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PAQUITA (29)

Mi amiga calla. Su silencio manumite el intelecto, que se pone a navegar por un mundo de dispares sentimientos. No sé, en realidad, a que carta quedarme. ¿Dejó de ser Paquita la flor inmaculada que hace concebir su encantador y dulce talante? ¿Acaso fue víctima propiciatoria de un ambiente de amoralidad infantil, en el que no hubo freno, cortapisa, o disciplina que encauzara su formación por el camino de la virtud? ¿Fue, tal vez, fruto desatendido y frustrado por abandono de sus inconscientes progenitores, más predispuestos a satisfacer su egoísmo de medro, que a velar por el correcto desarrollo espiritual y moral de los hijos?
-Para nosotras dos -interrumpe Paquita mi divagación- fue muy vejatorio y triste descubrir que todo lo que ocurrió aquella tarde, lo preparó mi hermano para seducir a Ricardo a que se aviniera a formar la sociedad que pretendía. ¡Es como si nos hubiera vendido! Y aunque yo era una neófita en cuestiones de amor, no dejaba de albergar la sospecha de que "mi hombre" no experimentaba por mí ni sombra del amor que yo le profesaba, pues de otro modo no hubiese permitido que otro hombre me poseyera. Y esta convicción me hacía sufrir de una manera cruel, pues me sentí una amante abandonada.
"La sospecha de la encerrona de que fuimos objeto surgió al comentar, entre nosotras dos, que el amigo no se habría comportado como lo hizo si antes los dos no lo hubiesen planeado y el modo de que se valió Ricardo para evitar el riesgo de embarazo, igual al que usaba normalmente mi hermano, que acabó de convencernos de que ambos se habían conchabado para actuar de esa manera.
"A Ricardo, tú lo conoces, es el marido de mi hermana. Mejor que nadie sabes del catastrófico final que ha tenido la sociedad que por fin acabaron fundando, y el descalabro que su negocio ha supuesto para todo la familia, que casi nos arruina.
Hace una pausa, sin duda cerebralmente involucra con la participación que yo tuve en parte de los hechos a que se refiere.
-Al ir con tía Gertrudis -sigue explicando- cambió radicalmente mi modo de vida y hasta mi forma de ser. ¡Se acabaron aquellas fantasías desquiciadas e imprudentes de niña frívola e irreflexiva! La atmósfera de moral cristiana que se respira en el hogar de mi tía, hizo que comprendiera la vileza de todos aquellos extremos a que nos entregábamos los hermanos, y asaltaron acerbos y dolorosos remordimientos por lo que en ello existió de denigrante y vergonzoso. Al punto, que caí en una postración que requirió la intervención médica, de la que, gracias a Dios, tras largo proceso curativo, repuse tanto en lo físico como en lo moral.
"Hasta que me casé, estuve en la casa de tía Gertrudis. Con mis hermanos siempre hubo constante y cariñoso trato y nunca más volvimos a las andadas, ni tan siquiera a hacer mención de aquellos abyectos excesos.
"Con Ricardo existe una buena amistad, sin que él ni nadie haya hecho jamás la más leve alusión a lo que ocurrió aquella tarde en que tomó mi virginidad. Es detalle que sinceramente agradezco a mi cuñado, ya que, de otro modo, la suspicacia y desconfianza habría frenado el trato familiar al pasar a ser el marido de mi hermana.
"¿Comprendes, ahora, el gran esfuerzo que tengo que hacer para contar esa parte bochornosa de mi vida? De no ser por tu machacona insistencia y la confianza que me inspiras, puedes estar seguro que no lo habría contado. ¡Eres el único ser del mundo que puede vanagloriarse de conocer por mi boca este escabroso retazo de mi turbia adolescencia!
Mi amiga se encierra en un mutismo que hace vislumbrar el final de la historia de esta caterva de atrocidades que jalonan su niñez.
Intento inhibirme de enconados sentimientos que pululan en mi mente, sin lograrlo. Mi dual conciencia, de un parte rechaza de plano las impudicias incestuosas que acabo de oír, mientras otra parte de mis sentidos llegan a regodearse hasta la exaltación con el sicalíptico contubernio fraterno que con tal cúmulo de detalles y de modo tan sincero acaba de escuchar.
En silencio nos encaminamos al hotel.
Sigo enfrascado en estos pensamientos que me conturban. Imbuyo de la idea de que en el pecado llevo la penitencia. Pues de no haber sido tan curioso, ahora no estaría padeciendo este repudio de la conciencia por actos incestuosos que acremente repudio y que me producen aversión. ¡Qué duda cabe, de ignorarlo, que la compañía de Paquita resultaría más grata!--
Aunque, tal vez... ¿quién sabe sí menos excitante?
/Continuará)

























































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Datos del Relato
  • Autor: Anfeto
  • Código: 1453
  • Fecha: 20-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.09
  • Votos: 92
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2390
  • Valoración:
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