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PAQUITA (6)

-12-

Alzo de la cama y me acerco a Paquita.
-¡Hoy soy feliz! He descubierto otro receptáculo gemelo de aquél: es el tuyo. Por favor, deja que este gordezuelo caballero, que como puedes apreciar viste sus mejores galas -le digo mientras se lo muestro-, encuentre acomodo y esparcimiento en esa concha tapizada con oropeles y mieles.
Sin esperar respuesta, accedo a la cabecera de su lecho. De rodillas, permito al bravío intruso se lance a conquistar la ansiada metales. Empieza por trabar contacto con la frente, los ojos, huronea en la cavidad de las orejas, acaricia e intenta colarse entre los labios, discurre por las mejillas, y lo hace todo ¡solo, sin ayuda de nadie ni de nada! Osado, se empecina con el sólo empuje de su fortaleza en bajar la sábana hasta los pies de la cama. No contento con ello, al ascender se prende del volante de la camisola y la recoge hasta situarla enroscada debajo del mentón de Paquita. Las maravillas que descubre lo encorajinan al sumo y sin freno que lo detenga se lanza a peregrinar por los montículos, cimas, vaguadas, hendeduras, planicies..., ofreciendo a los puntos sobresalientes del recorrido las más encendidas muestras de adoración.
Suena en mis oídos el característico ronronear de Paquita, que según tengo advertido es síntoma precursor al clímax. Es el mismo estertor y quejido entrecruzados que esta tarde alertó del orgasmo que fraguaba en su entraña.
Al pronto me asalta el temor de que culmine el goce con otro grito estentóreo que despierte a todo el hotel. En prevención, sello su boca con mis labios en un beso succionante que confío le impedirá toda exteriorización gutural. Logro acallar el sonido, pero no así el palpitar anhelante de su pecho que embravecido salta como caballo desbocado.
¡Paquita se debate entre espasmódicas sacudidas! Sus manos mesan y aferran la sábana con un abrir y cerrar de dedos engarfiados. Con percepción gratificante noto como cada partícula de su cuerpo participa de esta fuerza telúrica maravillosa generada por el magma de la pasión. ¡El volcán está presto a estallar en orgasmo impetuoso y liberador!
¡Al fin llegó! Y mis dientes sujetan la lengua de Paquita para contener el alarido que pregona el acto sublime de la emulsión de esos óvulos que tienen el sacrosanto destino de perpetuar la especie. ¡Convulsiones sísmicas, desatadas por el éxtasis, le impelen a brincar sobre la cama, una y otra vez, como movida por un potente resorte!
Admirado la contemplo. Es hermoso, tal vez de las cosas mas bellas, obtener satisfacción tan absoluta y plena del goce que nos depara el amor.

-13-

Mi sorpresa no tiene límites. ¡Paquita se ha desmayado!
Cierto que en dos ocasiones anteriores fui testigo de similar reacción. La una ocurrió con la hija de la portera de la casa en donde viví de soltero;. La niña cumplía trece años y se me ocurrió la humorada de invitarla a ir la cine. La esperé a la salida de la Academia, que estaba en la Puerta del Angel, a la que concurría como alumna. Al encontrarnos nos fuimos directos al cine París ubicado en la misma Avenida. Acogiéndome a la obscuridad de la sala le desabroché el vestido, y sin recato me lanzo a honrar con manos y labios las bellezas inigualables que voy descubriendo. Cuando más enfrascado estoy en el dulce deleite de gozar las primicias de la niña, por corte de la película se enciende las luces de la sala. Atemorizado, doy cuenta que la niña está traspuesta y nada hace, por tanto, para esconder aquellos pechitos maravillosos que el escote abierto deja bien a la vista. El susto que recibo es morrocotudo, ante la perspectiva de que alguien nos vea y denuncie acusándome de pervertir a una menor, delito que en la época a que se remontan los hechos era duramente castigado.
La otra vez me ocurrió con una alumna, una andaluza de quince años, de tal belleza que, contra toda ética docente, no supe resistir la tentación de invitarla a una sala de fiesta. Al regresar a su casa busco un rincón discreto y doy un beso en la boca. De pronto quedo anonadado; su cuerpo se desmadeja entre mis brazos con un peso que apenas soy capaz de sostener. ¡Se ha desmayado! La aventura con esta niña no quedó ahí, pues seguimos por un tiempo manteniendo una relación amorosa. Pero su narcisismo era tan insufrible, que no pude aguantarlo y rompimos. Al cabo de los años encontré una compañera del mismo curso que me contó que la "andaluza" había profesado de monja en una congregación religiosa.
Lo que ocurre a Paquita es distinto. Obedece el síncope a la violenta convulsión que experimentó con el orgasmo, no a cualquier otra clase de emociones. Cabe que en los otras dos casos las niñas estuvieran influenciadas por circunstancias que en su infantil concepción les atribuían excesiva relevancia, como pudo ser muy bien, para la porterita tratarse del "señorito", o ser besada por el "profe" en el caso de la alumna.

-14-

Alzo los brazos inertes de Paquita y por la cabeza extraigo la única prenda que a modo de bufanda turba la perfecta armonía de su cuerpo impoluto y laxo. ¡Lo contemplo a placer! El desvanecimiento relaja sus facciones,¡parece una niña! Toda ella transpira dulzura y pureza. Sentimientos de ternura inundan mi alma, seducida por el arrebatador cuadro que se ofrece a mis ojos. Vestida, Paquita está adorable, pero desnuda está infinitamente mejor. La proporción estética de volúmenes, formas y flexuras más que a un ser vivo parece responder a creación imaginada y perfeccionista de un Fidias, Miguel Angel, Rodín, Clará, o cualquier otro coloso de la escultura. El abombado simétrico de senos erguidos, coronados por un halo satinado que forma la corola de un rugoso montículo de carne, es paradigma de fruto vigoroso y lozano. La ondulada tersura del vientre, en el que rompiendo la monotonía se frunce en pétalos de exquisita flor en que se troca el diminuto ombligo. El mayestático dibujo de muslos, que parecen iniciarse en la cintura para formar con la cadera esbeltas ánforas, y que ofrecen la delicia al tacto de su grano de piel cerrado y limpio y a la vista destellos de una luminosidad áurea, y, como remate, largas, finas y mullidas piernas. Entre las escultóricas ánforas, un bosquecillo de doradas guedejas, cuyo dibujo adopta la forma de flecha para indicar el parnaso de las delicias. Todo formando un armonioso conjunto, supervalorado por la coloración tornasolada y la pureza impoluta de la piel, que crea en el subconnsciente la sensación irreal de que la vista, el tacto y hasta el gusto paladean el elixir en cuya composición se mezclara dulzura, amor, sentimiento y placer.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1434
  • Fecha: 19-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.96
  • Votos: 72
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2387
  • Valoración:
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