Esta historia hizo nuestras delicias, porque Raúl, uno de sus protagonistas, la contaba con tal gracia, que no podíamos evitar morirnos de risa. Yo carezco de su gracia, pero se que puedo recrear la otra parte, porque moríamos de risa y se nos templaba la verga. Raúl era compañero mío de la Facultad, tenía por entonces 20 años y era compañero inseparable de farras y juergas. Alto, güero, bien plantado y con su pinta de valemadres, tenía un notable éxito con las chicas. Una vez armamos un trío con una de las nenas más bellas de la escuela, pero esa es otra historia. Marcos, primo de Raúl, tenía 27 años y mejor pinta que mi amigo, y mayor fama aún de borracho, parrandero, jugador y enamorado. Vivía en un cuarto de vecindad en la colonia..., donde sucedieron los hechos. Habla Raúl:
Marcos se andaba cogiendo a una chava del vecindario, que vivía a un par de calles de su casa, una morra de 21 o 22 años, gatúbela pero buenona, que nunca exhibía en los círculos intelectuales en los que solía rolar, y donde acababa de tronar con su chica, una burguesita deliciosa. Una de las veces que mis jefes me echaron de casa caí en la del Marcos, y al tercer o cuarto día de mi acampada en la “sala-comedor” de su cuartucho, sucedieron los hechos.
Llegué yo al lugar y Marcos estaba fajando con la morra dicha, “se llamaba digamos que María”, para citar al Sabina, y otra chavita, de muy buen ver, de mediana estatura y pechos pequeños, estaba sentada en el sillón de enfrente...
(Composición de lugar: el “cuarto” tenía en realidad dos ambientes y un pequeño baño. Entrando estaba la “sala comedor”, ocupada por dos libreros, dos sillones y una mesita de trabajo; luego, una cortina separaba este cuarto del siguiente, en que había una cómoda y una cama matrimonial, y la entrada al baño, y ya).
En cuanto entré, María me dijo: “Hola, Raulito: esta es mi prima Deyanira, que te quería conocer”. Platicamos un rato y al poco, María y Marcos dijeron que iban por unas guamas a la tienda. No bien salieron, la tal Deyanira me saltó encima y empezó a besarme con furia, con hambre. Ya no hablamos: como en peli gringa, nos encueramos el uno a la otra con prisa, y nos tiramos en la cama, y más pronto que rápido, estaba ella arriba de mi, con la verga bien metida y moviéndose arriba y abajo con frenesí. Debo decir que estaba más buena de lo que parecía, y que sus prietas y duras carnes habían hecho del momento el cumplimiento de una fantasía.
En eso estaba ella, haciendo las labores propias de su sexo, mientras yo la tenía bien agarradita de la cintura, cuando Marcos, que había llegado hacía rato, entreabrió la cortina divisoria y gritó “¡tu mamá!” Deyanira no se inmutó y a mi también me valió verga, pero entonces entró un ente a la habitación, como alma que lleva el diablo y, así como estaba, sentada sobre mi verga, abofeteó a Deyanira haciéndola caer del otro lado de la cama, a la vez que aullaba “¡una puta, que eres una puta!” Deyanira se empezó a vestir mientras lloraba y decía “¡la puta eres tu, vacaburra!”, y lindezas semejantes, mientras yo me sentaba en la cama, aún con el pito parado, y observaba la absurda escena.
Deyanira salió corriendo y llorando, y detrás de ella salió María. Yo seguía sentado, desnudo, con el pene tal cual, entre divertido y azorado. Marcos entró y empezaba a decir “señora, mire usted...”, cuando la barragana estalló en sollozos y entre hipos empezó a decir “¡es una cruz... es una cruz esta niña... y es una niña...!” Al oír eso, y aunque la fulana no dijo la edad de su putísima heredera, Marcos y yo nos aterramos: bien podría terminar en cana esa cana al aire... y dejamos que se desahogara, hablando de las malandanzas de “la puta de mi hija” que, por lo visto, tenía más kilometraje que aquí su charro...
Así pasaron unos cinco minutos. Yo sentado, con el pito ya fláccido, la mujer aquella delante de mí, y Marcos, recargado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa sarcástica a flor de labios, cuando de pronto la doña cortó su choro y se me quedó viendo... y bajando a la tercera parte el volumen de su voz, dijo “pero tu no tienes la culpa... mira como estás”, y sin aviso de continuidad avanzó hacia mí, se hincó y agarrándome la verga, se la metió en la boca, con el resultado que era de esperarse.
Sólo entonces hice conciencia de que era una mujer guapa, una micifuza guapa, si ustedes quieren, pero bien hecha: chaparrita, morena, entrada en carnes sin llegar a ser gorda, con una rotundas y firmes nalgas, buenas y robustas piernas y, sobre todo, un voluminoso y aún erguido tetamen... y traía puesto un vestido holgado de una pieza, que empezó a quitarse sin dejar de mamarme la corneta.
Entonces sucedió algo que no me esperaba: estando yo sentado, acariciándole la crespa pelambrera de la nuca y recibiendo el placer que me daba, con ella casi a cuatro patas apuntando con su voluminoso pero durito cabús hacia atrás, cubierta esa parte de su humanidad con una nada sexi pantaleta, Marquitos, en lugar de salir discretamente, como debió haber hecho, empezó a desvestirse, sin hacer ruido alguno, y cuando estuvo en pelotas tomó de arriba de la cómoda su navaja victorinox, se untó abundante saliva en la verga firmemente enhiesta y se acercó a nosotros. Yo estaba espantado y excitado, cuando el cabrito agarró la pantaleta y le metió la navaja con un rápido movimiento y, con otro igualmente rápido, insertó de un golpe su pija en el coño de la señito, que para entonces apenas había levantado su vista hacia la mía sin sacarse mi verga de la boca. Al sentir el cacho de carne que le entraba intentó incorporarse, pero yo agarré su cabeza y la mantuve contra mi miembro, y como entonces Marcos empezó el viejo mete-saca, ella dejó de resistirse y reanudó la sacapunteada que me estaba dando y que, excuso decirles, estaba de rechupete.
Marcos se lo metía con fuerza, mientras le daba nalgadas con ambas manos, y decía “muévete así, mi reina, muévete puta”, y ella, sin hacerse del rogar, se movía al compás de las feroces embestidas del Marcos. Marcos y yo nos venimos casi al mismo tiempo, él en la espalada de la doña y yo en su boca.
Ella empezó a levantarse, pero yo la abracé y la jalé hacia mí, haciendo que quedara acostada arriba, y empecé a sobarle las nalgas y a meterle la lengua hasta las anginas, a lo que ella respondía de buen grado. No Tardó en empalmárseme la verga otra vez, y se la ensarté en el húmedo chocho en que poco antes había estado la de mi primo. Este cabrón, para no ser menos, aprovechando que la doña estaba acostada sobre mí, con las piernas abiertas, se sentó junto a ella (a nosotros), y empezó a masajearle el ano, hasta que se la ensartó por ahí, y empezamos a movernos los tres al mismo ritmo. Fue hasta entonces que ella empezó a aullar y a estremecerse, viniéndose con gran escándalo antes de que nosotros dos volviéramos a inundarla.
Esta vez nos quedamos los tres acostados, sin hablar, ella en medio y nosotros tocándola. De pronto se dio vuelta, dándole la espalda a Marcos, y empezó a tocarme y a besarme, y cuando consiguió que volviera a parárseme, me pidió: “otra vez... por favor hazme venirme”... ¿y quién soy yo, colegas, para rechazar semejante invitación. Me había dado buen placer, a mi y a mi carnalazo-primo, y la monté con toda mi sabiduría y la pausa que hacía falta y la hice llegar a su segundo orgasmo de la noche. Me tendí a un lado y me fui quedando dormido. Ya entrada la noche, Marcos me despertó para echarme a la sala, y sólo me dijo que se había duchado con ella, volviéndole a dar por el culo antes de despacharla a su casa.
Nunca más la vi y, para más datos, no supe ni su nombre. La tal Deyanira, por su parte, se embarazó poco después y le cargó el milagro a un judicial, con lo que nadie volvió a meterse con ella: ha de aburrirse mucho con el tira gordo que tiene en casa, pero muy su pedo...
sandokan973@yahoo.com.mx