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Paquita (39)

TARDE DEL TERCER DIA
- 47-
Situado entre Paquita y Cristal caminamos cogidos por la cintura. Los vapores de la digestión y el calor que emana de sus cuerpos sólo cubiertos por liviano pantalón, logran impregnar mi ser de lánguida sensualidad. El subconsciente en brumas aporta quimérico remedo del presente, en que también caminaba abrazado a dos muchachas.
Por más que lo intento, no atino a dar con quién, cuando y donde ocurrió. Tal vez el Chardonnay tenga culpa de esta sensación de estar flotando en un mundo ilusorio y, por tal causa, seductivamente atractivo. Para cerciorarme de que sigo en el presente, a las dos beso en la mejilla. ¡Nada! También estos besos son trasunto de otros que me involucran con una realidad remota ya vivida. Esfuerzo la mente hasta recobrar la memoria. ¡Por fin...! Como el destello del relámpago, así en el recuerdo se evoca la isla de Menorca y, por concatenación de ideas, aquellas dos mahonesas, Consuelo y Amelia, púberes e ingenuas, en los aledaños de alcanzar la menarquía, ansiosas de descubrir los ignotos paraísos de la sexualidad, que en un luminoso dos de junio, en la entonces bucólica y acogedora soledad de Cala Mezquida, nos entregamos al enervante y dulce deleite de las caricias compartidas. Nostálgica melancolía concita a la mente a rememorar tan felices momentos. Cada beso, cada caricia, descubría el paraíso presentido, que metafísicamente adquiere significado y realidad en la mágica simbiosis de sentidos que despiertan, con la sensación anímica que aflora a su influjo, y donde el amor se manifiesta en su excelsa pureza. El más leve y simple contacto corporal eleva nuestro espíritu al pleno éxtasis. ¡Lo más trascendente, lo que adquirió suma relevancia en ese nostálgico encuentro, fue que los tres, sin exclusividad, fisura o egoísmos disolventes, con nuestra virginal entrega gozamos al unísono del más puro arrobamiento!
Ese álgido instante de mi existencia, me deparó saborear, tal vez por única vez, pues no recuerdo otra, el néctar inmarcesible del amor, cuando éste es verdadero y sin mácula; al tiempo que tuve noción de que el ser humano se halla capacitado para asumir amor múltiple, es decir, que tanto el hombre como la mujer pueden perfectamente sentirse enamorados de modo simultáneo de más de una persona. Hago mío el axioma de Biambattista Vico: 'verum imsum factum', la verdad coincide con la experiencia. La moral de nuestro país, inspirada en la doctrina cristiana, exige la monogamia; los mahometanos, de acuerdo con su religión, son polígamos; en abruptas regiones del Himalaya, la mujer comparte el tálamo con varios hermanos. La naturaleza humana, con el ególatra designio de perpetuación, se vale del patético incentivo del sexo, a base de dotarlo de un placer rutilante y sugestivo, que fomenta deseos irreprimibles. Precisamente, por esta ansia incontrolado, el ser racional, como tal, está abocado a dictar exotérico compendio de lo que es moral, casto, puro, permitido, aconsejable, dañino, vituperable, ultrajante, vedado, desechable..., con cuyos elementos forma un cuerpo de doctrina que denomina ética. Si la memoria no me falla, la definición de ética que aprendí en mi época de bachiller en el texto del catedrático Feliciano González Ruiz, decía así: 'Ética, es la ciencia que ordena el buen gobierno de la conducta humana, y a que el hombre pueda conseguir mediante el recto uso de su libre albedrío, el fin último a que aspira, y para el cual ha sido criado, a saber, la posesión del Bien Sumo". No cabe duda que esa definición, inspirada en la moral cristiana, en nada coincide con la hedonista y utilitaria, la del imperativo categórico, etc. pues en casi todas ellas resulta diferente el fin último propuesto. Eso nos lleva a determinar que la ética, y así se deduce de su acepción etimológica 'ethos', que en griego significa costumbre, es una voz unívoca que según sea el lugar, época o cultura agrupa el distinto modo inmediato de determinar cual sea la bondad de las acciones libres, siempre cambiable. En España, antes de mil novecientos setenta y tres, la mujer casada que yacía con varón que no era su marido, y el que yacía con ella, sabiendo que era casada, cometían delito de adulterio, castigado con pena que oscilaba, según los casos, entre los seis meses y un día a seis años de prisión. A contar de ese año, fornicar con casada, aun sabiendo que lo es, puede constituir una aventura amorosa, pero no entraña para ninguno de los dos el riesgo de acabar con sus huesos en la lobreguez de una celda carcelaria; todo lo más, servirá al cónyuge ultrajado, si de ello cobra conciencia, de invocación como causa de separación o de divorcio.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1740
  • Fecha: 19-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.52
  • Votos: 58
  • Envios: 0
  • Lecturas: 5370
  • Valoración:
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