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Peluquería muy especial

Autor: Derzzu.

Una vez mas recorrí la calle para encontrar el número que mi esposo me proporcionó, finalmente un señor con una bata de peluquero me indica que la estética que yo buscaba estaba al otro lado de la acera y él mismo me lleva.

Quise sentarme en una silla que se veía disponible, pero me dijo que no, que siguiera caminando hasta el final del pasillo y que dijera a las personas que estaban ahí que me atendieran.

Hacía calor, y yo estrenando, falda de satín, blusa de ceda, medias, brasiere, pantaleta y con sostén de lycra, zapatos de tacón alto, en fin andaba muy acalorada ese día.

¡Qué buenas nalgotas! Me pareció que dijo y pensando que no hablaba de mí, seguí caminando a donde él me había indicado.

-Siéntate, en un momento te atiendo. -Dijo uno de los dos que estaban ahí. Me senté quedando de espaldas a ellos y como no había espejo enfrente de mí, no podía verlos, entonces manipulando mi cabello uno de ellos me preguntó:

-¿Y cómo lo va ha querer?

-Cortito, con flequito así como japonesita, es como le gusta a mi marido, que por cierto él me recomendó con ustedes.

-Bien bien, vamos a ver qué podemos hacer.

Eran bastante diestros y nada más con tijeras y un peine me hicieron el corte. Me dieron un pequeño espejo y vi que habían hecho un buen trabajo, tal como yo se lo había pedido.

-¿Ya terminaron? -Preguntó el señor de bata.

-No, todavía nos falta peinarla.

-Si nos permite, vamos a hacerla hacia atrás para que podamos lavarle el cabello y la podamos peinar más fácil. -Sugirió.

Pusieron un lavabo portátil detrás de mí y rotaron una manivela haciendo que el sillón se empezara ha inclinar hacía atrás, pensé que estando totalmente horizontal ya podrían trabajar, pero mi cabeza aún no llegaba al cuello del lavabo.

-Ya casi. -Susurro. Y quedé más inclinada de lo normal.

Después comenzó a enjuagarme y lavarme el cabello con champú.

-Vamos ha ponerla más cómoda. ¿Le levantamos un poco sus piernas señora?.

-Sí por favor.

Escuché que armaban algunas cosas de metal a ambos lados del sillón. Suavemente y con ambas manos los dos ayudantes empezaron a elevar mis tobillos, se doblaron levemente mis rodillas y finalmente mis pies y zapatos descansaron en unos soportes donde embonaron perfectamente. Mientras me masajeaba despacio la cabeza con las dos manos, afirmó:

-Fíjese que su marido nos pidió le afeitemos la zona del bikini, porque no le gusto que se le asomaran algunos vellos cuando usted estrenó la tanguita que él le regaló.

-¿Ustedes también ofrecen este servicio? -Pregunté azorada.

-Sí señora, también nos dedicamos a eso, disculpe: ¿Le seco el cabello y procedemos?.

-Sí, por favor.

En ese momento pensé que me iban a incorporar y con una secadora me peinarían y después de pagarles me iría a mi casa, pero rápidamente cambiaron el lavabo por un taburete con una almohada, y ahí recargaron mi cabeza. Empezaron a secarme el pelo muy despacio con una toalla extra grande que me tapaba la cara por completo. Posteriormente afloja el de bata los dos soportes adheridos a mis pies y que acababan de incorporar al sillón, moviéndolos y ajustándolos muy lentamente, con esta acción se fueron doblando mis rodillas aún más y las fue desplazando hacia mí, hasta llegar casi a la altura de mis hombros.

-¿Y qué se supone que está haciendo señor?

-Le voy a tomar una fotografía a la zona genital para que usted compare junto con su esposo cómo se le ve ahora su pantaleta y cómo se le va a ver con tanga cuando termine de rasurarla. ¿Está bien?.

-Si así lo dispuso mi marido.

-Le voy a bajar un poco su pantaleta para que yo pueda empezar ha trabajar.

-Bueno bueno... Oiga espérese tantito. ¿Y el procedimiento es molesto?.

-No se preocupe, tengo amplia experiencia en estos menesteres y seré muy cuidadoso. -Aseguró.

El señor de bata, me baja, quiero decir me sube un poco mis calzones hasta antes de mis rodillas y con un pedazo de tela suave empezó a limpiarme las nalgas, después lo remojó en agua tibia y lo enjugó en mi pubis, en mi vagina, levantando mis piernas todavía un poco más le empezó a llegar agua caliente a mi ano, y al mismo tiempo empezó a frotarlo y lo volvía a enjuagar y ahora eran mis labios mayores y mi pubis, como necesitando asear bien la zona, iba desde mi ombligo hasta mi ano pasando por mi vulva y otra vez todo el recorrido con la tela y a veces se detenía exploraba más de la cuenta, junto con mis fluidos que ya empezaban a confundirse con el agua y el algodón de la tela .Y de ahí a la profundidad de mis nalgas: mi esfínter empieza a abrir a cerrar con espasmos rápidos, indecibles, deliciosos, en un frenesí de sensaciones maravillosas, y el señor de bata está diciéndome que es para que sea más fácil afeitar la zona y para que no estén tan duros los vellos y él continúa hasta que yo llego a mi clímax.

-Considero que está lista para ser afeitada sin que tenga la más mínima irritación. - Anunció.

Luego instruye a uno de sus asistentes para traerle unas tijeras; siento que empieza a cortar en la parte de arriba de mi pubis, y me explica que es más fácil rasurar con el pelo más corto, en ningún momento cortó el vello de mis labios mayores.

Después indica al ayudante que empiece a aplicar un poco de aceite en la parte del pubis para que él pueda empezar a afeitarme, pidió hojas nuevas para su navaja abatible, y desde la parte inferior del ombligo comenzó a trabajar, hacia abajo sin descañonar, suavemente, yo sentía que lo hacía con mucho cuidado pues eran muy cortas sus trayectorias, noté que me estaba dejando un mechón de pelo hasta antes de mi vagina, mismo que ya estaba debidamente recortado.

Con una toalla afelpada, húmeda y muy suave empezó a retirar el exceso de aceite y vellos, en ese momento pensé que iba ha realizar la maniobra anteriormente descrita pero no fue así y supuse que ya habían terminado.

-Vamos a incorporarla señora.

-Adelante. -Le respondí.

Me quitaron los soportes, y así pude estirar mis piernas e instantes después el sillón ya estaba en su posición original, que nunca me subieron mi pantaleta a su lugar.

-Bueno, pues muchas gracias señores. -Dije.

-No señora, fíjese que todavía no terminamos, nos falta todavía la parte de la entrepierna.

-Oiga y ¿por qué no lo hizo en su momento?.

-Es que notamos que usted ya no estaba cómoda en esa posición y decidimos que sería más fácil para nosotros dejarla descansar un poco.

-Tiene razón ya me estaba cansando.

-Me hace el favor de pararse sin subirse sus calzones. -Sugirió.

-¿Por qué no me los puedo subir?. -Le pregunté extrañada.

-Lo que pasa es que esta todavía mojada y si las acomoda se pueden manchar y se ve que están muy finas.

Rápidamente le cambiaron algunas cosas al sillón y me pidieron que caminara hacia atrás muy despacio, de hecho ellos me iban guiando, de reojo podía ver que ya no era el sillón que yo había conocido, el asiento ahora era una sola pieza totalmente horizontal como una barra, mucho más angosta y forrada de hule, estaba más abajo y quedó exactamente debajo de mi pantaleta, entonces cada vez que daba un paso hacia atrás tenía que separar necesariamente mis rodillas, sólo di tres o cuatro pasos y me pidió que me sentara, quedando al final de la barra y él a un lado de mí.

-Hacia delante por favor señora. -Dijo. -Y con suavidad tomó la parte posterior de mi cabeza y empezó a inclinar mi cuerpo hacia delante, mientras uno de sus ayudantes ponía un enorme y suave cojín a la altura de mi vientre, me siguió inclinando hasta que mi cara casi topó con la barra.

-Ponle una almohada, no se le vaya ha raspar el cutis. -Ordenó.

De inmediato uno de sus ayudantes trajo una almohada de satín y la acomodó debajo de mi cara. Entre los dos ayudantes armaron nuevamente unos soportes a ambos lados de la barra, después suavemente y con ambas manos los dos al mismo tiempo empezaron a elevar mis tobillos doblando levemente mis rodillas, pero esta vez me quitaron los zapatos y metieron mis pies en una especie de pedales fijos con funda, mismos que ajustaron perfectamente, acto seguido, atornillaron unas agarraderas de gimnasio adelante de mi cabeza.

-Estire sus brazos y no suelte las agarraderas que acaban de poner.

Entonces quede montada en la barra, completamente horizontal del dorso, todavía cubierto con mi falda y totalmente expuesto mi ano, el introito de mi vagina, mis labios mayores con vello y la línea isquiática que divide mis dos nalgas.

-Ya esta lista, solamente falta subir la barra.

Al instante accionaron un hidráulico que subió la barra como medio metro, quedando mi trasero exactamente a la altura de la cara del señor de bata que oportunamente se había colocado detrás de mí.

-Le voy a subir su falda. -Advirtió.

Lentamente la recogió desde mis tobillos hasta mis hombros.

-¡Necesito más luz y levantarle más la cadera!, -Exclamó.

Inmediatamente sentí el calor de un foco de gran intensidad cuando conectaron la lámpara de fotógrafo que ya tenían dispuesta, mientras uno de asistentes me pedía que levantara más mi vientre para poder acomodar un cojín adicional y así se levantase mi trasero a la altura que él estaba pidiendo.

-Esta vez voy a usar un rastrillo. -Observó.

Con dos dedos me frotó un gel graso en mis labios mayores.

-Tiene dos belfos maravillosos: azulados y carnosos.- Comentó en voz baja y refiriéndose a mis labios menores.

Terminó de untar generosamente el gel y se dispuso a afeitar la zona faltante. Presionando con el dedo pulgar, y haciendo a un lado mis labios menores, que sobresalían de manera irremediable hacia fuera, comenzó a afeitar hacia abajo y de una sola pasada uno de mis labios mayores, se estaban mezclando mis fluidos con el aceite, no faltaba mucho para tener mi primer espasmo del anillo muscular que cierra el esfínter anal.

Sucede que cuando él prueba con sus dedos la elasticidad de mis pétalos, sobrevienen las contracciones: involuntarias, son dos, tres, cuatro,..., y no puedo controlarlas, tengo la certeza de que él pudo observar la intensidad del abrir y cerrar de mi placer con gran detalle.

Fueron dos ultimas trayectorias cuidadosas, expertas, al ras, esta vez de abajo hacia arriba descañonando la piel: perfectas.

-Ya terminamos. -Dijo. -Mientras los dos mozos liberaban mis pies de las dos fundas y yo me incorporaba lentamente.

-¡No! ¡No! Yo se los subo. -Vociferó. -Mientras hacía el intento de subirme los calzones.

Se inclino metió sus manos debajo del satín y me subió los calzones hasta arriba.

-Aquí la esperamos mañana. -Afirmó.

-¿Ya terminaron, no?

-Sucede que ya no nos dio tiempo de tomarle las fotografías para compararlas.

-Bueno, nos vemos mañana.

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