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Todo empezó cuando me enamoré de uno de mis rollos, algo que jamás se debe hacer, sobre todo si son tan estúpidos (por muy buenos que estén), uno de los datos básicos para saber si lo son es que se la menean cuando ven a la mujer de Spiderman en un cómic, entonces la cosa empieza a ser seria.... y ya si les gusta Van Damme... en fin, que decir! Pues bien , éste unía ambas características.
Cuando me dejó me sentí tan deprimida que estuve dos meses encerrada en casa, apenas comía y me dedicaba únicamente a mis estudios o a soñar despierta. Un día mis amigas me "obligaron" a salir, y como yo ya no tenía más excusas acepté la invitación y decidí darme una oportunidad para animarme. Faltaba sólo una hora para salir de casa y me fui a mi cuarto a vestirme, pero por la depresión había bajado 5 kilos, así que estuve probándome ropa y ninguna me sentaba bien, todas me quedaban anchas....Vaya mierda.
Saqué del armario mi vestido preferido, uno de encaje amarillo pálido muy sexi, pero éste también me quedaba ancho y me hacía arrugas por todas partes, así que harta ya de todo me lo saqué de un tirón y me tiré al suelo muy cabreada. Ahí estaba yo, con mis braguitas de algodón tirada en el suelo, mirándome al espejo. Me dio un ataque de risa... ya no podía más... Entonces me fijé en mis pechos, ahora eran algo más pequeños pero no estaban nada mal. Tengo unos pezones pequeñitos y unas aureolas que siempre me han parecido excesivamente grandes (unos 2’5cm de diámetro) ... pero al verme en el espejo, con los pezones duros del frío en esos pechitos redondeados y firmes me di cuenta de lo bellos que eran. Mientras me miraba al espejo mi pezón derecho empezó a desencogerse al acostumbrarme a la temperatura, y empecé a tocarlo y pellizcarlo para que volviera a su forma encogida tan bonita... Entonces sentí un escalofrío, allí estaba yo sentada en el suelo frente al espejo pellizcándome... Me apeteció de pronto verme completamente desnuda y me quité las braguitas sin levantarme del suelo, me abrí de piernas y me miré detenidamente al espejo. Nunca antes me había visto así. Empecé a abrir mis labios ya hurgar en aquel rincón ignoto y cálido...
Como no había salido en 2 meses ni siquiera me había molestado en depilarme, y tenía un vello rizado y negro al que no estaba acostumbrada... Era mucho más agradable al tacto, me recordaba a cuando de pequeña jugaba con mis amigas a acariciarnos los brazos, cuando te acariciaban suavemente los pelillos del brazo y te daban escalofríos.... Noté los rizos, los seguí desde su base, haciendo que me acariciaran y se mecieran en mis manos como ramas de sauce al viento. Pensé que nadie antes había visto esa belleza. Ninguno de mis amante se había detenido a admirar aquella cavidad rosada, arrugada y cálida que contenía tanta belleza y placer en su interior.
De pronto sentí como si yo fuera eso, mi sexo, un enorme sexo latiente que reclamaba atenciones, que reclamaba que apreciaran su auténtica belleza... pensé en sacar la cámara, hacerle fotos y ampliarlas, enmarcarlas y ponerlas por todas las paredes de mi casa... Que maravilloso espectáculo... Entonces a causa de las caricias que había provocado mi intensa investigación, empezó a inflamarse y a latir, como un segundo corazón entre mis piernas. No pude evitar el ansia de seguir explorando aquella cavidad que tanto tiempo había tenido abandonada, y me tumbé con las piernas abiertas hacia el espejo, mientras seguía tanteando con cariño sus rugosidades e iba notando como empezaba a supurar sus jugos. Cerré los ojos y pensé que aunque yo ya no lo veía, mi otro yo, a través del espejo, como la Alicia del cuento , observaba atentamente todos mis movimientos.
Esos pensamientos hicieron que un escalofrío recorriera mi espalda y comencé a introducirme el dedo. Sentí el calor y eln ambiente opresivo dentro de aquel túnel oscuro, mi dedo se abría paso cada vez con más ímpetu y más fuerza, pero por mucho que lo intentaba no lograba igualar las dimensiones de mi anterior amante... Sentí la necesidad de tenerlo de nuevo encima, de ver el salvajismo en sus ojos, las venas de su frente hinchándose mientras ponía esa cara de esfuerzo, de ansia, de bestialidad animal... Mientras, las puntas de mis dedos empezaron a presionar las paredes a medida se iban introduciendo más y más en mi interior, iban bailando por mis intimidades, explorando cada arruga, cada flujo, cada convulsión... Mi mano ya no era mía, estaba dominada por una fuerza superior imposible de detener.
Volví a sentir la necesidad de tener a mi amante poseyéndome brutalmente, de ver cómo se tensaban los enormes músculos de sus brazos, de saber que aunque quisiera parar esos brazos enormes y poderosos me sujetarían con fuerza mientras sus caderas proseguían con su danza infernal...Pero no, no debía pensar en él.. Por un breve instante se me pasó por la cabeza llamarle, decirle que viniera, que me follara como nunca antes había hecho, que descargara en mí sus frustraciones... Pero ésta vez no iba a rebajarme. Abrí los ojos y noté que los tenía húmedos ¡había llorado sin darme cuenta! Esto era increíble. Miré hacia el teléfono pero mi vista se tropezó con el precioso candelabro de mediados del 18 que tengo en mi mesilla.
Cualquier cosa antes que llamar a ese engreído!! Así que me levanté, sintiendo todavía los latidos de mi sexo a cada paso que daba, y arranqué la vela central (la más grande) del candelabro de 3 brazos, mientras el angelito esculpido en el centro miraba hacia otro lado como no queriendo ver . Me tumbé en la cama, sintiendo el nerviosismo previo a lo que iba a hacer y abrí las piernas como si fuera a dar a luz.
Sin más dilación, me acaricié la parte interna de los muslos con aquella vela, notando las rugosidades enormes que había provocado la cera derretida, y mientras con una mano acariciaba mi clítoris de abajo hacia arriba con fuerza, me introduje la punta de aquel frío instrumento, que en otro tiempo había servido para iluminar reuniones familiares. Sentí el frío, las próximas rugosidades que golpeaban a las puertas de mi sexo, impacientes por entrar, por descubrir también la maravillosa belleza de mi interior.
Poco a poco fui introduciéndola, centímetro a centímetro, con un poco de miedo, puesto que era demasiado rígida y temía hacerme daño.
Pero sentí un placer inmenso, mientras sacaba y metía aquella enorme vela rugosa en mi interior, cada vez tenía más flujos y más convulsiones, hasta que acabé en un sonoro orgasmo que me dejó feliz y relajada, con 25 centímetros de aquella vela metidos hasta el fondo entre mis piernas. Ya había tenido un orgasmo, y me sentía algo cansada, pero aún así no me apetecía dejar salir a mi nuevo amante, así que lo mantuve allí encerrado, presionándolo a ratos con mis músculos, y notando cada uno de sus bultitos, tentándome a seguir toda la noche sin tregua... Ni que decir tiene que esa tarde acabé dándoles plantón a mis amigas y explorando con todas las velas y aceites que encontré por casa. Mis amigas no se lo tomaron muy bien, hasta que al día siguiente me vieron salir radiante a la calle, y las enseñé mi felicidad.
Desde entonces ninguna de nosotras ha vuelto a llorar jamás por un hombre. Somos mucho más felices, y cada vez que tenemos una casa libre, nos montamos una fiesta solo de chicas, con nuestras películas preferidas, palomitas, y, por supuesto... muchas velas.
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