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PAQUITA (28)

- 38 -

Camina con la cabeza baja, descansando todo su peso sobre mi costado. Su tono de voz, que sonó natural durante casi todo su largo parlamento, en estos momentos finales ha ido decreciendo paulatinamente hasta resultar casi inaudible. La forma en que se abandona sobre mi persona me hace sospechar que se identifica de tal forma con el recuerdo, que siente ahora mismo en sus carnes los mismos estímulos sexuales que tan prolijamente narra.
La facundia de mi amiga me sorprende. La tuve por mujer callada y acendrada oyente, y se ha revelado una charlista fecunda. Admiro el lirismo de sus expresiones: lo abrupto de sus experiencias queda difuminado dentro del cuidado y fluido léxico que usa. Me subyuga oírla hablar. Es un don inapreciable, que pocas personas disfrutan, de saber con el sólo vehículo de la palabra transmitir emociones, sensaciones, estados de ánimo tan a lo vivo, que al oyente le hacen sentir protagonista activo.
A tal punto ha calado dentro de mí cuanto le aconteció a Paquita con sus hermanos, que algo erguido, enhiesto como un poste, pugna por escapar de su encierro. Se lo digo a mi amiga, y al dirigir esta su mirada al punto que le induce su curiosidad, suelta una jocunda y alegre carcajada, que tiene la virtud de romper la solemnidad que preside nuestro trato en este dilatado paseo.
La risa ha desfondado a ese erecto caballero.
Nuestra espontánea alegría se traduce en dulces besos, abrazos retozones, juguetonas carreras, toda un gama de infantiles arrebatos, que nos convierte en niños alocados entregados al delicioso juego de la inocencia.
Retorna a nuestro espíritu la serena majestad del silencio. Volvemos al sosegado caminar de paseo.
La dulce voz de Paquita anuncia la continuación de su despertar amoroso.

- 39 -

-He prometido ser sincera contigo y no omitir nada, por escabroso que sea, de lo que me aconteció con el despertar de mis sentidos, y quiero cumplir mi promesa.
"Durante aquellos tres meses hasta que vine a Barcelona, todas las tardes no hicimos otra cosa que lanzarnos a la vorágine del placer erótico.
"Mi hermano salía entonces con un amigo mayor que él, por lo menos le llevaba tres años, con el que pretendía montar un negocio. Se llamaba Ricardo y era un chico alto, espigado, muy guapo, por el que tanto mi hermana como yo sentía cierta predilección. Una de aquellas tardes lo trajo a casa. Nosotras, por la tarde, adoptamos la costumbre de andar por casa con sólo una bata, sin nada debajo. Mi hermano hace que Ricardo ocupe en el sofá el sitio en el que habitualmente se sienta él, es decir, entre nosotras dos, y él se acomoda en el suelo sobre un cojín a los pies de mi hermana.
"Ricardo es muy simpático y además de explicarnos chistes verdes, que hacen nos acose una jocosidad desternillante, obtiene que todos participemos de la conversación. Con gran habilidad, usando frases de doble sentido, o quitando importancia a subidas expresiones, nos hace entrar en el terreno de las confidencias. Ninguno nos resistimos a contar nuestras últimas experiencias y mi hermano, tal vez para sentirse más hombre de lo que es, perdiendo toda compostura y recato, ilustra alguna de sus confidencias separando los faldones de la bata de mi hermana y poniendo al descubierto sus partes más íntimas. Mi bisoñería e ignorancia, hace pierda conciencia de lo impropio de ese comportamiento, y hasta sin que descubra mala intención permito a Ricardo manosear debajo de la bata.
"A una como otra nos besan a su capricho, y nadie opone reparo, ellos o nosotras, a mostrar las partes que son requeridas, para saber de su tamaño, consistencia o belleza y hasta para parangonar las unas con las otras, de lo que ellos se erigen en jueces, que para juzgar con equidad pellizcan, tocan, palpan, sopesan, pinzan, introducen, se adueñan, profundizan, y, cuando les parece conveniente, acarician insistentes, para despertar sensaciones con las que graduar el mayor o menor grado de feminidad de cada una y el estado de preparación para un debido comportamiento amoroso.
"Llega un momento en que Ricardo polariza exclusivamente su atención en mi hermana, la cual también es abordada por mi hermano, que se entretiene en acariciar y besar cuanto está por debajo de la cintura, que es a donde mejor alcanza desde su sitio, sentado a sus pies.
"A mí me tienen olvidada, y visto el cariz que adquieren los acontecimientos, distraigo este abandono tocando mis partes íntimas, que desde hace rato se hallan, como las de los demás, en la más genuina exhibición.
"Al verme así dispuesta, Ricardo se desentiende de la otra, y vuelto hacia mí adueña de mi persona obligándome a cabalgar sobre sus piernas. Intenta por todos los medios introducir su cosa en mi cuerpo. A pesar de todas las facilidades que yo le brindo, el reducto es tan minúsculo y estrecho, que fracasa de modo denigrante. Desdeñoso me descabalga y devuelve a mi puesto. Yo, compungida y avergonzada de esta frustración que hiere mi sensibilidad de hembra, veo como apodera de mi hermana y sin obstáculos la penetra. Al poco separa de ella, quién, como acostumbra hacer con mi hermano, le ofrece la grupa. Y así unidos y sin que nuestra presencia les cause detrimento, se lanzan a la consumación de este coito pederasta.
"¡Lo que luego sucedió, me aterra sólo pensarlo! -La voz de Paquita surge opaca, y un rictus de asco y vergüenza ensombrece su bello rostro-. Aquél bruto coge la cabeza de mi hermano y lanza contra su boca al pringado venablo que acaba de retirar de la entraña de la sodomita. Cuando veo que "mi hombre" no opone la más mínima resistencia y hasta parece solazarse en la afrenta que le hace su amigo, no puedo resistirlo. Mi estómago se revuelve con tan incontinentes y fuertes arcadas, que vomito sobre el suelo de la habitación.
"Compungida y apiadada, mi hermana acompaña al cuarto de baño, donde diligente coadyuva a que desaparezca todo vestigio de la basca. Con cariñosas palabras de comprensión y disculpa para aquellos profanadores del amor, reconforta hasta obtener que recobre la quietud del espíritu y me serene.
"Al volver a la sala, encontramos a los dos en la postura con que los canes sacian su instinto. 'Mi hombre" ocupa la posición del perro y Ricardo la de la perra.
"Debo reconocer, en justicia, que este nuevo estado de cosas, a pesar de su osadía, no me produce la violencia que sentí antes, y cuando Ricardo, que no cabe duda ejerce gran dominio sobre todos nosotros, pide me acerque, no opongo resistencia, y tampoco lo hago en el momento de bascular sobre la mesa donde me tiende con las piernas separadas. En esta posición, Ricardo reclama la asistencia de mi hermana para que contribuya con sus caricias a preparar el terreno para la acción que pretende, a lo cual ella se pliega sumisa, y con delicada disposición acomete la dulce labor de lubrificar partes que adivina, como a mí ocurre, que van a ser mancilladas.
"En esos momentos, me veo impelida a un desenfreno sin mesura, donde sentimientos rayanos a la impudicia se mezclan con los deseos morbosos de agradar y complacer a los seres de los que amorosamente me siento cautiva.
"Al intentar, Ricardo, violentar mi virginidad, fracasa rotundamente; a pesar de prestarle, como antes, mi más decidida cooperación. No pasa de la zona vestibular, y la fuerte presión que ejerce hace me acometa un dolor que acrecienta por momentos. Los besos en la boca y las caricias que en los pechos prodiga mi hermana, sin lograr ahuyentar el dolor, fomentan un deseo incontrolado de probar lo que de un tiempo a esta parte se ha convertido en mi mayor anhelo y con machacona reiteración le pido a 'mi hombre' lo consume, sin lograr me complazca.
"Sin duda, espoleado por los machetazos que "mi hombre" hiende en la entraña de Ricardo, éste pierde todo control y, con terrible embestida, abalanza sobre las partes codiciadas, hasta conseguir con fuerte golpe sajar el himen que hasta ese momento acreditaba la virginidad.
"¡Un desgarrador grito precede al desmayo!
"Al recobrar el conocimiento, probablemente por la sangre que mana cálida de la herida y que lubrifica el contacto, no noto daño, apenas tenues molestias, y acomodo orgullosa al ritmo que imprime el galán, hasta que percibo crece aquél fuego abrasador, igualito al que quemó en brazos de mi hermano al ocupar mi posterior, y que otra vez adueña de mí con tal virulencia que rompo en sincopados espasmos.
"Apenas sin reponerme, los brazos de mi amante me fuerzan a volver de espaldas, e incontinente horada esa roseta minúscula por donde antes entrara "mi hombre" y, sin transición, un caudaloso torrente riega sus paredes que facilita el abominable allanamiento del recinto profanado.
"Así fue como perdí mi virginidad. Y si quieres te sea sincera, en aquellos momentos sentí una alegría y satisfacción tan inmensa, que me creí la mujer más afortunada de la tierra, pues, en mi ingenua candidez, enamorada como estaba de "mi hombre", pensé que a partir de ese momento ya no existiría obstáculo que me privara de ser completamente suya.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: Anfeto
  • Código: 1452
  • Fecha: 20-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.03
  • Votos: 71
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3151
  • Valoración:
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