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Paquita (46)

Puede muy bien ser el haber pensado en compañeras, lo que la induce a besar y magrear de nuevo a Paquita, según me descubre el retrovisor, al que he dirigido la mirada para inquirir la causa por la que Cristal, desde hace un rato, dejó de hablar.
La lubricidad de Paquita, por lo que veo, no tiene límite. Contra todo augurio, ha resultado ser una putita redomada. A contar de ahora dejaré de envanecerme de lo que siempre he presumido: ¡conocer de inmediato a las personas!
Paquita y Cristal se afanan, con indecible pasión y denuedo, a elaborar, con el salaz condimento que recolectan en los parajes donde crece lujuria, este nuevo bollo.
Dejo de observar en el espejo, porque tanta impudicia me produce náuseas.
Mientras ellas, en su transporte amoroso, imitan a las vírgenes Rodis y Mirtocleia, que Pierre Louys nos describe tan poéticamente en 'Afrodita', yo me dedico a meditar Y a fuer de sincero debo admitir que mis pensamientos no son en nada halagüeños. Lo primero que viene a las mientes, es el preguntarme: -¿Qué coño hago aquí?
Mientras hablaba Cristal, su relato absorbía toda mi atención, impidiendo pensar en los acontecimientos que desataron mi rabieta. Pero ahora que el silencio, salvo algún que otro quejido esporádico de las tortilleras, preside nuestra compañía, retornan vivos y con exacerbamiento los ultrajes inferidos por estas viciosas homosexuales.
Abstengo pensar en cual sea la causa que encrespa de tal modo, si son los celos, o el simple amor propio herido, tal vez el rechazo visceral a su proceder incestuoso; aunque bien pudiera ser, que obedezca al vilipendio que hacen de mi hombría, de la que prescinden en absoluto en sus constantes arrebatos lesbianos. Si bien, como digo, no sepa ni me interese la causa, si sufro los efectos, que se manifiestan diáfanos y exigentes.
No paro de pensar en la maldita obcecación que me trajo a esta malhadada aventura. Para justificar la osadía de mi escapatoria, forje en mi conciencia un cartapacio de agravios que esgrimí contra el comportamiento de mi mujer. Y convertí sus virtudes en vicios, tal vez, olvidando la afirmación que hace Gustavo Pittaluga en su 'Teoría biológica del vicio': 'que un vicio, tal como vulgarmente se entiende esta forma de actividad en la vida doméstica o social, se escapa, la mayoría de las veces, al criterio moral'. Y sobre la base de esos supuestos agravios me abrogué el derecho a disfrutar de una libertad de acción, que ahora la conciencia me recrimina con saña.
El arrepentimiento lacerado que me atosiga por esta imprudente escapada, hace destacar con carácter indeleble el cariño inmenso que siento por mi familia, y en especial la adoración que profeso a mi mujer. A tal punto abochorna mi ominoso proceder de estos dias, que quisiera borrarlos de mi mente como si nunca hubiese ocurrido, y despertar al lado de mi esposa.
El ritual bramido de Paquita, indicativo de que la cosa se ha consumado, me devuelve a la realidad presente. No intento mirar por el retrovisor por repeler la sola presencia de estas dos mujeres. Aun faltan algunos kilómetros para llegar a destino, porque al enfrascar en mis pensamientos inconscientemente he reducido la velocidad del vehículo.
Resulta imposible reanudar el ensueño, por impedirlo Cristal con el cuento de sus cachondas andanzas. Antes, tal vez entretenía, pero después de verla revolcarse con Paquita como perras salidas, solo oír su voz, aun omitiendo el contenido del relato, me causa grima y náuseas.
-El alboroto que se organizó en la habitación con nuestros excesos -vuelve Cristal a recrearse en sus obscenidades- alertó la curiosidad de Hilda y Marcel, que asomaron por la puerta de la terraza. Allí estaban, pasmados, con el horror pintado en sus semblantes. ¡Vernos desnudos y encastrados, no era para menos! En mis mejillas aun quedaba algún vestigio de las lágrimas vertidas por el dañoo de la desfloración, y prevaliéndose de esa circunstancia, Hilda acercó para brindarme su consuelo. Desde un principio mi intuición descubrió no era ese, precisamente, su fin primordial, sino el disputar a su hermano la hegemonía de mi cariño. Yo me dejé mimar, y hasta procuré contribuir con mis caricias a vencer su atemorizada y melindrosa actitud. Dany, entre tanto, se mantenía quieto, inmóvil, salvo la joya que encerraba en mi estuche, cuya presencia se hacía sentir con su pulsátil palpitación. Mi hermano, en el umbral, seguía pasmado con el aherrojamiento de quién está viendo visiones. Le llamé con el gesto de la mano. Tardó en decidirse, pero por fin se acercó. Desplazando un poco a Hilda, hice espacio para abrazarlo, y como en mi ánimo estaba cumplir mi designio, aproveché su vecindad para rozar con los pechos su carne nuda.
"Había obtenido el éxito anhelado: formar todos una piña. El contacto epidérmico de los cuatro, ponía en circulación torrentes de sangre que se precipitan en cataratas de encendida pasión. Yo procuraba, adoptando la más ingenua inocencia, pasar las manos por los sitios más idóneos para espolear sus apetitos. ¡Y a fe que lo logré! Los exabruptos de Marcel, que tanto afectaron el día anterior, quedaron aparcados en el rincón del olvido, borrados por el lúbrico deseo que evidenciaba el renacer de su linda cosita. Mis libertinas caricias, estimuladas por el éxito que pregonaba sus visibles resultados, se hicieron más directas y persuasivas. Extraje a Marcel y Hilda las únicas ropas que entorpecían el pleno contacto de los cuerpos. Y conducía con la mano, para su ensamblaje, las partes de éstos, que en variadas y alternativas posiciones, encajaban como piezas de un puzzle. Perdida la continencia, desembocamos en la orgía. La pasividad de Dany se trocó en delirio. Tenía los ojos cerrados, en completa abstracción. Sus manos y su boca buscaban a ciegas campo abonado donde explayarse. Para nada reparó en quién fuese el recipiendario de la caricia, si era su hermana, Marcel, o yo misma. Y, al parecer, este contacto labial o dactilar lo hacia inflamar, según acusaba la puya, cada vez más voluminosa y agresiva, clavada en mis tiernas carnes. Hilda y Marcel, tan remisos y pudorosos en un principio, se dejaron arrastrar por la vorágine, y sin ofrecer resistencia, más bien participando, coadyuvaron con todos sus medios al alcance, que no eran pocos y todos ellos bien definidos y estimulantes, a la consecución de la bacanal. Sería ocioso decir, que rotas las barreras, los varones no pretendiesen, y lo lograron, introducirse por todas las brechas esparcidas por nuestra anatomía. También sería absurdo negar que la intromisión, en determinados sitios, resultó dolorosa. Como tampoco sería justo omitir, que el daño fue asaz pasajero, mientras que el placer dispensado alcanzó cuotas insospechadas.
"Aquella tarde, tanto para Hilda como para mí, resultó memorable. Las dos perdimos la virginidad de los reductos anterior y posterior. Aprendimos que en cada hombre es distinto el sabor de la substancia espermática. Supimos de la delicadeza y suavidad de la piel que cubre las partes más exquisitas del varón. Pudimos juzgar del grado de contención que aguanta cada uno: mientras Marcel no tardaba para licuar ni el tiempo de decir amén, Dany resistía eyacular lo suficiente para fundirse con nosotras en el clímax, que de este modo resultaba mucho más gratificante y satisfactorio. Y no dejó de ser estimulante la experiencia del número de veces que ellos y nosotras alcanzamos el orgasmo, que, de ponerlo en competición, hubiéramos vencido de forma harto aplastante.
"Así, queridos amigos, acabó aquella tarde inolvidable.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1763
  • Fecha: 21-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.66
  • Votos: 80
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2673
  • Valoración:
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