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Fue inesperado, pero no menos necesaria la visita de mi sobrina Mariela, a pesar de que no venía a mi encuentro precisamente. Yo estaba preparando café y unas tostadas cuando, a eso de las 5 de la tarde, y bajo una pequeña llovizna, en la calle oigo su voz desde la ventana seguida de unas palmas.
¡abríme tío, que vengo a traerle la revista a la tía, antes de que me mate, y se largue con todo! Le abrí y mientras la invitaba a pasar le expliqué que la tía llegaría un poco más tarde del colegio, puesto que había una impostergable reunión con la inspectora. Me aceptó un exprimido de naranja, y entre que se lo preparaba no sabía cómo hacer para no mirarle el culo, ya que se puso a responder unos mensajes con su celular. La miraba con demasiado sigilo para no parecerle un baboso, pero no podía creer que la primavera le quedaran tan bien en ese cuerpito inocente, con sus colitas castañas, sus ojos marrón clarito siempre iluminados por un rubor extraño, sus aritos blancos y el trasluz de su corpiño negro bajo su musculosita blanca. No tenía tetas grandes, por lo que usaba un corpiño de aparente relleno. Pero olía como una flor cuyos pistilos esperaban ser polinizados por mariposas y abejas insolentes.
Cuando le acerqué el jugo la olí con mayor certeza, y descubrí el calor de sus hormonas alborotadas en mi espalda como el aleteo de una golondrina. Sentí un cosquilleo que me condujo a manosearla sin tapujos. No me lo impidió, y eso me paralizó un poco al principio. Le toqué las piernas y la cola en una caricia suave, pero amasé sus nalgas y le pellizqué una de ellas, y hasta me agaché para morderle la otra sobre su pantalón sueltito lleno de dibujos japonés. Marilín, como le decimos con mi mujer desde chiquita, bebió un poco del jugo, gimió cuando deslicé mi pulgar por la raya que divide sus manzanitas, se rió cuando le resoplé la nuca, se le erizó un poco la piel cuando le besé la espalda y los hombros, apagó su celular y no se atrevió a abandonar su posición. Pronto le palpaba las gomas y le apoyaba el bulto en la cola, mientras ella pegaba su cuerpo más y más a mi anatomía. Hasta que la di vuelta de un solo movimiento y le dije sin dudarlo: ¡agáchate pendeja!
Ella conocía el manual a la perfección. Se quitó la musculosa, me bajó el pantalón y antes de que se ponga a pelotudear con mi pene se lo introduje sin especulaciones en la boca, para cogérsela cegado y aturdido por sus primeros atracones.
¡escupime nenita, dale guacha, chupala y trágate mi leche!, le dije mezclando nerviosismo por si llegaba mi mujer y calentura. Ella mordisqueaba mi tronco hinchado, se la pasaba por la cara, le dejaba hilos de baba colgando para pajearme la pija entretanto que lamía mis bolas, y volvía al sube y baja de su boquita fresca, para que mi glande le declare la guerra a su garganta prohibida.
Cuando la escuché eructar tuve ganas de hacerle el culo en mi propia cama, y me la imaginé a mi señora con las tetas al aire mirando desde afuera cómo nuestra sobrina y ahijada se tragaba toda mi leche sin chistar.
Acabé cuando sus dientitos ya me atormentaban, su lengua escurridiza me hacían tiritar las piernas y cuando, después de metérsela entre las tetas y el corpiño se escupió un montón de saliva para regalarme la mejor turca de mi vida. Mi leche le rebalsaba la boquita, y aun así ella me limpiaba toda la puntita con su lengua.
No dijo nada cuando le saqué el corpiño. Quería verla desnuda. Me volvió loco el olor de mi semen en su boca, y casi estábamos prestos para otro pete fabuloso, cuando oigo a mi señora desde la calle.
¡abríme Emilio, que me hago pis, y llueve como la puta madre!
Sabía que Liliana ni bien llega del colegio entra al baño y se tarda sus buenos minutos en la ducha. Entonces, Marilín se escondió debajo de la mesa y yo puse todas las sillas alrededor. Corrí a abrirle, nos saludamos rápido, ella me preguntó si estaba bien, y en cuanto le juré que sí subió impetuosa las escaleras para internarse en el baño.
Habíamos entrado en una zona de riesgo aterradora, perversa y conmovedoramente peligrosa. Lili notó con seguridad el sudor de mi frente, el temblequeo de mis piernas o la torpeza de mis manos, y tal vez hasta el perfume de Marilín. Pero prefirió hacerse la desentendida, y eso no me complacía.
Apenas se oyó la puerta del baño saqué casi de los pelos a mi pequeña, que ni se mosqueó al ver a su tía entre nosotros. Pero no paró de darle masajitos a sus chuchis, según me confió después. Los dos queríamos más.
Mis ojos necesitaban confirmar la tersura de sus nalguitas, las que en mi mente palpitaban tanto como el deseo de lamerle la conchita. Quería mirarla en bombacha. Por eso le bajé el pantalón de sopetón, y me hinqué como para rezar bien pegadito a su cola, para tocar y acariciar esa bedetina rosita preciosa que mostraba el dibujo de su leve humedad cuando la hice darse vuelta para mirarla adelante. Su fragancia era majestuosa y afrodisíaca, mucho más intensa que la de las naranjas de su jugo. Le comí la boca, le puse la pija en la mano para que me la aprete, la pajee, acune mis huevos, y para que se agache y vuelva a mamarla, olerla y escupirse las tetitas para refregarlas contra ella. Pero de pronto se incorporó de pie y me dijo: ¡corréme la bombachita y cógéme, pero no me la saques!
En ese momento pensé que le daría un infarto a mis testículos. Pero también que contaba con la bendición de los dioses del olimpo cuando, después de estirar sus pezones con mi boca, de humedecerle las manos con mi pre semen de tanto que me pajeaba y de probar sus finos labios de cereza atardeciendo, la alcé en mis brazos, y con bastante cuidado fui introduciendo mi pene en su vagina tan perfectamente depilada como sus cejas, por entre su prenda, con mis manos aferradas a su cola y sus piernas a mi cintura.
Luego de sostenerla un rato casi en el aire, pero sin detener la mecida sexual con la que la penetraba mi dulzura, por el tormento de sus jadeos en mi rostro la arrinconé contra la heladera. Ahí mi pija fue un taladro que bombeaba, martillaba y perforaba con brusquedad su conchita repleta de flujos ardientes.
Ella saltaba con sus hombros contra el mueble sobre mi carne dura, sacudía sus pechitos, cerraba los ojitos y me pedía que le roce con un dedo el agujerito del culo, pero encima de la bombacha. Reaccioné antes de que mi planeta genético le inunde la vagina y la tiré al suelo de prepo para rogarle que se arrodille, se saque la bombacha y me la mame. Ella eligió pajearme entre sus tetas para entonces sí subir y bajar, ahogando su respirar agitado con su boca por el tobogán de mi pene cubierto de venas lujuriosas. Apenas comenzó a fluir mi semen en su boca, ella arqueaba la cabeza hacia atrás para beberla, y hasta me mostró cómo la saboreaba. Encontré la razón cuando sentí que mi pija se deshinchaba y mis 36 años se precipitaban en la bombachita empapada de Marilín, a donde mis ojos se perdían mientras ella se vestía inocente.
En un momento grité hacia las escaleras: ¡amoooor, llegó Marilín con tu revista de cosméticos, y dice que te espera!
Lili no respondió. Pero Marilín la saludó y me siguió el juego. Cuando ella baje creerá que su sobrina acaba de llegar. Solo que Liliana se apareció ante nosotros con gestos amenazadores, con los ojos endemoniados y con la revista y el celu de Marilín en la mano. Estaba todo dicho. Nos descubrió antes de que mi intuición pudiera descifrarlo. Aunque, yo solo soñaba despierto con lo bien que me la había mamado la guacha.
Fin
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