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Paquita (30)

MADRUGADA DEL TERCER DIA

- 40 -

Para que Paquita dispusiera de tiempo suficiente para contar su iniciación sexual hemos alargado la ruta por la Gare St. Charles, les Allées Leon Gambetta, hasta desembocar en la Canebiére, a encontrar el hotel.
Al recalar en el Bristol mi amiga va directa al ascensor, en donde aguarda mientras yo recojo en conserjería la llave de la habitación.
El periplo ha sido tal vez excesivo, más de tres horas caminando sin cesar, y la fatiga se evidencia en la postración y abandono que denuncia nuestros actitud.
Con el rabillo del ojo observo a mi compañera, y descubro ha perdido prestancia. No afirmaré que la veo fea, pero honradamente debo admitir merma su gracia y atractivo. Contra todo pronóstico, pues no existe justificación para ello, noto un atisbo
de rechazo a su persona, que interiormente me hace exclamar: ¡qué puñetas estoy haciendo aquí!¿Acaso este repudio obedece al desengaño de saber que ya no es la azucena casta y pura que hacía presentir su dulce candor? No lo sé. Pero de lo que sí estoy seguro es de que el obsceno relato tan minuciosamente recreado en sus detalles, ¡qué duda cabe ha herido fibras sensibles de mis convicciones, en lo tocante a lo que deben ser los afectos fraternos! Mediante invocar mi talante liberal intento abroquelar esta repugnancia. ¡Pero superarlo me resulta difícil, por no decir imposible.¡Escapa a mis esfuerzos de comprensión admitir, y aún disculpar, ese contubernio lascivo entre seres paridos de una misma madre!
En la habitación, cada uno por su lado, procede de inmediato a desvestir y, ya desnudos, entramos juntos en el cuarto de baño. Ninguno de los dos se manifiesta inhibido y actuamos con absoluta libertad y confianza. Ella se alivia en la bañera mientras acciona los grifos de la ducha y yo lo hago en la taza del water.
Su voz suena dolorosa y lánguida, al preguntar:
-¿Qué te ocurre?
-Que yo sepa nada, - contesto sorprendido.- ¿Qué te hace pensar que me pase algo? -interrogo curioso.
-En toda la noche apenas has abierto la boca -hace una pausa- Además, cuando estabas en conserjería, ponías cara de desagrado, como si mi presencia te importunase... ¡Me ha dolido mucho! -se queja con un mohín de tristeza.
Voy hacia la bañera e introduzco a su lado. La abrazo, y el chorro de agua fría que estimula nuestra circulación sanguínea, al propio tiempo despabila los sentidos y agudiza la inteligencia.
-Eres excesivamente suspicaz, Paquita. Te aseguro, que si acaso miré, no te vi -miento-. En los momentos a que te refieres, mi mente vagaba a cientos de kilómetros de aquí; pensaba en lo desagradable que resulta volver a casa, cuando detrás se dejan tan agradables momentos.
Al pasarle la cabeza y estar arrebujada en mi pecho, no puedo vislumbrar en su mirada la credibilidad que concede a mi exculpación. A fin de ahuyentar suspicacia que pudiera enturbiar nuestra buena amistad, masajeo su espalda y hago cosquillas en los lugares cruciales. El efecto es inmediato: su cristalina risa se expande por la habitación, y con manifiesto alborozo procura zafarse del cosquilleo, para lo que juguetona me lanza cachetadas de agua contra el rostro. Nos comportamos como niños enzarzados en pelea. Pero las armas de que nos valemos para esta contienda son arrumacos y caricias. El agua salpica por doquier. Al salir de la ducha lo hacemos sobre una superficie resbaladiza a causa del líquido desparramado por el suelo. Con una toalla procuramos recoger lo más posible. Me valgo de otra toalla de baño para secar y friccionar la satinada piel de mi encantadora amiga. Concentro toda la atención en el divertimento que supone seguir cuidadosamente las curvas esplendorosas, planicies de perfiles suavemente ondulados, protuberancias insinuantes, ocultos rincones de tacto sedeño, extremidades duras y consistentes. Y todo este hermoso dechado, que por ventura ha recobrado su peculiar prestancia, está conexionado por elásticas articulaciones, que dóciles admiten la dinámica de cuantos movimientos, posturas, flexiones, poses y gestos requiere su secado.
Y mi mano, como la pulga cantada por Diego Hurtado de Mendoza, "entraba en parte do pensallo muero", y la bella se deja hacer, voluptuosa y entregada Y no obstante su actitud oferente, ¡mi masculinidad no reacciona! Ese adalid del que normalmente me siento tan orgulloso, ahora está canijo, enteco y desmirriado, y, avergonzado, se repliega y esconde como rabo entre piernas. Solo el recuerdo de lo leído en "El Amante de Lady Chatterley, de David Herbert Lawrence, al hacer mención al sexo desfalleciente de Mellors cuando se escurre del 'cuerpo dulcemente abierto' de su amante, me consuelo de este ignominioso fracaso: "Y ahora solamente, comprendió la pequeñez del pene, su delicadeza, su reticencia de botón; y un breve grito de asombro y de dolor se le escapó todavía; el grito de su corazón de mujer maravillada por la delicada fragilidad de eso que era el poder". Y si este descubrimiento hizo gemir a la adultera Lady: "¡Qué hermoso! ¡Qué hermoso!", ¿acaso no puede suscitar el mismo grado de admiración en mi dulce amiga, si es que le presta atención a ese parvo colgante que pende entre piernas, y que constituye 'el poder'? Como quién no se consuela es porque no quiere, opto por acogerme a este canto de loa dedicado a lo exiguo, y después de dar un casto beso a Paquita, refugio en mi cama.
Esta noche callo, por temor a no poder explicar lo inexplicable. Menos mal que ella se pliega a mi silencio, y nada dice.
Ya desinhibida de sus pudores, ella, al igual que yo, se acuesta desnuda sobre su cama.
Morfeo, diligente, debe estar al acecho: no bien adopto la posición horizontal quedo transido y en escasos minutos pierdo conciencia del entorno.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1637
  • Fecha: 10-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.16
  • Votos: 97
  • Envios: 0
  • Lecturas: 11370
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