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Paquita (19)

- 29 -


Acabó la lectura, a la que he procurado imprimir un sesgo declamatorio y confidencial, al propio tiempo, subrayando con gesto medido y apropiado el contenido de determinados pasajes.
El silencio se ve solo truncado por el sonido de las olas al romper en la arena, semejante al sordo quejido que brota de las entrañas de la madera cuando el dentado de la sierra hiere y secciona sus fibras.
-¡Lo has inventado tú, ésta no es tu vida! -afirma categórica Cristal-. Lo que acabas de leer es la historia de un ser maduro, y tú ¡eres muy joven y 'trés charmant' -me piropea- para que precises de los servicios de un geriatra!
-Acepto que el poeta se dejó llevar por la imaginación al predecir el porvenir que me espera, pero los hechos relatados son reales, ¡y te aseguro los viví tal como se cuentan! -le replico con firme convicción.
Al reparar en Paquita la observo ausente, la mirada perdida en lo ignoto, el párpado derecho se mueve casi imperceptiblemente a impulsos de un tic nervioso. Por concatenación de ideas mi pensamiento vuela al incestuoso trato con sus hermanos. Debe existir corriente telepática entre ambos, por la pregunta que me hace:
-¿No sentían vergüenza las hermanas, al hacer el amor al propio tiempo con la misma persona?
-Sinceramente, te diré que no me percaté, cuenta que en esos momentos, en que uno se ve dominado por la pasión, no estás precisamente preparado para analizar estados psicológicos. Lo que sí puedo asegurarte, es que tanto hubiese hermanas como no, el comportamiento de los grupos en que he participado, no difiere en absoluto del que acabamos de tener nosotros tres -le afirmo, para exonerarla de cualquier sentimiento que pudiera albergar de culpa ancestral.
Cristal, que se acercó al automóvil para consultar en el reloj la hora, empieza a vestirse y nos apremia:
-¡Lo siento, pero tengo que marchar! He quedado a las siete en encontrarme con los compañeros y recibir las instrucciones para el próximo vuelo, y ya falta poco tiempo. ¡Anda, cielos, daros prisa! -nos estimula.
Le doy la mano a Paquita para ayudar a levantarse y con el propio impulso la atraigo hacia mí. Nuestras partes anatómicas frontales se unen como una bizma, y debido a nuestra distinta estatura, el sable coincide con la exigua vaina del obligo, mientras el mullido tapiz venusiano, convertido en cálido nidal, acoge las borlas que penden independientes y pletóricas. Unimos las bocas. Las manos palpan ardorosos contornos anfractuosos. Ambos iniciamos el contoneo precursor a la cópula.
La voz impaciente de Cristal, nos recrimina:
-¡Sed buenos, y dejadlo para después! ¡Llegaré tarde y con razón se enfadarán conmigo!
-Rompo el abrazo, y mostrando a las dos al húsar exacerbado y con la cabeza morada a punto de explotar, indago:
-¿Y a este divino impaciente, quién va a sosegarlo?
Cristal, ya vestida, se acercas y dice:
-¡Yo! Mientras tanto, Paquita, arréglate deprisa -le apremia.
Postrada de rodillas, lleva una mano a las borlas y coge el sable con la otra, lo acerca a la boca y empieza a chupar con tanto arte y dedicación, ¡qué comprendo el por qué a esta práctica amatoria le llaman 'francés'! Sé que pretende vaciarme cuanto antes para no demorarse a la cita y ¡a fe que lo consigue! Oleadas de placer convulsionan mis articulaciones.
Acrecienta el goce notar que la faringe traga al ritmo que lo recibe el vestigio de esta felación.
Al incorporarse le doy un apretado y agradecido beso y apresuro a vestir mi escaso atuendo, para no demorar la partida, que emprendemos cuando el reloj marca las seis y media de la tarde.
-¿Dónde habéis quedado? -pregunto.
-En el hotel Petit Niza, en la corniche Kennedy; antes hemos pasado por delante. -informa Cristal, que se ha sentado en el asiento de atrás.
-¡Tranquila, que llegarás a tiempo! -le prometo, acelerando la marcha.
Me concentro en la conducción, y diez minutos antes de la hora señalada detengo el vehículo frente al lugar de la cita.
Cristal desciende y se va de un lado al otro del coche para ofrecernos el beso de despedida.
-Decidme el número de vuestra habitación, para cuando acabe ir a reunirme con vosotros. El mío es el 222, -nos indica mientras se apresta a partir.
-También es casual, que además de coincidir en hotel coincidamos en piso, -le digo complacido-. Es la habitación 214.
-Hasta... ¡enseguida! -se despide con un alegre gesto de la mano, mientras corre hacia la puerta del hotel por donde desaparece.
(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1625
  • Fecha: 09-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.11
  • Votos: 76
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3696
  • Valoración:
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