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Hola. Vamos con un nuevo relato. Como ya les dije, soy Carla de 51 años, de Arequipa-Perú, y esta vez les contaré lo que me sucedió casi de manera increíble. Es que cuando se te juntan pues se te juntan.
Mi relación con mi ahora ex esposo, era tranquila. El, es una buena persona, nos llevamos bien. Su único defecto es no complacerme en la cama. Y bueno, una que necesita estar bien atendida, tiene que buscar fuera lo que no encuentra en casa. Ahh, me olvidaba, también es renegón y un poco amarrete.
Yo, soy muy amiguera y no hago mucho distingo entre mis amistades. A pesar de la posición solvente que tiene mi esposo, igual cuento con amigas digamos de toda posición.
El marido de una de ellas, se dedica a la carpintería. Normalmente él hace los trabajos pequeños y cuenta con unos ayudantes cuando los trabajos son mayores.
Roberto, así se llama el maestro carpintero, ya nos ha hecho varios trabajos en casa, y yo estaba fastidia que fastidia a mi esposo para arreglar uno de los escalones de las gradas (rechinaba mucho) y de paso la baranda. Pero Richard (mi cachudito esposo) me contestaba, más adelante, todavía no.
Igual me armé de valor y llamé a mi amiga Claudia y logré que me enviara a su esposo el miércoles. Obviamente a Richard no le dije nada. Una vez que estuviese todo arreglado ya no había marcha atrás y tendría que asumir los gastos.
El miércoles, como todos los días, mis hijos ya se habían ido a la universidad y Richard se levantó algo más temprano, se duchó, mientras yo le preparaba su rico desayuno, que el literalmente devoraba mientras veía las noticias en la tele.
Aquí debo comentarles que normalmente él iba al trabajo en su vehículo (un Peugeot color verde olivo precioso), pero se le malogró no se que pieza y el bendito repuesto lo tenían que traer del extranjero, de allí a Lima y recién al concesionario de Arequipa. La cosa es que demoraría un mes y medio en que lo dejaran operativo, así que no le quedó otra alternativa que irse en taxi.
Como es obvio, yo le recomendé a pepelucho para que le haga el servicio de taxi todos los días, así, además, podía continuar haciendo algunas travesuras de vez en cuando.
A la hora de siempre, sonó la bocina del tico. Richard me dio un beso (siempre se despedía así) y no sé por qué pero lo acompañé hasta la puerta.
Entré, tomé un café, recogí los trastes, los lavé y subí a mi habitación.
Me dio pereza bañarme, así que me quité el pijama y me puse un top rosa y un jean ligeramente suelto, y mientras me acomodaba el cabello, sonó el timbre. Abriendo la ventana del segundo piso, pregunté:
Bajé de mi habitación, abrí la puerta y allí estaba Roberto. Bien plantado, con su maletín de herramientas. Ya antes le había echado un ojo y el tipo no estaba del todo mal. Es que casi nunca lo había visto arreglado, siempre vestido para el trabajo y así con su overol o sus ropas de servicio pues como que no daba una buena impresión. Pero hoy, había venido con ropa normal, se veía atractivo, limpio, y con su mirada siempre coqueta.
Alguna vez, cuando fui a su taller a cotizarle un trabajo, no dejaba de mirarme fijamente y yo desviaba la vista, pero en esa mirada estaba segura me quería decir algo. Nunca le hice caso, por que como les decía, no me resultaba atractivo en sus ropas de trabajo y por que además era el esposo de mi amiga.
Mientras me esforzaba para enseñarle la parte que quería que arreglara lo atrapé viéndome las tetas, pero a pesar de ello no se inmutó. Es más se me apegó para verificar por el mismo el estado de la baranda apretándome un poco contra ella.
No terminaba de hablar cuando se había ya quitado el polo azul que llevaba puesto. Tenía un buen físico. Es más se marcaban los abdominales. Me quedé contemplándolo unos segundos, y balbuceando le dije:
Lo tenía al frente diciéndome que estaba buena. Lo tenía al frente y estaba semidesnudo. Lo tenía al frente y me miraba con esa mirada coqueta que tenía. Empezó a humedecérseme la conchita, la respiración se hacía más agitada, el deseo de coger se apoderaba de mí. Y ya poseída por el bichito de la lujuria le dije:
Se acercó y me tomó por el talle. Esas manos gruesas, ásperas, fuertes, hicieron que me de un espasmo medio raro. Resollé por lo imprevisto de su maniobra.
Me mordió suavemente el cuello, el pabellón de mi orejita, y yo ya estaba mojadita, sabía lo bueno que se venía.
Dicho eso, me besó, sentí su aliento por primera vez. Yo le respondí metiéndole la lengua. El hizo lo mismo y nuestras lenguas juguetearon un poco. Seguíamos chapando, mientras el me manoseaba las tetas a su antojo.
Vamos, le dije. Quiero que me caches en mi cama.
Mi cama, destendida, conservaba de seguro aún la tibieza del cuerpo de mi esposo.
Y sin más reparo, se bajó los pantalones dejando al aire su verga medio erecta, oscura, casi negra, venosa y llena de pendejos.
No dudé. Me arrodille delante de él y me introduje ese bocado delicioso hasta donde pude. Tenía un sabor diferente, no el salado común de una verga, sino otro saborcito que aún lo he logrado descubrir.
Se la remangaba, la escupía, me la metía a la boca, se la chupaba. Estaba haciendo todo lo que quería con su herramienta. Lo miré. Vi su rostro de felicidad. Estaba disfrutando de la amiga de su esposa, de su vecina, de su clienta.
Te gusta mi amor. Eres una experta Carlita…sigue por favor, sigue.
Estuve como unos cinco minutos dándole duro a esa rica verga, hasta que me tomó del cuello levantándome hasta su cara. Me besó, me mordió rico los labios, con cuidado de no maltratarlos. Me quitó el top que llevaba puesto, mientras yo ayudaba con los botones del jean para que también pudiera quitármelos.
Jugueteaba torpemente con su lengua sobre mis pezones… me los mordía ligeramente haciéndome gemir de rato en rato, mientras sus dedos toscos, rugosos se introducían cada vez con más frecuencia en mi conchita.
Yo aprovechaba cuando me los metía para jadear cerca de su oído y para morderlo en el cuello como señal de la arrechura que me estaba provocando.
Se detuvo, me tomó de un hombro haciéndome girar poniéndome de espaldas contra él. Entendí la maniobra, así que yo misma me subí a la cama y me puse de rodillas dejando mi generoso culito al aire para que me pueda dar desde atrás.
Se echó un poco de saliva en la verga y empezó a adivinar el lugar exacto de mi orificio vaginal. Se ayudó con los dedos y me la empezó a meter despacito. Sentí la cabecita de su verga abriéndose paso por mi vello púbico y mis húmedos labios.
Empezó a penetrarme poco a poco, ya había entrado toda y la sacaba y la metía nuevamente pero lentamente, como para ir agarrando ritmo. A cada entrada, solo soltaba unos ligeros gemidos de placer.
De pronto, escucho el ruido de las rejas de la casa. Me hice hacia atrás, justo cuando me la estaba sacando (por suerte no lo lastimé) y me asomé a la ventana.
Mierda, era Richard que estaba entrando.
Mi marido, le dije, mi marido webón.
Ahora hasta risa me da, pero en ese momento hubiera sido delicioso tomarle una foto a la carita de sorprendido y de “ahora que hago” que puso Roberto.
Cogió su pantalón y el polo y se metió como pudo en el cuarto de mi hijo menor. Yo sentía ya el ruido de la puerta principal abriéndose. Me metí al baño y mientras me ponía una bata que siempre dejo en el cuarto de baño, jalé la bomba, me lavé las manos, bueno hice correr un poco de agua en las manos para disimular y abrí la puerta justo cuando Richard entraba a la habitación.
Mientras todo ofuscado buscaba en su escritorio el bendito informe, ni siquiera se dio cuenta de mi pantalón en el suelo, así que lo recogí y lo puse en el cesto de ropa.
Hice como que buscaba mi celular, mientras por fin encontró el informe.
Me acerqué a la ventana, abrí ligeramente la cortina y vi como subía raudo al taxi que lo estaba esperando.
¡Roberto, ya puedes salir¡
Me acostó sobre la cama, me alzo las piernas en la posición de piernas al hombro y se echó sobre mí. Me besaba tiernamente y teniéndolo así tan cerca, quedé en cuenta que el carpintero era más atractivo de lo que siempre lo vi. Me dejé llevar. Lo besaba con pasión, mientras él, ya había encontrado la ruta hacia mi conchita y me penetraba con empeño.
Mi desconcierto, la angustia de verme al descubierto, se convertía ahora en placer. Rendida ante Roberto, mi carpintero, dejaba que me hiciera suya en la forma en que él quisiera.
No fue un sexo pasional o duro. Fue más como cuando estás enamorada y lo haces con delicadeza. Algo soft, light.
No se que tiempo me lo estuvo metiendo. Pero no podía dejarlo ir sin darme una buena recompensa por hacerme sentir tan bien.
Detrás de ti, en el segundo cajón de la cómoda hay un lubricante. Ya tú sabes, para que no me duela mucho. Me acomodé en cuatro patas, para que pueda echarme un poco de lubricante en el ano. Jugueteaba dándome palmaditas en las nalgas, mientras se sobajeaba la verga con el love lub.
Me tomó de la cintura, y con los pulgares me abrió un poco las nalgas. Yo la sentía venir. De pronto, una húmeda sensación en el ano. Ya estaba en la misma puerta del ano.
Sentía la presión de la cabecita tratando de entrar y mi ano haciendo resistencia. Cada vez era más fuerte la presión. Mis pliegues anales cedían ante la fuerza de su glande. Ya estaba entrando.
Y empieza a sonar su celular.
Me asomé a la ventana, y en efecto, su ayudante estaba en la puerta esperando para entrar.
Se recostaba de placer sobre mi espalda, me mordía el cuello con sus dientes rasgándome un poco con ellos… No importaba, estaba sintiéndome tan bien, que algo se me ocurriría si mi esposo me preguntaba. Roberto hacia unos sonidos raros, como guturales, como que no dejaba salir los gritos de pasión contenida al cacharse a la amiga de su esposa.
Me la sacó del culito y mientras yo me levantaba para que me dijera que me iba a hacer, sonó el teléfono de la casa. Pensé en no contestar, pero luego imaginé que podía ser mi esposo, así que tomó el auricular y contesté.
Roberto me preguntaba con la mirada: quien era?. Solo atiné a decir, “un amigo”.
Me empezó a chupar las tetas una vez más, casi lograba meterla íntegramente en su boca. Con sus manos me acariciaba las nalgas, y me abría el culito.
Empecé a deslizarme como cuando hemos jugado al palo encebado, dejándome caer lentamente sobre su abdomen, su pelvis. El seguía chupándome las tetas y poco a poco empezó a mordisquear mi cuello. Yo sentía su pene entre mi conchita y mi anito.
Con una habilidad maestra, con una mano me acariciaba una nalga y con la otra acomodaba su verga cerca de mi culito. Una vez que lo ubicó justo me ordenó.
Ya sentía mi culito abriéndose y como su verga dura y tiesa entraba sin problemas.
Me dejé caer de golpe, sintiendo como se introducía su verga en mi ano. Que delicia. De verdad la tenía toda adentro. Me empezó a levantar de las nalgas y a embestir hacia arriba y yo dejándome caer indefensa, ante la atropellada dura y agradable de su verga.
Empecé a gemir, más de la cuenta. Siempre he sido medio gritona cuando me lo saben hacer. Si antes fue sexo suave, ahora si era durísimo.
Siguió bombéandome y ya era inevitable que terminara. Sentí un gemido de explosión y una mordida en el hombro.
Se sentía el semen calentito en mi culito. Descansé mi cabeza en su hombro, mientras respiraba agitadamente y le susurraba… que rico, que buen polvo me has metido… gracias.
Movió sus caderas hacia atrás, dejando salir su verga atrapada en mi culito. Bajé las piernas hacia el suelo y quedé en pie. De pronto la cara interna del muslo veía como iba chorreando el gomoso semen que me había dejado adentro.
Tomó un poco de papel higiénico para limpiarme y le dije, “no mi amor… a bañarnos, a la ducha señor” y prácticamente lo empujé hacia el baño.
Fue un baño rápido solo para asearnos el sudor y en mi caso el semen de mi cuerpo.
Salí del baño, me puse el camisón que estaba sobre la cama, mientras Roberto ya se estaba subiendo el pantalón.
Se sonrió. Mientras iba saliendo de la habitación.
Cerré la puerta. Me dejé caer en la cama y una idea empezó a aparecer en mis pensamientos; mientras los ruidos del martilleo sobre la madera se volvían cada vez más fuertes.
No sólo tenía que pensar en qué decirle a mi esposo sobre la compostura de la baranda, sino sobretodo, y era lo que más me preocupaba, que excusa le tendría que inventar a Jorge por haberlo choteado.
Que complicado es tratar de buscar la felicidad, pensé. Vi la foto de mi matrimonio en la mesa de noche. Cerré los ojos. Me puse a pensar sobre qué cosas necesitaba comprar para la cena.
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