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Había quedado con mis amigos para salir por ahí. Siempre éramos cuatro compañeros de aventuras con los que solíamos pasar las noches de viernes y sábado bailoteando y pasándolo bien. Vamos lo habitual cuando eres joven y no tienes mayores preocupaciones. Aquel sábado éramos tres pues Daniel tenía plan con los de la universidad y nos había dejado tirados. Últimamente tonteaba con una chiquilla así que eran normales sus ausencias del grupo. Juan Carlos, Braulio y un servidor Alex cenamos una pizza rápida en el restaurante al que íbamos de vez en cuando. Un lugar tranquilo y bien de precio pues nuestras economías no eran muy boyantes que digamos. Las cenas eran nada fuera de lo común, las típicas entre muchachos de nuestra edad, hablar de coches y chavalas, sobre todo de chavalas.
Acabada la cena fuimos de pafetos empezando la ronda de cervezas. El primer garito era uno al que íbamos con frecuencia así que nos conocían bien. Braulio pidió unas cervezas iniciando seguidamente los tres la conversación alrededor de la barra. Había bastante ambiente aquella noche y las chavalas no estaban mal. A muchas las conocíamos y otras eran nuevas. Desde la barra hicimos buen repaso de todas ellas, en especial Juan Carlos que se quedó prendado de una rubita de buenas tetas y mejor trasero aunque parecía ir acompañada. Al fondo se encontraba la pista y en ella una buena cantidad de gente moviendo el esqueleto bajo el ruido ensordecedor de un famoso tema punk. Estuvimos bailando un rato y una vez terminada la segunda birra nos marchamos a otro lado.
Era pronto, quedaba mucha noche por delante. La ronda eran los tres o cuatro pafetos habituales y luego directos a alguna discoteca hasta la hora de cierre. De ese modo continuamos la tertulia en el siguiente local aunque más que hablar estuvimos disfrutando de la jungla femenina que por allí había. Grupos de novios, parejas sueltas morreándose a la menor oportunidad, mucho grupo de chiquillas y no tan chiquillas, algunas buscando lo que nosotros y otras a lo suyo. Echamos algún baile, aprovechando la marabunta para pegarnos con descaro a alguna muchacha que por allí pululaba. Alguna se dejaba rozar y alguna otra ponía directamente cara de pocos amigos con lo que la dejábamos estar. Las cervezas continuaban su tarea teniendo que visitar el lavabo para descargar. Mucho calor, mucha gente y mucho sudor era el ambiente que allí se respiraba. La música estaba bien, disfrutando de ella un rato más.
La noche fue avanzando y sobre las dos y media dirigimos nuestros pasos a una de las discotecas a las que íbamos a menudo. De vez en cuando caía algo aunque otras muchas veces marchábamos con el rabo entre las piernas. Aquella noche estaba a reventar, un ambiente sofocante y mucha mujer a la que poder echarle la vista. Nos fuimos a la barra a pedir de beber. Me quedé flasheado con las tetas de la chica de la barra, una mulata de infarto embutida en un vestido minúsculo en el que era imposible entrar su cuerpo. Estuve embobado mirándola mientras pedía, arrancándole una sonrisa de complicidad. Tenía dos, tres y varios polvos, para morir dentro de ella con el mejor de los placeres. Al fin me volví con las copas para disfrutar del ambiente que allí se respiraba. La música a tope, acid house, el sintetizador a toda pastilla y la gente bailando sin saber con quien. Todo el mundo sudoroso por el calor reinante y por la bebida ingerida para aguantar.
Con las copas en la mano, nos fuimos a la otra pista de baile donde la música era la que nos gustaba. Éxitos de toda la vida y que daban para poder arrimar la cebolleta si la ocasión se presentaba. Nos pusimos a bailar entrando en el juego del baile, mezclándonos entre los grupos que por allí había. Veinteañeros de nuestra edad, parejas de novios, grupos de amigos y también alguno de hombres y mujeres ya talluditos esos sí que en busca de acabar la noche en buena compañía. Con uno de esos grupos nos juntamos. Eran un grupo de cuatro amigas como de treinta y tantos años largos y alguna incluso parecía de más edad. Sin saber cómo nos juntamos a ellas, empezando a bailar al ritmo que marcaba la música. Una de ellas quedó sola pero no fue problema pues pronto encontró pareja con la que bailar. Bailamos dos o tres bailes sueltos para cambiar de pronto a música lenta y que invitaba a la unión de las parejas. Las luces bajaron la intensidad, quedando la pista a media luz y perfecta para lo que podía darse. Nos emparejamos sin decir nada y con facilidad pasmosa.
Me tocó con una de las que parecía de mayor edad pero ello no era inconveniente pues se la veía guapa de cara y con un cuerpo más que interesante. La verdad no estaba nada mal. Mi carácter observador me había hecho fijarme en todas ellas y no sé por qué razón más en ella. De mediana estatura y algo más baja que yo, rubia de bote y de cabellos cortos y ondulados, vestía un vestido rojo y floreado de tirantes con un chaleco negro de lana fina por encima y unas botas vaqueras. Sin poderlo evitar me había fijado de forma irremediable en la parte de los muslos que quedaba a la vista, muslos que se veían gruesos y consistentes. Vamos que había donde agarrar. No tardó en ser ella la que se pegó a mí haciéndome sentir su cuerpo de formas algo abultadas aunque no en exceso. Me echó las manos a los hombros al tiempo que yo la tomaba de la cintura posando suavemente las manos en la misma. Los rostros cercanos, pude sentir la fragancia que su cuello desprendía. Empezamos a bailar de forma lenta, moviéndonos al compás de la música. La iluminación bajó aún más haciéndose ahora la pista oscura y cómplice para las parejas. Se pegó aún más pudiendo notar su vientre junto al mío. Ninguno de los dos decíamos nada, solo nos movíamos de forma lenta y acompasada. Nos fuimos moviendo por la pista, separándonos de los otros camino de una zona algo apartada. Gracias al volumen bajo de la música, pude escuchar la respiración de la mujer a mi lado.
Las formas femeninas me excitaron sin remisión, para la edad que tenía resultaba más que apetecible así que la tomé con fuerza de la cintura apretándola contra mí. Su fragancia me embriagaba, ayudando en la excitación que comenzaba a instalarse en mí. El roce de los cuerpos hizo que mi amigo despertara bajo el pantalón. Ella lo notó claro y, bajo la luz casi inexistente, pude ver parte de su rostro en el que se dibujaba una leve sonrisa como diciendo que le gustaba. Elevó el rostro hacia mí y cerrando los ojos se mostró sumisa como esperando algo más. Y yo se lo di. Solos como estábamos y apartados de los otros, la cogí de la barbilla y cayendo sobre ella probé por primera vez aquellos temblorosos labios. Ella respondió rozándose contra mí al ritmo que la música le imponía. Fue un beso corto pero con el que nos dimos a conocer la necesidad que experimentábamos por el otro. Volvimos a besarnos, ladeando la mujer la cabeza mientras me pasaba la mano por detrás de la nuca. Sentí cómo abría la boca, aprovechando para meter la lengua dentro encontrando la suya. La música y la gente nos envolvían aunque ya no hacía caso de nada. Solo de disfrutar de aquella boca que parecía llamarme a nuevos besos. Sin pedir permiso, llevé las manos hacia sus pechos tomándolos por encima de la ropa. Se notaban duros y de buen tamaño y a ellos me entregué apretándolos a través de la tela del vestido.
Mientras, por abajo avanzábamos en otros menesteres. Era ella la que golpeaba su vientre contra el mío, notando mi bulto ya más que considerable gracias al roce que recibía. La escuché gemir junto al oído. Nos manteníamos callados, solo descubriendo las sensaciones que nuestros cuerpos nos proporcionaban. Mi osadía se hizo más grande y beneficiándome de la oscuridad reinante, llevé las manos al trasero de la madura. Gimió ahora más fuerte, elevando el cuerpo bajo los pies para buscar mi boca con mayor deseo. Metí la mano bajo el vestido encontrando la delicada piel que sentí erizarse bajo mis dedos. La besé en el cuello que quedaba a mi alcance, buscando con ello excitarla mucho más. Y lo hizo, rozándose contra mi sexo en movimientos circulares de la pelvis. Aquello iba de maravilla, aquella noche triunfaba seguro –pensé mientras mis labios atrapaban su cuello dándole un fuerte chupetón.
¡Vamos al baño! –escuché las palabras mágicas que pronunciaba.
Había conseguido ponerla a rabiar y ahora me pedía que la acompañara al baño. Sabía bien lo que aquello significaba, quería rollo y yo estaba dispuesto a dárselo. Me cogió con firmeza de la mano y me hizo seguirla entre la multitud que nos rodeaba. En esos momentos no veía nada, solo los rubios cabellos de aquella cabeza que tenía frente a mí. Bajé la mirada a su trasero que vi contonearse con cada difícil paso que daba. Llegamos junto a los nuestros y la mujer se separó de mí para ir a hablar con una de sus amigas. Rieron abiertamente, seguramente le estaba contando lo que había pues la otra no pudo evitar un gesto de aprobación. Volvió a mi lado, agarrando nuevamente mi mano y, mezclándonos entre el bullicio, miré a mis amigos mientras desaparecíamos camino del baño. Juan Carlos me guiñó el ojo, seguro de mi triunfo.
Entramos al baño de mujeres que por suerte en ese momento se encontraba vacío, cosa rara por lo demás. Me llevó a uno de los cubículos cerrando la puerta tras ella. Solos los dos y lejos del ruido del exterior, nos besamos con desesperación uniendo las lenguas en el interior de su boca. El aliento a cerveza y a vodka se mezcló en nuestras bocas sedientas de besos. La mujer gemía de forma entrecortada en su creciente calentura. Buscaba mi boca mordiéndome los labios con fruición. Respondí su ataque, empotrándola contra la pared y degustando su boca de labios húmedos y complacientes. Ella gemía y jadeaba sin poder evitar la pasión que la consumía. Estaba cachonda y caliente, era evidente. De ello debía aprovecharme y así lo hice. Me apoderé de su cuello como había hecho en la pista y se lo comí llenándolo de besos. Aquello la ponía mucho más cachonda, el cuello es una de las zonas más sensibles y yo bien lo sabía. Me entregué a la caricia viéndola responder de aquel modo. Chupé y lamí la piel desnuda, pasando la lengua por encima entre los lamentos que la mujer emitía. Lamentos débiles para tratar de no hacer ruido.
Ya lanzados en aquella espiral de deseo, bajamos las manos hacia el objetivo que ambos buscábamos. Ella encontró el bulto oculto bajo mi tejano mientras yo hacía lo propio metiendo la mano bajo el vestido para encontrar la braga algo mojada. La hermosa mujer me ofreció la lengua rosada que enganché entre mis labios chupándola con desenfreno. Aquella mujer era fogosa, todo un sueño para un muchacho como yo el disfrutar del cuerpo vibrante que me entregaba. Nos desnudamos a zarpazos, como dos animales salvajes haciendo yo caer los tirantes a los lados hasta quedar el vestido alrededor de su cintura. Por su parte, me quitó la chaqueta y la camiseta que llevaba dejándolas caer al suelo. Me clavó los dedos en el pecho, volviendo yo a devorar su cuello para subir enseguida a su oreja que chupé llenándola de babas. Luego me apoderé de uno de los pechos succionándolo con descaro, chupando y lamiendo el pezón que se puso duro y elevado gracias a mis caricias. Tenía unas tetas duras y apetitosas que manoseé con infinito placer.
La mujer me separó de su lado y, agachándose sin dejar de mirarme, agarró el cinturón soltando la hebilla con rapidez para seguidamente hacerlo con el botón. La cremallera siguió el mismo camino haciendo que el pantalón bajara a mis pies. Con las manos bajó también el slip sin poder esperar más. La polla saltó hacia ella que la atrapó entre los labios de forma experta. Comenzó a chupar consiguiendo que creciera aún más. Sin necesidad de las manos la comía a buen ritmo haciendo el placer para mí más intenso. Chupaba y lamía envolviéndola con los labios y saboreándola con la lengua de arriba abajo. Al tiempo se ayudó de la mano moviéndola alrededor del tronco. Y todo eso sin dejar de mirarme con lo que el morbo era mayor para mí. Tenía cara de viciosa, de guarrilla experta en aquellos menesteres. El pene quedó pronto elevado y dispuesto.
Con las manos la hice levantar quedando yo sentado en la tapa del váter. Mirándola a los ojos la animé a sentarse encima, cosa que hizo tomando asiento sobre mi vientre. Tirando la braguilla a un lado, se la enchufó de una vez quedando completamente ensartada y con la mirada perdida. Quietos unos segundos disfrutando ella la penetración, comenzó a moverse iniciando un movimiento rotatorio de pelvis alrededor de mi eje. Se movía de forma lenta, acomodándose al tamaño de mi sexo para paso a paso ir tomando mayor ritmo y agilidad en la follada. Yo la tenía cogida de las caderas, abandonándolas al caer sobre la redondez de sus nalgas. Empecé yo también a moverme, acompañándola en sus movimientos al empujar en el interior de la vagina en la que me sentía perfectamente encajado. Me tomaba y expulsaba, abriéndose su vulva bajo el empuje al que la sometía. Se agarraba allí donde podía, aguantándose las ganas de gemir y gritar. Era todo un placer observar su rostro desencajado y envuelto en la locura del momento. Echándose sobre mí nos besamos comiéndonos las bocas, morreándonos como los amantes en que nos habíamos convertido.
Nos levantamos, cambiando de posición y siendo ahora ella quien quedó sentada con las piernas abiertas en espera de una nueva penetración. Con la falda echada hacia atrás, podía ver su pubis peludo y su raja de labios abultados. Se la veía mojada y deseosa de un nuevo ataque. Tomándole las piernas dobladas, la penetré de forma lenta enterrándome centímetro a centímetro en aquella cueva que tan bien me absorbía. Enseguida nos acompasamos, al unirnos en un movimiento lento y constante en el que las entradas y salidas se fueron haciendo más y más fáciles. Empujaba entrándole hasta el final, atravesándola con movimientos bruscos y secos. La cara de la mujer era tremenda, una cara de inmenso placer gozando como una perra cada vez que le daba. En voz baja y casi inaudible me pedía que continuara dándole. La follé esta vez con mayor decisión, notándola abrirse bajo el poder de mi dardo que la llenaba por entero. Un tímido gemido escapó de sus labios en una de las veces que le di con mayor ímpetu. Yo también emití un jadeo, perdido momentáneamente el control sobre mí mismo.
Escuchamos ruido fuera, quedando quietos y callados al instante. Al parecer alguien había entrado. Tras un breve momento de duda, seguí a lo nuestro moviéndome de forma lenta en su interior. Ella aguantaba como podía sus ganas de gemir y gritar al tiempo que le tapaba la boca para que no lo hiciera. Los ojos en blanco y temblando entre mis manos, volvimos a las andadas con el morbo de poder ser descubiertos. Ruidos de tacones se oían en el exterior, apenas a unos pasos de donde estábamos. Le di el dedo para que lo chupara, metiéndole uno más que tomó entre sus labios de forma perversa. Las ropas deshechas, resultaba un espectáculo de lo más morboso el disfrutar la imagen de la mujer madura, entregada por completo a lo que le hacía. En uno de los golpes, no pudo evitar patalear con fuerza resonando el golpe contra la puerta. Una voz cantarina y aflautada se escuchó desde fuera preguntando si pasaba algo. Recuperando el pulso, mi madura acompañante contestó diciendo que todo iba bien, que había sido un golpe sin importancia. Quedé alucinado con su poder de autocontrol. Volvimos a besarnos, manteniendo las bocas unidas en un beso largo y profundo.
Saliendo de ella, la obligué a ponerse en pompa con las manos sobre la cisterna del baño. Apoyando un pie en la tapa, dobló la pierna para facilitar la entrada. Fuera seguía el ruido del agua corriendo por el baño, al parecer se estaba arreglando quien allí estaba. Levanté el vestido hasta su cintura y el redondo trasero quedó ante mí en toda su belleza. Un trasero poderoso, de grandes nalgas que me hicieron turbar, todo un placer para los sentidos. Quedé unos segundos observándolo, embobado hasta que la mujer giró la cara sonriéndome con desvergüenza. Me excitaba verla así, tan bella en su aspecto descompuesto. Plantándole la mano en una de sus montañas, con la otra me cogí el pene para acercarlo al coño. Me hundí dejándola sin respiración, cubriéndola con mi cuerpo al caer sobre su espalda. De nuevo el mete y saca comenzó, entrando y saliendo con lentitud exasperante, enterrándome en aquella herida que era su coñito tragón. Mi excitación fue en aumento y con ello las acometidas con las que me la beneficiaba. El placer se hizo intenso para ambos moviéndonos sin descanso, gozando el polvo que estábamos pegando. Me moví con rapidez, haciendo las entradas y salidas insoportables para ella que respondía echando el culo hacia atrás para sentirse más llena. En esos momentos se la clavaba hasta el fondo, levantándola del suelo de tan fuerte como le daba. La hermosa madura se mordía el puño para no gritar. Al fin me corrí echándoselo todo en la espalda. Semen cayendo sobre sus lumbares y mucho más allá, llegándole el disparo hasta la ropa enredada en torno a su cintura. Ella se corrió también, con los ojos fuertemente cerrados y una cara de enorme satisfacción.
Habían sido apenas cinco minutos, no mucho más. Nos besamos cayendo sobre ella y vuelta hacia mí para que le tomara los labios entre los míos. Unimos las bocas de forma delicada, recuperando el aliento con algo de dificultad. Había sido un encuentro desenfrenado y de lo más provechoso. Nos incorporamos, recogiendo las ropas del suelo para vestirnos con prontitud. La mujer, arreglándose el vestido, me tomó la cara con las manos para plantarme un postrero morreo de agradecimiento. Quedamos sin respiración con aquel largo y sensual beso. Salimos del baño encontrándonos con dos jovencitas a las que se les abrieron los ojos de par en par nada más vernos, aunque pronto cambiaron el gesto sonriendo de forma maliciosa. Estaba claro lo que allí acababa de ocurrir, no había que ser un lince para adivinarlo. Sin prestarles mucha atención, escapamos del baño volviendo al griterío de la sala. Prácticamente no habíamos intercambiado palabra, dejándonos llevar por la pasión exacerbada de un corto momento. Pensando en ello, caí en el hecho de que no conocía su nombre ni nada de ella. Nos reunimos con el resto como si nada hubiera pasado, empezando a bailar entre el gentío que nos rodeaba. Sin embargo, las miradas la delataban, sonriéndome de tanto en tanto. Evidentemente le había gustado. Y a mí también.
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