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Categoría: Fantasías

Polvazo con la mujer de mi mejor amigo

No pude resistir más la tentación y finalmente acabamos haciéndolo como animales en la cocina… No podíamos parar… nos llevábamos buscando mucho tiempo y al fin, el deseo pudo más que la razón… ¿Te gustaría leer la historia?



Era un sube y baja violento, se tocaba los pezones y luego los acariciaba sin bajar el ritmo de su galope.



No sé cuando empezó. Solo puedo decir que fue lentamente que me pude dar cuenta que la miraba más detenidamente. Miraba su cuerpecito menudo, pero bien contorneado, sus manos pequeñas, sus pies pequeños, sus labios más delgados que gruesos, pero muy delineados. Sus ojos café oscuro, su perfecta nariz, su bello rostro. Su pequeño pero expresivo culo, sus piernas bien tónicas, muy bien puestas y atléticas, viva expresión de su juventud y de la gimnasia. Claro, si solo tenía 28 años. Lo que más me atraía, eran sus senos. No eran tan grandes como los de mi esposa en ese entonces, pero en ese cuerpecito resaltaban, con una caída preciosa, que se volvían a levantar para ofrecer sus pezones al cielo, o a aquel goloso que quisiese disfrutar de tamaña golosina.



 


Estoy describiendo a la esposa de mi amigo, llamémosla, Nora, en clave. Sí, la esposa de mi mejor amigo.




 



Los primeros indicios de que algo estaba ocurriendo entre los dos, fueron las miradas cruzadas, en los almuerzos familiares, en la casa de mi amigo. Eran cortos segundos en que las miradas decían cosas, que sólo con el tiempo pudimos entender. Eso hizo que cada vez, mis pensamientos hacia ella, separaran el rol de mi joven y cordial amiga, por el de la mujer atractiva, que francamente era.



Las miradas silenciosas y cómplices, empezaron a llenarse de pequeños cuestionarios, coquetos, nerviosos, juguetones: ¿Qué miras?, ¿En qué piensas?, ¿Me ibas a decir algo?, ¿Tengo algo en la cara? La respuesta era del mismo tenor: nada, solo miraba; si, muchas cosas quiero decir, pero mas adelante… (silencio)… (Sonrisas).



Comencé a conocer sus horarios de trabajo . Sus visitas, sus gustos, empecé a estudiarla, su número de móvil me lo aprendí de memoria. Empezamos la etapa de los roces. De las rodillas debajo de la mesa, en especial aquella vez en que fuimos a un pub, con mi amigo y con mi ex esposa (Alicia), en una mesa pequeña y comencé a sentir que su rodilla empezó a quedarse en mi muslo, detenida y por momentos muy cálida… fue en ese mismo momento, cuando dijo a todos que le gustaba estar conmigo pues la hacia reír y relajarse. En esa noche, mis apetitos eróticos comenzaron con Nora… …Hasta el día de hoy.



Hubo dos hechos, que ya no dejaron dudas, de que algo ocurría entre los dos. El primero fue, cuando la fui a dejar en mi coche, a la casa de unos amigos para una reunión. Entre otras banalidades, me explicó lo celoso que era su esposo y que incluso tenía celos de mí… ¿por qué? pregunté nervioso. Bueno, porque hablo mucho de ti. Incluso a mis amigas les comento como eres. En ese minuto, no quería dejar cabos sueltos. -¿Y como soy yo?-. – Para mí eres simplemente simpático-, comentó.



Al despedirnos, me abrazó y el beso fue en la comisura de mis labios. Pensé en tomarla y besarla, pero antes de hacer cualquier movimiento, ya se había bajado del auto. El segundo acto de este inicio, fue en casa de mi amigo. Ella se preparaba para salir y nosotros nos quedaríamos con su pequeño hijo (cada vez que lo hacia, mis celos subían. Bueno pues, en un momento, sin pensar, subí al baño del segundo piso… estaba la puerta abierta y ella en braguitas… una exquisita tanguita celeste. Sus glúteos hermosos y sus piernas firmes hicieron que mi mirada y mi rostro, se llenara de deseo, amor por tocarla y saborearla… puro sexo.



Ella, de espaldas a mí, me miraba por el espejo. Comenzó a sonreír, con complicidad, de esas que te calientan más. Me acerqué y le dije: “Estás muy buena, se mire por donde se mire”. Soltó una carcajada y luego corrió a su cuarto y cerró la puerta.



Recuerdo unas vacaciones que ambos matrimonios compartimos.

Las coqueterías fueron cada vez de mayor osadía. No recuerdo fechas, tan solo momentos. Como aquel en que me levanté a mear y dejé la puerta entreabierta y luego de sentir una extraña sensación de sentirme observado, veo como me estaba mirando, al principio, con una mirada de extravío, para continuar con una leve sonrisa pícara y su rápida mirada a mi verga. Sus paseos en ropa interior o con pequeños pijamas, se hacían frecuentes, especialmente cuando Alicia no estaba.



Cada vez conversábamos mas rato. Salíamos a comprar cosas para casa. Nos llamábamos más seguido, desde nuestros trabajos. Empezaron los e-mails. El chat también. El tema era la soledad en que estaba, a pesar de tener marido.



Me acercaba a temas límites. Como cuando mencionaba su insatisfacción sexual. Que cada vez tenía menos sexo, con su pareja. La inducía a que se relajara, que jugara con su cuerpo, que se masturbara. Me decía que ya lo hacía desde los 15 años. ¿Cómo?, Le preguntaba. – Bueno, de varias formas. Algunas veces, me pongo un cojín entre las piernas, en otras, juego con objetos sobre mi clítoris, me tiro los pezones a más no poder. También, me divierto en la ducha, con mis dedos y el jabón, penetrándome. Son muchas maneras… ¿Cuál te gustó más? -Todas las anteriores-, le respondo, mientras nos reímos a carcajadas.



En un email, me preguntó, si yo me pajeaba. Le dije que sí, pero los detalles se los contaba en vivo y en directo.

De eso no pasó mucho tiempo, pues me lo preguntó varias veces. Le relaté: “Bueno… comienzo a pensar en cosas guarras, sin límites, sexo prohibido, con personas prohibidas, con imágenes que llegan a mi mente de recuerdos, pero las más excitantes son aquellas de cosas que quiero hacer y no he hecho. De toquetear a una compañera de trabajo. De pedirle a mi secretaria que se saque sus bragas y que se comience a tocar su coñito en la esquina de mi oficina, acercarme a su escritorio y que me abra la cremallera, saque mi polla y vea mi glande mojado, que lo comience a chupar, a saborear, que raspe sus dientes en mis testículos y sus ojos se llenen de deseo.



De decirle a Alicia (mi esposa), que se acerque y coquetee con el vecino o al un señor en el metro, que lo manosee encima de su jeans y que le enseñe sus tetas, y luego me cuente los detalles jugosos de cómo la penetraron, o sorprenderla llegando a casa, chupándole el pene a otro y yo escondido mirando todo aquello.



Me excito pensando en una mujer madura con jóvenes manoseándola. Esas imágenes hacen que mi pene quede muy erecto, que presione por salir de su atadura, de su camisa de fuerza y empiezo a tocarlo, a escuchar el ruido de su envoltura sobre su rojo y brillante glande. A veces me lo aprieto, lo desvío, lo muevo con fuerza, con quejidos, cierro los ojos… mmmmmm… ahhhh… pienso en ti!!!… luego me controlo, espero un rato y veo como sale el preseminal, como las gotas de ese líquido comienzan a lubricar más, mi pene y mi mano.



Siento los latidos de mi miembro, pensando en penetrar alguna boca, un culito o una rosada vagina y comienzo nuevamente a moverlo, a masajearlo cada vez con mayor fuerza, más desordenado, menos acompasado, abro mi boca para expresar mi calentura, muevo mi pelvis buscando el cuerpo caliente de una mujer y no lo encuentro, hasta que emerge como un volcán todo mi semen, tibio y caliente, espeso y vivo, que cae sobre mi vientre hasta la ultima gota, que comienza a recorrer las sábanas mientras me retuerzo en él y disfruto de mi propio líquido, deseando buscar con ansias un momento de mis sueños puramente sexuales, con quien este más cercana”.



Cuando termino de contarle, la miré y su rostro era otro… estaba sonrojado, con los labios semiabiertos, los ojos semicerrados, sus manos entre sus piernas… y en silencio… absoluto silencio. Le pregunto: – ¿Te ha gustado?-. Me dice: -Gonzalo, ¿piensas en mí? Sonrió y abrió los ojos en un gesto de admiración y sorpresa. – Eso lo dejo a tu imaginación -, le dije.



Continuaron con mayor frecuencia sus paseos de fin de semana o en las tardes, en short recortado que dejaban asomar sus cachetes encantadores. Eso me mantenía a mil. Todos esos días de fin de semana, en que ya cada vez salía menos con mi amigo, conversábamos, nos buscábamos, nos mirábamos, pero sobre todo, nos acercábamos, tocando nuestras manos, brazos, cuerpos, con roces suaves, calientes, ricos. Eran toqueteos tenues, pero eléctricos. Ella miraba con un dejo de cariño, cada vez más, a veces hasta con angustia.



Hasta que ocurrió lo inevitable. Esa mañana, desperté con mucha modorra. La casa estaba en silencio. Alicia al parecer, no estaba. Me levanté, bajé al primer piso y entré a la cocina. Mi sorpresa hizo que definitivamente, despertara. Allí estaba, arriba de un piso enclenque, con su pijama-short, mostrando sus bonitas piernas y revisando una repisa que estaba alta. ¡¡Sujétame, que me puedo caer!! Me dice casi gritando. Levanto los brazos levemente y la cojo de la cintura. Su culo me queda a la altura de mi cara. Me comenta algo que no presto atención. El mundo para mí, era ese trozo de ricura, entre su cintura que palpaba, sus glúteos y sus piernas.



Pero todo eso acompañado de un olor exquisito, indescriptible, hormonal, de hembra en celo. Con cada movimiento que hacia, le apretaba su cintura cada vez más y pude apreciar al menos la sombra de los pelitos de su sexo. Ya no aguanté más.



Acerqué mi boca a sus piernas, a la altura de sus muslos y comencé a besarlos. Esperé su reacción unos momentos y no escuché el ruido de los tarros que movía, sólo noté la mayor tensión de su cuerpo. La seguí besando e inicié unos mordisqueos al inicio de sus nalgas. La tomé de la cintura con más fuerza y le dije: ¡Bájate!, con un tono de orden.



Nos miramos a los ojos y sin más, comenzamos a besarnos tímidamente, como probando nuestros labios, luego fue más intenso, enredando nuestras lenguas, sintiendo nuestro aliento expelido por una cada vez, una más agitada respiración, la abracé, la traje hacia mí, la apreté, quería que sintiera mi arma, mi herramienta, lo duro que ya estaba, y que le quedaba a altura de su abdomen.



Empecé a palpar su espalda, a levantarle su pijama, me doblé levemente para comenzar a gozar de sus tetas, sus pezones, esas dos cosas ricas que hacían descontrolar mi cuerpo, pues ya la estaba empujando con mucha fuerza sobre el mueble de la cocina. Sentí sus quejidos, mientras le sacaba la parte superior del pijama y a la vez, me bajé la parte inferior del mío. Tomé su mano y la puse sobre mi miembro. Sin más, me empezó a pajear. -¿Te gusta?, es todo tuyo, ¡quiero que te lo comas!-, le dije.



Ella continuó pajeándome, mientras lo miraba con toda la calentura de su rostro, que jamás imaginé. -Estamos locos-, me dijo. Se sentó en el mueble de la cocina, a la vez que se bajó su short y pude ver su coñito, mientras separaba su pierna derecha y ponía su pie sobre ese piso enclenque. Sin más, besé sus muslos, no tengo descripción para ese olor a sexo puro, fuerte olor, exquisito de sus jugos. Pero oler no me bastó, pues como un animal mordí sus labios: ¡¡¡AYYY!!!



Cálmate, loco… por favor… ¡chúpame.fuerrrrte!. Metí mi nariz, hasta que no pude más y unas primeras succiones a su clítoris que no me costó nada encontrarlo. Ahí estaba, durito, mojado, rosado y disponible. No sabía a esa altura si era el olor, el sabor o lo que estaba viendo lo que me tenía transformado en un animal. Pero tenía unas ganas locas de apretarla, metérselo sin importar si ella estuviese preparada. Era una excitación acumulada de años.



-Vamos arriba, a mi cama-, me dijo. Mientras subíamos, nos fuimos tocando, ella, mi polla y yo, su trasero. Corrió a su cama, hundió su cabeza en su almohada, levantó su culo y me dijo: Ahora, te lo ruego, métemelo. -Todavía no, amor -. Acto seguido, metí mi lengua en ese culo y vagina de vicio. Le pasé la lengua por su ano, mientras con mis manos separaba sus cachetes, Recorrí con mi lengua desde sus muslos hasta su ano, varias veces, sentía sus jugos vaginales en mi mejilla, su olor era un perfume de sexo. Sus quejidos eran intensos, los míos también. Se movía de lado a lado.



-¿Dónde aprendiste a hacer eso?-. No contesté, y seguí en mi faena, claro que me ayudé con dos de mis dedos, quería por momentos hasta que le doliera. Uno se lo metí en su vagina, el otro, se encargó de su ano. Ahggg!!! Exclamaba, con su cara perdida entre sus dos almohadones y su culo cada vez más expuesto, más mojado. Seguí con un mete-saca con mis dedos, mientras con mi otra mano busqué tomar una de sus pechugas, que ya se movían locas al compás de ese vaivén de entrega. Juro que si en ese momento, entraba mi esposa, no habría cambiado un ápice mi concentración y calentura con Nora. Ella era el sentido de mi vida. Hasta que sentí el primer momento de su orgasmo, acompañado de quejidos y gritos cortos Ah… Ah… Ah… así…



Sin esperar, recogí con mi boca y mis manos, la mayor cantidad de sus jugos y se los llevé a sus labios, a sus tetas, la besé mientras le metía las manos en el pelo, estirándoselo con fuerza.



Intentamos un breve reposo, pero mi verga pedía su cuerpo. Le hice caricias suaves en sus pezones, mientras nos besábamos con mucha ternura y con una mirada cómplice de esta gran atracción pecaminosa, desordenada, culpable pero inevitable. Seguí masajeando sus nalgas, abriéndolas, buscando el hueso de su cadera con firmeza. Mordí su cuello.



Me puse de pie, la contemplé y acerqué mi pene a sus tetas extraordinarias y mi glande se posicionó en sus pezones, en su cuello, mientras me pajeaba y lo dirigía bruscamente a su pecho, hasta que lo atrapó en su boca y fue el inicio de frases entrecortadas por que estaba con mi verga en su juego fálico: -Cada vez que te miraba el paquete, pensaba en chuparte como ahora-. -Me gusta tu pene, no dejé de pensar en él, desde que te lo ví en el baño-.



Estuvo saboreando su golosina un buen rato, alternaba sus succiones con pequeños mordiscos en mis testículos. -Sigue así, así me gusta, mmmhhhhh, que bien lo haces… hasta el fondo… métetelo… quiero eyacular en tu cara. Hubo momentos en que creí que explotaba, pero hábilmente se dio cuenta y se levantó. Quiero montarte, me dijo. Se inició una carrera loca de lujuria, ella arriba, con sus tetas moviéndose y su pelo sobre su cara, sus ojos estaban blancos, me apretaba los hombros hasta provocarme dolor, era un sube y baja violento, se tiraba los pezones y luego los acariciaba sin bajar el ritmo de su galope.



¡¡Qué polla… qué polla… está muy adentro… ahhhh… ahhhh…



¡¡Te gusta, Nora, ¿¿Estás caliente como yo??!!

¡¡Siiií, toda caliente… quiero tu semen en todo mi cuerpo!!… ayyy.



En ese momento, su cabeza comenzó a moverla de lado a lado, su pelo se movía como en un baile de rock y terminó con quejidos guturales, su cabeza hacia atrás y cayendo sobre mí, con su cuerpo mojado de sudor de hembra caliente, su respiración espásmica, casi asmática y su dedo metido en su boca.



Luego de unos segundos, inicié nuevas caricias, eligiendo nuevamente sus pechugas y su espalda, su cuello y besos apasionados. Me levanté y le dije que observara. Me puse de rodillas sobre ella, acerqué mi pene a su pecho y comencé a masturbarme, a lo que ella respondió sacando mi mano y reemplazándola por la de ella. No me dio tregua, fue tan extremadamente bueno, que mi polla se hinchó como nunca, especialmente con sus ricos lengüetazos y su mirada de entrega. Sentí un escalofrío en mi espalda: -Ya viene… y es para tí… todo para tí -.



No pude más, mi semen saltó, caliente, espeso, con olor a hormonas sobre su rostro, su pelo, su cuello y sus tetas y sobre los mismos jadeos, usamos nuestras manos y nuestras bocas para compartir la leche de esta relación clandestina y sexual que aún perdura.


Datos del Relato
  • Categoría: Fantasías
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