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Estella era una de esas mujeres que impactan por su sencillez. Pasa desapercibida si la ves por primera vez, pero cuando de repente te percatas de su existencia no te la podrás sacar de la mente pues tiene un no sé qué, que perturba hasta al más puro de los monjes. Estella tiene 24 años, es de 1,70 cm, piel blanca, caderas perfectamente torneadas y senos pequeños y firmes; toda su vida fue criada entre monjas, su madre era una prostituta que la abandono en el portal del convento de las franciscanas cuando ella tenía tres años.
Su madre era una mujer de caderas exageradamente anchas y culo enormemente parado, sin llegar a la gordura patológica. Gustaba, por aquello de su oficio, de vestir atuendos cortos y semi-trasparentes, con escotes que dejaban ver la mitad de sus grandes pechos de los cuales sobresalían puntiagudos, gruesos y siempre parados pezones. Carmen, que era como se llamaba, era una mujer imponente, y a pesar de tener una cualidades corporales más que suficientes, la naturaleza había permitido que cada centímetro de su cuerpo encajara armónicamente con el entorno. Carmen se daba el lujo de no tener que salir a la calle a ofrecer su cuerpo, pues los hombres y "mujeres" peleaban una por tener una noche con sus saberes sexuales, pues ella era una maquina insaciable de placer y lo mejor de su oficio es que lo disfrutaba plenamente.
Aquel sábado Carmen se despertó alas 6:30am como era su costumbre, pero esa mañana tenía en el pecho un calor que hace tiempo no sentía, era como si el placer le entrara por los cada uno de los poros de su piel. Acostumbrada a dormir siempre desnuda, sus manos empezaron a juguetear con sus pezones, que poco a poco se colocaban más y más duros y erguidos, su respiración lenta y rítmica fue acelerando. Carmen sentía cómo su cuerpo se calentaba a cada instante y no aguantando más despojó aquellas satinadas sabanas que cubrían su cuerpo y abriendo sus piernas al máximo dejó deslizar una de sus manos a aquel infierno de chocha. Al sólo roce con sus dedos sintió un enorme calor que recorrió su cabeza haciendo que babeara. Era una visión imponente, aquella vagina totalmente rasurada, de labios gruesos color rosa y un clítoris que parecía un pequeño pene. Hábilmente separó los gruesos (y no por ello delicados) labios vaginales empleando el dedo con que habitualmente destinamos para señalar y aquel que está antes del dedo menor; con el dedo del centro realizaba movimientos de arriba a bajo. Lentamente su dedo subía y bajaba por aquel clítoris hinchado y colorado, sus gemidos aumentaron al apretar frenéticamente uno de sus senos como queriendo exprimirlos y sacar leche, y efectivamente eso logró, pues por aquel inmenso pezón salió unas gotas de liquido lechoso que ella al instante empezó a lamer, de su vagina comenzó a brotar como si fuera un río, cantidades del más espeso jugo vaginal, su respiración se aceleró y sus gemido eran más fuertes a cada caricia. Carmen abrió las piernas como sólo sabe hacerlo la mejor de las putas, su pierna derecha se levantó y por debajo de ella metió el brazo para poder frotar el ojete del culo que ahora ya estaba lubricado con tanto flujo que brotaba de la encharcada vagina. Tal acto la colocó a mil, sus dedos entraron con furia y sintió como en el acto estaban chapoteando en su vagina, los cuatro dedos salían y entraban frenéticamente, no aguanto más y metió de un solo tacazo dos dedos en su culo, por dentro sentía cómo se rozaban ambas manos, se revolcaba con furia, mordía sus labios y saliva corría por sus mejillas. El orgasmo estaba recorriendo sus pezones, sentía cómo le ardían, su vagina se llenó de aire, sus dedos querían entrar más, las piernas se cerraron con fuerza, culo y vagina se contrajeron, sus ojos daban la impresión de estar trasportada al más lindo paraíso, sentía que su cabeza explotaría y moriría en ese instante. Durante un buen periodo no dejó esa posición, al final quedó totalmente relajada, arqueada en la cama y su boca entreabierta. Fue bajada de su éxtasis por los llamados de Estella.
Mami... mami, mami... dónde estás.
De inmediato se incorporó, se colocó su bata extra trasparente, que dejaba ver todos sus enormes seno y sobre todo su linda chocha que aún goteaba y brillaba por aquel lindo flujo, se dirigió a la habitación de Estella, dejando atrás unas sabanas totalmente mojadas y olorosas a dulce vaginal.
- ¡Hola nena!, ¿cómo amanece mi dulzura?... colócate las pantuflas para que te laves los dientes y bajes a desayunar. - Esa mañana desayunaron en el jardín. La casa era enorme. Carmen la había conseguido con uno de sus amantes, que se la dio con la condición de tener su cuerpo cuando él quisiera y efectivamente esa tarde la llamaría Carlos: un hombre de tez negra, bien parecido, de cuerpo atlético a pesar de sus 48 años el cual era dueño de varios restaurantes.
Carlos le dijo que tenía ganas de verla e iría esta noche y llevaría una sorpresa. Eso hizo que carmen se humedeciera más, pues una noche con Carlos y sus vicios era lo que ella requería para ahogar esa calentura con la que había amanecido.
Estella era más que feliz al lado de su madre no le faltaba nada de afecto y mucho menos material. Ella estaba totalmente sana del oficio de su madre, pues Carmen tenía un lugar en la casa destinado a sus placeres muy alejado y seguro de la vista de Estella.
Por esos días comenzaba el verano y en especial esa noche hacía más calor que de costumbre Carmen tuvo que darse un buen baño para ahogar el intenso calor de perra en celo, que juntado con el calor de las típicas noches de verano y la luna llena convertían su cuerpo en una bomba de placer. Sintió cómo el chorro del agua fría perforaba sus poros y un instante de calma se apoderó de ella era una sensación relajante, sus manos empezaron a restregar suavemente una esponja impregnada de jabón líquido con aroma de rosas. La esponja se deslizó por su cuello, bajando hasta sus rígidos pechos, los frotó circularmente, primero con movimientos un poco rápidos en la base y finalmente lentos, muy lentos en los enormes pezones, se deslizó por aquel abdomen, que si bien no era perfecto tampoco estaba como para desperdiciar y no atreverse a pasar los labios por él y sobre todo dejar nadando la lengua en ese ombligo redondo, perfecto, del cual gustaba que mujeres y hombres bebieran vino hasta hartarse. Carmen dejó su vientre y con ambas manos, una por delante y otra atrás empezó enjabonar culo y vagina, su mano se deslizaba, casi desaparecía en aquel prodigio de culo, metía la mano en forma lateral por toda la comisura que divide en dos el trasero mientras frotaba rápidamente toda la cuca con la esponja.
No quería perder el control y terminar en una paja que de una u otra manera le restarían fuerza para su encuentro con Carlos y procedió a dejar caer nuevamente el chorro de agua sobre su piel blanca.
Para esas noches especiales jugaba con Estella todo el día, de modo que al llegar la noche ella estuviera cansada y se durmiera rápido. Para esta noche recibiría a su invitado con la bata más trasparente que tenía y nada abajo, con esa bata se podía ver cómo su clítoris quería escapar de aquellos carnudos labios que a su vez marcaban un estupendo arco entre sus piernas. Unos tragos del mejor brandy de su bar y estaría más que arrecha.
Eran las 11:30 cuando escuchó el auto que tocaban a la puerta. Carmen y Estella vivían solas en aquella casa pues a Carmen nunca le han gustado los criado y mucho menos los parientes o amigos fisgones, por ello le pagaba a una señora todos los lunes para que hiciera el aseo completo de la casa. Corrió a abrir la puerta cuando se acordó que Carlos le dijo que le llevaría una sorpresa y como no sabía qué tramaría esta vez, se tomó un tiempo para ponerse una gabardina. Al abrir se encontró con un negro de unos 1,80 de estatura, elegante y conservador, de traje blanco y zapatos blancos con laterales negros, como si fuera sacado de alguna historia de Gabriel García Márquez.
Carlos era una persona súper educada y sobre todo tenía ese morbo que enloquece y ese tacto elegante y sencillo que encanta, con él venía Tere, una esbelta y delicada mujer de tez morena, cabellos rizados, pechos medianos y cintura de avispa. Carmen sintió una enorme gota de sudor recorrer su espalda pues le excitaba el hecho de no saber qué numerito traía Carlos en la mente. Carlos le saludó con un beso en la mejilla y entregó la docena de claveles que traía para ella.
Me encanta reconfirmas que cada día estás más linda Gracias... pero entren por favor, y tú ¿cómo te llamas? Lo siento, perdona mi descortesía... te presento a Tere una amiga
Las dos mujeres estrecharon sus manos. Carmen sintió cómo Tere alejaba su mano de ella no sin antes deslizar uno de sus dedos sobre la palma, acto que encendió más a Carmen, pues sintió cómo aquel dedo recorrió la palma de sus mano como si fuera un enorme y sutil pene, fue un segundo que parecía cien minutos.
La noche prometía una gran velada y sobretodo sabiendo el enorme y bien trabajado encanto que Carlos tenía entre pierna y pierna, que enloquecía a Carmen cada vez que él lo pasaba por su rostro o ponía entre sus senos.
CONTINUARÁ...
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