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El timbre sonó aparatoso, inquisitivo, perentorio. Abrí los ojos de golpe, y escuché un gruñido fastidiado y un cuerpo que se revolvía.
Nombre. Lugar. Fecha y Hora. Acompañante
C***. Mi casa. Lunes por la mañana. Silvia.
Un momento. ¿Lunes por la mañana? ¡Joder el curro! Por fortuna recordé a tiempo que hoy era fiesta y cerraba la tienda, antes de partirme la crisma intentando afeitarme, vestirme, calzarme y salir corriendo para el curro, todo a la vez.
A la tercera llamada del timbre me levanté de un salto, poniéndome los primeros pantalones que encontré. Caminé fastidiado mientras me abotonaba, pensando en que la pena de muerte es un castigo muy dulce para los que se atreven a llamar a una casa decente un día de fiesta a las... bueno, a la una y media del mediodía.
Abrí la puerta con la cara más agria que imaginarse pueda y...
La madre que me parió.
Bea.
* * *
La chica no se cortó un pelo, y ante mi cara de auténtico pasmarote me plantó un beso en toda la boca que resucitaría a un muerto.
- ¡Hola C***! - dijo, en su habitual tono de voz despreocupado. Salí al rellano y arrimé todo lo que pude la puerta tras de mí, sin cerrarla.
- ¡Bea!... ¿pero qué haces aquí? - yo hablaba en susurros y debía de tener una expresión bastante rara.
- Yo... oye C***, ¿estás bien?
- Lo que estoy, Bea, es... acompañado.
Vi cómo la sonrisa amplia y agradable de Bea iba desapareciendo de su rostro.
- ¿Qué? ¿Cómo que estás "acompañado"? - casi pude ver las comillas en el aire mientras decía la última palabra, de tanto como la enfatizó. Estaba prácticamente gritando.
- Sssshh... pues sí, mira, estoy con... con la chica que te presenté... Silvia.
Me miró con una cara de odio, pero como en la películas, entrecerrando de los ojos.
- Eres un pedazo de cabrón... ¿y lo del sábado?
Eso sí que me desarmó. ¿Qué coño fue lo del sábado? Para mí un polvazo... y un exorcismo. Una noche de puta madre. Nada más. No un polvo de reconciliación, ni un "hola, bienvenida a mi vida otra vez después de tres años". Al menos yo pensaba así. Pero no parecía que Bea tuviera la misma opinión.
- Yo... bueno... lo del sábado estuvo muy bien pero... - Vale, lo reconozco, ahí me atasqué. Joder, no sabía qué decir.
- ¿"Muy bien"? - otra vez las comillas - Dios pero qué hijo de puta. - eso lo dijo sin comillas.
- Oye Bea yo... - entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir, claro.
- ¡C***! ¿Quién es? - Silvia estaba llamándome desde dentro. Mi madre. Yo creía que esto sólo pasaba en el cine y que era muy gracioso. Pues yo no tenía muchas ganas de reírme que digamos.
- Oye Bea... ya hablaremos... - Intenté cortar en ese momento, pero creo haberles dicho ya que Bea no es precisamente una niña ingenua, así que se puso hecha una auténtica fiera.
- ¿Cómo que "ya hablaremos"? ¡Y una mierda hablaremos! ¡Eres un cabrón de la hostia! - Mi vecino, un señor de unos cincuenta tacos, abrió la puerta y se asomó en el momento justo de ver cómo Bea me soltaba una pedazo de torta... pero de las que duelen hasta las muelas.
- ¡Hijo de puta! - se me puso la cara como un pimiento, y encima Bea parecía histérica y noté cómo se preparaba para otra hostia, así que la agarré como pude. Mi vecino cerró la puerta, pero fijo que estaba mirando por la mirilla el muy bastardo y estaba llamando a la familia para que no se perdieran el espectáculo. Y mientras yo tenía a Bea agarrada y ella casi me escupía de la rabia, Silvia fue y abrió la puerta.
- ¡C***! ¿Pero qué pasa?
¿Qué pasa? El jodido maldito fin del puto mundo.
* * *
Bea se sacude medio loca, pero en cuanto ve a Silvia no puede contenerse y le espeta así, en la cara:
- ¡El cabrón de tu novio! ¡Que el sábado se acostó conmigo y ahora me manda a la mierda!
"Oh Dios mío líbrame de esta por lo que más quieras", pensé. Huelga decir que Dios ni se pasó por allí.
A Silvia se le puso una cara... palideció de repente, se dio la vuelta... ¡y cerró la puerta! ¡La puerta de MI casa... me la cerró en las narices! Yo me quedé como un gilipollas, tan atontado que solté a Bea. Ella, en vez de pegarme, se puso a llorar de la misma rabia y me gritó como una loca.
- ¡Pedazo de maricón... no quiero volverte a ver en mi vida! - Bea se dio la vuelta y se largó por donde había venido, pero yo ni siquiera la miré. Tenía los ojos fijos en la puerta. Llamé al timbre y golpeé con todas mis fuerzas, mientras daba auténticos alaridos.
- ¡Silvia! ¡Silvia! ¡Abre, por favor! ¡Silvia!
Pero como se pueden imaginar, Silvia no me abrió. Así que me miré, desnudo de cintura para arriba, descalzo, en mitad del rellano. La otra llave la tenían mis padres... que vivían en un pueblo a quince kilómetros.
Para colmo me dolía un lado de la cara pero la hostia, y lo notaba ardiendo. Y el cuello me molestaba también, como si lo tuviera agarrotado. Ítem mas, me estaba empezando a zumbar el oído del lado que Bea me había soltado el bofetón, y para culminar la situación me encontraba moralmente derrumbado. Así que me pegué un par de puñetazos en la puerta y traté de que Silvia me abriera.
- Silvia... por favor... ábreme... puedo explicártelo - Vaya gilipollez, ¿a que sí? ¿Qué coño había que explicar? Pero tampoco pueden pedirme que pensara con claridad en esas circunstancias.
Seguí llamando, hablándole y pidiendo que me abriera. Y abrió. Pero cuando lo hizo estaba completamente vestida, y en cuanto traté de hablarle me miró con una cara de odio que me cerró la boca. Antes de que llegara al ascensor la cogí del brazo para tratar de decirle algo y... plaf.
Otro pedazo de hostia que me giró la cara. En la otra mejilla.
- ¡Déjame en paz! - Me dijo, mientras las puertas del ascensor se cerraban y yo me quedaba mirándola, con la mano en la cara.
* * *
Pueden comprender que no estaba en mis mejores momentos cuando llamaron a la puerta una hora después. Estaba sentado en el sofá, mirando por la ventana. Ni siquiera me había vestido. Me gustaría decir que había estado llorando, pero en realidad lo que tenía es como un nudo en el estómago, y un horrible dolor de cabeza. Y en la cara, también.
Abrí sin muchas ganas, y me encontré con Sara.
Stop. ¿Quién es Sara? Sara es mi hermana. Así que no se froten las manos pensando que es una chica con la que salí, un ligue, o una amiga que me voy a beneficiar dentro de un ratito para olvidar las penas. Tiene veinte años, y está estudiando Enfermería. Como aún vive en casa de mis padres, no nos vemos tan a menudo como me gustaría, porque de verdad me llevo fenomenal con ella. Físicamente se parece bastante a mí. Pequeñita, delgada, sonriente, de pelo largo y castaño. Viste siempre con un cierto estilo hippy, y por eso tiene bastantes broncas con mi padre, un señor de bigote ciertamente poco partidario de las extravagancias. No es guapa, pero tiene esa mirada soñadora y un poco mística que les gusta a algunos chicos. Por cierto, ya sé que en otros relatos las hermanas están ardiendo en deseos de acostarse con el protagonista, y que el propio protagonista no puede resistir la tentación de darle caña a su propia hermana en el sofá o en el suelo del salón. Lamento decepcionarles. Estoy convencido de que, aún en el caso de que yo estuviera dispuesto, si intentara cualquier acercamiento sexual con Sara las hostias que había recibido hoy serían unos cariñosos arrumacos comparadas con las que me iba a soltar ella.
Así que no se lleven a engaño. Ya saben quién es Sara, y prosigo mi relato.
- ¡Holaa! - me da dos besos y sin duda nota que tengo la cara un poco hinchada - Joder C***, vaya careto que tienes. ¿Qué te ha pasado?
- Hola Sara... ¿que qué me ha pasado? No sé por dónde empezar.
Pero empiezo, y le cuento todo el marrón, desde el principio, tal y como se lo he contado a ustedes (hombre, prescindiendo de según qué detalles, claro). Cuando termino hace algo que no me espero. Se echa a reír.
- La leche hermanito... eres un pedazo de cabrón... - lo dice entre carcajadas, seguramente porque ha estado con sus amiguitos los hippies y han estado compartiendo algo más que canciones y filosofía natural.
- ¿Eso es todo lo que se ocurre, Sarita? - le jode que le llamen Sarita, pero lo hago porque estoy un poco picado.
- Hombre... creo que tienes muy poquito que pensar... - Sara deja de reírse y me mira todo lo seria que puede, lo que no es mucho porque le brillan los ojos cosa mala. - A ver si lo he entendido: has conocido a una chica, pero también te has acostado con una amiga suya y con tu ex, que casualmente pasaba por allí, delante de sus narices como quien dice, y te han cazado como a un pollo... poca broma, hermano. - Y se echa a reír otra vez.
Yo la miro bastante fastidiado. Se reía con toda la boca, casi lagrimeando, y no me estaba ayudando mucho. Así que chasqueé la lengua, bastante disgustado, y cambién de tema.
- Venga Sara... vamos a comer.- lo dije para distraerme un poco, porque no tenía nada hecho ni ganas de hacer nada, así que terminamos comiendo los dos una pizza que preparé en un momento, recién sacada del horno. Inevitablemente, volvimos a hablar del tema.
- Bueno Sara, díme qué puedo hacer. - Le pregunté, mientras devorábamos la pizza.
- ¡Buf!... no tengo ni idea, en serio. Creo que esta vez te has metido en un marrón de los buenos. - Se calló un momento, y los dos nos dedicamos a comer, hasta que ella volvió a hablar- ¿A ti quién te gusta? ¿Con quién quieres estar?
Buena pregunta. No estaba seguro. Antes de que Bea llegara, estaba convencido de que al fin quería sentar la cabeza con Silvia, pero la escena de celos de mi ex me había abierto los ojos a la posibilidad de volver con ella. Así que ahora estaba realmente confuso. Si hubiera podido, me hubiera quedado con las dos. No me miren así. Pues claro que con las dos. ¿Y quién no? Pero no podía decirle eso a mi hermana si quería que me aconsejara, así que fui todo lo sincero que pude.
- No lo sé, Sara - le contesté. Mi hermana me miró, muy seria, y dejó de comer.
- Pues ya es hora de que te decidas, C***. Porque mira la que has montado por no decidirte desde el principio.
- ¿A qué te refieres? - demasiado bien lo sabía, pero creo que necesitaba que alguien me apretara las tuercas un poco.
- Joder C***. Madura un poco, por favor - Mi hermana pequeña me estaba pidiendo que madurara... vivir para ver, señores - Tal y como me lo has contado, desde el principio no sabías si quierías rollo con Silvia o algo más serio. Y de repente llegó Bea, y como siempre, reconócelo, te pusiste a pensar con... ya sabes, y la has cagado.
- Tú lo ves muy fácil, Sara, pero no es...
- ¡Deja de ser tan crío! Es facilísimo. ¡Elige una con la que quedarte, habla con ella y trata de arreglarlo! Pero por favor, ¡piensa con la cabeza por una vez!
El resto de la comida la pasamos en silencio. Sara se quedó un rato más, ayudándome a recoger, y charlamos un poco de nuestros padres y de su vida. Estaba saliendo con un chico que me había presentado hacía unos días, un tal David. Era un buen chaval, estudiaba medicina. Un poco calladito, pero majete. Al parecer, llevaban ya dos meses juntos y les iba más o menos bien. En fin, dos meses eran todo un récord para mi hermana, así que me alegré.
- Si consigues aclarar tu cabecita un día de estos, podríamos salir los cuatro - me dijo cuando me dio un beso en la mejilla, para despedirse. - Hasta luego, C***.
Y se marchó, dejándome tan confundido como antes, pero al menos con la firme decisión de enmendar el rumbo un poco loco que había tomado mi vida de un tiempo a esta parte. ¿Ustedes a quien hubieran elegido? ¿La pasión salvaje de Bea o la dulzura ingenua de Silvia? Me pasé toda la tarde del lunes dándoles vueltas a la cabeza, pero no terminé de decidirme. Por un lado, mi pelirroja me gustaba mucho, me hacía sentir como el hombre más importante del mundo; pero por otro, mi pasado llamaba a la puerta con mucha fuerza, y no podía dejar de pensar en el cuerpo ardiente de Bea y su carácter extrovertido, su desparpajo.
Llegó la noche, y lo consulté largo y tendido con la almohada.
La mañana del martes se pasó en una maraña de trabajo y obligaciones, que tuvieron la ventaja de distraerme un poco y darme aire.
* * *
Cuando el martes por la tarde toqué a la puerta, realmente no sé lo que esperaba. Quizá atención. Puede que perdón. O al menos, que me dejara decirle lo mucho que la necesitaba. Ciertamente, buscaba la menos calmar mi conciencia.
Silvia me abrió la puerta, pero se quedó en silencio, sin mirarme.
- Hola, Silvi. - le dije. - Vengo a devolverte esto.- Le alargué la llave. No sé por qué me la dio, pero supongo que para ella era algo simbólico, porque la cogió y la paretó fuerte.
- Vale. Hasta luego. - E hizo ademán de cerrar la puerta.
- ¡Espera! - yo aguanté su empujón con la mano. - Silvi, por favor, hablemos. - Ella ni siquiera me miraba.
- No tenemos nada de qué hablar.
- Por favor Silvi, déjame pasar.
- No. Vete, por favor. Vete. - Silvia estaba hablando como si fuese a llorar de un momento a otro.
- Silvi, no pienso moverme de aquí hasta que no me dejes entrar.
Noté que ella relajó la presión sobre la hoja de la puerta, y finalmente abrió y con un gesto me dejó entrar.
Ahora podría engañarles. Podría simplemente contar que Silvia me perdonó, que ella lloró, que yo fui todo un caballero, que nos reconciliamos con sexo salvaje encima de la mesa del comedor, y que me porté como un auténtico atleta sexual. ¿Pero de qué me serviría?
Porque no ocurrió nada parecido.
Bueno, sí. Traté de que me perdonara, ella lloró, y yo intenté portarme como un caballero. Pero es que, no sé si lo recuerdan, yo me había acostado con Nuri. Y al parecer cuando Silvia habló con ella para contarle lo mío con Bea, Nuri no había podido resistir los remordimientos, y había cantado de plano. Así que se pueden ustedes hacer una somera idea de cómo estaban las cosas. Me insultó bastante (aunque creo que no tanto como me merecía), me dejó claro (pero clarísimo, vamos) que no me quería ver en el resto de su vida, que había cometido un error conmigo, y vamos, resumiendo, que hiciera el favor de no volver a acercarme.
Por cierto, me devolvió el ordenador. Así que encima tuve que llevarme el equipo completo con cajas y todo para el coche. Parecía que me había echado de casa. Y yo me sentía así, la verdad.
Supongo que me lo merecía, ¿no? Pero joder, lo pasé fatal, pero fatal de verdad, mientras volvía casa en el coche.Cuando aparqué no eran ni las siete de la tarde, así que directamente llamé a mi mejor amigo, Toni, y nos fuimos a tomar unas cervezas en el bar de siempre.
Toni se marchó a las diez y media o algo así, con una media borrachera del carajo. Le había contado todo lo que pasaba, y aunque he de decir quer no me fue de ninguna ayuda (Toni es de estos tipos que de tías no entienden ni media), como es la leche de divertido no puedo decir que no lograra apartarme a Silvia de la cabeza. Yo me quedé en el bar, decidido a tomar la última e irme para casa. Era martes, después de todo, y el miércoles tenía que currar.
Cuando Sara me encontró a las doce y cuarto, yo estaba al borde del coma etílico.
* * *
Ni les vi entrar. Resulta que Toni había llamado a Sara para decirle que yo estaba un poco pasado de rosca, y se presentó en el bar con David, el chico con el que salía. Allí me encontraron, sentado en una mesa del fondo del bar, con un cubata a medio beber en la mano, y como me contó Sara al día siguiente, "con cara de estar a punto de tirarme del puente de la autopista".
No recuerdo muy bien esa noche. Por lo que me ha contado mi hermana, David y ella me llevaron a casa y me metieron en la cama, sin más. Pero eso no explica algunas cosas. Por ejemplo, que la alfombra del salón tuviera una estupenda mancha de vómito (por cierto, me sangraron en la tintorería por limpiarla, los muy...), ni por qué el tal David me mira con caras raras cada vez que nos encontramos, desde entonces.
Sara se portó muy bien conmigo. Llamó a mi trabajo diciendo que estaba enfermo, y se quedó a dormir en la habitación de al lado. No fue a clase el miércoles, y me estuvo cuidando como una madre.
A las tres de la tarde del miércoles conseguí abrir los párpados sin que mi cabeza amenazara con caerse de mis hombros. Así que mediante un esfuerzo titánico conseguí sentarme en la cama. Noté naúseas y dolor de estómago, pero no era la primera vez que tenía resaca, así que me levanté, me puse un pantalón de chándal que encontré en el armario y me fui a la cocina.
Sara estaba comiendo mientras hablaba por el móvil. En cuanto salí de la habitación, se despidió de quien fuese con quien estaba hablando, y me miró con cara entre divertida y enfadada.
- Vaya... el señorito ha amanecido por fin.
- Muy graciosa Sara... oye, lo siento de verdad... gracias por echarme un cable... - Me sentía avergonzado y sobre todo resacoso. Y deprimido también, vaya, pero eso ya lo estaba desde el lunes... no eran noticias frescas.
- No te preocupes, hermanito. Hoy por ti... - Sara comía despacio un plato de macarrones con tomate. Siempre me gustó verla comer, porque se mete unos bocados pequeñitos a la boca y los mastica mucho rato, con un aire despistado encantador, como si estuviera pensando en otra cosa. Y realmente piensa en otra cosa.
- Ya... pero no sé lo que me pasó...
- Yo sí. Toni me llamó sobre las once al móvil. Yo todavía estaba despierta, pero a papá no le hizo mucha gracia que me vistiera y me marchase un martes a las once para venir hasta aquí. Menos mal que David todavía no se había acostado.
Se me quedó mirando, masticando un bocado de macarrones. Yo guardé silencio, y desvié la mirada. Pasaron unos segundos eternos, hasta que ella tragó y volvió a hablar.
- ¿En qué estabas pensando, C***? ¿Qué te pasó? - Yo no tenía ganas de hablar, pero había algo en su tono, en su sincera preocupación, en el aire cariñoso con que lo dijo, que simplemente me sentí totalmente destrozado por dentro.
- Mira Sara... ayer estuve en casa de Silvia... te hice caso, intenté arreglarlo... pero no quiso escucharme.
- Vaya... lo siento, C***... lo siento de verdad... y lamento tener que decir esto... pero creo que te lo mereces.
Eso fue un golpe bajo. Vaya si lo fue.
- Hombre, muchas gracias Sara... eres un cielo... vaya ánimos que me das... te cuento mis problemas y lo único que se te ocurre es decirme que me lo merezco - lo dije bastante enfadado, lo admito, y ya sé que fui muy injusto.
- ¿Cómo que ánimos? C***, te recuerdo que eres tú el que has metido la pata hasta el fondo. Y sí, creo que te lo mereces. Porque has sido muy cabrón con esa chica. Te has portado como un cerdo egoísta.
- ¿Ahora también soy un cerdo egoísta? Oye Sara, no necesito a nadie que me insulte... - a estas alturas yo ya estaba gritando. Necesitaba gritar. Necesitaba la rabia. Pero a Sara no le impresionó lo más mínimo mi berrinche.
- Te estás portando como un gilipollas.
Así de claro, dicho en un tono de voz normal, sin inflexiones, entre bocado y bocado de macarrones. Eso me desarmó. Me quedé callado un momento, y se me pasó el enfado, para ser sustituido por una maravillosa sensación de querer estar muerto.
No lo pude evitar. Me eché a llorar.
Vale, en el fondo soy un jodido sentimental. Los días siguientes a la partida de Bea, hace tres años, me los pasé llorando por cualquier cosa. Hombre, no a moco tendido ni a gritos, pero con frecuencia notaba un congoja en la garganta y notaba que los ojos se me humedecían, y de acuerdo, a veces no podía evitar morder la almohada por las noches y emprenderla a puñetazos con el colchón. Nunca creí que la iba a echar tanto de menos. Llegó un punto en que no pasaba una hora sin que se me los ojos me picaran y notara que no podía tragar. Así que volví a casa de mis padres. Les dije que era porque no podía pagar el alquiler, y que sería solo por unos días hasta que encontrara otro piso, pero en realidad era porque no soportaba permanecer en esa casa conviviendo cada día con su recuerdo. Y me quedé por un año.
No soy ni la mitad de duro que pretendo aparentar. En el fondo, todavía soy un chico de quince años preguntándose qué hace vestido de traje y viviendo solo en una casa vacía.
* * *
Sara me abrazó y yo lloré en su hombro, lloré por ser tan idiota, por no saber qué coño estaba pasando con mi vida, por haber perdido a una chica que realmente merecía la pena. Lloré por la soledad, por mi egoísmo, por todos los errores que cometí durante el fin de semana más loco de mi vida. Lloré por Silvia. Lloré por mí.
* * *
Es posible, pienso ahora, algunos meses después de todo aquello, que lo mío con Silvia no hubiera funcionado. Que lo hubiéramos dejado seis meses después, echando pestes el uno del otro, arrojándonos los trastos a la cabeza.
Es posible, pienso ahora, que con Silvia corriese el peligro de enamorarme hasta las trancas y que después me dejase tirado hecho una piltrafa, como me ocurrió con Bea. Es posible corriera el peligro de llorar durante semanas, el peligro de perder otra vez el rumbo de mi vida, el peligro de tardar otros tres años en enamorarme otra vez.
Pero aunque mi pelirroja hubiera sido tan peligrosa, creánme que es un riesgo que hubiese querido correr.
FIN
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