Apenas veinte pasos antes de llegar, oigo la voz crispada de la francesa, que arisca me increpa:
-¿De donde vienes? ¡Hace casi dos horas te buscamos por todas partes! -exagera el tiempo real transcurrido-. ¡Acaso olvidas que hoy tengo servicio!
Los galanes, ambos jóvenes y no mal parecidos, me observan expectantes. Pero nadie se ha movido para corregir la postura en que están abrazados. Ante el desparpajo de que hacen gala mis fementidas amantes, de nuevo siento ganas de irme, dejándolas abandonadas a su suerte. Recapacito que este comportamiento es asaz ridículo si como mentalmente pienso somos amigos y nada más que amigos. Seguir ese impulso, que no es más que una 'hombrada', representaría que no soy capaz de acallar el aguijonamiento del amor propio herido. Antes de contestar procuro, no sin hacer un grandioso esfuerzo, contener la rabia que me corroe.
-¡No parece os haya ido tan mal esta demora! ¡En lugar de recriminar, deberíais agradecer la propicia ocasión que mi ausencia os ha proporcionado para engrosar el número de vuestros amantes!. -Y al pronunciar amantes lo hago con reconcomio por la inquina que me atosiga.
El tono desabrido, que a pesar de todos mis esfuerzos no soy capaz de paliar, las despierta de su ensueño y hace que reaccionen. Al parecer, deben percatarse de su insolencia, porque de inmediato y no sin cierta violencia, tal vez provocada por la premura, se zafan de los brazos de sus amantes de turno, y con presteza alzan de la arena.
-¡Bueno, vamos! -requiere impaciente Cristal, una vez en pie, y sin que muestre excesiva afección a los jóvenes, se despide:- ¡Addio! ¡Au revoir!
También Paquita pone en pie y empieza a andar en dirección al coche. Se la nota nerviosa y avergonzada, y tal vez por eso olvida despedirse. Su expresión de pesar para nada influye en mi ánimo inflamado por el desencanto. Me conozco, y sé que por mucho que haga para encubrir su torpe comportamiento, nada podrá desvirtuar el mal concepto que su proceder ligero y casquivano me inspira. El pretendido arrepentimiento que cabe inferir de su contrito talante me mueve, no a compasión, sino a que la juzgue de forma harto negativo, hasta con mayor severidad si cabe, porque ha desbaratado la imagen que de ella forjé, ha quebrantado el respeto que me debe por ser mi invitada y, lo que más me duele y decepciona, ha desquiciado la ilusión de un amor, que si no deseado, no dejaba de complacer y envanecer a mi ego. A tal extremo cala este sentimiento de desilusión y de repudio, que sin ambages la conceptúo de mujer fácil y lúbrica, que demuestra no tener voluntad para resistir el asecho del vicio. En definitiva, ¡una putita! Con la otra no hay sorpresa, al intuir desde que la conocí que pertenece con pleno derecho al espécimen de mujer baqueteada en el uso desenfrenado del sexo, o sea, ¡un putarro de tomo y lomo! A paso ligero, con la cerviz enhiesta y la mirada distante, que sintoniza con persona se siente ofendida, accedo al vehículo y apresto a partir. Picándome los talones llegan las dos amigas, y puede ser por el bochorno de su inicuo comportamiento, que deciden ocupar el asiento trasero. Paquita no abierto boca para nada, ni tan siquiera lo hizo para despedirse de su acaramelado 'caro amico'
-¡Estás enfadado! - afirma categórica Cristal con voz melosa.
-En absoluto, ¿por qué iba a estarlo? -replico con frialdad.
-¡Ves, estás enfadado! ¡El tono de tu voz lo prueba! -se ratifica firmemente convencida.- Y no tienes motivos. Al fin y al cabo el encuentro con esos italianos ha sido casual. Al vernos desesperadas, cuando andábamos buscándote, se ofrecieron amables para ayudarnos. ¡Eso es todo! La culpa, en definitiva, es tuya, por dejarnos de lado tan desabridamente. ¡No puedes imaginar la angustia que pasamos al no encontrarte e ignorar si te había ocurrido algo! -se queja con voz lastimosa.
Deja pasmado la desfachatez de esta 'salope gamine'. Si eso era todo, ¿qué no habría pasado, los cuatro solos sin testigos? El concienzudo magreo a que se entregaban mutuamente, que percibí al encontrarlos, no deja lugar a dudas sobre el resultado final.
-¡Está bien! -corto tajante.- ¡Os creo y me reconozco culpable! Y, de una vez por todas, dejemos ya de hablar de este tema.
Aunque mi dignidad se resiste aceptarlo, no dejo de arrostrar la rabia por el fracaso de mi ególatra presunción al alardear de tenerlas en el pote, cuando su imperdonable proceder evidencia todo lo contrario. Hago lo indecible para arrumbar los celos que me corroen, y a tal efecto fuerzo la voluntad para cuanto antes olvidar este ignominioso incidente.
Voluble como siempre, la francesa ofrece:
-Si queréis, os sigo contando mi vida en Etampes.
-De acuerdo -accede lánguida Paquita, cuya voz suena por primera vez desde el encuentro, mientras yo callo encerrado en mi enfurruñamiento.
Sin que Cristal se dé por enterada de mi desdeñoso silencio, apresura a retomar la narración. Colijo que el ofrecimiento y la premura en comenzar es en desagravio de la ofensa que me infirió al pedírselo esta tarde, con su violenta negativa a contarlo.
(Continuará)