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Apenas tenía ganas de comer, pero tragué una magdalena con el café bien cargado que bebí de pie. Hacía apenas unos minutos que Bea se había ido, dándome un largo beso con lengua, y había dicho que me llamaría.
Y yo ya no sabía qué coño estaba pasando.
De repente parece que las mujeres me encontraban irresistible. Llevaba más de tres meses de sequía absoluta, cuando tres tías se me lanzan encima y me dejan que me las folle así, por amor al arte. Una de ellas, por si fuera poco, me ha dado la llave de su casa. Otra es su mejor amiga. Y la tercera, para terminar de liarlo, es una ex que me tuvo loco hace tres años.
Era domingo, hacia las dos de la tarde, y tenía la cabeza dándome vueltas sin parar. Silvia era una chica maja, una niña cándida y dulce a la que realmente gustaba, y con la me encontraba bien. Pero es que Nuri estaba muy buena. Y qué decir que Bea, una tía que folla como una tigresa.
Bendita encrucijada.
En realidad Nuri estaba descartada. Se había liado conmigo borracha perdida, y cuando se le pasó la borrachera se arrepintió. Así de simple. Un problema menos. Quedaba pues, decidir entre Silvia, mi niña pelirroja, y Bea, mi caliente ex. Y así me pasé un par de horas, mientras recogía la casa y preparaba una comida rápida.
Me dispuse a fregar los platos, cuando llamaron a la puerta.
Era Silvia.
* * *
Cuando la vi frente a mi puerta, sonriente, tímida, con un poco de maquillaje, se me encogió el corazón. Llevaba una ropa ajustada, un vaquero negro y una entallada blusa amarilla. No esperó ni un momento para darme un beso en la boca.
- ¡Hola, C***! - dijo alegre cuando separamos nuestros labios.
- Hola Silvia... pasa, pasa... ¿cómo tú por aquí? - ¿Que suena estúpido? Hombre, tengan en cuenta que acaba de follarme a mi ex no hace ni seis horas, apenas había dormido, y estaba realmente sorprendido.
- Nada... como ayer no pudimos charlar tranquilamente... - Silvia recorrió con la vista mi apartamento. Comparado con su pedazo de chalet no es gran cosa, pero en fin... - ¿Me invitas a un café?
- Claro... siéntate... - Silvia se sentó frente a mí, y empezamos a hablar de cosas intrascendentes, hasta que salió, inevitable, el tema de la noche anterior.
- Bueno, y ¿qué tal ayer? - me preguntó.
- Bah... un poco aburrido. Llevé a Bea hasta su casa y me vine a casa... no sé, sobre las cuatro o así.
- ¿Qué tal con Bea?
Hey. Cuidado. Interpelación directa. Maniobra.
- Bien... charlamos un buen rato... - eso es, despreocupado.
Así seguimos por un tiempo, ella preguntándome cosas y yo fintando como podía y dando evasivas, disimulando. Cuando nos cansamos de ese jueguecito que no conducía a ninguna parte, resolvimos salir por ahí a tomar algo. Nos pasamos por varios locales de moda, y Silvia enseguida recupero el aire jovial y tierno que tanto me atraía. A las tres horas de salir ya estábamos dándonos morreos de tornillo en uno de los locales, el ####, que tenía unos amplios y cómodos sillones. Una agotadora sesión que me dejó los labios totalmente dormidos, hasta que conseguí parar unos minutos para aunque fuese tomar una copa.
Cuando volví, Silvia me miró de una manera... no sé cómo explicarles. Especial.
- C***... - me susurro al oído - Creo que me he enamorado de ti.
Les juro por lo más sagrado que eso es lo que dijo. ¿Sorprendidos? Pues imagínense yo, que casi se me cae el cubata al suelo. ¿De qué carajo iba todo esto? Yo simplemente me había enrollado con una pelirroja hacía unos días, y ¿de repente me encuentro con que me da las llaves de su casa y me dice que está enamorada de mí? Me entraron ganas de reír, pero no creo que se lo hubiese tomado muy bien, así que hice lo que otro hubiera hecho en mi lugar: le cerré su boca con la mía. Nos estuvimos besando como locos por otros diez minutos, sin apenas descansar, con lo que se pueden ustedes imaginar como terminé. Aunque quizá no se lo imaginen. Pero no adelanto acontecimientos.
Cuando nos cansamos de darnos el lote en el bar, simplemente salimos en dirección a mi casa. No dábamos cinco pasos seguidos y ella se me lanzaba a besarme, a abrazarme, a darme chupetones en el cuello, o a las tres cosas a la vez.En otras circunstancias me lo habría pasado de muerte (¿y quién no?) pero después de tres días de no parar, me sentía, cómo decirlo, un poco abatido.
En casa fue mucho peor. Casi no habíamos entrado y Silvia se estaba desnudando a toda prisa. Me mostró su ropa interior riéndose con su carita de niña buena salpicada de pecas, sus braguitas y su sujetador de color negro, y dio una graciosa vuelta para mostrarme el contraste entre su piel blanquísima y el oscuro encaje. A mí me parecía que estaba buenísima, mejor que nunca, y fijo que estaba empapada hasta las rodillas. Me la quería follar, pero a degüello, sin esperar ni media. Y entonces...
Joder, como sabrán yo llevaba tres días sin parar de meterla en caliente, en lugares bastante angostos por añadidura, y después del polvazo con Bea de esa misma mañana yo no estaba para nadie...además había tenido un fin de semana de poco dormir... había bebido bastante... y encima estaba la tensión, el enamoramiento de Silvia que me daba pánico...
En fin, no pongo más excusas. Que no se me levantó. Así de simple, así de claro.
* * *
Y no sería poque no lo intentara. Cuando Silvia me bajó los pantalones, arrodillada frente a mí, mi polla apuntaba una leve semi-erección, pero no un levantamiento general revolucionario como yo hubiera querido. No dijo nada, y siguió masajeándome los muslos, a la vez que yo enredaba mis dedos en su melena pelirroja. Metió dos dedos en el elástico de mi slip, y tiró hacia abajo despacio, descubriendo mi miembro hinchado, pero aún blando. Se lo metió en la boca y lo chupó con un entusiasmo digno de encomio, pero a pesar de que sentía un gusto considerable, y tenía unas ganas locas de clavársela hasta el útero, mi amigo el calvo había plegado velas y se negaba a dar la cara. Silvia lamió, succionó y pajeó con cariño y ternura, pero definitivamente, no conseguí más que un dolor de huevos bastante a tener en cuenta, y una frustración equivalente.
- ¿Qué pasa? - me preguntó Silvia, mirándome desde abajo, con la boca entreabierta, y unos ojos llenos de desconcierto.
- No... no lo sé - Fue lo único que acerté a decir.
Silvia se incorporó, vestida con su ropa interior, y cogiéndome de la mano me llevó a la cama. Habrá unos doce metros entre el hall y mi cama, pero les juro que fue el trayecto más largo que he hecho en mi vida. Acababa de tener un soberbio gatillazo... a los veintisiete años, con una tía que estaba bien apetecible, y después de que ella, señores, me la chupara. Supongo que había motivos de sobra para explicarlo, sobre todo teniendo en cuenta las agitaciones que había sufrido (bueno, disfrutado) los últimos tres días... pero yo no estaba para racionalizaciones ni zarandajas. El caso concreto que me estaba poniendo loco era que yo tenía una ganas impresionantes de echarle un buen polvo a Silvia, y no conseguía que mi polla se endureciese. Maldita la gracia que me hizo.
Cuando llegamos a la cama, nos tumbamos y nos besamos otra vez, acariciando nuestros cuerpos, pero yo no conseguía quitarme el "problema" de la cabeza.
- Oye, Silvi... no sé lo que... - le dije en susurros.
- Ssshh... no importa - Silvi me calló con un dedo, y de vez en cuando bajaba su mano hasta mi miembro dormido, frotando, acariciando, estirando hacia atrás la piel y masajeando con delicadeza mis huevos.Joder, si hubiera dependido de mí en ese momento la habría ensartado como una bestia. Pero nada. Nada de nada. No se rían. Mi autoestima en esos precisos momentos estaba bajo mínimos. Aunque Silvia se lo tomó con bastante calma. Con una sonrisa divertida me tumbó boca abajo en la cama, completamente desnudo, y se subió a horcajadas sobre mis piernas. Con gestos suaves y pausados me comenzó a frotar la espalda.
* * *
Noto sus manos de tacto aterciopelado, cómo suben y bajan por mis omoplatos, y pequeños escalofríos de placer me recorren justo en el lugar donde sus manos acaban de tocar mi piel. Percibo en mis piernas el calor de su entrepierna, en peso de sus nalgas, y me dejo llevar en una ola de sensaciones. Oigo su risa bajita cuando nota que estoy disfrutando, y sigue acariciándome la espalda hasta llegar a mi culo, que aprieta bien fuerte, clavando sus dedos, arañándomelo cariñosamente. Entonces noto que ella se desabrocha el sostén y se tumba sobre mí, dejando que sus pezones recorran los caminos de mi espalda, provocándome una sacudida casi eléctrica. Sus duros botones rozan apenas mi piel, escabulléndose, cosquilleándome, desde la nuca hasta el culo, alternando su roce leve con la fuerza de sus manos, y cuando menos me lo espero, son sus labios los que me cubren la espalda, con besos livianos, soplando y aspirando aire sobre mi columna vertebral, sobre mis costillas, en los glúteos. Su pelo también se posa, dibujando espirales rojas, sus rizos paseándose como serpientes en mi carne. Me siento totalmente exictado, fuera de mí.
A un gesto de Silvia, me doy la vuelta. Ella se levanta en la cama y se quita las bragas con rapidez, dejándome contemplar ese monte de venus cubierto de vellos de color llameante. Con las piernas abiertas veo sus labios, su coño abierto y seguro que bien mojadito. Se acerca con pasos torpes, conservando apenas el equilibrio, y se arrodilla con la entrepierna sobre mi cabeza, totalmente abierta, totalmente entregada, roja como una fresa madura.
Cuando toco con mi lengua su coño, Silvia tiembla un poco y suspira. Me inunda, me cubre con su vulva, con sus labios, con su clítoris. Me lo ofrece con deseo, y yo le hago los honores chupando como un maldito condenado a muerte. Me abrazo a sus muslos y entierro mi lengua inquieta en su agujerito estrecho, disfrutando a sorbos y a lametones. En mi recuerdo está fresco el sabor de Bea, y noto que Silvia sabe diferente, más tenue, pero más salado, menos dulzón y penetrante, más neutro. Los labios de Bea eran más gruesos, y su clítoris más grande. Pero igualmente disfruto del chochito humedecido de Silvia.
- Mmmmm... síííííí.... - Silvia gimotea, y aprieta mi cabeza con sus piernas. Estoy seguro de que nunca le han comido el coño decentemente, porque tanto la primera vez como ésta la he notado muy abandonada. Así que no me detengo, y con mi lengua haciendo filigranas en su coño mis manos buscan otras partes de su cuerpo. Cuando las poso sobre sus nalgas, las siento tan blandas, tan suaves, que durante un rato no hago sino frotarlas y manipularlas, recorriendo sus cachetes blancos de cabo a rabo, abriéndolas, apretándolas, casi arrancándolas de gusto. Tiene un culazo absolutamente delicioso.
- Mmm... así... mmmm - Silvia no deja de gemir, de pedirme en jadeos que siga comiéndomela, así que mi lengua no descansa, viajando sin parar entre su clítoris y su agujerito, buscando perderse en sus profundidades, sacudiendo su pepita con rapidez, volviendo a recoger sus jugos y acariciando con la punta su interior, explorando como un gusano curioso esa fuente, esa caverna. Mis manos buscan ahora sus tetitas pequeñas y duras, y pellizco sus pezones erguidos arrancándole un gemidito.
- ¡Aummm!... sí... aah... - Recorro toda su entrepierna con mi boca, deteniéndome en su ano ligeramente inflamado, pero en cuanto poso mi lengua en su orificio trasero Silvia se levanta un poco - No... - me dice, así que me dirijo de nuevo a su coño y me dedico a comérselo sin pausa. - Sí... así... ooooh... - Durante un cuarto de hora me empapo bien de sus jugos, bebiendo de su coño abierto, gozando como un niño de un caramelo. La verdad es que me gusta chupar coños, me encanta jugar con mi lengua en los chochitos que me quiero follar.
Cuando Silvia se corre, aprieta muy fuerte mi cabeza entre sus muslos, y empieza a gemir muy alto, casi gruñendo, un largo estertor de gusto - ¡Mmmaaaammaaaaaaaaaauuuuummmmmm! - Se corre en mi cara, literalmente, casi asfixiándome, durante más de un minuto. Recojo con gusto sus jugos densos y de olor indefinible, y meto más mi lengua dentro de su agujerito, todo lo que puedo, para después dedicarme a chupar su clítoris, moviendo la lengua de lado a lado.
- Mmmm... no... puedo... más... - Silvia se agarra a la cabecera de la cama, apoyando la frente sobre el travesaño. El pelo le cubre la cara, y apenas puede hacer otra cosa que jadear y emitir sonidos ininteligibles, guturales, totalmente agotada después del orgasmo. Pero no por ello me detengo. Tiene un coño exquisito, de los que uno no se cansa de comer, así que prosigo sin descanso besándolo, dándole lametones interminables, conociéndolo de punta a punta con ansia, gozando con su placer.
- Ooooh.... mmmmmmaaaa.... ohhh.... - Silvia sigue disfrutando, y yo continúo respirando el aroma casi imperceptible a sudor y a gel de sus vellos largos y rizados, enterrando mi nariz en su bosque pelirrojo, mamando su clítoris como si quisiera sacar zumo de su pepita, frotando a su vez mis manos por su espalda, por ese culo impresionante, por sus muslos blancos y carnosos, por su vientre plano, por sus tetas pequeñas, por su costado, chupando, lamiendo, sorbiendo, metiendo mi lengua bien adentro en su coño, besando ese cáliz.
- Ah... ah... oummmm............................. ¡¡aaaaaaammmmmmmmmmmmm!! - El segundo orgasmo de Silvia es aún más fuerte. Unos jadeos, un gemido, una pausa... y empieza a berrear y a echar todavía más caldos en mi boca, en mi cara, en las sábanas. Afloja las piernas, las aprieta, vuelve a aflojar, mientras profiere su largo chillido y finalmente se calla, respirando como una locomotora, con la boca abierta. Su piel está caliente y humedecida de sudor.
- Uf... uf... uf... joder... qué... gustazo... - Silvia respira extenuada y habla casi a soplidos, todavía apoyada contra el travesaño de la cabecera. Pero no le doy ni una tregua, y prosigo mis lamidas y mis chupadas con ahínco. - Ooooh.... - Silvia lo nota enseguida, porque se vuele a crispar y apretar las piernas. - Ooh... basta... basta C***... no puedo.... más... - trata de levantarse, pero abrazo con fuerza sus piernas y no despego su coño de mi boca ansiosa. Mis lametones son cada vez más largos, más fuertes, más atrevidos. Mi lengua se mete como un pistón en su coñito, abriéndolo, tanteando las paredes de su vagina con la punta. Mi boca chupa con fuerza cada vez mayor en su clítoris, y lo muevo cada vez más rápido, más rápido, hasta que le arranco unos gemidos largos, graves, rendidos.
- Mmmmmmmmmm.... mmammmmmmmammmm... ooooummmmmmmmm.... - Silvia levanta la cabeza hacia el techo, y con la boca cerrada emite sus largos gemidos. No paro de comerle el coño, y los minutos se hacen eternos, mi universo se pliega reduciéndose a su entrepierna, a su agujerito de color rosa, a su montañita de carne retorcida, a sus labios cubiertos de finos vellos rojos, a la superficie que mi lengua ha conquistado y que se abre en una fruta de carne, un torrente de flujos y placer, una catarsis de sexo y lujuria.
- ¡¡¡¡Ummmmppppfff!!!!¡¡¡¡Aaaaaaaaaaahhhmmmmmmmmmmm!!!! - Nunca he visto nada parecido al tercer orgasmo de Silvia. Aprieta su entrepierna contra mi cara como si quisiese hundirme bajo la cama atravesando el colchón, y sus muslos se contraen con una fuerza increíble, retorciéndose, provocándome un dolor agudo en el cuello, durante un rato interminable. Se corre con tanta fuerza que casi me mete el coño entero en la boca, llenándomela de carne, vello y caldos espesos como claras de huevo.
Silvia se desploma a un lado después de un rato, quedándose tirada encogida sobre la cama. Yo, medio asfixiado y con un dolor horroroso en mi cuello, toso de manera muy poco erótica, la verdad. Durante unos instantes reprimo las ganas de vomitar, pero no por mucho tiempo. Estoy atragantado, congestionado. Corro al baño y allí vomito todo el contenido de mi estómago.
Joder con la niña.
Vuelvo a la habitación, y Silvia está donde la dejé, sin resuello. Me duele mucho el cuello, justo debajo de las orejas, y todavía respiro con alguna tos. Pero cuando Silvia se gira, veo su cara de entrega y placer tan absolutos que se me pasa todo.
- La virgen... C***... dios... - Silvia me mira con los ojos enrojecidos, la cara totalmente congestionada, y una sonrisa tímida en sus labios mordidos. Miro a mi cobarde compañero de batalla, y lo veo tadavía inerme, fuera de combate. No debo de hacer muy buena estampa. Pero cuando me tumbo en la cama, algo húmeda y manchada, Silvia se me abraza y me come a besos.
Creo que en algún momento ella dice que me quiere. Estupendo. Pero a mí el cuello me duele una barbaridad.
* * *
Pasamos un rato en silencio, recuperando a duras penas el compás de nuestra respiración, entre caricias y besos, que fueron haciéndose más y más apasionados. En un momento, coloqué a Silvia boca abajo. Recorrí su espalda con mi lengua y con mis labios, notando su respiración agitada, sus estremecimientos. Caminé por su columna, besándola, hasta llegar al inicio de su culo. Lamí a la inversa, hasta su cuello, haciendo pequeños círculos con mi lengua, mientras mis manos galopaban traviesas sobre su piel cubierta de pecas. Silvia tenía los ojos cerrados, la cabeza vuelta hacia la derecha, y una expresión satisfecha y feliz. Se encogía con una sonrisa cuando mordía suavemente su espalda, o cuando peinaba su melena pelirroja con mis dedos. Fui bajando, sin prisas, mi cuerpo, mi boca, hasta su culo.Abrí las nalgas con mis manos, pero enseguida noté que se tensó.
- No... - me susurro, apretando con fuerza sus glúteos. Acaricié su espalda y la calmé con palabras dulces. Sabía que estaba rendida, cautiva de mi deseo, rota de orgasmos. Así que sin mucho esfuerzo logré que relajara sus nalgas y permitiera que yo contemplase su hoyito, inflamado e irritado, y me lanzase sobre él con mis fauces abiertas.
En cuanto mi lengua se posó sobre su orificio, éste se apretó, con un suave quejido de Silvia. Estaba bastante hinchado, y lo noté como una brasa en mi lengua. Pero esa cuevita era mía, ese culito me pertenecía por derecho: yo lo había abierto, lo había desvirgado. Mi lengua se entretuvo en sus plieges, en su piel enrojecida, humedeciéndolos uno a uno, probando el sabor a cremas y a jabón de su esfínter. Lamí toda la raja de su culo, desde la espalda hasta el agujerito de su coño, que aún estaba cubierto de jugos y saliva. Mi lengua paseó en círculos por su ano, jugando, tanteando, acariciando. Cuando me coloqué entre sus piernas y enterré mi boca entre los cachetes de ese culo que tanto me gustaba, Silvia gimió y se relajó por completo.
* * *
La punta de mi lengua hace un trabajo de exploración, de pura caricia lenta, procurando que cosquillee y relaje el orificio. Cuando me canso, simplemente paso mi lengua de arriba abajo, lamiendo sin pausas, como un helado, como si quisiera desgastar su anito salado y sabroso a base de lamidas largas y húmedas.
- Mmmm... - Silvia se estira, levanta una pierna, y lanza un largo y bajo quejido, abriendo y distendiendo su hoyito. Yo separo más sus nalgas, abriendo todo lo que puedo este anito tan apretado, y con la punta de mi lengua me lanzo en el centro mismo de ese anillo lleno de frunces.
- Oummmm.... - Silvia no reaccionó más que gimiendo cuando la punta de mi lengua entró otra vez por su culito, estirándo un poco el esfínter. Jugué un rato con apenas unos milímetros de mi lengua metidos en su culo, probando las paredes de su anito, quemándome la lengua con el calor que despide. Mis labios sorben de ese agujerito enrojecido, lo besan con fuerza, y cuando saco la lengua chupo con fruición, como si fuera un dulce. Gozo durante lo que me parecen horas metiendo mi lengua, jugando, disfrutando como un loco de su culito.
- Mmmm... sigue... - Silvia se abandona, haciendo movimientos incontrolados, golpeando el colchón, pateando. En un momento dado, es ella misma quien tira de sus nalgas a los lados para abrir más el culo. Mi cabeza está en la gloria entre sus nalgas, mi boca pegada a su culo, sorbiendo y chupando y tragando y lamiendo. Sigo así unos minutos, el aire de la habitación lleno de los gemidos y las palabras entrecortadas de Silvia, y los ruidos húmedos de mi lengua jugando en su culo. Tras un rato, noto a Silvia apretar como una loca, y su grito resuena por toda la casa.
- !Aaaaaaaaaaah... sí!... ¡¡¡aaaaaaaaaaaaaaah!!! - Silvia tiene otro orgasmo con mi boca chupando su culito virgen no hace tanto tiempo. Noto como se relaja después del orgasmo, cómo su culito se abre aún más, y mi lengua se introduce todo lo que puedo, apretada en las paredes de su recto, entrando y saliendo, sodomizándola con mi lengua. Silvia guarda silencio, pero noto que se estremece de gusto cuando mi lengua se endurece dentro de su culo. Finalmente, con un último beso y un último recorrido por su esfínter, suelto sus dos nalgas de ensueño y éstas se cierran sobre su hoyo, protegiéndolo. Muerdo esa carne blanca y apetitosa, y finalmente apoyo mi cabeza sobre ese blanda almohada, pegando mis mejillas contra su culo, abrazado a ese cuerpo que me vuelve loco.
Silvia se queda tumbada, acompasando el ritmo de su respiración acelerada. Se levantó apenas, y yo me separé de esas nalgas que ya consideraba mías (con todo lo que atesoraban, claro), para dejar que mi pelirroja me besara por toda la cara, me abrazara y me abriera los labios con los suyos. Yo la besé a mi vez por todo su cuerpo, su cuello, sus hombros, sus tetitas, su ombligo, su cara arrebolada, su boca entreabierta. Nos tumbamos abrazados y charlando en voz baja, besándonos a cada minuto, nos fuimos quedando dormidos.
Mi pobre amigo, el calvo, no había hecho acto de presencia en toda la noche... pero tampoco le eché tanto de menos.
* * *
En mitad de la noche, con Silvia durmiendo a mi lado, ronroneando como una gatita satisfecha, me levanté hasta la terraza. El frío me caló hasta los huesos, pero no le hice caso. Me quedé mirando la ciudad, envuelta en un resplandor casi fantasmagórico, y pensando el Silvia.
Esos, señores, esos minutos nocturnos y furtivos fueron en los que más cerca he estado nunca desde que Bea me dejó, de sentar mi cabeza loca, de echarme una novia estable, irme a vivir con ella y qué sé yo, comprar un piso, compartir hipoteca, cuenta corriente y un futuro en pareja. Repasé los tres años que había pasado a salto de mata, enrollándome con todas las que podía (y, por extraño que pudiera parecer si han leído todo el relato, no han sido tantas, desgraciadamente), viviendo de alquiler, encadenado a un trabajo que yo mismo consideré temporal en su día.
Así que cuando cerré las cuentas con mi pasado reciente, había tomado una decisión: por la mañana le diría a Silvia que saliera conmigo, y empezaría a hacer con ella todas esas cosas que se suponen hacen las parejas de enamorados. Realmente no sé si estaba enamorado de ella, porque desde que Bea me dejó nunca había estado seguro de nada, pero si no era amor, sentía por ella algo muy parecido.
Así que volví a la cama, acostándome a su lado, y deseando en secreto que a partir de ahora, todas las noches fueran como ésta.
Qué idiota fui. Porque al día siguiente me esperaba una sorpresa.
FIN (Continuará)
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