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John tuvo mala suerte. Buscó a una puta en un Estado donde estaba prohibida la prostitución. Como no tenía idea de las leyes, sino que se limitaba a seguir sus instintos, el muy bruto levantó a una rubia preciosa, de cuerpo fenomenal y ropa especialmente vulgar, y la llevó a un motel.
Ya en el cuarto, John estaba por explicarle a Molly —la puta— lo que quería —lamerle los pies, recibir patadas en la cara—, cuando ésta sacó del bolso su placa de policía y anunció al infeliz que estaba arrestado por solicitar putas donde no debía. John se dejó dominar por el miedo y trató de escapar, pero Molly se lo impidió con brutales movidas de aikido, que decía haber aprendido del mismísimo Steven Seagal.
John fue de un lado a otro, chocando con muebles y con el piso, hasta que acabó semiinconsciente. Ya estaba en posición: bocabajo. Molly se colocó en la posición adecuada para esposarlo, y oyó cómo gemía John.
—Haberte resistido al arresto incrementará tu condena —dijo ella mientras aseguraba las esposas.
—Me encantó... —balbuceó John.
Molly abrió los ojos como platos, ayudó al arrestado a levantarse y entonces vio el bulto en su entrepierna.
—Te lo ruego —dijo John, jadeando—, ayúdame a venirme, es todo lo que pido... Por el amor de Dios...
Molly, que en el fondo hallaba atractivo a John y que hacía mucho que no se ocupaba de un hombre sexualmente, decidió complacer al loco aquel y sentirse excitada. Le bajó el pantalón, lo empinó sobre la cómoda, con las piernas bien abiertas, se puso un strap on que llevaba en su bolso y empezó a encular al detenido.
—No era esto lo que esperaba... —dijo John.
—¿Quieres que vuelva a romperte la cara?
John calló y pronto se adaptó al enculamiento, y cuando tuvo el strap on bien metido y Molly le alcanzó la verga y le dio una jalada, eyaculó como nunca antes. La masturbadora se mojó.
La oficial no perdió tiempo. Sacó el strap on del culo del tipo, lo guardó, subió el pantalón de John y le recomendó que no dijera lo que acababa de pasar, so pena de pasar el resto de su vida en la cárcel. John juró que no hablaría y, justo antes de ser sacado a la calle, rogó a la chica que en el futuro volvieran a verse.
—A ver si me encuentras cuando salgas de prisión —dijo ella.
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