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Sin duda, cualquier hombre al conocer una chica, lo primero que le ve son su trasero, o los ojos, o los senos o las piernas, que ellas lucen sabiéndose deseadas. Yo no soy la excepción en esos aspectos, aunque también pongo muchísima atención en los pies, aunque a veces ellas no los lucen como debieran.
Hay mujeres preciosas que sus pies son feos, deformes, o con dedos muy largos o huesudos, y si bien es cierto que mientras el resto del cuerpo esté bello esto es le de menos, en mi caso, cuando encuentro a alguien que además de los atributos antes mencionados, tiene tobillos delineados y pies bonitos, cuidados y sensuales, seguramente estará en mis pensamientos por largo tiempo.
Alicia, la primera novia que tuve, hace aproximadamente 20 años, con la cual llevé una apasionada relación durante 8 años, era una mujer morena clara, alta, delgada, muy guapa, que si bien es cierto, no tenía cuerpo de concurso, siendo más bien delgada, sus senos y trasero eran bonitos y sobre todo tenía unas piernas muy largas y torneadas que terminaban en los tobillos y pies mas lindos y sensuales que he visto en mi vida, superando aún, a los de mi actual esposa, que es decir bastante, pues sus pies son verdaderamente sensuales.
Si en el transcurso de mi vida, tuve oportunidad de tener varias parejas, esta debilidad por los pies femeninos, sólo fue conocida por las dos mujeres arriba mencionadas: Alicia, mi primera novia y Melisa, mi única y actual esposa.
En fin, después de llevar una relación por tanto tiempo con Alicia, nuestros caminos se separaron por completo. Yo cambié de ciudad, donde conocí a Melisa y ella, se quedó donde siempre, lugar donde también hizo su vida.
Por cuestiones propias del trabajo, he recorrido la República Mexicana en varias ocasiones, sin visitar nuestra ciudad natal, en virtud de que por ser hasta la fecha una pequeña ciudad del sureste del país, la empresa para la cual laboro, no la considera una plaza importante, pero por vía telefónica, durante todo este tiempo, al hablar con mis familiares cercanos, he tratado de estar al tanto de mis viejas amistades por lo que, claro está, que yo sabía que Alicia se había desposado al terminar conmigo, con Ernesto, amigo mío de la infancia, de estudios y que siempre había aceptado, estar perdidamente enamorado de ella.
Fue un 25 de julio, hace 6 años, lo recuerdo perfectamente, cuando fui avisado por mi empresa, que por antigüedad y resultados, me haría cargo de la sucursal del sureste del país, teniendo entre otras metas a lograr, el abrir la plaza de mi ciudad natal, aunque mi residencia no sería ahí, sino en el vecino estado situado únicamente a 180 Km. por carretera, aunque tendría yo visitarla con muchísima frecuencia.
Como comprenderán, por lo conocido de mi familia, y en una ciudad pequeña, la noticia fue corrida rápidamente por mis familiares, sobre todo a los que ellos consideraban mis grandes amigos. Desde luego, Ernesto, fue de los primeros avisados, y los saludos, las felicitaciones y las invitaciones a cenar, comer o tomar una copa, en gran cantidad me empezaron a llegar vía mi familia.
Por tanto tiempo de no visitar personalmente mi ciudad, y desde luego porque así lo requería mi propio trabajo, apenas nos instalamos en el lugar de residencia, decidí trasladarme unos días a mi ciudad, acompañado de mi esposa y mis hijos.
Al llegar, mi madre, mis hermanos, en fin, la familia en pleno, me ofreció tremenda recepción, como si yo fuera un gran personaje. Y me hicieron llegar los números telefónicos de todas aquellas personas que supuestamente, esperaban mi llegada.
Por la noche, al acostarme, y en virtud de que mi esposa, cansada por el viaje, e durmió rápidamente, por aburrimiento empecé a leer los nombres de las personas que esperaban mi llamada. Un nombre me hizo sentir un fuerte impacto: Ernesto Méndez.
Pero saben algo? No era por él. Era por Alicia, su esposa, mi novia de tantos años y a quien disfruté tanto sexualmente y tan delicioso cuando ambos apenas empezábamos a despertar en el sexo. ¿Cómo estaría físicamente? ¿Habría embarnecido con los años? ¿Tendría todavía esos pies tan exageradamente sensuales?.
No podía esperar más. De inmediato marqué su número telefónico y después de varios timbrazos que me parecieron eternos, me contestó una voz masculina que de inmediato reconocí: se trataba de Ernesto.
Después de los saludos de rigor, me invitó con mi familia desde luego, para el medio día siguiente a comer un asado, y a bañarnos en la alberca de su casa, a lo que desde luego que acepté de inmediato, sin atreverme a preguntarle por Alicia.
Mi turbación al llegar a su casa al día siguiente fue mayúscula. Creo que la de ella también.
La recorrí una y otra vez con la mirada disimuladamente mientras saludaba efusivamente a mi esposa y mis hijos. Seguía tan guapa como siempre, vestía un bikini que me dejaba apreciar que sus senos habían aumentado un poco de tamaño y amenazaban con salirse del brassier, igual que sus nalgas, que apenas eran cubiertas por la fina tela del calzón, había engrosado un poco, pero siendo ella tan delgada, se le veía un cuerpo de lo más apetecible
Pero de donde no pide separar la vista, al grado que ella se dio cuenta perfectamente, fue de sus bellísimas piernas, largas, torneadas, con unos muslos aterciopelados y firmes, que me daban deseos de morderlos en ese instante, y que terminaban en sus excelsos pies, cuyo tobillo derecho era sensualmente adornado por un collar de perlas pequeñas..
Enviando a los hijos de ambos a disfrutar de la alberca, Ernesto nos invitó a tomar asiento en la mesa de playa, a un lado de la piscina, la cual era cubierta por un largo mantel blanco, cuyas orillas descansaban en nuestros muslos, de manera que solo quedaba visible de los cuatro, de la cintura hacia arriba.
De pronto, sentí en mi entrepierna que algo presionaba mi miembro. Metiendo la mano ajo la mesa, palpé que se trataba del bellísimo pie de Alicia, que sentada exactamente frente a mí, y mientras platicaba tanto con mi esposa como con su esposo, frotaba con su preciosa extremidad inferior el bulto que de inmediato empezó a aumentar de tamaño.
Una ola de terrible excitación me invadió. Cuantas y cuantas veces, siendo pareja, había hecho lo mismo conmigo. Sabía que sus pies me enloquecían. Perdí noción de lo que platicábamos, mi erección era tal bajo el bañador, que sentía unas ansias terribles por deslecharme. Estaba a punto de disculparme para ir al baño a masturbarme, cuando sus preciosos dedos se introdujeron bajo el bañador, rodeando la inflamada cabeza.
¿Verdad que es rico tener los pies calientes?-----La oí decir mientras clavaba por fin su mirada en la mía. Vi que sus ojos brillaban taimen de deseo, mientras hábilmente movía mi dura verga hacia arriba y abajo, con los dedos de su pie.
Afortunadamente, a punto de estallar en una terrible deslechada, y sin saber que contestarle, Ernesto propuso meternos a la alberca. Yo no podía levantarme entonces. Mi erección sería sumamente evidente para mi esposa además que Alicia no hizo el menor intento por retirar su pie de mi entrepierna por lo que mi esposa y Ernesto se metieron a jugar con los niños al agua.
Alicia aumentó el ritmo de los movimientos del pie, logrando que yo me deslechara salvajemente. Con el dedo gordo del pie, oprimía el agujero del pene, evitando que saliera la leche, para que al retirarlo, esta cayera violentamente sobre su preciosa pierna. Me estaba enloqueciendo.
Al levantarse rápidamente para ir a lavarse al baño, metí mi miembro en el bañador y argumentando tener que realizar una llamada telefónica, avisé a mi esposa de mi momentánea ausencia.
Lógicamente, fui tras ella. La alcancé saliendo del sanitario, después de haber lavado mi esperma de su pierna. La empujé hacia el interior, y sin decir ni una palabra, mientras nos dábamos lengua frenéticamente, la acosté en el piso, sobre el tapete del baño, boca arriba y prácticamente arranqué las bragas de su bikini.
Su vagina era tal cual la recordaba. Cuidada al extremo, rodeada de un espeso matorral de rizos negros, totalmente empapada con sus jugos, y el clítoris verdaderamente engrandecido y sensible, sobre el cual pasé de inmediato mi lengua.
Volví a sentir el sabor de su vagina. Sus preciosos pies, en máxima tensión eran involuntariamente arqueados en señal inequívoca de que su orgasmo estaba próximo.
Así fue. Estalló en gemidos que a duras penas pudo reprimir y tomándome de los brazos, me pidió con la mirada que la penetrara. Lo entendí claramente.
Colocando sobre mis hombros sus preciosas piernas, metí mi dura verga en el interior de la vagina, la cual por estar tan verdaderamente mojada por sus propios jugos, la recibió completa y de un solo golpe.
Empecé a bombear lentamente, mientras ella, entrecerrando los ojos, jadeaba al ritmo de mis empujones.
La velocidad de mis movimientos fue aumentando, mientras su respiración se fue entrecortando, sus jadeos aumentando y sus pies, uno a cada lado de mi cara, adoptaban esa forma tan sensual, con la que demostraba que otro orgasmo venía en camino.
No pude resistirlo. Mi boca apresó sus preciosos dedos, y mientras la hacía venirse una y otra vez, mi lengua recorría cuan largos eran sus preciosos pies. Metí la lengua entre los dedos, recorrí el dorso y la planta de cada pie con la lengua y ella seguía viniéndose una y otra vez.
De repente, retiró las piernas de mis hombros, saco mi miembro chorreante de sus jugos y de mi semen que amenazaba con brotar, y tendiéndome boca arriba, se sentó entre mis piernas. Yo supuse que iba a mamarme para que yo me viniera en su boca, pero fue grande mi sorpresa cuando colocó mi duro, grande y enrojecido pene, entre sus dos pies.
Arqueándolos con gran maestría alrededor de mi miembro, empezó a masturbarme con gran velocidad. Era una verdadera delicia. Yo luché hasta el cansancio para no venirme pues quería prolongar ese momento tan delicioso pero no pude más, era demasiado, la leche brotó abundantemente mojando esas dos preciosidades que no olvidaré jamás.
Ella limpiaba con las manos, el caliente líquido que caía sobre sus pies, llevándose a la boca los dedos para saborear el sabor e mi esperma. Fue una sensación que no olvidaré nunca.
Al recuperar ambos el aliento, nos besamos largamente en la boca y salimos del sanitario uno detrás del otro, para no despertar sospechas.
El resto de la velada, fue sin contratiempos, cruzando nuestra mirada de vez en cuando y yo admirando hasta el cansancio, esos preciosos pies, que me hicieron lo que nadie me había hecho.
Hasta el día de hoy, cuantas veces visito mi ciudad, trato de contactar a Alicia, pero no ha aceptado ningún tipo de encuentro de nuevo. Mientras tanto, mi esposa, que también tiene unos pies bellísimos, poco a poco ha ido aprendiendo a usarlos, de tal suerte que espero que algún día me produzca esa misma sensación: tocar el cielo.
FIN
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