Pero ¿cómo? antes he de buscar hotel, descansar y sacar mi nerviosismo y mañana temprano estar aquí.
— Todo resuelto, yo te llevo, yo te traigo y tú descansas, veremos que dicen de tu coche mañana, para que puedas continuar tu viaje, si no vas muy lejos.
— Pues a Jaén.
— Eso es como cruzarse la Península de arriba abajo. No vas a llegar, así que mejor, piensa en descansar.
Movía la cabeza de lado a lado, estaba en una perfecta contradicción, eso de no poder seguir. Mientras le llevaba a buscar hotel —lo llevé a uno económico al que había ido con chicos que no deseo tener en mi casa y a Eulogio que no lo conocía y no iba a llevarlo a mi casa—, conversamos y le expliqué que había emprendido un viaje para un trayecto más o menos largo sin revisar el coche y siempre podía pasar algo, que no viajara de noche porque una cosa es la reparación de un problema de desperfecto y otra es la revisión donde se miran más detalles. Esto es lo que debía de hacer al regreso. Cuando le decía esto, me replicó:
— ¿No podrían hacerme en el taller la revisión?
— Mañana temprano se lo decimos al técnico al que mi padre le asigne el trabajo.
— ¿Es tu padre?
— Sí, ¿por qué?
— ¡Ah!, le estabas haciendo compañía…
— Sí, le había traído la cena y me quedo con él porque es muy agradable.
— Eso lo he notado; debe quererte mucho para tenerte a estas horas contigo…, debes tener más o menos mi edad…
— Pronto cumpliré los 21 años.
— Vaya como yo, cumplo en junio… —dijo esperando mi respuesta.
— Yo cumplo en marzo, el 29 de marzo cumpliré 21 años.
— Ya tendrás novia, ¿no?
— Qué va, no tengo novia, ni pienso en ello…
— ¿Por qué? ¿Por estudios?
— No, qué va, no… bueno, mira, no tengo novia, soy gay, no tengo…, ya está.
— Hala, y lo dices así como así “soy gay”, ¿sabe tu padre?
— Sí, sabe, mis padres respetan, tampoco soy un animal… ¿por qué mi padre me llama a mí para que le traiga la cena y no a mis hermanos? Porque ellos están con sus novias, o chateando con sus amigas… somos tres y mi padre y mi madre siempre me lo piden todo a mí, tampoco soy el mayor ni el menor, sino el de en medio…
— Los padres aman más al mayor —dijo Eulogio.
— Pues no, eso es falso, los padres aman a sus hijos como sus hijos son y necesitan ser amados.
— ¿Cómo?
— Sí; si mis padres piden a mis hermanos que vayan al taller, te aseguro que se arma la de san Quintín, me lo piden a mí y voy a estar con mi padre muy a gusto, no es por ser gay o no, es porque me gusta el trabajo de mi padre…
— ¿Qué te puede gustar de un mecánico del automóvil?
— Que es curioso, detenido, observador, ingenioso, conversador, su trato amable con la gente, es un gran administrador de su empresa, produce puestos de trabajo, tiene al lado una exposición de automóviles a la venta que es muy rentable, proyecta positivamente la vida de los demás, no trata a los trabajadores como empleados sino como técnicos, ¡uy! la lista sería interminable…
— Eso para mí ha sido un descubrimiento… —dijo sorprendido.
— Ya hemos llegado.
Entramos, el chico de recepción me conocía mucho, porque vivía cerca de mi casa y porque me había visto en el hotel con otros chicos. Sacó Eulogio sus documentos, el recepcionista anotó los datos, devolvió el documento y preguntó:
— ¿Para dos?
— No —dije yo.
— Sí —dijo Elogio.
Lo miré, me miró y me dijo:
— Hemos de continuar la conversación, me ha parecido interesante.
El recepcionista se sonrió, adivinando. Yo me sonreí aceptando sin saber mucho de qué iba y Eulogio me preguntó:
— ¿Qué sueles beber para conversar?
— Habitualmente whisky —respondí.
— ¿Tienes whisky para venderme? —preguntó al recepcionista.
— ¿Alguna marca?
— La que tengas —dijo Eulogio.
Salió con un Crown Royal. Me gusta el whisky canadiense. Bueno, a mí me gustan todos los whiskys, tanto como a un amigo mío del norte de España le gusta el agua, solo que él se encharca y yo me mareo, aunque estoy seguro que él bebe más agua que yo whisky.
Así que nos fuimos a la habitación, llamé a mi padre para decirle que ya iría más tarde porque me quedaba a conversar con Eulogio. Mi padre entendió todo porque ya sabe más de la cuenta, pero nunca me comenta y si le pregunto siempre me dice, edad tienes para responder de ti, hasta ahora nunca me has defraudado. Yo siempre sigo un consejo paterno: «Bebe y folla cuanto quieras, pero dentro de casa y con la cama al lado, y no salgas hasta que no se pase la borrachera o no cierres bien el culo». Para mí es una regla de oro.
Cuando entramos en la habitación, Eulogio dejó la botella, se volvió y me besó. Me sorprendí. Me beso con todas las de la ley, largo, lengua que yo enredé y jugué y al separarnos con un buen mordisco que me había dado en el labio inferior, me dijo:
— Yo también soy gay.
— ¡La puta de tu madre!, ¡joder!, eso se avisa enseguida, te hubiera dado una mamada para desahogarte, ahora debes estar imposible —le dije y nos reímos los dos.
Ahí comenzó todo o, mejor, continuó todo. Porque Eulogio también sabía besar. Como estaba la calefacción bien templada, mientras nuestras bocas jugaban y se besaban sin parar, las manos trabajaban por escarbar nuestros cuerpos y se empeñaban en desvestirnos. En un tris tras ambos estábamos desnudos, bien pegados uno al otro. Eulogio con una erección de elefante, yo con otra de caballo, con más ganas de follar que Matusalén de irse de este mundo.
Había dos camas pero una quedó para la mañana, en la noche solo usamos una y sobraba la mitad, no nos despegamos ni una pizca, vamos, que en realidad no dormimos, porque estuvimos follando y es que Eulogio es una bestia con contabilidad incluida, ahora te toca, ahora me toca, ahora te toca y ahora me toca. Yo perdí la cuenta, pero él la llevaba a rajatabla. La mejor cogida habida por mí hasta el presente, pero la mejor de la mejor fue la primera.
Había subido dos grados la calefacción, para no refrescar nuestros cuerpos desnudos. Me echó a la cama y me dijo:
— Yo soy versátil, pero me toca activo y a ti te corresponde pasivo, adivino que te acoplas mejor, pero sabe que también me gusta que me la metan, yo soy el alfa y marco los turnos, tú eres mi esclavo y obedeces.
— Sí, señor —me salió decirlo con naturalidad y decisión.
— Besa y lame mis pies y luego me mojas con tu lengua todo mi cuerpo de pies a cabeza.
— Como mande el señor.
Eulogio estaba acostado mirando al techo y alternativamente a mí. Las piernas juntas y su polla dura en dirección al techo. Me puse a lamer los pies y cada dedo entraba en mi boca para chuparlos como caramelos. No olían mal, solo un poco a calcetín usado, ya que había calzado mocasines. Mientras besaba y lamía los pies me entró una especie de electricidad corporal que me asemejaba a un perro delante de la comida, estaba de rodillas sobre la cama y los pies de Eulogio debajo de mi boca toda llena de saliva. Fui subiendo por los tobillos, besando y lamiendo y mi boca soltaba saliva por todo el cuerpo de Eulogio que ya comenzaba a moverse como bestia en celo.
Llegué, traspasadas las rodillas a las que hinqué suavemente los dientes, y subí por los muslos alternando derecho e izquierdo mientras veía indudablemente la gota de pre semen librándose del meato y descolgándose por el pene hasta los huevos y comencé a desesperar. El perro que había en mi cuerpo se despertó del todo y salté sobre aquella polla que, no sé por qué, me pude frenar antes de morderla y mi lengua iba rodeando el glande, haciendo exasperar de placer el cuerpo de Eulogio, mientras mi polla totalmente erecta iba dejando un rastro de líquido preseminal por las piernas de Eulogio.
Me negué a subir y estuve mamando aquella polla con deseos de mi boca hasta que noté que estuvo a punto de explotar, con mi mano apreté la base del pene para frenar el escape de semen y poder respirar profundamente y volví a meterla en mi boca dispuesto a recibir toda la gloria que era capaz de darme mi amante.
Ya movía su culo, levantándolo de la cama y se retorcía sobre sí mismo hasta que soltó vertiginosamente todos los chorros de semen, precioso néctar mejor que el manjar de los dioses. Me había preparado para que nada se escapara y vencí. La suerte de mi amo estaba echada, toda era para mí.
Eulogio me agarró por las axilas y me plantó mi cara frente a la suya para besar mi boca y participar de mi banquete con un profundo beso del que solo pudo gustar el sabor, pero no la materia del sabor. Y me castigó por ello. Me puso al revés para que me comiera de nuevo su polla y la enderezara como al principio, cosa que hice con más gusto que deber, y sobre todo porque sentía su boca en mi culo preparándolo para lo que iba a venir. Cuando tuve su polla a punto, muy dura y amoratado su capullo, me mandó sentarme sobre ella mirándole a la cara y la metí de una sentada de mi culo sobre su polla. Entró toda.
Sentí un dolor que rápidamente se convirtió en placer y empecé un sube y baja con ganas de eyacular y expulsé todo mi semen que cayó hacia todas partes debido a mis movimientos ascendentes y descendentes pero me encontraba en el séptimo cielo, los ojos cerrados con la cara hacia el techo.
Sentía como mi polla se rejuvenecía y al tocarla noté que de nuevo estaba dura. Eulogio me quitó las manos de mi polla y él mismo la masturbaba, lo que hacía para entretenerse y retrasar su orgasmo, pero todo llega en esta vida y le llegó su turno. Sentí las salidas de semen como de un géiser dentro de mí y luego cómo se quedaba mi interior totalmente lleno y caliente. No tardé en eyacular de nuevo, pero el bandido de Eulogio, como verdadero hijo de puta, perra preñada, dirigió mi polla a su boca y al acabar no me permitía acceder a un beso para probarme a mí mismo.
Me seguía masturbando y de nuevo comencé a cabalgar, sudados ya y chorreando, toda la cama mojada y de nuevo nos pusimos en forma, de modo que tras un rato largo de trabajo corporal, de nuevo nos venimos casi al mismo tiempo y caí exhausto sobre Eulogio besándole y degustando los dos el fruto de mis preciosos testículos.
Eran las seis de la mañana, nos pasamos a la otra cama porque la nuestra estaba llena de sudor y semen, habíamos alternado cuatro veces cada uno, que ni yo me lo podía creer, pues no me explicaba cómo nuestros cuerpos eran tan capaces de producir tal cantidad de semen en tan poco intervalo. Me tocaba los huevos y seguían duros, no entendía cómo no se habían deprimido y aguado. Y solo tocarme me puse ya con ganas y la polla dura de nuevo. Había que ensuciar la cama y se me puso a cuatro patas y lo follé, después de tantas penetraciones entró como Pedro por su casa y allí solté mis restos de semen. Noté que Eulogio tenía ya espasmos de eyacular y me puse bajo su polla para que me lo soltara en la cara y obligarle, sin decirle nada, a que me lamiera mi rostro. Lo hizo y no sé por qué, dormimos hasta que el telefonillo nos avisó a la hora que le habíamos indicado. Nos duchamos, nos vestimos y de vuelta al taller para dar los avisos pertinentes referentes al coche de Eulogio y meternos en la cafetería cercana a desayunar donde iban casi todos los que trabajaban en el recinto industrial.
Mientras desayunábamos me dijo:
—He reservado habitación para esta noche, así no viajaré de noche y te hago caso.
— Pues esta noche el alfa soy yo, porque tengo otras perrerías reservadas para ti.
Cuando íbamos a salir, entró mi padre, lo llamé y se sentó a desayunar. Le esperamos a que acabara y luego lo acompañamos al taller. Mi padre solo me dijo:
— ¿Todo bien, hijo?
— Maravilloso, papá.
Me puso su mano sobre mis hombros y me hizo muy feliz.
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