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Pajeros en el colectivo

Estaba en el colectivo, sentado en uno de esos asientos enfrentados. Al lado mío había una chica de unos 27 años, con un escote que hacía lucir sus enormes tetas. En frente mío, un hombre de unos 40 años vestido con jogging, y una remera. Su mirada no se distraía de las tetas de mi compañera de banco. Estaba hipnotizado por esa chica, que llamaba la atención no sólo de él, sino del resto de los pocos pasajeros que estaban en ese colectivo y que podían apreciarla.

El hombre de repente comenzó a calentarse. Con una mano en el bolsillo de su jogging, jugueteaba con su miembro, provocando movimientos claramente perceptibles. De vez en cuando disimuladamente se acomodaba el bulto producido por su tremenda erección con la mano. Esa situación a mí también me calentaba bastante. Mi pija empezó a empalmarse.

Pronto, la chica se bajó del colectivo, y este quedó prácticamente vacío. Sólo estaba el conductor, el muchacho frente mío, y dos hombres más. Como el muchacho que estaba en frente mío quedaba e espaldas a los otros, se dio vuelta como mirando quiénes quedaban en el trasporte.

Con cara de alivio, volvió a sentarse cómodamente y a acomodarse el bulto ahora sí, sin ningún tipo de disimulo. No separaba la mano de su paquete por mucho tiempo, sólo cuando era demasiado evidente o yo provocaba algún movimiento brusco con la mirada. Cuando acercaba su mano al bulto, se acariciaba la verga jogging mediante, como si se la estuviese rascando. Luego de un rato con ese juego, el muchacho acomodó su erecta verga de tal forma que quedara pegada a su pierna, abultando la tela de su pantalón con la forma de su verga, recta, dura. Se notaba que desde su slip asomaba su miembro pegado a la pierna, también se veía la forma de su glande sobre el jogging.

En esa posición de su verga, jugueteaba descaradamente dibujando círculos con su dedo índice sobre su glande, o bien agarraba con la mano la forma de su miembro y lo recorría.

Yo ya estaba a mil, me hubiera gustado ser tan descarado como el para poder pajearme frente a un desconocido en un lugar totalmente público. Mi bulto también quería hacerse notar, sentía la punta de mi glande mojada humedeciendo mi pierna, ya que como estaba en bóxer, la verga asomaba por el muslo.

De repente el hombre metió su mano debajo del elástico del pantalón, y comenzó un juego de vaivén que hacía notar más todavía su bulto y el mío. Cuando comenzó con ese movimiento, no pude evitarlo y lo miré a la cara, que estaba roja. Levanté más la vista y miré sus ojos. Entonces él llevó su mirada hacia la mía. Nos miramos fijo un momento, hasta que él levantó sus cejas y dijo "¿Qué se va a hacer?". Esas fueron todas sus palabras. Con eso resumía toda esa situación, esa calentura que ambos teníamos encima.

Siguió pajeándose delante de mí. Bajo su pantalón. Ya no sólo se notaba su bulto erecto, sino que va verga apuntaba para arriba dibujando una tremenda carpa.

En ese momento, no pude evitarlo y llevé mi mano hacia mi bulto, por afuera, y comencé a acariciarlo. Todavía faltaba para llegar. Suavemente acariciaba mi verga totalmente rígida a través de mi pantalón, y esto me causaba un placer como pocas pajas. Sentía cada vez mi pierna más húmeda por el efecto del precum. El hombre continuaba arriba-abajo, sin pudor, o ningún tipo de inhibición. Yo trataba bajo todo concepto de disimular mi paja y mi calentura. De repente vi que él también miraba mi bulto mientras continuaba su paja. En ese momento aflojé un poco, y saqué la mano de su posición para aumentar el disimulo. (Yo soy un chico de 17 años muy tímido, que apenas puedo bañarme en un vestuario delante de otros hombres. Trato de disimular mi calentura frente a mujeres, obviamente, como a hombres. Ni siquiera me resulta fácil rascarme la verga delante de otra persona, o acomodármela cuando está en una posición incómoda. Admiro a todos aquellos hombres que lo hacen de forma totalmente natural. Me encantaría poder hacerlo.)

Entonces, como estaba frente a un hombre, realmente si pudor alguno, decidí meter mi mano por debajo de mi pantalón, y comenzar a acariciarme suavemente, sin descontrolar. Llevé mi dedo pulgar a mi glande todo mojado y comencé a circular rozando el borde de este, tirando la piel lo más para atrás que pude. Agarraba el frenillo y jugaba con él. Volvía a acariciar mi glande con el pulgar todo mojado y resbaloso. El hombre y yo nos miramos, y él me guiño un ojo. Aquel gesto me dio una tranquilidad inmensa. Seguí jugando un poco más relajado, aunque con más vergüenza que antes. Ya estábamos cerca de la terminal del colectivo, por lo tanto era improbable que se subiera más gente. De repente el hombre se acomodó la verga dejándola asomar, tan sólo su glande por el elástico del jogging. Asomaba apuntando para él mismo. Yo podía ver la parte de abajo, su frenillo, y el orificio. Era un glande muy grande, muy cabezona tenía su verga. Siguió el juego que estaba haciendo allí dentro, pero afuera, a la vista de todos, aunque era sólo yo quien lo podía mirar. Él estaba mucho más colorado que antes, pero no del pudor, sino de la calentura. Hacía lo mismo que yo: con su pulgar rozaba su glande que chorreaba precum. Sólo faltaban tres paradas para llegar a la terminal. De repente él sacó toda su verga afuera, y poniéndose de costado comenzó una paja común apuntando hacia el asiento vacío de su acompañante. Rápidamente agitaba para arriba y para abajo. De repente su mirada se perdió, y acabó con varios chorros de leche sobre el asiento al que apuntaba. Se acomodó subiéndose el pantalón, y rascándose un poco, sosteniendo la verga aún erecta con el elástico del pantalón. Se paró, se dirigió a la puerta y tocó el timbre. No sólo bajó él ahí, sino que los dos hombres que quedaban. A todo eso yo seguí con mi mano adentro del pantalón jugueteando con mi glande, especialmente. Desprendí litros de precum viendo esa escena, de tal forma que ya se notaba la aureola de líquido sobre mi pantalón desde afuera.

El colectivo llegó a la terminal. Mi bulto era totalmente indisimulable y todavía permanecía sentado, hasta que el chofer pronunció: "Terminal". En ese momento, saqué mi mano rápido del pantalón, como si hubiese sido descubierto, y con una carpa que alcanzaba prácticamente la altura real de mi verga (unos 17 cm) me apuré para bajar, dándome cuenta que no me importó el disimulo.

Cuando bajé ya estaba adentro de la terminal, con una calentura que no se aguantaba, quería acabar ya! Acomodé mi paquete y le pregunté a uno de los chóferes que estaba ahí si había algún baño que pudiera usar. Me indicó el camino. Cuando llegué, el lugar era n típico baño público con demasiado feo olor. No me importaba nada. Sin cuidar quién pudiera entrar, fui a uno de los mingitorios y comencé una paja normal (cabeza-descabeza) apuntando al artefacto. De repente entra un hombre de unos treinta años y se pone en el mingitorio que estaba al lado mío (eran sólo dos). Baja el cierre de su jean y comienza a mear. El ruido de su meada se escucha perfectamente. Obviamente en ese momento, yo había frenado mi paja y actuaba como si estuviese yo también meando. El hombre me miró a los ojos y me saludó, seguramente extrañado de no conocerme. Su meada era larga, muy duradera. Me dijo tras gemidos por el placer que nos produce a los hombres mear: "Ah, no aguantaba más, estuve todo el recorrido sin mear, qué bueno es mear, ¿no?". Afirmé tímidamente con la cabeza. Lo único que quería en ese momento era acabar con mi paja o sea acabar. A todo ese tiempo yo había seguido con el "bordeo" de mi glande. Sacudió fuerte mente su verga y se dirigió al lavabo a lavarse las manos. Para todo ese tiempo, ya era totalmente irreal que yo estuviera tanto tiempo meando. Salió un hombre de uno de las puertas para ir al inodoro, y comenzaron a hablar entre ellos, mientras se lavaban las manos. Fue entonces cuando decidí acabar en ese momento, seguí agitando mi verga si importarme nada y acabé, mordiéndome los labios y llevando la vista hacia atrás, como lo hacemos todos, supongo. Acabé cuatro fuertes chorro, que me provocaron el más absoluto placer, que ustedes, muchachos, conocerán bien. Entonces acomodé mi verga y cuando miré a los dos hombres, ellos también me miraron y me dijo el otro (el del inodoro): "Que bueno mear, ¿no?...". Le sonreí irónicamente, como había sido su pregunta y me guiño el ojo. Al otro día, cuando me tomé el mismo colectivo viaje con ese chofer, nos saludamos amistosamente.

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