Habíamos quedado a las ocho de la noche, y él llegaba tarde, teníamos que arreglar un asunto de papeleo urgente, pero al señor le gustaba hacerme esperar, cuando llegó se disculpó y yo le odié profundamente en ese momento, siempre hacía conmigo lo que quería, y me dijo que entrásemos, estaba raro.
Aunque aquel sitio fue visto por mí tantas veces, aquel día tenía algo distinto, se respiraba otro aroma. Sus palabras, siempre las mismas, escuchadas tantas veces, me sonaron distintas, tenían un tono de inseguridad, tal vez, cosa rara en él, era eso, estaba nervioso, intranquilo, como si algo le perturbara, un pensamiento que no debía florecer, un acto que no debía pasar.
Por unos segundos se tranquilizó, y volvió a la normalidad, pero una mirada mía bastó, para que el desasosiego se apoderara de él nuevamente, sus ojos estaban intranquilos, sus gestos eran nerviosos, y su voz parecía temblar cada vez que le miraba.
Charlamos durante unos minutos, sin prestar atención a lo que decíamos, tan sólo pendientes de nuestros gestos, y nuestras miradas.
Nuestro tiempo se agotaba, tenía que volver, tenía que marcharme, pero él con su mirada no me lo permitía, no podía dejar de mirarle, como el no podía dejar de mirarme a mi, nuestras miradas fueron más intensas que nunca, eran como un escalofrío que me recorría de arriba abajo, cuando salí de mi ensimismamiento, dije “tengo que irme”, un gesto de asentimiento y cierta tristeza en sus ojos fueron su única respuesta, me iba, aunque no quería.
Cuando entré en el umbral de la puerta, sus palabras, frías y cálidas como siempre, me llamaron, rectifiqué mi camino, y casi por instinto cerré la puerta al entrar de nuevo en la habitación, se levantó, y, temeroso se acerco a mi, me miro profundamente una vez más, cerró los ojos, y pasó su mano por mi cuello con un gesto de deseo, ternura e incluso algo de resignación, acercó mi cuerpo al suyo, sus labios rozaban levemente mi cuello, mi oreja y mi mejilla, sentía su dulce aliento, y la tímida humedad de sus labios sin atreverse a más, con miedo a seguir; hizo ademán de separarse de mi, para entonces yo cogí su mano, y la besé dulcemente, despacio, e hice que recorriera todo mi cuerpo, suavemente, casi sin tocarme, “no, por favor, no me hagas esto”, entre murmullos, fueron sus únicas palabras, yo no pude parar, era lo que siempre había querido, después de tanto tiempo, no era capaz de ser responsable, de ocuparme de su responsabilidad, y no lo hice a pesar de su ruego, sus palabras no obedecían a sus actos, fue él, el que quiso continuar, sus labios, nunca llegaron a separarse de mi piel, y comenzaron un dulce juego de besos pausados y rápidos, sobre mi
cuello.
Su mano comenzó a entretenerse con un mechón de pelo mío, y la vez acariciaba mi mejilla, sus dedos esbozaron el contorno de mis labios, e incluso atreviéndose a visitar el interior de estos. Yo me sentía como nunca me había sentido, notaba que una brisa nos envolvía, no existía nada más, sólo él y yo, entregándonos el uno al otro, conociéndonos, e incluso delinquiendo con nuestros cuerpos. Rodeé su cintura con mis brazos, y le acerqué más a mí, nos arrimamos de tal modo, que ni el aire se interpondría entre nosotros, nuestros cuerpos estaban pegados el uno al otro, sentía su torso, su cadera, y noté como su masculinidad se abría paso entre nosotros.
Sujete su cabeza levemente, y la gire de modo
que, por azar, nuestros labios coincidieran, en ese instante un suspiró suyo me hizo saber que eso era lo que quería. Nos besamos, comenzamos saboreando nuestros labios, recorriéndolos, jugando con ellos, me encantaban sus besos, que eran muy dulces, tiernos, pero cargados de pasión.
Se separó durante un segundo, me miró fijamente a los ojos, bajó su mirada para dirigirla a mi boca, la miró con deseo, cerró nuevamente los ojos, y posó en mis labios, un dulce beso, con sus labios entreabrió los míos, y permitió a su lengua pasearse por estos, los recorrió deteniéndose en cada pliegue, se deleitó de ellos, no contento con esto, introdujo su lengua
en mi boca, y busco la mía, no tardaron en encontrarse, y una sensación de placer me
invadió, nos besamos de una forma que nunca lo había hecho, nos besamos como locos, sin pensar en nada, solo en nosotros, no podía dejar de besarle, continuaríamos hasta extasiarnos, hasta que nos quedáramos sin respiración, hasta que nos doliera la lengua, no sé durante cuanto tiempo estuvimos allí, de pie, en aquella habitación, para mi el tiempo no pasaba.
Sus besos no tenían suficiente con mis labios, y empezó a bajar por mi cuello, paseo sus labios por la franja de piel, que el cuello, bastante amplio, de mi camiseta dejaba ver, y lo llenó de besos. Volvió a mis labios, y continuó deleitándome con sus juegos, me besaba, buscaba mi lengua, mordisqueaba mis labios, todo con un acierto inexplicable, en un determinado momento, a la vez que me besaba, acariciaba con su dedo mis labios, y lo introducía en mi boca, a lo cual yo respondí, separando su boca de la mía, hasta solo rozarla, y saboreando su dedo como si de otra cosa se tratara, aquello le volvió loco.
Estábamos totalmente entregados, la pasión se respiraba en el ambiente, era todo perfecto.
Mientras me besaba, insaciable, mis manos no pararon de buscarlo. Las puse sobre sus hombros, y desde allí empecé a descender, pasé por sus pectorales, en los cuales no pude evitar entretenerme, los apreté de manera firme, pero suave a su vez, cosa que le encantó, seguí mi camino hacia abajo, y cuando llegué a la goma del chándal, se estremeció, rodeé su cintura con mis manos, y acaricié su trasero, suavemente, con la yema de los dedos.
Comencé mi subida, y en el camino me topé con su forro polar, metí mis manos por debajo, y seguí acariciándolo, noté que el polar estorbaba, así que decidí quitárselo, sus manos se apartaron de mi cuerpo durante un momento para ayudarme a deshacerse de él, cuando se lo quité, me quede contemplándolo durante un instante, su cuerpo, con el que tantas veces había soñado, estaba frente a mí, a mi disposición, no tuve tiempo de mirarle mucho más, ya que él me rodeo por la cintura con los brazos, pegó mi cuerpo al suyo, e hizo que girásemos sobre nosotros mismo, mientras no paraba de besarme, me dirigió empujándome
suavemente hacia una pared, y allí me atrapo.
Me propuso ir a un lugar más cómodo, acepté encantada, y fuimos a un cuarto donde había unas colchonetas, de camino, apagó todas las luces, el ambiente era idóneo. Cuando llegamos a las colchonetas me dejó apoyada, continuamos besándonos, bajé mi boca, y le besé en el cuello, subí un poco hasta llegar a su oreja, y cuando noto mi respiración, se deshizo, me dijo: “me tienes a tus pies", bordee su oreja con mi lengua, a lo que reaccionó besándome con más fuerza y pasión que nunca, sus manos fueron directas a mi pecho, el cual manejó a su antojo, bajó, me agarró firmemente por la cadera, y la pegó a la suya, todo mi cuerpo tembló.
De pronto dejó de besarme, se separó de mi, se puso muy serio, me miró y me dijo: “Esto no puede ser, pero estoy totalmente rendido, si quieres que paremos, dímelo”, me sorprendió bastante que me dijera eso, le dije, que quería seguir, que hiciera conmigo todo lo que quisiera, “soy todo tuya”, fueron mis palabras, me miro con una sonrisa traviesa, la misma mirada que tiempo atrás me volvió loca, y que ahora no conseguía menos, mientras mantenía esa mirada fija en mi, sus manos empezaron a dibujar el contorno de mi silueta, y se detuvieron nuevamente en mis pechos, los acarició con más dedicación, jugó con ellos, sin dejar de mostrarme su sonrisita de niño malo, yo estaba temblando, no podía dejar de mirarle.
No estaba satisfecho con lo que había hecho, deslizó sus manos por mi cuerpo, hasta encontrar el borde de la camiseta, entonces, empezó a subirla, lentamente, hasta que terminó de quitármela, durante unos segundos se quedó mirándome, absorto en mi cuerpo, hasta que reaccionó y se acercó a mi jugueteando con sus dientes consiguió quitarme el sujetador, en mis pechos su lengua se perdió, los besó, acarició, lamió, mordió, saboreó, los disfrutó como si fueran un caramelo, yo no pude evitar que se me escapará un suspiro, a lo cual él sonrió, volvió a mi para besarme, yo aproveché este momento para decirle que le deseaba, acaricié suavemente su trasero otra vez, y mis manos se deslizaron hacia delante, haciendo que se perdiera en el placer.
Le acaricié suavemente, en su ubicación de más placer, y al momento paré, porque no sabía si le gustaba, pero su respuesta no se hizo esperar, “no pares”, lo dejó claro. Me sujetó la
cabeza con sus manos, me besó de una forma húmeda y ardiente, con mi ayuda se quitó el polo que llevaba, y dejó desnudo su torso, lo cual consiguió excitarme más de lo que estaba; acto seguido bajó mi cabeza lentamente, hasta su cuello, el cual saboreé entero, y me dio pie a que prosiguiera, recorrí todo su cuerpo con mis labios, probé todos los sabores de su cuerpo, deteniéndome con mi lengua en los puntos más erógenos de su piel.
Con sus manos me guió hasta encontrar la parte deseada, “hazlo sólo si quieres, vale?” me dijo,
en su voz noté que el lo deseaba más que nada, se moría porque le amará y a esas alturas nada iba a frenarme, comencé a pasar mi lengua por todo su sexo erecto, viril, para más adelante introducírmelo en la boca, de una forma relajada, despacio, poco a poco, él empezó a gemir, de una forma muy suave, lenta, relajada, y yo continué saciando su sed, haciéndole disfrutar de una forma inolvidable, mientras él me acariciaba la cara, y de una forma muy dulce, me retiraba unos mechones de pelo. Con su mano, empujó mi cabeza hacia delante y hacia atrás, un par de veces.
Me dijo que me levantara, le pregunté que si le había gustado, y me dijo que por supuesto, le había encantado. Me tumbé encima de las colchonetas, y el no dudó en hacer lo mismo,
se puso encima mía, rodeé sus piernas con las mías, y comenzó a besarme de una manera distinta, con otro matiz, eran besos más largos, más profundos, y con mucho más deseo, mientras me besaba, me acariciaba de arriba abajo, seguía besándome en los labios, el cuello, el pecho... me desabrochó los pantalones, y aún con la ropa puesta comenzó a moverse fingiendo hacer el amor, sentirle bajo la ropa hizo que nos excitarnos más aún.
Terminé de quitarme los pantalones, y el hizo lo propio con los suyos, en un abrir y cerrar de ojos y con una habilidad pasmosa, le noté dentro de mi, poco a poco, con mucha suavidad y dulzura, haciéndome disfrutar de cada instante de ese momento, a la vez sus besos me envolvían, terminé de sentirle dentro, a pesar de ser mi primera vez, lo único que sentí fue un placer inmenso, mientras él se movía hacia arriba y abajo, no paro de besarme, era todo dulzura, cada vez se movía de una forma más profunda, y en el silencio de la noche sólo se escuchaban nuestros gemidos, suspiros y anhelos, los dos estábamos exhaustos, el placer nos invadía, el deseo nos corrompía, y la pasión no envolvía, los dos juntos alcanzamos el éxtasis, el máximo placer, sus gemidos hicieron que este placer se viera magnificado enormemente, y tras unos segundos de clímax, llegó la calma.
Cuando terminamos, no se movió, se quedó encima mía, nos quedamos los dos ahí, abrazados, sin hablar, sin pensar en nada, con los ojos cerrados, no sé cuanto tiempo pasó, pero aquello fue algo inolvidable, sentir su cuerpo, empapado de sudor, casi dormido, sobre el mío mientras yo le acariciaba dulcemente el cuello y la espalda. Quería inmortalizar ese momento para siempre.
Cuando volvimos a la realidad, empezó a besarme muy, muy despacio el cuello, y me dio un dulce beso en mis labios. “¿te ha gustado?”-dijo con una mirada infinitamente tierna, y casi sin despegarse de mi boca, “Sí, es algo que nunca olvidaré”, fue lo único que acerté a contestar, “Yo tampoco lo olvidaré”, respondió.
Nos deshicimos en besos infinitos durante más de media hora. Fue una cálida despedida, lo único que quería sentir era su cuerpo contra el mío, y sus manos arropándome. Nos vestimos tranquilos, relajadamente. Nos dirigimos hacia la entrada, íbamos de la mano, los dos con la cabeza agachada, con tristeza, “bueno me tengo que ir” dijo, “lo sé”.
Allí nos besamos una vez más, despidiendo nuestras lenguas y nuestros labios, no queríamos acabar, pero teníamos que hacerlo. Fue un beso muy lento, profundo, pausado, no quería que ese beso terminara nunca, no quería dejarle.
Todo se quedó ahí, nunca nadie supo de esta historia, que pasó hace poco más de mes y
medio, todavía hoy le sigo viendo muy a menudo, casia diario, y aunque no hablamos del tema, y nuestra relación sigue siendo igual de distante que antes, en nuestros ojos sigue habiendo algo, su sonrisa traviesa nunca me falla, pero no puede haber más, lo de aquella noche fue increíble, pero no se debe volver a repetir.
Él siempre me gustó mucho, le admiraba de una forma muy especial, y le deseaba como nunca había deseado a nadie, eso siempre lo supo, siempre supo que me tenía a su entera disposición, pero a partir de esa noche, mis sentimientos hacia él cambiaron, ya no le deseo como antes, no me pongo
nerviosa al hablar, y no hago cualquier cosa para poder verle, lo único que siento por él es la misma admiración de antes y un inmenso cariño. Sé que no le quiero, y sé que no estoy enamorada de él, ni si quiera volvería a repetir lo mismo con él, pero también sé que siempre le recordaré.
FIN
Me acabas de dejar boca abierta me encanto tu relato es magnifico como la primera vez deseada de cada mujer te felicito por tu comentario. Adios