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Estaba a tope de trabajo esa semana. Me había encargado un montón de equipos profesionales para edición de vídeo, y además no paraban de entrar colgados y frikis a la tienda a comprar joysticks, gamepads y juegos de ordenador.
Soy C*** otra vez, ¿recuerdan?. Trabajo en una tienda de ordenadores del centro de mi ciudad, una ciudad mediana en España. Llevo la tira de años aquí, y poco a poco me he convertido en "el chico para todo": atiendo la tienda, monto los equipos, los llevo en la furgoneta a las empresas, hago el mantenimiento, llevo el apartado comercial y de relaciones públicas... un marrón, vaya.
Pero no me quejo. Cobro bastante bien, un buen fijo más comisiones e incentivos, y tengo en un buen piso cerca del centro. me gusta mi trabajo, y siempre tiene compensaciones.
Creo que ya les he contado que tengo veintisiete años, soy delgado, no muy alto, con el pelo castaño corto y los ojos marrón oscuro, casi negros. Aunque no me cuido mucho físicamente, suelo hacer escalada libre, los fines de semana.
El caso es que aquellos días, en los que yo andaba sin parar de acá para allá con encargos, facturas y cajas de ordenadores, no tenía la cabeza para muchas fiestas. Pero... a media mañana, mientras preparaba unos albaranes de entrega, escuché la campana de la puerta y levanté la vista.
Era una chica pelirroja, de unos veintipocos años. Parecía extranjera, porque tenía la piel muy blanca y cubierta de pecas, y el pelo muy rojo, rizado, peinado hacia atrás en una larga cola de caballo, con unos ojos oscuros y brillantes. No era muy alta, pero tenía un buen tipo, pechos pequeños, buenas caderas, un cuerpo bonito, ni delgado ni gordo, que combinaaba perfectamente con su carita inocente, casi infantil, su sonrisa dulce y su vocecilla tímida.
- Buenos días... - me dijo, ruborizándose un poco.
Yo me levanté de mi portátil, y me acerqué sonriendo al mostrador.
- Hola, buenos días. ¿En qué puedo ayudarla? - Yo la miré, vestida con un vestido azul y una chaqueta. Me daba bastante morbo, además, porque las pelirrojas me gustan bastante...
- Mira... yo quería un ordenador.
- Por supuesto. Siéntese y lo hablamos más tranquilamente, le hacemos un presupuesto y usted lo estudia tranquilamente en casa, ¿de acuerdo? - En ese momento decidí que iba a tirármela en cuanto se pusiera a tiro. Pero no antes de venderle un ordenador.
* * *
¿Que no es un principio muy espectacular? Hombre, ¿qué esperaban? Al fin y al cabo, me dedico a vender ordenadores, no a follar como un loco a cualquier cosa que se mueve. Además, tampoco crean que las mujeres se me tiran encima como cuentan otros. Yo tengo que esforzarme un poco. Lo digo para que no se piensen que terminamos echando un polvo salvaje encima del mostrador dentro de diez líneas. Paciencia. En fin, continúo.
Nos tiramos media hora hablando de ordenadores, que si memoria, que si disco duro, que si monitores, todo ese rollo. Procuré aturullarla un poco con terminos profesionales, intentando confundirla un poco. Después de varias interrupciones (malditos freaks de la informática), ella me permitió que la tuteara y que la llamara Silvia.
- Bueno, Silvia, entonces, ¿qué opinas?
Ella miró todo el rosario de papeles que había sacado y finalmente me dijo, un poco dubitativa
- Es que... no sé si me enterado de mucho...
Eso es lo que yo estaba esperando.
- Mira, si quieres pasas por aquí hacia las cuatro de la tarde, tomamos un café antes de que abra la tienda y te lo explico más despacio.
Ella me miró como calibrándome, pero yo puse la cara más inocente que pude. Finalmente aceptó.
- De acuerdo. Entonces me paso por aquí sobre las cuatro.
Así nos despedimos. Estaba muy caliente, y me pasé toda la comida pensando en ella. Vino a las cuatro, y me la camelé todo lo que pude, pero no era una presa fácil. Con toda la información que le hacía falta, nos despedimos con un par de besos en la mejilla y se marchó.
Pasé un par de días sin pensar demasiado en ella (al fin y al cabo, estaba hasta arriba de trabajo), justo cuando apareció otra vez por la tienda.
- Hola - me saludó con una sonrisilla, con las mejillas un poco coloradas. Traía en la mano uno de los papeles que le di con la oferta de un PC.
- ¡Hola...! - fingí que no recordaba bien su nombre - ... ¿Silvia?
Ella asintió.
- Mira, C*** - observé que recordaba mi nombre. Buena señal. -, lo he pensado bien y creo que este es el ordenador que me conviene.
Lo hablamos un rato más, y como ya era casi hora de cerrar, la cité para tomar algo en el bar de al lado y comentarle los detalles. Ella aceptó muy graciosa, y mientras salía de la tienda la miré de arriba abajo. La verdad es que estaba buenilla, porque hoy venía más arregladita, con un pantalón vaquero, una camiseta roja y una chaqueta vaquera. Me gustaba cómo movía el culo, abundante pero prieto, y su melena pelirroja.
Cuando salí estaba tomando un refresco, y yo la acompañé con una cocacola. Charlamos, al principio de ordenadores, pero al final pasamos más de dos horas contándonos cosas, de su familia, de sus amigos, de tal y cual.
Me enteré de que tenía veinticinco años, de que acababa de empezar su segunda carrera universitaria aquí, aunque era de otra ciudad más pequeña a unos doscientos kilómetros, y de que, como no le gustaba ni compartir casa ni los pisos, acababa de mudarse a un adosado que había alquilado aquí, con la ayuda de sus padres que andaban bastante bien de dinero. Vamos, que vivía sola y que como tenía que estudiar, había decidido comprar un nuevo PC.
No quiso cenar conmigo porque había quedado con unas compañeras. Yo para entonces estaba muy caliente, porque la camiseta le marcaba los pezones y además me daba mucho morbo su voz aflautada y su aire candoroso. Realmente estaba buena la chiquilla.
Prácticamente cerramos la venta, dijo que pasaría al día siguiente, sábado. Yo no trabajo los sábados (se encarga mi compañero, un chaval que está estudiando Ingeniería Informática), pero qué caramba, creo que merecía la pena. Llamé a I***, mi compañero, y le cambié el turno. El sábado era mío.
* * *
EL sábado es un día relativamente tranquilo en la tienda. Despaché unos cuantos encargos, y entonces llegó Silvia. Charlamos un poco, y formalizamos la venta del equipo. Yo ya lo había preparado, así que le dije que podía llevárselo ya mismo e instalarlo.
- No, no puedo llevármelo - me comentó. - He venido en autobús... además, no tengo ni idea de cómo instalarlo ni nada.
"¡Oh, dios mío, sí!", pensé.
- No te preocupes - le dije, en el tono más amable e inocente que pude -. Si quieres, yo paso esta tarde por tu casa con el ordenador y te lo dejo preparado.
A ella se le iluminaron los ojos.
- ¿De veras? ¿No es molestia?
"¿Molestia? ¡Ja!"
- No mujer, no me cuesta nada. No tengo nada que hacer. Y además, para eso me pagas, ¿no?
Ella se rió un poco, y terminamos bromeando y quedando para las seis de la tarde. Yo pasaría con el ordenador, se lo montaría y lo dejaría funcionando. Ya lo creo que sí.
Las seis de la tarde tardaron una eternidad en llegar, pero finalmente... llamé a su puerta.
* * *
Ella me recibió vestida con un top color rojo y negro y un vaquero roto por la rodillas, y me hizo pasar amablemente. Yo traía un par de cajas, que dejé en el salón. El adosado era muy chulo, y estaba lleno de cajas por todos los lados, con etiquetas. Se notaba que llevaba tiempo vacío. Di un par de viajes al coche para recoger todos los bultos, mientras ella me echaba una mano.
Me invitó a un refresco, que tomé a la vez que montaba el equipo, con ella a mi lado, charlando y haciendo bromas. Olía muy bien, como a colonia de crío. Con ese top me estaba poniendo a mil por hora. Tenía una erección como una bestia, pero procuraba disimularla a duras penas.
Terminé de montar el equipo, y le expliqué a grandes rasgos cómo manejar el ordenador. Después de unos minutos, nos sentamos en el sofá a charlar tranquilamente. Un rato más tarde, me contó que estaba muy cansada, y le hice un masaje en la espalda, le acaricié el cuello, y finalmente, giró la cebza, me miró a los ojos con la boca ligeramente entreabierta, y me besó.
Ella me besaba al principio con timidez, con recato, de manera yo diría que inexperta, así que tomé la iniciativa y le metí la lengua hasta la garganta, le mordí suavemente los labios, entrelacé su legua con la mía, casi le recorrí cada rincón de su boca. La notaba excitada, y me pegué a ella. Notaba sus tetas contra mi pecho, sus pezones duros, y le empecé a acariciar la espalda así, según estábamos, sentados en el sofá.
Unos minutitos de intensa labor y cuando separamos nuestras bocas, ella estaba colorada como un tomate, con los labios rojos y muy brillantes, y con la mirada desenfocada me acariciaba torpemente el torso, la espalda, el pecho, la nuca. Fue entonces cuando empecé a darle besos en el cuello, a mordisquearle la oreja, y con la mano izquierda subí desde su rodilla hacia su muslo, hacia su cadera, por su costado... hasta magrearle una teta. La tenía no muy grande, durita, de adolescente, y yo la masajeaba mientras ella daba suspiritos y me agarraba la espalda.
Empecé a bajar desde su cuello por su pecho, le besé las tetas por encima del top, y le besé su vientre desnudo hasta el ombligo. Con cuidado empecé a desabotonarle el pantalón y a besarle las bragas también rojas y negras, casi su de venus, hasta que terminé con los botones. Ella se levantó un poco y tiré con firmeza hasta bajarle los vaqueros, que ella se quitó de los pies sacudiéndoselos y dejándolos tirados en el suelo. Le acaricié los mulos, los lamí, los besé, y besé también su coño por encima de sus bragas. Las notaba un poco húmedas, y ella seguía gimiendo un poco y respirando agitadamente.
Le bajé las bragas sin demasiada delicadeza, ansioso, y descubrí su coño cubierto de vello pelirrojo, abundante. Me abalancé sobre mi presa, hambriento, y chupé y lamí como un perrito, mientras ella gemía. Mordía sus vellos de color zanahoria, los estiraba, sumergía mi nariz en ellos y hozaba en ellos como un jabalí, cosquilleándola.
- Aaaaah, sí... así... oooooh...
Le lamí los labios delicadamente, e introduje mi lengua en su agujerito, cerradito y estrecho, muy rosado, delicioso. COn los dedos abrí su vulva y busqué el clítoris con la lengua, tanteando, sorbiendo, relamiendo, hasta que encontré el botoncito y ella apretó las piernas casi gritando.
- ¡Oooooooooh!...
Ella me acariciaba el pelo, y yo, abrazando sus piernas con los brazos, cogía su clítoris con los dientes, lo estiraba, lo acariciaba con los labios, movía la punta de mi lengua a toda velocidad haciéndolo vibrar. Bajaba otra vez hacia su coñito, endureciendo mi lengua al máximo, metiéndola suavemente, saboreando sus jugos ligeramente amargos. Lamía sin parar, de arriba abajo, recorriendo todo su coño con la lengua, raspándolo, humedeciéndolo. Ella se movía y gemía, apretaba mi cabeza contra su entrepierna con las manos.
- Mmmmm... sigue... oooooh... síí... ahhh... mmmmmm...
Volví a atacar a su clítoris, duro, pequeñito, sin pausa, moviéndolo rapidamente y chupándolo como si fuera un pezón, modisqueándolo con mis dientes, tirando de él, haciéndolo girar con la lengua.
- Uuuuuuuuhmmmmmm.... síííííííí... ooooooooooooh...
Dejé su clítoris y bajé lentamente hacia su anito, rosado y limpio, sin vello, arrugadito, y pasé mi lengua por alrededor de su agujero, besándolo, introduciendo apenas la puntita de la lengua en su interior; lo notaba muy prieto, así que simplemente lo rozaba con mi lengua, lo chupaba, le hacía cosquillas, mientras que metía la punta de mi dedo meñique en su coñito y masajeaba su clítoris con el índice...
- ¡¡¡ Oooooh sí!!!!!
En ese momento se estremeció, como si le hubieran dado un calambrazo, tensó las piernas, lanzó un largo "¡aaaaaaaaaaah!", y empezó a echar jugo como si fuera una fuente.
- Aaaaaah... me voy... me voy... uuuuuuuuummmm...
Se corrió en mi cara, literalmente. Se quedó jadeando, agotada.
- Uuuuuuf... qué bueno... oh...
Tenía los ojos cerrados y la cara muy roja, un poquito de saliva le resbalaba por la comisura de sus labios.
Yo no perdí el tiempo, y me quité la ropa. Cogí un condón de mi cartera, me lo coloqué rápidamente, y sin darle tiempo a replicar me coloqué sobre ella, con una erección como un toro, enfilando hacia su agujerito. Le quité el top, con ella dejándose hacer, y miré sus tetitas, redondas y preciosas, aunque ahora mismo tenía otra cosa en la cabeza.
En cuanto apoyé el capullo en su coño, abrió los ojos y me besó el cuello, susurrándome.
- Despacio, mi amor, despacio...
Empujé muy suavemente, dejando que entrara primero la punta, sin prisas.
- Ooooooooooooh... - suspiró Silvia, cerrando los ojos.
Estaba muy estrechita. No era virgen, pero estoy seguro de que no se la habían tirado ni media docena de veces. Tenía el coñito muy contraído, y apretaba mi polla con una sensación maravillosa.
- Aaaaaah... despacito... cuidado...
Se la metí un poquito más, aprovechando la lubricación del condón.
- Hmmmmmmm... aaaaaah...
Aún no se la había metido entera, pero se la saqué y se la metí otra vez, un poquito más deprisa, hasta la mitad.
- Aaaaaaaah... así, así... cuidado...
Me apretó la espalda, casi clavándome las uñas. Me paré un momento, esperando que ella se ajustara al grosor de mi miembro. Tras un momento, empujé un poco más, con suavidad, mientras ella gemía.
- Mmmmmm... mmmmm....
Finalmente se la clavé enterita, hasta el fondo... ¡y qué delicia! Tenía un coño como de terciopelo, suave, caliente, que se ajustaba a mi polla como un guante, desde el capullo hasta la base, provocando un hormigueo de gozo a lo largo de mi miembro. ¡Qué coñito más rico, joder!
Empecé a sacarla y meterla muy despacio.
- Aaaaah... mmmmm... así... no pares... despacito... así... ohhhh... - ella gemía y hablaba con los ojos cerrados, y de vez en cuando me daba besitos en el cuello. Yo respiraba con fuerza, y le acariciaba el pelo.
Una vez ajustado el ritmo, bajé la cabeza a sus tetas. Eran pequeñas, pero duritas, carnosas y finas, muy blancas, con unos pezones grandes muy rosas, con una aureola enorme pero que casi no se notaba de lo rosa que era, y unos pezones duros y pequeños, que mordí y chupé sin parar, metiéndome un buen trozo de carne de su teta en mi boca.
- ¡Aaaaah! - gemía ella, mientras yo seguía dale que te pego en su coñito.
Cuando me cansé de sus tetas, la emprendí otra vez con su boca, con su lengua, besándola muchas veces, haciendo que mi lengua recorriera todos sus rincones, haciéndole cosquillas en el paladar.
Me detuve un momento, la cogí de la cintura, y me arrodillé en el suelo sacando un poco su culo del sofá. Cogí sus pieras bajo mis brazos y empecé a bombear con fuerza. ¡Qué bueno! Las paredes de su coño me masajeaban la polla enterita, proporcionándome un gusto increíble.
- Aaaaaah... sí... ooooh... sigue...
La sacaba y la metía, mientras volvía a chupar sus tetas como si quisiera sacarle la leche. Ella ponía las manos en mi pecho, me acariciaba y apretaba a intervalos.
- Mmmmmm.... aaaaah... más despacio... ooooooh... aaaaaah... suaveeee...
No la hice caso, bombeando sin parar ni un segundo.
- Aaaa... aaaa... aaaa...aaaa...
Ella suspiraba cuando le enterraba mi polla hasta el fondo, y cruzó las piernas detrás de mi espalda mientras le daba duro a su chochito pelirrojo, que me estaba dando mucho, mucho placer.
Llevaba por lo menos veinte minutos bombeando, y noté que me iba a correr, así que bajé un poco el ritmo y la empujé de nuevo sobre el sofá y me tendí encima de ella, metiendo mi polla hasta su matriz. Ella también se iba a correr, lo noté porque me clavaba sus dedos en la espalda y me agarraba el culo con mucha fuerza con las piernas. Ella se calló un segundo, levantó la cabeza, cerró los ojos, abrió mucho la boca, pero sin emitir ningún sonido:
- .......................
Yo sentía su coño como un horno, caliente, húmedo. Entonces gritó:
- .... ¡¡¡Aaaaaaaaaarrrrrrrrg!!!.......
Fue casi un rugido, y empezó a sacudirse casi como si estuviera epiléptica. En ese momento noté como se me hinchaba la polla, y como una sensación de placer inmenso me invadía mientras eyaculaba con tanta fuerza que casi me dolían los huevos.
Ella dejó caer la cabeza en el sofá, gimiendo suavemente.
- Ooooh... aaaah... ooooh...
Yo seguí empujando un poco, resoplando, hasta que noté que mi polla perdía dureza. Entonces salí de ella, con la polla todavía medio empinada, me saqué el condón y lo tiré en el baño.
Cuando volví, ella seguía respirando muy fuerte, abierta de piernas, cerrados los ojos, con el coño rojo, la cara toda llena de sudor y muy colorada. Abrió los ojos cuando me oyó entrar.
- Joder... - murmuró, sin aliento.
Trató de incorporarse, pero se contentó con cerrar las piernas, haciendo gestos de dolor.
- Uy... me escuece un poco el... pero qué bueno joder...
Yo me senté en suelo, a su lado, y empecé a acariciar su pelo rojo, todo revuelto. Ella me abrazó el cuello y empezó a jugar con los dedos en los pelos de mi pecho.
- Ha estado muy bien, Silvia, ya lo creo... - Nunca he fumado, pero puedo entender a la gente que dice que no hay como un cigarrito después de un polvo... me sentía totalmente exhausto, pero jodidamente bien.
- En cuanto me pueda levantar, me voy a dar una ducha.
Dicho y hecho, después de un minuto más o menos, se levantó trabajosamente, y aunque caminaba un poco escocida, se dirigió al baño. Mientras se iba le miré el culo, cómo se movía, carnoso, durito, apetitoso a más no poder. Noté como mi polla pedía más guerra, pero ahora mismo el resto de mi cuerpo había firmado un tratado de paz.
* * *
Cuando terminó de ducharse vino envuelta en un albornoz rosa, con el pelo mojado que le llegaba hasta media espalda, con una sonrisa radiante y con la cara arrebolada, satisfecha. Me besó en los labios y se sentó a mi lado.
Yo había aprovechado para ponerme otra vez el pantalón, aunque guardé el slip en el bolsillo de la chaqueta. También había recogido un poco el salón, y amontonado su ropa en un sillón. Ella me sonrió cuando se fijó.
- Eres un amor, C***. - Se pasó la mano por el pelo. - Esto ha sido... en fin... genial.
Me levanté y la besé con cierta ternura.
- Ya lo creo, Silvia. Bueno, tengo que marcharme.
Ella me miró un poco extrañada.
- ¿Cómo? ¿Ahora? ¿No quieres, no sé, comer algo? ¿Quieres que salgamos?
Lo que me apetecía de verdad era echarle otro polvo de los buenos, pero supongo que habrá más ocasiones.
Me vestí tranquilamente, recogí la chaqueta y la cartera, y la besé.
- Hasta luego. - Le dije, mientras me iba hacia la puerta.
Ella no dijo nada, pero cuando estaba a punto de salir, me gritó desde el salón.
- ¡C***!
Yo me paré y me di la vuelta. Ella se apoyó en el quicio de la puerta del salón, mirándome traviesa, mientras dejaba que su albornoz se aflojara un poco y me mostrara sus tetitas y sus muslos.
- Oye, C***... el jueves hay una fiesta en el #####, un pub irlandés. Vamos a ir todos los de clase. ¿Te apuntas?
La miré y sonreí.
- Claro, Silvia. No se me ocurriría faltar.
FIN (Continuará)
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