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Las mujeres llevaban vestidos casi transparentes, cortos y bien entallados. Yo me la pasaba mirando aquellas nalgas entangadas menearse. A veces hacían algún paso hasta el piso y podía verles el bollo peludo. Eso me calentaba. Ver sus tangas a través de esos vestidos finos.
Yo era ayudante de bartender en una colonia pituca de mi ciudad. Mi trabajo consistía en tener los hielos listos y la barra limpia. Un trabajo sencillo. Cada que se descuidaba el bartender o el gerente del lugar me empinaba un trago de lo que fuera: ron, whisky, tequila, pisco, mezcal, vodka. Y miraba, siempre seguía mirando a todas esas mujeres pitucas culonas.
Había una que nunca fallaba. Era morena y tenía los ojos claros. Amaba bailar y pasear sus caderas por todo el lugar. De vez en cuando me sonreía y a mí se ponía tiesa. Su bebida favorita el ron con agua mineral y un poquito de cola. Iba a la barra y recargaba sus tetas sobre la barra. Sonriente. Parando el culo hasta lo más alto. Y yo con la tranca tiesa. Lista para el combate.
Un día la morena estaba triste. Llevaba un vestido naranja que le sacaba las tetas y le resaltaba las nalgas. Siempre en tanga. Ese día se sentó en la barra y se puso a platicar conmigo. Yo limpiaba la barra. Había estado tomando vodka seven.
–¿Y tú tienes novia o algo?
–No, no tengo.
–Deberías de buscarte una y salir a bailar o a un parque. Es tan bonito compartir.
–No tengo tiempo. Trabajo todos los días de 12 pm, hasta que se va el último cliente.
–Entonces te la jalas todo el tiempo. Jajajaja
–Mmmm, bueno sí.
–Y con esas manos tan largas que tienes podrías hacer maravillas. Qué desperdicio.
–Y tú porque no has bailado con nadie hoy.
–Terminé con mi novio. No le gustaba bailar, pero que bueno era para la cogedera.
–Uhmm
Me preguntó a qué hora salía y si tenía planes. Yo no podía dejar de verle las tetas. Me contó que le gustaba follar en los baños. Y qué siempre había querido follar en el baño del bar. Pero que a su ex novio no le gustaba bailar y nunca iba al bar con ella.
Seguí tomando vodka y limpiando la barra. Me la quería follar. Su plática me había calentado. Ella sabía a lo que iba. Le gustaba follar. Ella jugaba a empujar con sus dedos un hielo sobre la barra. Las parejas sobre la pista no paraban de bailar y de cachondear con el baile.
En segundos desapareció. No estaba por ninguna parte. La encontré para en la entrada del baño. Me vio y se mordió el labio. Con su dedo índice me hizo una seña de que me acercara a ella. Yo no me la creía. Tal vez estaba confundida. O le hablaba alguien que estuviera detrás de mí. Volteé. No había nadie. Era a mí. Tenía miedo. Nunca había follado en un baño, menos en el baño de mi trabajo. El gerente se pasea y yo con la pinga tiesa del miedo. Le dije al bartender que iría al baño. Ella seguía ahí esperándome, con sus piernas morenas y potentes y sus nalgas paradas. Quería arrancarle la tanga y olerle el bollo.
Me hizo una seña de que esperara. Caminé más despacio. La morena entró al baño y salió de nuevo. Me hizo una seña de que podía pasar. A mí me temblaban las piernas. Si me descubría el gerente me iba a echar del trabajo. Pero tenía tanto tiempo sin meter la pinga en ningún lado que la pinga misma me controlaba todo. Podría decir que mi pinga me metió al baño.
Entré y ella estaba con la tanga a mitad de las piernas y con la puerta abierta de uno de los escusados. Caminé rápido y ella cerró la puerta. Ella fue directo a mi pinga. Se arrodilló y me la sacó del pantalón. La chupaba como una diosa, su boca era mejor que una vagina mojada. Se la metía hasta la garganta. Yo no quería que parara, me quería correr. Ella lo sintió y paró. Se quitó la tanga y me la puso en la boca. Le alcé el vestido naranja y la puse de perrito. La dejé ir por su vagina. Estaba mojada. Después de unas cuantas metidas me dejó las bolas mojadas.
–No te vengas todavía. Métemela por el culo. Chúpame el culo primero.
Me puse de rodillas y le chupé aquel hoyo delicioso. Sus nalgas firmes apretaban mi nariz. Y yo, comiendo de su hoyo. Se le hizo grande. Estaba más que lista. Le puse la pinga en el ano y se volvió loca. Estaba apretado y me succionaba. Era el paraíso.
–Agárrame las tetas. Jálame el cabello, pellízcame las nalgas, joder. Qué eres marica. Dame duro, quiero que me lo rompas.
Yo gritaba y le daba con todas mis fuerzas, esa mujer era pura candela. Mis huevos estaban hinchados y listos para estallar. Alguien pateo la puerta.
–Oh, mierda. Quién está jodiendo.
–Soy el gerente del lugar. Hagan el favor de irse.
Quedé con las pelotas hinchadas y muy enojado. Abrí la puerta. El gerente intentó decir algo. Y antes de que abriera la boca le metí un puñetazo en la nariz. Salí emperrado del lugar y jamás volví a regresar, ni volví a ver a esa morena caliente.
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