- 37 -
-Como te conté ayer, descansaba la cabeza sobre el pecho de mi hermano. Desde esa posición veo perfectamente su mano se introduce por el escote para alcanzar los senos de mi hermana. Con atención expectante, igual que si me atenazara un poder hipnótico, sigo la trayectoria de esa mano que resigue con la atención del escultor que amorosamente modelara un busto las curvas insinuantes que salen a su encuentro. Cambia de posición y su brazo se extiende por el pliegue de la cintura, y con delicadeza alza la falda, y mi hermana que no lleva nada debajo, exhibe una poblada matita de ricitos rubios. Aunque otras veces se los había visto, confieso que en esos momentos sentí envidia y celos, pues yo en ese lugar apenas tenía cuatro pelitos que, como los de ella, también son rubios y rizados. Me sobresalto al ver perderse en las profundida
des de esa minúscula rajita que aparece entre las rubias guedejas un dedo de la mano de mi hermano. Levanto levemente la cabeza para observar como reacciona ella, ya que estoy segura que esa intromisión en sus carnes debe causarle daño, pero se muestra tan impasible, con la mirada clavada en la pantalla del televisor, que hace sospechar que no siente absolutamente nada. ¡Parece una cariátide! Al volver a mirar aquel punto cuya contemplación cada vez me conturba más, advierto que ya no es solo un dedo, sino que mi hermano ha introducido otro más, o sea que en ese rincón tan estrecho en el que en el mío apenas he podido colar la falange de mi dedito, alberga holgadamente los dos dedos en su integridad.
Es una gozada escuchar a Paquita. Tal mente parece que saborea a lo vivo las imágenes que sus palabras recrean. La unción con que se ciñe a las cosas menudas de lo ocurrido, prueba la impronta que dejó en su memoria los acontecimientos de aquella jornada iniciática.
-¡Me siento olvidada -prosigue-, pues ahora mi hermano solo tiene ojos y manos para mi hermana! Siento en mi rajita renacer aquel picor que antes la martirizaba y para no ser menos que mi hermana, también lo dejo al descubierto extrayendo las exiguas bragas que lo cubren, y sobre la rajita expuesta al aire libre vuelvo a manosearla como lo hice antes.
"El galán, que hace tan poco rato estaba pendiente de brindarme con sus caricias el goce más inefable, ahora me deja de lado y solo tiene atenciones para la otra. Bascula sobre ella y su adminículo lingual se lanza a la conquista de los párpados de la seducida, recorre sus mejillas, se estaciona sobre sus labios y titilante se abre camino en la cavidad bocal que, según el ruido que exterioriza de sabros o chupeteo, lo acoge entusiasmada. Aquellos dedos que tiene hundidos en la carne tierna se mueven a un ritmo endiablado. Yo, sin poder contenerme, hago lo propio en el minúsculo tajo que con mis montaraces dactilares intento agrandar sin conseguirlo. Escucho un jadear insistente y, sin saber el por qué, me pongo también a emitir pequeños gruñidos. En mi interior vuelvo a sentir los efectos de aquel placer irresistible de antes. ¡Es casual, que al unísono soltemos mi hermana y yo un fuerte y penetrante grito! Sobresaltado mi hermano se vuelve hacia mí, y al ver mis manos en tan comprometido lugar, que ahora le muestro desnudito, no puede por menos de esbozar una sonrisa comprensiva.
La narradora calla unos instantes, como si se materializaran en la evocación las impresiones de su recuerdo. Luego sigue:
-Mi hermano vuelve a ocupar su posición normal en el sofá. Levanta un tanto sus posaderas y con gran desenfado se desprende de pantalón y calzoncillos. En más de una ocasión había visto su cosita, pero aparecía tan insignificante que escasamente me movía a curiosidad por ser distinto a lo mío. Pero lo de ahora no guarda relación con aquél colgajito que yo recordaba. Es una barra de carne, largo y recio, que se alza impresionante desde un saco de piel granulado, el cual alberga unas bolas pujantes y tersas que parecen querer escapar de su encierro. ¡No sé por que me sorprendo, al comprobar la identidad de ricitos rubios que en los tres nos crece en esas partes secretas, si al fin y al cabo somos hermanos y es natural que así suceda, como en tantas otras cosas que nos parecemos! Mi hermana, que dejó de mostrarse impasible y ausente, la veo como doblega su cuerpo en busca de esa columna, en cuyo capitel deposita menudos besos, que luego extiende por su fuste hasta alcanzar la basa. No logro explicarme lo que me ocurre, pero me entran también unos deseos incontrolados de besar esa cosa incitante y procaz. Acerco mi boca a la de él y percibo la recibe con placer. A tal punto alcanza mi estado de excitación, que soy yo quién punteo con mi dardo para abrir brecha entre sus labios, hasta que logro introducirlo en el cálido y húmedo estuche de su boca. El recipiendario lo acoge mimoso y le depara mil arrumacos que me sumen en un cielo de delicias. Sus manos son palomas encendidas que revolotean sobre nuestras carnes desnudas, y allí donde se posan hacen nacer tal cúmulo de sensaciones que entenebrecen la razón y suscitan irreprimibles apetitos voluptuosos. Vuelvo la vista al punto que electriza mis deseos y descubro atónita que más de la mitad de aquel pilar se encuentra engullido por la voraz boca de mi hermana, al tiempo que lo hace subir y bajar entre los labios. Aunque era una cría, adiviné no ser esa la primera vez que ella realizaba esa labor.
En su silencio, parece como si pretendiera inquirir la certeza de su aserto. Al parecer, convencida de la realidad de su apreciación, vuelve al relato.
-La envidia me domina y no aguanto por más tiempo que sea ella, mi hermana, la única que usufructúa ese para mí maravilloso dardo. Me agacho hasta poner mi cabeza a la altura de la suya. Con inmensa alegría por mi parte, ella me sorprende al retirar de su boca aquél manjar, y obsequiosa acercarlo a la mía. ¡Igual que se tratara de un caramelo, yo me afano en chupar todo lo que puedo!
"Cogiéndome con brusquedad por el pelo, mi hermano me separa de su instrumento. Se queja:
"-¡Me haces daño! ¡Así no! ¡Pon más cuidado! ¡No roces los dientes!
"Entonces, mi hermana, coge con la mano aquel rodillo y me enseña de modo práctico como debo actuar con labios y lengua sobre el objeto. Hace que descubra una cabecita de tono amoratado extremadamente tersa, en cuya parte superior se abre una minúscula boquita.
"-Esta parte, -me muestra de forma didáctica la mentora, lo que luego supe se denomina glande- es la parte más sensible y a ella debes concentrar tu atención y aplicarla las mejores caricias.
"Aprendo rápido, y cuando de nuevo me absorbo en la labor asimilada procuro hacerlo de modo concienzudo y satisfactorio, para que mi hermano no vuelva a reñirme.
"Oigo a éste proferir unos grititos, y me asusto, pues temo hacerlo mal y causarle daño. Pero no pueden ser de dolor, ya que sus manos se afierran a mi cabeza para que mi boca no se separe de lo que, con sorpresa por mi parte, resulta ser una fuente que mana líquido cálido y pegajoso con sabor indescriptible, que llena hasta rebosar mi cavidad bucal. Al no poder huir por estar atenazada por las manos de mi abrevador, no sé que hacer con este compacto que satura la boca. Al fin opto por tragarlo todo. Estoy tan hiperestesiada por el cúmulo de sensaciones que esta tarde se precipitan en el fondo de mi conciencia, que no siento asco ni repugnancia, bien al contrario, me domina una dulce embriaguez fomentada precisamente por ese néctar que acabo de paladear, y que en mi interior crea un efluvio que me transporta a la cima de una voluptuosidad indescriptible. De tal modo, ¡qué vuelvo a sentir en la estrecha rajita esa picazón turbadora y acuciante, que me trastorna!
Cruzamos por frente de la estación marítima. En este instante estamos en la rue du Forbin. Caminamos a pasitos cortos, sin prisa, enlazados por la cintura. Embebida en el recuerdo, Paquita se recuesta sobre mi costado al andar. El calor que transpira su cuerpo transmuta un fluido a mi interior que hace más intensa la compenetración que nos funde. No es preciso que la inste, para que continúe su narración.
-El comportamiento de mis hermanos -dice- desvela bien a las claras el misterio que hasta este día intrigaba mi infantil curiosidad. Cuando se encerraban en la salita, alegaban que lo hacían para que yo no les estorbase mientras estudiaban. Pero esta experiencia de hoy descubre que las enseñanzas a que se dedican no se encuentran precisamente en los textos de matemáticas, geografía o historia. Y, por cuanto mi hermana es la mayor de los tres y está hecha una bella mujer de dieciséis años, ha de ser ella la instigadora de esas lecciones que ahora, precisamente, están practicando a lo vivo sobre mi persona. Pues mi hermano, sentado sobre un cojín en el suelo, separa mis escuchimizados muslos, retira la mano que tengo metida en tan comprometido lugar, y se entrega con enfervorizada pasión al acto de imitar al felino que lame despaciosa y concienzudamente sus crenchas hirsutas. La impresión que recibo es tan fuerte y violenta que me acosa el pánico. ¡Siento miedo de que esta sensación de placer que rezuma por todos los poros acabe por fulminarme!
"¡Tan intenso gozo me llevan al desvarío!
"Todas las potencias de mi espíritu se concentran en el trozo de carne perforado por donde el pulposo estilete se abre camino con voluntad de explorador. Para premiar al avezado perforador, se me ocurre la idea de contraer los músculos que cierran ese voluptuoso agujero en abrazo que muestre al aguerrido paladín que lo visita la pasión y el amor inconmensurable que ha sabido despertar en todas las fibras de mi ser. Y de ese modo rindo pleitesía con tiernos y amoroso estrujamiento al delicado y exquisito especulo, que examina con sabia pericia la tierna cavidad donde nace y se forja el placer por antonomasia.
Pensativa se concentra unos minutos, para acabar exponiendo:
-Debió ocurrir en esos momentos cuando inicié la facultad de mover a mi antojo los músculos de esa parte de mi cuerpo, que según me has dicho tanto placer te causa.
(Continuará)