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Perversiones precoces

Con la llegada del calor, las lluvias y el riesgo de insolarse, las siestas se hicieron mas cortas y menos aventureras para Beto y para mí. En la finca teníamos un horario vedado para salir de la casa, y por mucho que nos aburriéramos, era preferible dormir antes que ganarse un regaño. Una tarde de esas en las que todo parece monótono, descubrí que hay mucho mas de lo que uno ve a simple vista en una familia. La curiosidad por el sexo, por los distintos placeres, despertó ese día. Hasta el momento, apenas tenía fantasías, todo pasaba por lo que experimentaba día a día y por las travesuras a escondidas, ese vértigo de hacer algo prohibido sin que nadie se entere.

Desperté de la siesta con la vejiga a punto de estallar. Beto dormía como un oso, su hermana menor parecía desmayada y desde la habitación contigua llegaba el ronquido de sus padres. Quise aguantar, por esas cosas de niños, de no hacer ruido, no moverse de la cama hasta que alguien de la casa apareciera, pero fue imposible. Sali a paso ligero de la habitación, solo para ver a uno de los hermanos de Beto entrar al baño justo delante mío. Justo el hermano que tenia fama de pasar una hora en el baño. Maldije y salí a toda prisa en busca de un árbol que regar. En una finca arboles y matorrales nunca faltan, pero ese pudor de niño me hizo caminar más allá de un pequeño galpón que usaban como garaje, al otro lado del camino de entraba a la finca. Busque un par de árboles que crecían juntos, a medio metro de la pared trasera del galpón, mire en una dirección, en la otra, hacia atrás, y cuando estuve seguro de que nadie me vería, libere toda la presión sobre la pared.

Mientras me aliviaba, volví a mirar alrededor. A mi espalda tenia una zona de sembradíos que la familia de Beto despejaba solo para mantener la maleza controlada. Serían unos 40 mts. hasta el límite de la propiedad y el inicio de la finca de la familia vecina. Unos 20 mts a mi derecha estaba la calle y para el otro lado, varios galpones, y más allá, hectáreas de durazneros. Una sensación extraña subía por mi estómago. Estaba solo, nadie me veía, y podía hacer lo que quisiera sin que nadie se enterara. Comencé a manosearme el pito ni bien terminé de mear. Recordé la primera paja que me hice a escondidas, o creí que estaba escondido, hasta que una prima de mi madre apareció, y lejos de regañarme, apresuro la tarea enseñándome sus generosos pechos, redondeados pezones y la agilidad de sus manos.

Un ruido me sacó de esos dulces recuerdos. La madre de Beto entró a las apuradas a un pequeño pastizal entre los arboles a un par de metros donde estaba pajeandome. Solté un chorrito de pis al ver que se sacaba la bombacha, se levantaba el vestido, y en cuclillas soltaba un largo chorro de orín transparente.

La madre de Beto estaba en la gloria. Sus gestos eran de alivio. Se sostuvo del árbol que tenia a sus espaldas, separó un poco mas las rodillas y descargó otro chorro. Desde mi escondite la veía perfectamente, parecía que lo hacía para mí. Su pelvis estaba poblada de vello oscuro, los labios hinchados se abrían por la postura y el movimiento de los músculos vaginales para expulsar el pis. Mientras meaba, lanzaba miradas sobre el hombro, hacia la casa, atenta a que nadie la sorprendiera así de expuesta. Aquello me excitó más de lo que pudiera imaginar a esa edad. Me toqué despacio, concentrado en la concha de aquella mujer, madre de cuatro hijos, abierta por la verga del padre de Beto, hinchada y peluda. Quedé paralizado cuando la vi tocarse, estimularse con un dedo, hacer círculos en lo que después supe que era el clítoris. Soltó un poco más de orina mientras lo hacía, pero el espectáculo no terminó ahí. Metió la otra mano en el escote de su vestido, se acaricio y bajó las tiras dejando sus pequeñas tetas al aire. Pezones oscuros, duros, envidie a Beto por haberlos mamado.

Se metió un dedo mientras apretaba con la otra mano uno de sus pezones, se estimulo otro poco y volvió a mear. Mirando en todas direcciones se puso de pie, acomodó el vestido y salió a paso rápido hacia la entrada trasera de la casa. Miré mi erección, sentía la verga caliente, estaba a punto de eyacular, aunque no me hubiera pajeado con ganas. Escuché sonidos desde el frente de la casa, la familia se levantaba de dormir la siesta y no quería que me encontraran así, mucho menos que la madre de Beto se diera cuenta que la estaba espiando, aunque fuera involuntario. Salí lo más sigiloso que pude entre arboles y arbustos, rumbo a los galpones del fondo de la propiedad, con intención de pajearme a gusto sin ser molestado. Sentía fuego en todo el cuerpo, las imágenes se agolpaban en mi mente, ni siquiera miré hacia donde iba, solo quería otro escondite donde descargar toda la calentura. Por un instante pensé en buscar a Beto, pero eso implicaba volver a la casa y aguantar quien sabe cuanto tiempo la calentura. No tenia ganas de aguantar.

Llegué al galpón mas alejado de la finca, un criadero de pollos en desuso, casi al limite de la propiedad. Aproveché la cobertura que me daba un árbol enorme de tronco grueso y puse manos a la obra. Sacudía mi erección con vigor, quería acabar rápido, pero otro ruido me corto la paja en seco. Alguien venia, pensé. Me escondí entre el viejo galpón y una morera, de espaldas al campo de duraznos del vecino. Nadie apareció, pero el sonido seguía, y no venia desde la casa de Beto, sino de la propiedad del vecino. En ese lugar, las dos fincas estaban divididas por arboles que mas o menos formaban una línea, con algunos arbustos altos entre ellos. Al otro lado, los hijos del matrimonio que había comprado la finca vecina cojian como si no hubiera mañana. Tenían mas o menos la misma edad que Beto y yo, la niña era un año menor. Rubios, de tez blanca, tenían las mejillas coloradas por el movimiento. El muchachito había puesto a su hermana en cuatro y la sostenía por la cintura.

-Metemela como papá a mamá- Decía la niña

 

El pendejo era el reflejo de Beto, pero mas rubio y menos complexión física, la niña era una muñequita de cabellos dorado, el primer amor platónico de Beto. La escena llevo lo poco de sangre que me quedaba en el cerebro a la erección que había desaparecido por el susto de ser descubierto. No recordaba los nombres de los hermanos, pero tampoco me importaba. La desnudes de la muñequita me quitó el aliento, apenas asomaban lo que luego, imaginé, serian unas hermosas tetas. El hermano la cojia con cierta torpeza, pero quise estar en su lugar. No tardó en llenarle la espalda de semen y dejarla ahí, en cuatro, desnuda. Imagine que su padre hacia lo mismo, o era algún plan para que no los descubrieran. Quizás no era mas que cosas de hermanos. La muñequita se puso en cuclillas, acomodo la ropa bajo su trasero y se sentó, piernas abiertas hacia donde estaba yo y comenzó a pajearse. Quizás fuera mi imaginación, pero lo hacia igual que la madre de Beto, igual que las películas porno, igual que la vecina de mi casa en la ducha. Movía la mano rápido, luego se metía un dedo, volvía a tocarse rápido, arriba y abajo. Estaba tan concentrado viendo el espectáculo, que me sorprendió ver su mano detenerse. Me había descubierto, pero lejos de vestirse, irse corriendo o cualquier reacción de pudor, siguió estimulándose. Desde donde estaba, a un par de metros de ella, le mostré la verga y me la sacudí en su dirección. Soltó una risita, se limpió, se vistió y salió rumbo a la casa. Esta vez no me detuve, quería acabar a toda costa, pero una mano me detuvo. Beto.

Me había quitado el pantalón, por lo que no le costó acomodar su verga entre mis nalgas. Era nuestra postura común, uno detrás del otro, el de atrás apoyando, metiendo de a poco la pija en el culo del otro, mientras el que estaba siendo penetrado, recibía del penetrador una buena manoseada. Aunque disfrutaba de ese manoseo y me gustaba sentir su pene empujando en mi ano, no era lo que quería en ese momento, asique me giré, lo tome por detrás y aprovechando lo húmeda que tenia la punta de la verga, hice toda la presión que hizo falta para metérsela. Entró nada mas que la puntita, pero me bastó para terminar. Seguí moviéndome en su culo, mientras lo pajeaba, mi verga entró un poco más, entraba y salía, dejé de pajearlo cuando me llenó la mano de semen. Lo puse contra un árbol y le llené el culo dos veces mas en apenas un par de sacudidas.

Íbamos a seguir, pero la madre de Beto nos llamaba a los gritos para la merienda. De camino a la casa le conté lo de los vecinos y acordamos estar al acecho para que la siguiente vez al menos nos pajearamos juntos, y si podíamos, si nos daba el coraje, o la perversión, participar de sus travesuras.

Datos del Relato
  • Autor: Gary
  • Código: 51884
  • Fecha: 15-09-2018
  • Categoría: Gays
  • Media: 10
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3365
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