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Categoría: Confesiones

Para S. (IV)

Xilme y Viviana desde Chile, Plinka desde México y S., la protagonista de la historia, desde más cerquita me animan a proseguir el relato con muy bonitas palabras que les agradezco. Para ellas va esta cuarta parte de la historia de S.

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La experiencia de la playa marcó un hito en nuestra relación. S. era ya una mujer capaz de gozar - y de hacer gozar- del sexo sin tabúes ni vergüenzas. El turista andaluz fue nuestro primer trío, pero no sería el último. Cuando la puerta que da entrada a una nueva fuente de disfrute y de conocimiento se abre se hace difícil cerrarla.

Así que no tenía nada de extraño que nuestras fantasías fueran evolucinando y con ellas los deseos de llevarlas a la práctica.

S. estaba ya preparada para una nueva fase de su aprendizaje.

Contacté por internet con un chico de una ciudad cercana, capital media de provincia cuyo nombre comienza por P. El nombre del chico empezaba por la misma letra, así le llamaremos P. o... ¿porqué no? por su nombre entero: Pablo.

Pablo era -lo sigue siendo, espero- un chico de 28 años, moreno, alto y, según mostraba la foto que me envió en archivo adjunto, guapo.

Juntos definimos el plan y yo fui dirigiendo las fantasías de S. de forma que deseara lo que para ella teníamos preparado.

Esa semana la llevé dos veces a mi casa, algo que no era habitual, y la llevé a mi habitación. Allí le pedía que se desnudara por completo y se tumbara boca abajo en la cama. Mientras ella se desvestía yo iba en busca de cremas y aceites.

Al minuto ella estaba tumbada y mis manos empezaban el masaje. Yo tuve durante un par de años una novia que era fisioterapeuta profesional, pero a la que encantaban estudiar y aprender sobre masajes eróticos y nos pasábamos horas practicando mutuamente. Lo que con ella pude aprender me ha servido mucho.

Mi manos aceitadas comenzaron por sus pies. Sólo el efecto de un masaje cuidado sobre los pies puede hacer milagros, y ya veía, desde mi privilegiado punto de vista, agazapado tras su culito, que la cara interior de los muslos de S. comenzaban a rozarse entre sí y el brillo de sus labios enrojecidos mostraba que iba por buen camino. Pero su sexo tendría que esperar todavía mucho, porque el masaje debía ir subiendo muy poco a poco. El secreto del masaje era acrecentar el deseo, disfrutar del deseo mismo.

Cuando mis manos jugaban con la cara interior de sus muslos, dejaba de vez en cuando que uno de mis dedos rozara sus labios ya evidentemente húmedos, pero ni aún así pasaba de un juego para aumentar su deseo.

De ahí pasaba a sus nalgas, en movimientos rotatorios que abieran y cerraran sus labios. Mis dedos pulgares acaricibian el ano sin presión.

Pero el masaje subiría ahora por la espalda, dejando su sexo de momento relegado. Fue ahí cuando mis manos dejaban su culo cuando empecé con voz suave a contarle la idea de otras manos que le masajearan, manos de hombre guapo y joven, como nuestro amigo de la playa, mientras yo sentado cerca les miraba.

Como era de esperar S. se excitó mucho con la idea y ella misma seguía con el juego. Cuando ella se imaginaba en manos ajenas mi sexo entraba entre esos labios y el orgasmo demorado le venía con esa fantasía en la cabeza.

Tras dos días del mismo tratamiento S. estaba preparada para la propuesta.

Nos iríamos el martes siguiente a P. Yo tenía una entrevista por la mañana y me la llevaría de acompañante. En mi empresa pareció bien, me dijo mi jefe, "la idea de irla introduciendo en nuevas actividades". "No sabes hasta qué punto", pensaba para mis adentros.

Pablo nos cogió una habitación en un hotel de tipo medio. Él la pagó. Allí entramos a las 2 de la tarde.

Yo había ya anunciado a S. que algo especial le esperaba y ella se debatía entre el miedo por lo desconocido y la atracción por lo que su maestro le tenía preparado.

Así que la hice pasar a la habitación y le ordené que se desvistiera y se tumabra para el masaje. De mi cartera saqué los aceites y unas cuerdas, suaves. Ella miró las cuerdas con excitación y me dijo, para mi sorpresa:
- Ya era hora que me ataras, me encanta la idea.
- Espera y verás.- le contesté.

La até boca abajo. Los brazos abiertos y extendidos atados a la cabezera de la cama. Las piernas más sueltas... con intención que ella descubriría pronto.

Empecé el masaje y su excitación era especialmente notoria. Todo, el día fuera, la habitación de hotel, la cuerdas, el masaje... se unía, supongo para aumentar su deseo. Y entonces comencé a contarle el plan.

Mis manos jugaban con sus muslos cuando comencé a contarle:
- En un rato viene un amigo, que seguirá el masaje.

Ella creo que notó en mi tono que esta vez iba en serio:
- ¿Pero no es en serio, verdad?
- ¿No te gustaría? - le pregunté para seguir jugando
- Bueno, no sé, pero...- entre la excitación y la duda no podía casi hablar. Yo aproveché la superioridad:
-¿Te gustaría probar otras manitas? - mis manos hacía trampa, porque corrían por sus labios con la facilidad del aceite.
- Pero...-creo que ella no sabía qué decir.
- ¿Te fías de mí?- era la última opción.
- Sí- dijo aliviada, como sabiendo que iba a pasar.
- Pues abandónate a mis deseos. Luego me dirás si ha merecido o no la pena.- S. no contestó. Pero con su silencio sumiso lo dijo todo.
- Un hombre vendrá y te acariciará el cuerpo. Si quieres puedes taparte la cara para que no te dé vergüenza. Él sólo podrá emplear sus manos hasta que te corras la primera vez... en ese momento si te quedas quieta él se irá.
- ¿Y si no?- es lo mejor que ella pudo decir.
- Y si no... si tú levantas tu culito como para ofrecerle el sexo por detrás, él sabrá que tiene tu autorización para colocarse el preservativo y metértela suavemente por aquí- mis dedos indicaban el camino...
- ¿Estás seguro de que respetará las condiciones?
- Seguro.
- Y de que se irá cuando todo termine y nos dejará solos.
- Se irá o bien cuando tú te corras o bien, si le has levantado el culito, cuando él lo haga. Rápidamente, sin historias ni rollos.
- Cuéntame más, quiero que me excites...- S. estaba pletórica.

Intenté mantenerla así entre el masaje y la narración de la fantasía hasta que en el momento exacto en que el reloj marcaba las 14.45.00, la hora covenida, nuestro contacto tocó con sus nudillos la puerta. La puntualidad era imprescindible -ya lo habíamos hablado- si queríamos que la historia saliera bien.

- ¿Abro?- le pregunté a S. en la oreja.
- Abre- me contestó con voz nerviosa- pero no te alejes de mí y en el momento en que yo te diga le dices que se vaya, ¿vale?
- Descuida. Confía en mí.
- Lo hago, ¿no te parece?- tenía toda la razón- una cosa más- añadió- me parece que sí voy a querer que me tapes la cara.

Lo tenía previsto, con una vieja camiseta de algodón ya muy desgastada había preparado una máscara ligera, suave, que no diera calor, pero muy efectiva. Se la puse.

- ¿Mejor así?- le pregunté con afecto de maestro a su alumna preferida que se apresta valientea una nueva prueba.
- Sí, mejor. Abre, venga.

Abrí la puerta y Pablo no se atrevió a moverse, esperando mis instrucciones. Le hice pasar y abriendo más la puerta -no pasaba nadie por el pasillo- le mostré la cama: S. tumbada, atada, con la cabeza tapada, las piernas abiertas mostrando el culo y el nacimiento de unos labios que brillaban.

Nuestras reglas estaban ya pactadas. No habría una sola palabra.

Con un gesto le ofrecí el cuerpo de S. Cerré la puerta, retiré una mesilla y coloqué en su sitio una silla en la que me senté. S. veía por entre el algodón desgastado y extendió su mano atada todo lo que pudo. Yo se la agarré.

Pablo se desvistío de cintura para arriba, se quitó los zapatos y comenzó su masaje. No era un experto, desde luego, pero S. estaba excitadísima y no era difícil extaer de su piel todos los matices del deseo.

Las manos de Pablo recogían del cuerpo de S. el aceite que yo había colocado y dibujaban cada rincón de esa mujer para él perfectamente desconocida. La idea de tener el culito abierto de una mujer joven de la que ignoraba todo, desde el nombre hasta el rostro, la posibilidad de abrir las nalgas y jugar con su ano parecía maravillarle. Una y otra vez repetía el experimento. él ya me había adelantado por correo su gusto por el culito y yo le había autorizado a deternerse en él y jugar todo lo que quisiera sin introducir sus dedos, sólo por fuera.

S. volvió por vez primera su rostro hacia atrás. Para entrever, difuminadas por la tela de algodón, las formas de Pablo. Pareció agradarle. Apretó mi mano en signo de aprobación y creí imaginar una sonrisa en su rostro velado.

S. no quiso esperar a que las manos de Pablo le llevaran al orgasmo. Ella estaba ya preparada. Con las manos de Pablo aún en su culito ella empezó a moverse a restregarse como una serpiente en el suelo... para coger posición y colocar su culito en pompa. Ahora apoyaba su peso sobre sus rodillas, el culo arriba, la cabeza casi plantada entre las sábanas revueltas y la espalda trazando una preciosa curva ascendente desde su cuelo hasta su culito. Ofrecía así su sexo a Pablo.

Él me miró respetuoso en busca de instrucciones. Esto no estaba dentro de los planes.

Yo le extendí en silencio, con mi mano libre, el preservativo que le tenía preparado y asentí con la cabeza, como autorizándole a penetrarla.

Pablo bajó sus pantalones hasta las rodillas, sin bajarse de la cama, y se puso el preservativo. La fotografía que me envió no engañaba. Su sexo era largo, quizá no tan ancho como el mío, pero sí bastante más largo.

Se colocó tras S. y volvió a mirarme. De nuevo, con una sonrisa, le invité a pasar. Su largo sexo entró suavemente.

La mano de S. me apretó más fuerte y veía como sus labios comían la camiseta en acto reflejo para controlar el placer y mejor sentirlo.

La excitación de los dos hizo que el orgasmo fuera rápido. Primero S. Un orgasmo largo, intenso. Se quedo quieta, con las piernas abiertas, dejando con generosidad a Pablo espacio para terminar. No tardó ni dos minutos.

Tal como habíamos quedado Pablo salió de S. Se subió los pantalones, se puso la camisa y se dirigió hacia la puerta.

Le acompañé. Le abrí la puerta y entonces me dijo:
- Gracias. Ha sido estupendo. Lo más excitante de mi vida. Dile a ella que es maravillosa.
- Se lo diré- le contesté- y gracias a tí. ¡Adios!
- ¡Adios!

Cerré la puerta y me senté sobre la cama, al lado de S. Le quité el velo de algodón y su cara enrojecida por el placer estaba preciosa. Su sonrisa me decía que había disfrutado mucho y estaba orgullosa de ser una alumna tan buena, tan sumisa y que tanto placer daba a su amo. Yo le besé el rostro.
- ¿Te ha gustado?- me preguntó
- Muchísimo- le dije- Ha sido fantástico. ¿Y tú?
- Mucho... ¿o es que no se ha visto? -contestó entre risas.
- Sí, desde luego.
- Anda, desnúdate y sigue tú. ¿no vas a provechar que tengo el culito relajado y lleno de aceite?
- Si me lo pides así...

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Esta fue la historia de nuestro segundo trío. Lo que S. nunca supo, pero se lo cuento ahora, es que Pablo me siguió escribiendo. Estaba obsesionado con lo sucedido... y quería repetirlo con su novia. Me pedía consejo permenente. Un día me escribió un correo titulado "¡Me ha dicho que sí!". Antes de abrirlo sabía a qué se refería... lo que no supe hasta leerlo es que el chico elegido para darle el masaje a su novia era yo... pero esta historia no pertence al ciclo de mi relación con S. Es por tanto, otra historia.
Datos del Relato
  • Autor: Miguel
  • Código: 3643
  • Fecha: 22-07-2003
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 5.85
  • Votos: 72
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2790
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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5 comentarios. Página 1 de 1
WAL...
invitado-WAL... 24-07-2003 00:00:00

me gusto mucho tu relato, pero solo te escribo para enviar un msje. a una personita que me la va a pagar una por una, por que este amor que le tenia , de a poco se va convirtiendo en ODIO hacia ella.......

Viviana
invitado-Viviana 23-07-2003 00:00:00

Gracias por escribirme y mencionarme en tu historia, quiero que sepas que no dejas de impresionarme y que me encantaría que siguieras escribiendo de esa forma. Tu amiga, desde Chile. Viviana

joe
invitado-joe 23-07-2003 00:00:00

No tanto como para correrme, pero si como para chatear en busca de placer virtual.. Saludos, Joe

ANFETO
invitado-ANFETO 23-07-2003 00:00:00

Cuatro verdes cuentos he leído de Miguel sobre S, la cachonda, que se amolda a su sentir, y, debo decir, que los cuatro me han sabido a miel, lo qué, a fe de sincero, os confieso sin mentir. (Para S.)

Xime
invitado-Xime 23-07-2003 00:00:00

M encanto el relato y siento muchisima envidia a tu alumna, me gustaria serlo tambien, que placer le estas brindado a esa chica, por que no hay muchos hombre como tú, Saludos y sigue con los relatos...

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