La tarde era calurosa. Estabamos los dos sentados en el tresillo, tú cruzada sobre él con los pies en mi regazo, yo acariciando tus piernas en un gesto casi inconsciente... Ambos estábamos leyendo. Pese a que teníamos puesto el aire acondicionado seguía haciendo calor. Te miré y dije:
- Hace calor, ¿verdad?
- Mmmhh, - fue tu respuesta, acompañada de un leve asentimiento con la cabeza sin despegar la vista del libro.
Seguí mirándote y, al rato, puse un marcador en el libro y lo cerré, dejándolo sobre la mesa. Se oía esa canción que tanto nos gusta a ambos, la de Notting Hill, puesta en la cadena musical. Comencé a darte un masaje en los píes descalzos y, pese a que ni siquiera te moviste, una suave sonrisa se dibujo en tus labios. Canté un poco con el estribillo...
- The smile on your face lets me know that you need me.
- There's a truth in your eyes, saying you'll never leave me - dijiste tú.
Durante un rato estuve tarareando la canción mientras seguía con el suave masaje. Había vuelto a centrarte en la lectura, pero la sonrisa no había desaparecido de tus labios. La canción terminó... Entonces tuve una idea.
- ¿Por qué no damos una vuelta por el paseo marítimo?
- ¿Por el paseo?, - preguntaste. Me miraste con una chispa brillando en tus ojos - Si, claro. Pero terminarás ese masaje a la vuelta, ¿verdad?
- Jajajajaja Por supuesto.
Te bajé las piernas y me levanté. Cerraste el libro, dejándolo sobre la mesa también y te levantaste... Te calzaste unas sandalias mientras desconectaba la cadena y salimos de casa. Bajamos andando la corta avenida que lleva a la playa, a 5 minutos escasos, a ratos cogidos de la mano y a ratos abrazados por la cintura, dándonos besos cada 10 metros y sonriendo... como dos enamorados más. El olor a salitre que inundaba la fresca brisa que noté de repente junto con el rítmico sonido de las olas al romper cerca de la playa me hizo darme cuenta de que habíamos llegado.
El paseo estaba plagado de gente pero no me importaba. Tan solo me apetecía pasear contigo. Parecías muy feliz y tus ojos se iluminaban cuando mirabas la arena y el agua. Yo iba sumido en hondas cavilaciones (me encanta divagar) cuando por el tirón de mi mano noté que te habías parado. Me giré y te miré y en tu mirada descubrí una medio suplica. Bueno, ya lo había supuesto cuando te ofrecí de venir a pasear por aquí...
- Sabes que te voy a decir que si...
- Pero quiero que vengas conmigo, - dijiste tú.
- Sabes que...
- No - me interrumpiste.- No quiero excusas. Esta vez no.
- Pero... - empecé a decir mientras te miraba- ¡Ah! Está bien.
Una sonrisa iluminó tu rostro y te acercaste a mí y, poniéndote de puntillas me diste un beso en la mejilla, como si fueras una niña y yo un padre que hubiera accedido a jugar contigo. Te quitaste las sandalias y, cogiéndolas en la mano, corriste hacia la arena. Te miré y suspiré mientras me quitaba las zapatillas y las cogía en mi mano. Me fui caminando por la arena caliente hacia donde tú estabas, de espaldas a mí, mirando el oleaje... Siempre me he preguntado qué es lo que te gusta tanto de la playa. Cuando estaba a unos pasos de ti dijiste:
- ¿Verdad que es hermoso?
Me quedé parado en silencio, siguiendo la dirección de tu mirada. Me pregunté si esperabas una respuesta o había sido un pensamiento en voz alta. Unos segundos más tarde recorrí los metros que me separaban de ti y me abracé a tu cintura por la espalda, y te besé en la mejilla, apoyando después mi rostro sobre tu hombro para mirar juntos el agua lamiendo mansamente la arena de la orilla. Te recostaste sobre mí y con tus manos abrazaste mis brazos. Nos quedamos parados unos minutos. Yo sabía que disfrutabas inmensamente del sonido del oleaje y no deseaba interrumpir tu deleite. Es más, a mí también comenzaba a gustarme.
Te deshiciste de mi abrazo con un movimiento suave y, cogiendo mi mano, echaste a andar. Yo te seguí y, dando unas zancadas, me puse enseguida de nuevo a tu altura. Estuvimos un largo rato andando por la arena, sin dirigirnos a ningún sitio en particular. Después dirigiste tus pasos hacia la orilla... Dejamos que las olas refrescasen nuestros pies descalzos. Cuando llegaban chocaban contra nosotros y rodeaban nuestros pies hasta que, con un último empuje, pasaban por encima de ellos, como si fueran murallas y la ola un ejército de invasores, compuesto por millones de gotas de agua. Cuando se iban parecían hacer lo mismo pero como si rebobinasen la escena. Sentíamos la arena mojada bajo nuestros pies mientras seguíamos andando, dejando huellas sólo durante unos instantes, el tiempo en que otra ola llegase para borrarlas. Sin embargo estos momentos si dejan huellas indelebles en mi recuerdo.
Te miré de nuevo. Sonreías y tus ojos brillaban. Era obvio que te encantaba el mar, la playa, el sonido de las olas rompiendo, el olor que traía la brisa marina que inundaba nuestros pulmones... Cambiaste de dirección de nuevo, sin soltar mi mano, hacia la arena seca otra vez. Enseguida la arena se pegó a nuestros pies mojados. Te sentaste con las piernas cruzadas debajo de ti... Yo no quería, porque la arena me molesta demasiado, pero no pensabas ceder y no soltabas mi mano tirando de mí, hasta que accedí a sentarme contigo.
- Hoy pareces decidida a conseguir lo que quieras.
- ¿Qué quieres decir? - preguntaste.
Como toda respuesta me eché sobre ti, empujándote hacia atrás, haciéndote caer de espaldas sobre la arena y me situé a horcajadas sobre ti. Me incliné sobre ti, acercando mi cara a la tuya.
- ¿Qué haces? - preguntaste, entre sorprendida y divertida.
- ¿Tú que crees? - respondí.
Acerqué mi cara a tu cara, mi boca a tu boca y besé tus labios, apenas un par de segundos, el tiempo de juntar los míos a los tuyos y separarlos. Intentaste seguirme con tu cara, pero atrapada, tu cuerpo bajo el mío no pudiste alcanzarme. Abriste los ojos a tiempo para verme echarme a un lado y sentarme en la arena. Te quedaste tumbada un momento más y luego te incorporaste, mirándome. No necesitaba ver tu mirada para saber lo que en ella encontraría y esperaba sonriente. Alcé mis ojos y vi en los tuyos una pregunta reflejada y como única respuesta te miré con inocencia, una mirada inocente con la que a duras penas conseguí contener la mirada expectante que pugnaba por asomar a mis ojos. Pero tú siempre me has entendido y apenas tuve tiempo de levantar mis brazos para atrapar tus manos con las mías cuando tus ojos interrogantes dieron paso a una chispa y a una sonrisa pícara y te abalanzaste sobre mí. Pese a tener trabadas las manos tu impulso bastó para tumbarme de espaldas y en un visto y no visto estabas arrodillada sobre mi cintura, tus labios curvados en una amplia sonrisa y un gesto de satisfacción. Fue mi turno de preguntar.
- ¿Qué haces?
- ¿Tú que crees? - respondiste, repitiendo la escena anterior con los papeles invertidos, y arrancándome una sonrisa.
Fue tu turno de acercar tu cara a la mía y tus labios a mis labios. Respirabas algo entrecortadamente y tu aliento, cálido, resbalaba por mi rostro. Te acercaste muy lentamente, haciendo crecer mi deseo. Cuando nuestras bocas se juntaron finalmente supe que tu beso no sería como el mío. Tus labios se amoldaron a los míos en una leve caricia y después apretaste con un poco más de fuerza. Mis ojos se cerraron en un gesto instintivo, y al igual que hice con la vista bloqueé el resto de los sentidos naufragando en la sensación de tus labios y los míos. Una nueva sensación se abrió paso entre las demás... Tu lengua. Se abrió paso hasta mis labios y al notarla se entreabrieron, dejándola pasar sólo para encontrar la mía, tan ansiosa como ella. Parecían moverse en una danza frenética, como si tuvieran vida y mente propia. El roce entre ambas fue ardiente, tanto que la tuya huyó buscando refugio en su boca, pero la mía la siguió, implacable, y entre ambas se estableció una lucha sin cuartel en las que alternativamente pasaban de tu boca a la mía, de mi boca a la tuya. Mientras nuestras manos fueron aflojando la presión que ejercían entre ellas. Nuestros propios cuerpos fueron relajándose, y te dejaste caer sobre mí, la tensión inicial desapareciendo, disolviéndose en el beso. Finalmente separamos nuestros labios, sólo un segundo para volver a besarnos, con suavidad, pequeños besos pero repetidos multitud de veces, mis labios atrapando el tuyo inferior, los tuyos atrapando el mío superior. Nuestras manos se soltaron de mutuo acuerdo, las mías pasando a acariciar tu pelo, las tuyas a acariciar mi cara...
- Ya veo lo que haces - dije, finalmente abriendo los ojos.
- ¿Y qué piensas? - respondiste, con una sonrisa a medio dibujar en tus labios.
- Que nos estamos llenando de arena - respondí, mirándote a los ojos.
Me miraste un momento como si no hubieras entendido lo que había dicho. Era obvio que esperabas otra respuesta pero yo continúe mirándote, como si no supiera que esperabas de mí. Te medio incorporaste, quedando de nuevo apoyada en tus rodillas, a horcajadas sobre mi cintura. Tu mirada se tornó en una de frustración hasta que reparaste en mi sonrisa.
- ¡Tonto! - me llamaste, mientras sacudías la cabeza suavemente.
- ¿De verás? Me ofendes - dije en un tono claramente burlón.
Te levantaste sacudiéndote la arena de los pantalones y yo también me levanté.
- ¿Lo ves? Tenía razón.
- Ya veo - respondiste en un tono medio ausente. - Supongo que tendremos que ir a casa a ducharnos - dijiste de repente, con una chispa en tus ojos.
- Si, creo que será lo mejor - respondí, sin reparar en esa chispa que me hubiera advertido que algo tenías en mente.
Te pasaste la mano por el pelo, intentando quitarte la arena, pero lo dejaste tras unos cuantos intentos y consiguientes tirones. Subimos las escaleras hasta el paseo. Yo, siempre algo más preocupado que tú en cosas triviales, me senté a quitarme algo de arena de los pies antes de calzarme de nuevo. Tú simplemente te pusiste las sandalias y echaste a andar. Te seguí tan rápido como me fue posible, pero en unas cuantas zancadas me puse a tu altura. Te cogí de la cintura y te levanté en el aire, dando unas vueltas contigo, como si tan solo fueras una muñeca entre mis brazos. Reíste con ganas y cuando te dejé en el suelo me besaste, brevemente.
Echamos a andar cogidos de la mano y me sentía pleno, feliz. Poco a poco fuimos dejando atrás el ruido de las olas y el olor a salitre. La brisa sin embargo nos acompañó todo el camino hasta la casa. Tan pronto giré la llave en la cerradura y franqueé el paso entraste a todo correr quitándote la camiseta en el proceso y dejándola caer en el suelo, quedando tus sandalias un poco más adelante cuando te quitaste cada una de una patada; apenas te paraste mientras te ibas desabrochando los pantalones cortos y dando saltitos los dejaste caer también. Por último, y mientras cerraba la puerta, apenas alcancé a ver como tus braguitas tipo tanga quedaban tras de ti y tu culo desnudo desaparecía por la puerta del cuarto de baño...
- Pues si que tenía prisa - me dije a mí mismo, sonriendo.
Me agaché a recoger la camiseta y fui siguiendo el rastro de ropa hasta recogerla toda. La llevé al lavadero y la dejé allí en un montón. Me quité la camisa y los zapatos y dejé estos últimos junto a la ropa. Volví a entretenerme en quitarme los últimos granos de arena de los píes y, una vez satisfecho, me dirigí hacia el salón. Cuando iba por el pasillo a la altura del cuarto de baño me llamaste.
- Cariño...
- ¿Si?
- ¿Podrías entrar y frotarme la espalda?
- Si, claro, como no.
Sin más entré en el cuarto de baño y me acerqué a la bañera. Corrí la mampara de cristal y me arrodillé detrás de ti. Tenías el pelo recogido sobre un hombro, dejando tu espalda y tu nuca al descubierto. Cogí la esponja y un poco de jabón y comencé a enjabonarte la espalda. Pasé la esponja por toda tu espalda, en pequeños movimientos circulares, de arriba abajo y después de abajo a arriba. Pero pronto para mí no fue suficiente y dejando la esponja cogí un poco de agua y la dejé caer por tu espalda, arrastrando a su paso todo resto del jabón. Después puse mis manos sobre tus hombros y comencé a darte un suave masaje, mis movimientos facilitados por la piel hidratada. Sentí la calidez de tu piel a pesar del agua, pero antes de dejarme abandonar a esa sensación me concentré en el masaje. Con los pulgares me dediqué a las partes más altas de la espalda, por la zona de los omóplatos, mientras los demás dedos, separados, se movían de un lado a otro, acercando mis manos poco a poco a su cuello, hasta juntarse en él. Con las palmas situadas en la base dejé que mis pulgares se moviesen arriba y abajo por tu nuca, llegando hasta la raíz del pelo y bajando de nuevo, sintiendo cada una de tus vértebras bajo la tersa piel. Después seguí moviendo mis manos hacia abajo, introduciendo los pulgares entre vértebra y vértebra. Extendiendo las palmas hacía unos movimientos circulares que llevaban mis manos hacia los extremos laterales de la espalda y de vuelta a tiempo para volver a poner los pulgares en funcionamiento en la siguiente vértebra. Al ir bajando las manos me acerqué a ti y fui depositando besos en tu nuca, en tus hombros... No decías nada, pero pequeños suspiros se oían en el silencio de la estancia. Al llegar al final de tu espalda me retrasé unos segundos acariciándote y después volví a hacer el recorrido por tus vértebras a la inversa.
Iba en mi camino hacia arriba cuando tus manos fueron al encuentro de las mías y, atrapándolas, las llevaron a hacia delante y las apretaste contra tus pechos, dejando escapar un pequeño gemido. Dejé que mis manos resbalaran por ellos en una lenta caricia, hasta que reposaron sobre mis palmas, y volví a besarte en la nuca. Tus manos, aún sobre las mías apretaron, haciendo que mis dedos se hundieran un poco en tus senos, y suspiraste... Después te diste media vuelta y me miraste directamente a los ojos.
- ¿No pensabas hacerlo? - me preguntaste en un tono medio acusador.
- ¿Qué...? Ah... Hummm. Lo estaba... considerando - respondí.
- ¿Considerando? ¡Considerando! - exclamaste, en un tono algo enfadado. Creí advertir algo que no acababa de encajar del todo, aunque no tuve tiempo de pensar en ello porque en seguida continuaste hablando - ¿Así que crees que puedes hacer esto y ya está?
- ¿Hacer? - pregunte, totalmente confundido- ¿Hacer qué? ¿Qué es lo que he hecho?
- ¿Y todavía lo preguntas? Está bien - dijiste, bajando el tono hasta apenas un susurro, un tono que contenía una amenaza velada.- Te lo diré de tal modo que tu cabecita lo entienda. Me has hecho arder de deseo.
- ¿Qué? - pregunté, aunque te había oído perfectamente.
- ¡Oh! - exclamaste en un tono en el que se notaba claramente que estabas disgustada, mientras me dabas la espalda y mis manos dejaban de tener contacto con tus pechos.- A veces eres... - dudaste un momento buscando la palabra- imposible.
- Mi amor, - empecé en un tono que intentaba ser conciliador- sabes que yo no...
- Nada que digas - me interrumpiste- va a arreglar esto.
Te cruzaste de brazos dentro del baño y, pese a estar de espaldas a mí, sabía que tenías el ceño fruncido, en un claro gesto de enfado. Pero lo que no podía saber era que en tu boca se estaba dibujando una sonrisa por una idea que había estado tomando forma en tu mente desde que volvíamos de la playa... Abrí la boca un par de veces como para decir algo, pero en ambas ocasiones terminé optando por cerrarla, reacio a estropear más la situación con una palabra, con un paso en falso. No había previsto que te pudieras enfadar. No entraba dentro de mis planes y eso me frustraba en cierto modo, pero ante todo me preocupaba que tú no hubieras entendido mi juego. Tenías que haberlo seguido y no lo hiciste. Eso me desconcertaba completamente. Tú siempre habías entendido mi forma de ser, y sabías cuando estaba jugando. ¿Cómo era posible que no te hubieras dado cuenta? ¿Qué había fallado?
Estaba totalmente sumido en mis pensamientos, sentado en el suelo del cuarto de baño, a tu espalda. De repente di un pequeño bote, sobresaltado. Tan sumido estaba en mis pensamientos que en principio no supe que había causado mi sobresalto, hasta que más agua fría cayó sobre mi pecho desnudo. Me miré algo atontado y después levanté la vista justo a tiempo de ver como tus manos lanzaban más agua contra mí mientras sonreías.
- ¿Pero qué...? - dije, echándome hacia atrás intentando escapar del repentino contacto con el agua fría mientras me intentaba incorporar. - Para, que me estás mojando.
- ¿De veras? Oh, lo siento - dijiste, en un tono de clara burla, y rubricaste la frase sacándome la lengua en un gesto infantil que te encanta hacer, todo esto sin dejar de echarme agua.
Conseguí incorporarme y noté como el agua resbalaba por mis piernas. Estaba completamente empapado, de pie en el centro de un gran charco de agua. "Bonita forma de vengarte", pensé. Mi mente práctica ya estaba pensando en fregar el suelo cuando oí el típico ruido que se produce cuando un cuerpo sale del agua y levanté la mirada para encontrarme una imagen a la que, por más que vea una y mil veces, nunca llegaré a acostumbrarme.
Estabas de pié, con el pelo húmedo recogido sobre un hombro. El agua resbalaba lentamente por tu cuello, formando riachuelos que surcaban tu cuerpo. La mayor parte de ellos bajaban bien rodeando tus pechos o por la cañada existente entre ellos. Sin embargo unos pequeños hilillos de agua se habían atrevido a descender por tus senos y las afortunadas gotas parecían frenarse, como intentado recrearse en el recorrido y, al llegar al final intentaban prolongar el contacto con tus pezones antes de precipitarse al vacío. Las demás seguían su recorrido por tus curvas. Algunos ríos se unían al llegar a tus caderas y las que bajaban entre tus pechos buscaban implacables tu ombligo, para hacerte suaves cosquillas antes de seguir. Llegando a tus caderas todos los ríos fueron convergiendo, dirigiéndose hacia tu entrepierna, hacia un suave y rizado triángulo de pelo rubio justo antes de llegar a tu sexo. Nunca recuerdo que has de hacerlo para ponerte esos bañadores de dos piezas que tan bien te sientan.
Me quedé un tanto ensimismado observando, contemplando algo envidioso el recorrido del agua por tu cuerpo. Finalmente mi mirada subió, lentamente, para encontrarse con la tuya, sin pasar por alto la sonrisa que tus labios formaban. Tu cara brillaba con una expresión de... ¿triunfo? No lograba descifrar del todo el mensaje de tus facciones, aunque si supe lo que tus ojos decían, pero no eran sólo ellos. Todo tu cuerpo destilaba lo mismo. Era una sensación familiar para mí. Era abrasador y puro deseo. Tu voz rompió finalmente el silencio.
- Bueno, parece que la fin lo has entendido. Sino tu cabeza de chorlito - añadiste viendo que mis ojos se cuestionaban a qué te referías - al menos tu cuerpo - y puntualizaste esta frase con una sonrisa lasciva y una significativa mirada a mi entrepierna, donde el empapado pantalón no hacía nada por ocultar mi excitación.
Me despojé lentamente de los pantalones empapados, mientras tú me mirabas, entre anhelante y expectante. Di un par de pasos hacia delante y cogiste mi cara entre tus manos. Me acerqué un poco más y susurré:
- ¿Qué quieres de mí?
- A ti... entero - respondiste, mientras me mirabas fijamente.
Te besé en la boca con ganas y tu recorriste mi pecho con tus manos, mojándome, dibujando intrincados dibujos sin sentido aparente. Apenas notaba la humedad, pero si un calor que no sabía determinar si procedía del agua de la bañera, de ti o de mí. Me separé tan sólo un instante de ti, quitándome la última prenda que me quedaba. Me miraste apreciativamente tan sólo un momento. Después extendiste tu mano hacia mí, como una invitación. Te miré a los ojos y vi el fuego de la pasión ardiendo en ellos. No me hizo falta más. Cogí tu mano con la mía y entré en la ducha. Abriste el grifo sobre los dos y, aunque en principio me sorprendió el repentino chorro de agua, pronto lo olvidé, abrazándome a ti, dejando que el agua se escurriera por nuestras espaldas, entre el pequeño espacio que dejaban las formas de nuestros cuerpos juntos.
- Te quiero... - dije de repente.- Lo sabes, ¿verdad?
- Lo sé - respondiste. - Y yo a ti, y te deseo... tanto. Aquí y ahora.
Bajé mis manos por tu espalda hasta tus nalgas y, cogiendo una en cada mano, te apreté contra mí, tu cadera contra la mía, mi pubis contra el tuyo. Así abrazados alzaste una pierna con la que rodeaste mi cintura, intentando acercarte más a mí, si eso era posible. Te miré.
- ¿Acrobacias en la ducha? - pregunté, con un timbre mezcla de curiosidad y diversión, con una pizca de excitación. - Esto puede ser peligroso, ¿no crees?
- ¿Peligroso? - repetiste.- Lo verdaderamente peligroso para ti - continuaste, con un timbre de ansiedad en la voz - va a ser que no me beses ahora mismo. Quiero que me beses y me hagas el amor AHORA.
Te besé, con firmeza pero con suavidad, con fuerza pero con dulzura, dejando que mis labios y los tuyos se fundieran. Te levanté en brazos y tus piernas se enlazaron alrededor de mi cintura. Apreté con más fuerza tu culo y tú te abrazaste más fuerte aún a mí, dejando tu peso reposar sobre mi cuerpo y notando como te dejaba caer, penetrando en ti casi salvajemente. Pasaste de besar mi boca a morder mis labios, como si no fueras a volver a besarme nunca y quisieras llevarte parte de ellos contigo. Noté una punzada de dolor, provocada en parte por tus suaves pero insistentes bocados y en parte por la inusitada rapidez de la penetración, pero el dolor fue nublado enseguida por oleadas de placer en cuanto comencé a hacerte subir y bajar con mi sexo dentro de ti, lubricado con tus fluidos, entrando cada vez más dentro de ti.
- ¡Cuánto echaba de menos tu cuerpo! - dijiste, cerrando los ojos.
Te llevé contra los azulejos de la pared, apoyando tu espalda contra ellos. El agua seguía cayendo sobre nosotros. Cerraste tus brazos detrás de mi cuello y te solté, besándote y apoyando mis manos en la pared detrás de ti, atrapándote contra ella. Estaba totalmente entregado, a tu placer y al mío, y notaba las sacudidas de placer que recorrían tu cuerpo, pues tenían una respuesta idéntica en el mío, gozando ambos con cada movimiento. Pronto los únicos sonidos que se oían eran unos pequeños suspiros procedentes de ti, mis jadeos, por el esfuerzo que estaba realizando, y el húmedo choque de nuestros cuerpos. Todos mis músculos estaban en tensión, al soportar tu peso y además seguir moviéndome. El ritmo aumentaba. Seguí empujando con fuerza, incluso con algo de violencia, pero sabía que era exactamente lo que tanto tú como yo necesitábamos. Rápidamente noté como las sensaciones crecían en intensidad.
- ¡Si! - exclamaste, mientras tu cuerpo se arqueaba violentamente. Y repetiste - ¡Siiiii!
Me abandoné totalmente a mi cuerpo, buscando ya tan sólo el placer, dejando que éste nublase todo. Mi orgasmo llegó barriendo toda sensación a su paso y apenas me dio tiempo a mirarte a los ojos mientras explotaba en mí, como una ola al romper en la playa. Seguí mirándote a los ojos, muy abiertos, viendo tu placer reflejado en ellos. Te abrazaste con mucha fuerza a mí, intentando que tu piel traspase la mía, cada poro... Mis caderas siguieron moviéndose un poco más, instintivamente, mientras las fuerzas me abandonaban. Poco a poco me dejé caer hasta el suelo de la bañera, arrastrándote conmigo.
- Te quiero - dijiste.
- Y... - empecé, pero me paré, buscando un poco de aire, pues mi cuerpo se había olvidado hasta de respirar.- Y yo a ti - pude decir finalmente.
Abriste el agua caliente, dejando que nuestros cuerpos se relajasen. En algún momento debí tirar de la cadena del tapón, pues la bañera estaba casi vacía.
- Ahora un bañito caliente, - dijiste- ¿vale? Es genial. Con alguna esencia...
- Tu esencia me basta, - dije yo, mientras notaba como mis ganas volvían a mí con rapidez.
me ha encantado el cuento, y aunque es un poco largo y habla tambien de sentimientos cosas que aqui no se valoran mucho,es realmente excitante (ufff, muchisimo de verdad) y ademas es tierno y emocionante, genial! un saludo