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PAQUITA (23)

- 33 -

-Mi amiga, la abogado, es apasionada, y avezada prosélito del dios Como en las artes libertinas. Conoce a la perfección los puntos erógenos del varón y se prevale de esta sabiduría para encresparlos al máximo. Tumbado boca arriba, ella encima se desenvuelve a su libre albedrío. Mi cuerpo en sus manos se convierte en objeto. De cualquiera de sus partes anatómicas extrae notas, arpegios, sinfonías de una melodía refulgente y esplendorosa que sube y se eleva hasta la eclosión de la excelsa voluptuosidad.
"No hay saliente, angostura, receptáculo en donde manos, boca, y hasta las protuberancias de sus duros senos, no elabore, con pericia de avezado artífice, vibrantes notas que inscribe en el pentagrama de la concupiscencia, hasta conseguir extraer de partes antes para mí innocuas, insospechadas sensaciones que me exaltan hasta el punto de creer voy a perder la razón. Cuando parece culminar el paroxismo de este enervante y dulce martirio, un ladino papirotazo al punto al que la dama dispensa las mejores y más gratificantes atenciones interrumpe el clímax, y... ¡vuelta de nuevo a empezar!
"He perdido la noción del tiempo, pero seguro que llevamos cerca de una hora enfrascados en esta primorosa sinfonía. Empiezo a sentir los efectos de la fatiga y dispongo acabar de inmediato. Domeño a la dama y volteo para situarla debajo. Mi peso le dificulta los movimientos y me apesto a liberarme de la tensión sexual en que me sume este tratamiento tan peculiar. Ella siente la inminencia del momento, y valiéndose no sé de que potencias ocultas para vencer la resistencia de mi peso, imprime a sus caderas, tomando como alvéolo donde actúa mi émbolo, un movimiento ondulatorio que preconiza el orgasmo inminente que, al fin, explota en chispeante ramillete de fuegos artificiales, ¡en el instante mismo en que se abren las esclusas de mis glándulas procreantes!
"¡Ha sido una hermosa contienda, que ha devenido en colapso demoledor, pero endiabladamente satisfactorio! Casi durante un cuarto de hora quedan laxos nuestros cuerpos, buidas las mentes, ajenos a todo cuanto nos rodea. Al recuperar fuerzas nos levantamos.
"El espectáculo que ofrecemos es ridículo e hilarante. Nos hemos refocilado en un vertedero de basuras en el que impera el alquitrán, y, cegados por la pasión, no fuimos capaces de descubrirlo. Ahora, nuestra desnudez queda nimbada por la patina negra y lustrosa que la cubre. Lo mayormente jocoso es el halo que circunda la boca de mi pareja, marcada a trazos igual que lo hacen los payasos, probablemente por el uso que de ella hizo al aplicarla a determinadas protuberancias de mi persona, embadurnadas con esa substancia proveniente de la hulla. Pasado el primer momento de estupor, ambos reaccionamos con irreprimibles y fuertes carcajadas, que tiene la virtud de alertar a la familia alemana, los que al contemplarnos de esta guisa, se unen alborozados al coro de risas. Con gestos mutuos, ya que nuestros distintos idiomas impiden la comunicación verbal, expresamos lo cómico y divertido de la situación, y hasta de un modo harto elocuente, el alemán, estrujando a su mujer, nos hace comprender que lo más limpio es fornicar dentro del agua. Sus movimientos y gestos no precisan de aclaración hablada, y me admiro que su infantil hija, aunque con un desarrollo inusitado para su edad, sigue con complacencia y alegre talante, los movimientos de sus progenitores remedando la acción de copular en el agua.
"Propongo a mi 'negrita' acercarnos al bar que cita Nathalie More, en 'Mon amour ma soeur', por si pueden facilitarnos un poco de gasolina para limpiar el alquitrán. ¡Mal iría, si tuviésemos que volver a Le Lavandou de estas trazas, sobre todo mi amiga, que si ella se viese el bigote y barba que adornan su cara, estoy seguro sería incapaz de dar ni tan siquiera un paso!
"Con muestras de viva simpatía por parte de todos, nos despedimos de los alemanes. El padre sigue con el mástil enhiesto y me voy intrigado por saber si obedece a síndrome crónico o se trata de un estado circunstancial. ¡Lástima no saber alemán, me hubiese gustado indagarlo!

- 34 -

La voz de Paquita, casi inaudible, me interrumpe:
-¡Me corro!...
Está tensa, el busto encorvado hacia adelante, las manos prietas sobre el pecho, ojos en blanco, frunce los labios en un rictus crispado. ¡Refleja la imagen vehemente y genuina de lascivia desencadenada! Su lujuria se exhibe tan obscena que me aterra alguien lo descubra.
A pesar de mis temores, no dejo de sentir en todas las fibras de mi ser una voluptuosidad exacerbada. El dedo gordo de mi pie derecho, chapotea a placer en la charca que acaba de formarse, y de la cálida viscosidad de sus aguas emergen unas ondas que infiltran por debajo la piel, ascienden por la pierna y al llegar al cerebro expanden corrientes que traumatizan mis sentidos. ¡Estoy a punto de la eyaculación, pero me contengo!
Paquita tarda en reponerse, ¿o es la angustia que produce contemplarla indefensa, expuesta al ajeno juicio, lo que influye en qué el tiempo se eternice?
¡Qué cúmulo de sentimientos: temor, lujuria, gozo, vergüenza, deseo!... ¡Qué sé yo! De lo que sí estoy seguro es que esta mujer que ahora contemplo en su fase más concupiscente, nada tiene que ver con la Paquita modosa y circunspecta que antes de ahora conocí. Me pregunto, confuso: ¿A cuál, de las dos, prefiero? Y, en verdad, ¡qué no lo sé! Existe tal confusión en mi espíritu, al dilucidar sobre los estados de ánimo porque atraviesa mi alma en cada momento, que soy incapaz de discernir la afección -amorosa, amical o simplemente placentera- que me liga a ella. Y me aterra admitir, que la relación entablada pueda, sin yo proponerlo, o aún en contra de mi voluntad, sobrepasar los límites que me tracé al invitarla a este viaje.
Repuesta al fin, con su más encantadora sonrisa me recalca.
-¡Ves, te obedecí! - Y vuelve a ser ella, la Paquita dulce y sumisa que despierta en mi alma el embrujo de un cantata de amor, mientras la razón me advierte de la asechanza de un sentimiento que puede alterar y aun dañar mis propósitos preliminares.
-Agradezco tu confianza, y, sobre todo, el placer que me depara contemplarte sin tapujos ni falsos pudores, entregada a la delicia del goce por excelencia. Es una muestra de confianza que nunca olvidaré. ¡Gracias, Paquita! -le digo, emocionado de verdad, pues, en realidad, así lo siento.
La postura de mi pie no ha cambiado para nada, y se encuentra tan bien, tan cariñosamente arropado, y como Paquita tampoco lo recusa, que sigue ahí, arrebujado, igual que el niño pequeñín en los brazos de su madre.
Después de este paréntesis, vuelvo a enfrascarme en la narración.

(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1416
  • Fecha: 16-02-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.57
  • Votos: 58
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2915
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