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Paquita (16)

-Aunque te extrañe, Paquita y yo hemos venido ex profeso de Barcelona para comer una bullabesa, y como estamos completamente libres de compromisos porque ya lo hemos hecho, podríamos aprovechar esta tarde para refrescarnos en la playa. Y si tú no tienes algo mejor que hacer -propongo con voz persuasiva- ¿por qué no te animas y nos acompañas?
Palmotea alegre y adopta un tono entrañable de antiguos amigos, no obstante acabar de conocernos, y eufórica accede:
-¡Es la mejor proposición que podías hacerme! Estoy sola y pasear todo el tiempo sin rumbo fijo lo encuentro sumamente aburrido. ¡Gracias! - y volviéndose hacia Paquita, añade- ¡a los dos!
El rostro de Paquita es un libro abierto en el que pueden leerse los diversos estados de ánimo que la invaden: sorpresa, extrañeza, agobio... ¡hasta rabia! Me percato que actuar como lo hago, sin consultarla y, además, para mayor recochineo, imponerle la compañía de quien tengo ganas de follar según acabo de confiarle, es plato excesivamente fuerte para cualquier paladar, que zahiere y mortifica la dignidad de cualquier mujer por indiferente que esta sea o se muestre. Sin que me produzca rubor, confieso lo hago adrede, quiero que Paquita se convenza que el trato que entre nosotros existe es el de amigos que salen juntos para una juerga, y si este término le parece demasiado escueto y descarnado, tal vez lo amplíe aduciendo se trata de un viaje de placer, ¡pero nada más!
Juguetona, Cristal pone la medalla sobre la pequeña protuberancia que emerge voluptuosa en el epicentro justo de la esfera que se dibuja encubierta por el babero redentor.
-¿No opinas, Paquita, -le pregunto, ignorando su mal humor- que la medalla adquiere mayor realce y valor al contemplarla donde Cristal la luce?
La interpelada no contesta, se limita a observar la joya, y se manifiesta esquiva, con el ceño fruncido de persona a la que le solivianta el ser interrogada sobre cuestión que nada le interesa. Sin reparar en su negativa a participar en el diálogo, me dirijo a Cristal para ofrecerle:
-Eres tan simpática y bonita, que me vas a permitir, en recuerdo de este feliz encuentro, te haga obsequio de la medalla.
Cristal es ¡deliciosamente encantadora!, se acerca a pequeños y graciosos saltitos y me besa en la mejilla. La retengo y sujeto con ambas manos por los desnudos costados y le devuelvo la zalema, pero mi beso se funde en la conjunción de dos olas cálidas y suaves, con sabor a nardos, claveles y rosas. No se inmuta ante la osadía, al revés, pasa veloz su lengua por mis labios. Nos comportamos como viejos amigos, igual que si esta excesiva expresión afectiva fuese lo más normal del mundo. ¡Hay que reconocer, que la niña no se anda por las ramas!
Pido al dependiente que en la medalla y en el brazalete, además del nombre de Marsella, grabe la fecha del día. Pago el total de la factura y quedamos en que mañana pasaré a recoger el encargo.
Abrazando a las dos por la cintura vamos en busca del vehículo. Al llegar al hotel, quedo gratamente sorprendido al oírle decir a Cristal:
-Cómo, ¿también vosotros os hospedáis en el Bristol? Siempre que hacemos escala en Marsella, yo me alojo aquí.
Entrego las llaves del coche al conserje del hotel, quién lo reporta enseguida.
Aviesamente, al instalarnos los tres en el asiento delantero del coche, Paquita se las agencia para situar a Cristal entre los dos.
Volvemos a circulara por la Corniche, continuamos por la Promenade de la Plage, pasamos, sin prestarle atención, por la playa del Prado, y a bastantes kilómetros encontramos un camino que nos conduce a un rincón de playa solitaria, en la qué unos cuantos tamarindos brindan una sombra reconfortante en esta caliginosa tarde de verano, bajo los cuales aparco el coche. En el derredor que la vista alcanza no se divisa ser viviente. ¡Estamos solos!
En un santiamén, Cristal se desposee de la escasa y exigua ropa que la cubre: ¡Afrodita, nacida de las olas, corre desnuda a confundirse con las aguas, que, amorosas, envuelven y la acarician!
Paquita, más remilgada, extrae el vestido por la cabeza y queda con el dos piezas, que prevenida lleva puestas. Encomio su bonita figura y lo acertado del bikini. Fría, pero con exquisita cortesía, agradece el cumplido. Y desvelando el misterio de su paseo matutino, dice lo compró esta mañana en Nimes. Disimulo, ignorándolo, el tono distante que imprime a la conversación desde el momento en que conocimos a Cristal. Me agencio para no dar lugar a que ella se percate estoy advertido de su enojo, y no puedo negar que esta situación me complace, en cuanto de la misma Paquita puede extraer la consecuencia de que sobre la suerte de nuestras relaciones no tiene porque albergar ilusión que simplemente no se limite a la de ser buenos amigos.
Imito a Cristal, ¡y quedo desnudo como un Adonis! Es el subconsciente quien crea el parangón, ya qué ¡Adonis fue el amante de Afrodita!
Jugando, no obstante su rechazo, cojo a Paquita en brazos y la transporto en volandas hasta el mar. Y cuando el agua llega a medio muslo, la lanzo en la ola que nos envuelve. Crsital nos reibe con fuertes carcajadas, y adivino puede ser causa del jolgorio lo exiguo de mi desvalido campeador, que no levanta cabeza.
Pasamos gran rato dentro del agua, divirtiéndonos con bromas y chapoteos en que los tres participamos. Por fin obtengo, ayudándola, que Paquita se extraiga las dos prendas y quede al unísono de nuestra púdica desnudez. A contar de ese preciso instante, también se libera de la máscara de rencor que la ensombrecía, y su rostro adquiere la luminosidad y dulzura de un primoroso día de primavera.

(Continuará)
Datos del Relato
  • Autor: ANFETO
  • Código: 1603
  • Fecha: 07-03-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 6.27
  • Votos: 70
  • Envios: 0
  • Lecturas: 3288
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 07-03-2003 00:00:00

Está muy bien escrito, salvo un error. Confieso que me dio envidia, y me hubiese gustado ser yo quien estaba con las dos. En fin. espero que en la segunda parte se acentúe tu buena suerte. Saludos.

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