José Luis volvió a casa más tarde que de costumbre. Había sido necesario renovar las provisiones de alimentos. De tal manera, lo primero que hizo al llegar fue guardar la compra de comestibles en la cocina. Con orden ritual y sumo cuidado las fue acomodando una por una en la amplia y no tan reluciente alacena.
Cuando terminó la tarea atisbó al frente para descubrir que había luz en casa de sus vecinos (una pareja recién casada, pero en discusiones constantes) y advirtió que Fabián (su vecino) se bañaba. Tardíamente José Luis quiso desviar la vista porque se encontró con la mirada y sonrisa de Fabián, a manera de saludo. Cohibido, devolvió el saludo y pronto se apartó de la mirada de su vecino para dirigirse a su habitación.
José Luis vivía con su hermana Fernanda y un pequeño de dos años de edad. La chica era madre soltera y el muchacho se había condolido de la suerte de su hermana y decidió invitarla para vivir con él porque tenía nobles sentimientos y no podría ver que la hermana y su pequeño sobrino anduvieran rodando de pocilga en pocilga, a la deriva.
El único favor que José Luis había pedido a su hermana antes de venirse a vivir con él era que no informara a nadie (mientras no lo preguntaran y quienes tuvieran cierto derecho a saberlo) que eran hermanos con objeto de protegerse respectivamente de las habladurías. No hubo inconveniente y así lo mantuvieron, haciendo creer a las personas que eran una familia bien avenida. El mismo pequeño (tocayo de José Luis) había terminado diciendo papá a su propio tío y nadie advirtió nada extraño porque como hermanos no tenían el menor parecido. En cambio, el niño tenía rasgos tanto de la madre como del tío. El acuerdo favoreció a los tres.
Además, reinaba la cordialidad y la tranquilidad en su hogar. Todo mundo pensaba que era una familia modelo y tenían buenos motivos para creerlo así al ver que José Luis y Fernanda salían a la calle tomados del brazo y se escuchaba que su trato era cordial y amable.
Por el contrario, las discusiones de los vecinos se tornaron cada vez más acaloradas y constantes. No parecía importarles que los demás se enteraran. La mujer, se escuchaba claramente, reclamaba a cada momento a Fabián su indiferencia y no podía ocultar su malhumor porque tras los enfrentamientos (siempre verbales, por suerte) lanzaba objetos al piso, como una manera de desahogar su frustración y rabia. Fabián, desperdiciaba su tiempo, según la opinión de José Luis, porque mientras más tranquilo y sereno se mostraba, Vanesa sólo sabía explotar, y exigía que Fabián saliera de casa, con autoridad despótica.
José Luis quiso intervenir en más de alguna ocasión cuando la iracunda mujer lo despedía para invitarlo a pasar a casa, pero no se atrevía para no comprometer más la situación de su vecino y también para no granjearse la enemistad declarada de Vanesa. Lo hacía no sólo por él, sino por su propia hermana y sobrino. Los gritos llegaban al apartamento contiguo con claridad. Parecía como si la persona que gritaba estuviera presente en el departamento contiguo.
Para dicha de todos los inquilinos en ese piso, sobrevino un periodo de calma porque Vanesa tuvo que ausentarse por más de una semana y volvió de muy buen humor. Durante varios días no se le escuchó pelear con su marido.
Fernanda, la hermana de José Luis, decidió, de común acuerdo con su hermano, invitar a los vecinos, aprovechando que Vanesa estuviera de tan buen talante así como para romper el hielo. Desde que habían llegado Vanesa y Fabián, hace apenas dos o tres semanas, no habían tenido oportunidad de hablar más que de intercambiar saludos. Les prepararía una cena el fin de semana, en sábado.
Fue Fabián quien aceptó muy cordialmente la invitación, prometiendo que llegarían puntualmente en esa noche. José Luis y Fernanda se esmeraron en la preparación de la cena de ese día. Cocinaron un menú que hubiera sido la envidia de cualquier chef de restaurante fino: Crema de Pejibaye, Carne Mechada al Horno, acompañada de una guarnición de puré de mandioca, vino tinto cosecha especial y para cerrar con broche de oro, torta de ayote y café importado.
La pareja se presentó en casa de sus anfitriones elegantemente vestida en el momento en que José Luis encendía un par de velas en color rojo y colocadas al centro de una mesa dispuesta con buen gusto. Tan pronto abrió la puerta saludó cordialmente a Vanesa y a Fabián, quienes correspondieron con la misma efusividad. Vanesa, incluso, besó a José Luis. Fueron invitados a instalarse cómodamente para luego disfrutar de una pieza musical que los estimuló a platicar en conjunto. Bebieron un aperitivo que abrió su apetito en poco tiempo y después de intercambiar una que otra noticia irrelevante sobre los acontecimientos del día, pasaron a la mesa.
Fernanda fue quien "asignó" el lugar que ocuparía cada uno, dejando a su hermano junto a Fabián y a ellas también. El efecto de la penumbra creado por las velas fue el catalizador de la reunión.
En algún momento durante la cena, José Luis sintió como su compañero lo tocaba suavemente con su pierna y en un principio creyó que se trataba de un accidente. Después se levantó para servir los demás platos y a su regreso y tras recuperar su asiento, sintió nuevamente la misma pierna que tocaba la suya, exactamente del lado en que estaba Fabián. José Luis sintió una agradable incomodidad, pero sin la certeza de una intención directa. Decidió por empezar a contar el número de veces que rozaron sus piernas y perdió la cuenta. La costumbre de tocarse ya la había advertido y podría estar equivocado. Lo mejor sería disfrutar ese roce que en un momento terminó por quedarse replegado en forma permanente.
Durante la plática de sobremesa, Fabián elogió a sus vecinos como pareja, reconocimiento al que Vanesa se adhirió de inmediato. Dijeron, incluso, que habían estado de acuerdo en por lo menos algo, por primera vez y estaban en verdad asombrados. Tan pronto como variaron el tema de conversación y las velas se extinguieran deliberadamente a manos de Fabián, hubo consenso en el sentido de que la oscuridad que reinaba era propicia para platicar de espíritus y aparecidos. José Luis afirmó que podrían intentarlo con poco de luz, pero los demás se opusieron y se impuso la oscuridad de manera democrática por más tiempo y a instancias de la mayoría. José Luis optó por retirar su pierna tras el largo contacto y en penumbra pues su respiración comenzó a escucharse más y más por lo que juzgó oportuno no despertar sospechas y mucho menos preguntas indiscretas o entrometidas.
Por fin se encendió la luz que cegó a todos momentáneamente. Los invitados se levantaron y agradecieron las atenciones y poco después partieron.
José Luis no dejó de pensar ni de sentir la cálida extremidad de su vecino. Como los días transcurrieron si que tales señales se concretaran de alguna otra manera, José Luis terminó por olvidar lo que parecían insinuaciones efectivas. ¿Acaso no había correspondido como se esperaba bajo circunstancias excepcionales el día de la cena? ¿Habría Fabián resentido una actitud poco aventurada e incluso tibia? La cordialidad entrambos no había desmerecido, por el contrario, Fabián aludió en varias ocasiones a la cena tan especial y deliciosa, y en efecto, a la atención tan excepcional de ambos hermanos (aunque hasta ese momento Fabián desconociera el lazo de sangre que unía a Fernanda y a José Luis).
Vanesa y Fabián deseaban corresponder a la atención, por lo que decidieron invitar a la familia, incluyendo al pequeño José Luis hijo. Vanesa se esmeró también en la cocina y les ofreció una cena igualmente deliciosa. En esta ocasión José Luis y Fabián quedaron al frente, por lo que no hubo oportunidad de tocarse las extremidades, ni siquiera por accidente. De cualquier manera, durante un momento, cuando estaban sentados en la sala, Fabián se sentó expresamente a la par de José Luis, mientras las mujeres platicaban animadas en la cocina. Fabián dijo a José Luis que el pequeño se parecía mucho a él y que lo felicitaba porque el niño era bien parecido. La oportunidad para estar próximo a Fabián no se había repetido, y hasta cierto punto, José Luis lamentó que no se repitieran circunstancias tan favorables.
Pasaron los días y semanas y poco se vieron entre vecinos. Coincidían más ambas mujeres que los varones. Ahora, Vanesa y Fernanda eran confidentes, aunque Fernanda había guardado el secreto de su hermano. En cambio, Fabián y José Luis se vieron poco. Sin embargo, las circunstancias los pondrían frente a frente, muy pronto.
Vanesa, víctima de una enésima discusión con Fabián, optó por cerrar la puerta por dentro y no dejarlo pasar. Atento a las circunstancias, José Luis llamó a Fabián con discreción y lo invitó a pasar a su casa. Conversaron largo rato. Fabián confió en José Luis al contarle que desde hacía varias semanas se volvía cada vez más difícil complacer sexualmente a Vanesa y que la respuesta de la mujer era estallar. Estaba convencido que jamás se comprenderían, por más esfuerzos que hiciera. Su relación estaba condenada a fracasar, si no es que ya lo estaba.
Convinieron, con la anuencia de Fernanda, en no informar a Vanesa que había pasado la noche con ellos para no propiciar un distanciamiento. Actuarían de tal manera para que Vanesa no sospechara siquiera que había sido acogido por sus propios vecinos.
Por suerte, no volvió a repetirse la situación, y aunque la relación no mejoró en lo absoluto, Fabián pudo pernoctar en su casa a partir de ese momento, aunque no fuera acogido por Vanesa plenamente.
José Luis inició la práctica de regar sus plantas en el amplio pasillo que conectaba a los vecinos de uno y otro apartamento. Procuró que la tarea coincidiera con la llegada de Fabián, todas las noches. En alguna ocasión, Fabián se sentó en las escaleras e invitó a José Luis a hacer lo propio, a su lado. Era ya de noche y Fabián sabía que José Luis lo estaba esperando porque regar plantas a horas de la madrugada era más que sospechoso. José Luis se sintió cohibido, pero aceptó cuando Fabián aseguró que no habría problema ya que su mujer tomaba píldoras para dormir desde hacía mucho tiempo. Claro que si llegase a despertarse y lo viera platicando sin avisar que había llegado ya, sería suficiente para iniciar la enésima pelea. De cualquier manera, convinieron en platicar a oscuras, ni siquiera con velas o candelas, pero dejando luz en los departamentos que les permitiera advertir la venida de cualquiera.
Fabián lloró. José Luis depositó su mano izquierda sobre el hombre de Fabián, a manera de una actitud comprensiva. A su vez, de manera trémula y temblorosa, Fabián palpó el muslo de José Luis. Fue suficiente para experimentar la sensación de una descarga que recorrió su enfebrecido cuerpo de pies a cabeza. No se movió y permitió que la mano ajena recorriera su pierna, de un lado a otro.
La conversación paró… Ambas respiraciones trepidaron. Fabián se acercó más a José Luis y este no opuso resistencia. Después lo recostó en el piso de madera y lo besó una y otra vez. José Luis respondió con pasión al abrazar el cuerpo de quien había "poseído" innumerables veces, pero en sueños solamente y que al despertar se sentía presa de una sensación delirante en la forma de un deseo incontrolable de posesión. La emisión voluntaria paliaba temporalmente la exaltación. Pero requería “descargar” varias veces para desahogar un enardecimiento que se había convertido en una obsesión cada vez más frecuente.
Se arriesgaron sin límites. Al fin, triunfaba el deseo sobre la razón, y en pocos minutos los dos parecían luchar con dos firmes “espadines” que combatían sin que ninguna de ellos flaqueara. Su cama la formaban sus ropas, pero la incomodidad ni siquiera los inmutó.
En algún momento, Fabián escupió varias veces en la palma de su mano, hasta conseguir que la palma rebosara de saliva, permitiendo que escurriera hasta el índice, y con un movimiento decisivo, atrajo hacia él a José Luis y untó con placer delirante el ano de quien le prodigaba voluptuosas caricias con una lengua que parecía culebra. José Luis protestó débilmente y después tuvo que reprimir el quejido que brotaba de sus entrañas tras ser penetrado por un miembro grueso y de tonalidades violáceas cuyas venas parecían hervir en su interior. Lo hundió hasta el fondo de su palpitante cavidad para luego sacarlo y repetir el movimiento una y otra vez hasta que las circunstancias promovieron un orgasmo inminente y explosivo. Ambos tuvieron dificultad para reprimir el momento crítico de su unión. Descargaron impetuosamente sus líquidos internos, con espasmos involuntarios y sin que José Luis tuviera que tocarse ya que el incondicional y diestro miembro de su amigo lo había hecho todo. Permanecieron unidos breves instantes para luego vestirse más rápidamente que cuando se desvistieron.
Convertidos en cómplices, se despidieron sutilmente y avanzaron con sigilo, cada quien para su casa.
Ahora, transcurridos varios días, y cuando las circunstancias son propicias vemos a ambos chicos apostados en sendas ventanas, separadas por el vacío intermedio del edificio. Sonríen e intercambian señas que sólo ellos comprenden.
Tanto Fabián y José Luis programan desde entonces uno y mil encuentros lejos de ese pasillo, pero hasta ahora no pasan más allá de este, donde todo y nada importa cuando están solos y en intensa actividad.
FIN
Busco tus cuentos para disfrutar una lectura interesante y escrita con clase. Continúa así.