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Cierro los ojos, bien dispuesto a concitar el sueño Pero mis veleidades con Morfeo a altísimas horas de madrugada desde temprana edad, me veda ahora el lenitivo de ese estado reparador que mitigue mi cansancio. Cuanto más intento vencer el insomnio, éste pertinaz y empecinado más se resiste. Y opto por ignorarlo.
Entre tanto, mi cabeza parece una caldera en ebullición, en la que sin orden ni concierto se agolpan pensamientos en tropel. En este estado de duermevela se presenta mi mujer que recrimina las acciones pecaminosas del día. Siento un atisbo de vergüenza. Pero logro abroquelar los remordimientos escudándome en su peculiar idiosincrasia. Admiro las santas e innúmeras virtudes que adornan su persona, pero algunas, al ejercitar de modo tan exasperante, se convierten en insoportable tormento. Logra sea la casa dechado de pulcritud aséptica, que muy bien puede causar admiración a las visitas, ¡pero que es un infierno para los que estamos obligados a soportarlo! Alterar el perfecto orden por ella establecido es causa de enfado y reprimenda. El simple hecho de regar las plantas de la terraza, mover de puesto una silla, cuando, mueble u otro objeto cualquiera, da lugar a las más encrespada y agria recriminación, ¡qué siempre acaba en discusión y riña! Exigirle que prevalezcan los derechos de convivencia y respeto mutuo entraña violento enfrentamiento, capaz de inducir a la agresión física. Lo que no reza con mi modo de ser. Musculoso y ágil, con casi los dos metros de estatura y provisto de una fuerza descomunal, que duda cabe que cualquier exceso en este sentido podría causarle grave daño, ¡de lo que me arrepentiría en el acto! Prefiero que piense que soy débil y blando de carácter, antes que arrostrar el arrepentimiento de una acción violenta e incontrolada. Esta tibieza de respuesta a sus exabruptos la envalentonan, y por su consustancial petulancia está imbuida que su proceder responde al más ajustado y perfecto de los criterio. Al punto que cabe pensar, según expresión del vulgo, ¡se ha subido a mis barbas!
Dejo que lo crea así. ¡Pero no es cierto! Mi táctica consiste en inhibirme de su proceder dominante y arbitrario mediante estar en casa el menor tiempo posible. Los días de trabajo apenas como nunca en casa, pues los compromisos comerciales me fuerzan a hacerlo con los clientes, y la jornada laboral suele alargarse hasta altas horas de la madrugada. Y si bien, en alguna ocasión, acabo el trabajo a una hora potable, pospongo el momento de regresar al hogar ante el justificado temor que me asalta de enfrentarme a los habituales altercados domésticos. ¡Tal vez una bofetada a tiempo solventaría la anómala situación de sentirme forastero en casa! Pero, como dije, soy alérgico a cualquier tipo de violencia. De ahí que aguante sin rechistar el odioso e insoportable carácter de mi mujer y, a la chita callando, me construya una existencia independiente del núcleo familiar en la que asumo satisfacciones, caprichos y goces ¡qué bien pudieran complacer a cualquier soltero que se precie!
Benéfica obscuridad, a modo de tegumento, cubre por fin las partes vivas del cerebro y me sumo en el ansiado y reparador sueño.
(Continuará)