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Paquita (43)

-Quería descubrir lo que en mi mano experimentaba mutación tan palpable -prosigue Cristal-. Le desabrocho el pantalón y le bajo todo la ropa hasta dejar al descubierto el ansiado objeto de mi deseo. Ceñí a lo vivo esa 'vergue' excitada, y con ilusión insospechada me afano en examinarla y en ofrecerle mis más tiernas caricias. A su vista, y más aún con el contacto tan sutil, tan tierno y delicado, se despiertan en mí aquellas exquisitas sensaciones que momentos antes hicieron derretir en los brazos de Hilda. Me embelesa hasta el disloque tomar la 'grosse et longue bite de mon fréere', que en aquél momentos ya no me discute el goce de su plena y omnímoda posesión para mi disfrute. Tal vez movida por el placer que experimenté con Hilda, mi instinto incitó a 'lecher' este caramelo, que, por lo que se hinchaba dentro de mi boca, percibía la amenaza de una explosión inminente. Los quejidos que exhalaba Marcel ya no me sorprendieron, pues eran parejos a los de mamá, de papá, de Hilda y a los míos propios, cuando éramos presa de ese monstruo de fuego y pasión, capaz de elaborar, en el crisol donde funde el placer, el elixir que depara el goce más entrañable al tiempo que enervante. Mi sorpresa no tuvo limites cuando se abrió la espita del canuto que chupaba, y un líquido calentito y viscoso empezó a salir a borbotones hasta llenar el recipiente de mi boca, al punto de atragantarme, lo que hizo que tosiera con fuerza. Mi hermano dejó de gemir, pero rodó sobre la cama como un muñeco desarticulado. En cuanto se recuperó, en lugar de agradecer el placer que le había proporcionado, se mostró hecho un energúmeno. Y violento y amenazador, con voz destemplada, me injuria: "-¡Eres una guarra y una puta! ¡En tu vida vuelvas a hacerme esto! ¡Te juro, qué si lo intentas otra vez, se lo diré todo a papá para que te castigue!" Y salió corriendo, dejándome pesarosa y avergonzada, sin que pudiera adivinar cual podía ser la causa de su arrebato, si por las trazas, y mi boca podía dar plena constancia de ello, había gozado tan plenamente. A pesar de que Marcel era menor que yo, su actitud desaforada me acoquinó."
El recuerdo, por lo visto, le hace discurrir de nuevo sobre el arbitrario proceder de su hermano, y debe hallar solución a la perplejidad que le plantea, o bien decide no ahondar en el problema, porque vuelve a la narración.
-El ataque de tos -sigue infatigable- por lo visto inquietó a papá, que acude a mi cuidado vestido sólo con el pantalón corto del pijama. Me encuentra en cuclillas sobre el suelo, el vestido remangado hasta la cintura y una mano perdida en ese lugar recoleto que os podéis imaginar. Vi su mirada abarcar el conjunto, y no obstante descubrirme en tan obscena postura, no acusó repudio, enfado o cualquier síntoma de reproche. En un santiamén me incorporé y corrí, como siempre hago, a darle el beso de salutación. Siguiendo la inveterada costumbre familiar, crucé los brazos al derredor de su cuello e imprimo un beso en la punta de su nariz, mientras él aúpa entre sus brazos y, aunque no es mi padre natural, besó en cada mejilla con paternal ternura. Sin embargo, el espectáculo de antes donde él actuaba de actor, me jugó la aviesa jugarreta de que al rozar el pubis con su bajo vientre, percibiera el calibre de aquella pieza que hacía tan poco acababa de ver introducir, hasta desaparecer por completo, en la carne de mamá. Y la sensación que el roce de estas partes me producía era tan subyugador, que eliminó cualquier vestigio de cordura o pudor e hizo olvidara el respeto filial que le debía. Dominada por el impulso irresistible de remedar a mi madre, me arrimé cuanto pude a esa lanza para sentir su pujanza en mi carne tierna y delicada, que anhelosa se ofrecía al dulce suplicio de ser horadada, sin que por su parte prestara ninguna atención a mis deseos.
"¿Lo adivinó mi padre? ¿Se percató de mis lúbricos pensamientos? Le observo con no poco temor, pero nada de particular descubrí en su semblante. Seguía abrazando con la paternal y juguetona sonrisa de siempre. ¿Pero, por qué, si en nada le afectaban mis excesos, la barra que destaca en medio de nuestros regazos, crecía cada vez más gruesa y potente? ¿Por qué su contacto emitía vibraciones estimulantes, que incitaban a un movimiento lascivo y acompasado de las caderas? De mi discernimiento desapareció todo atisbo de pudor y continencia. Sólo me movía el deseo febril de alcanzar el goce que presentía. Mi padre, sonriente y con el cariño de siempre, pareció aceptar mis arrebatos como si de un juego infantil y sin malicia se tratase. Pero yo, con la mente exacerbada por los deseos que me atenacean, me sentí lisonjeramente emocionada en cuanto me apercibí de que papá, que después del beso solía soltarme de inmediato, me retenía estrechamente abrazada, y mi maliciosa intuición infantil me advirtió que nuestros cuerpos, tan pegados, lo estaban, precisamente, por los puntos que para calmar sus ardores han de contactar de modo eficaz, profundo y decisivo. Irreprimibles deseos de hincar los dientes sobre el terso cuello en que posaba mi boca, y el grito que pugna por salir de la garganta y logré contener con gran esfuerzo, después de las experiencias vividas esa tarde me advirtieron de la inminencia del espasmo, que se manifestó voluptuoso, al tiempo que me apretujaba con ímpetu al cuerpo que abracé con la unción que el naufrago se sujeta a la tabla salvadora. Papá me sostuvo solicito, y en el brumoso marasmo en que quedé sumida pude escuchar su voz alarmada que interroga: "-Hijita, ¿te ocurre algo?", en tanto aflojó el paternal abrazo para descubrir en mis ojos la causa de este desvanecimiento. "¡Nada, papá!", le respondí, esforzándome en equilibrar el tono de la voz a su estado normal. "¿No estarás resfriada? Vine a verte por que te oí toser", y para constatar mi estado de salud puso su mano sobre mi frente para advertir la temperatura. "¡Estoy estupenda!", le aseguré, ya recobrada del soponcio, con el mejor de los semblante. "Me atraganté y por eso tosí", le informé, pero guardándome muy mucho de revelar la causa que hizo atorar. "Bueno, siendo así te dejo" Y antes de irse, me dio un beso cariñoso en cada mejilla.
"Recuerdo, que estos besos llenaron mi alma de una felicidad que antes no había vislumbrado ni en sueños. Ya no eran lo mismo que antes, mi piel había sentido la pulpa ardorosa de sus labios, y al igual que el terrón de azúcar absorbe por capilaridad así, también, sentí esparcir por todo mi cuerpo ondas de voluptuosidad que despiertan en mí subconsciente inconfesables y ominosos deseo. ¡Qué distintos, los ósculos amorfos y rituales, de ese par de besos que seducen hasta encalabrinar mi alma! No es que papá me besara de forma distinta, fueron mis sentidos exacerbados y ultra sensibles, imbuidos como estaban de concupiscente anhelo, los que captan nuevas sensaciones cargadas de sensualidad.
"Antes de que papá se retirase, no resistí la tentación de mirar hacia el sitio que absorbía mis apetencias, y quedé alucinada ante la magnitud del bulto que destacaba en el pantalón del pijama. Contra todo sentimiento de respeto y decencia me acució la codicia de disfrutar, para mi exclusivo goce y solaz, del palo trinquete que mantenía erguido el velamen que lo cubría.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1751
  • Fecha: 19-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.74
  • Votos: 62
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5524
  • Valoración:
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