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Orgias caninas

~~ATENCIÓN* Este relato puede herir la sensibilidad del lector al contener una narración zoofílica. Si crees que puede afectarte o disgustarte, no lo leas. Es fruto de la imaginación y fantasía del autor, ya que no comparte este tipo de prácticas en la vida real.

Un colchón en aquella habitación sin ventanas era todo lo que necesitaban para disfrutar de una de las mayores depravaciones que Mario y su grupo de conocidos gustaban de hacer. Mario, aquel viril treintañero de barriada, se encontraba desnudo, estirado sobre el acolchado y sucio tejido debido a continuos encuentros los días anteriores, así como a los cuatro que ya habían acontecido en menos de dos horas, con su voluminoso y velludo cuerpo al aire, ante la atenta mirada de aquel reducido grupo de hombres que esperaban ansiosos, igual que él, a que se produjera la quinta y penúltima follada zoofílica de la tarde.

Un enorme charco ocupaba el colchón, que había absorbido el ingente precum así como el cuantioso esperma canino que se escurría desde el peludo y siempre hambriento ojete de Mario. Éste se tironeaba de su enhiesta polla y se relamía los labios, deleitándose con algunos salados restos de lo que aquel último rottweiler le había regalado y esparcido por la cara, directamente desde una grotesca y rojiza polla más grande incluso que su ya de por si imponente cipote de 18 centímetros, la cual había estado succionando como si fuese un nutritivo biberón todo el tiempo que le pareció oportuno, bebiendo directamente del continuo líquido que había brotado del nabo del animal.

Escuchó la puerta abrirse y entró aquel tipo con el quinto y enorme perro. Se trataba de otro rottweiler. Le habían follado ya un pastor alemán, un dogo argentino, un pitbull y ahora iban a ser dos rottweilers seguidos. Aquellos bichos eran bestiales,  tanto en corpulencia como en cuanto a virilidad. Él había notado cada músculo de los animales empujándole. Tanto a cuatro patas como colocado en el misionero, que era realmente como le gustaba que aquellos animales le follaran, cara a cara con ellos.

Al pensarlo de nuevo, Mario recordó el encuentro que había tenido hacía ya casi un mes en una alejada finca, con los dueños de siete dobermans y sus imponentes mascotas, las cuales habían tenido que llevar bozal mientras le habían reventado el culo al viril macho de Mario, que a cuatro patas se había dejado dominar por aquellas bestias una tras otra.

El tipo que había entrado en la sala soltó la cadena del animal y este se fue disparado hacia Mario, olisqueándole su inundado culo, lameteándoselo así como su enhiesta polla. Pero el macho velludo se incorporó, se arrodilló, acarició al enorme perro y le tranquilizo.

-Sujetadle –pidió a los hombres allí presentes. Dos de ellos se ocuparon de tomar al animal, sujetarle y tranquilizarle, mientras Mario se introducía bajo él y se inclinaba en busca de aquel bulto, el cual rápidamente empezó a crecer y a asomar con unos simples toqueteos. Aquel entrenado animal sabía a lo que venía.

Segundos después, un descomunal pene rojizo e inflamado que soltaba chorros de líquido de manera incontenible, se mostraba ante los ojos de los presentes y del protagonista de la escena.

-¡Joder! –exclamó Mario, alucinado con el tamaño de aquel cipotón. -¿Qué tiene este bicho? –le preguntó al encargado de llevar los perros.

-22 de largo –dejó caer aquel cuarentón de pelo cobrizo, que llevaba gorra y una sucia y arrugada camiseta blanca de publicidad.

-Y de gordo imposible medírselo –sonrió el velludo chico.

Era una de las pollas caninas más gordas y grandes que había visto. Sólo recordaba un par parecidas en algún gran danés y en una ocasión en un enorme Basset, cruzado, en una de aquellas multitudinarias orgías en donde bastantes hombres acudían para ver cómo sus animales reventaban el insaciable culo de Mario o de alguno de sus amigos durante horas. O incluso fines de semana enteros, cuando se volvían medio locos y desquiciados y Jose, el ex padrastro de Mario y salido cincuentón, les invitaba a algún cortijo o casa en el campo de algún grupo de conocidos adictos al bestiality.

Mario meneó el cipote del animal. Aquel era el quinto y penúltimo del día. Lejos quedaría la marca que batió junto a su amigo R., con quien durante tres días colaboró para copular con casi sesenta perros entre los dos. Aunque el número de cópulas se elevaba a más del doble, ya que con muchos de los animales repitieron follada incluso más de dos veces.

Pensarlo le endurecía siempre el rabo. ¡Había sido una locura! Una locura que le encantaría repetir, a pesar de acabar con el culo reventado, en aquella granja, rodeado de hombres desconocidos y amigos, animándoles a ambos a seguir dejándose follar por más animales, tanto por el culo como por la boca, pues en sus bocas entraron, además de pollas de los perros, los cipotes de los dueños y mirones, así como galones de esperma que calentaron sus estómagos.

R., delgado, alto y con su pelo largo y negro, era tan insaciable como Mario. A ambos era difícil hartarles de pollas o de pervertidas prácticas sexuales. Siempre iban un poco más allá y cuanto más cerdo, caliente y morboso, mejor.

Casi sesenta perros habían compartido juntos en aquella hazaña. Con sus pieles arañadas tras tanto empuje, sus cuellos y espaldas llenos de pelos y babas, con sus ojetes abiertos de par en par y chorreando esperma que se cagaban el uno al otro en la boca y que luego compartían en una exquisita, caliente y depravada bola de nieve. La locura había sido tan desquiciante en aquella granja durante aquel fin de semana que incluso hombres de otras provincias se habían acercado alertados por otros, indicando lo que aquellos dos jóvenes chicos estaban haciendo, que era dejarse follar por perros de forma autómata, disfrutando si cabía más con el siguiente animal que les entraba por sus escocidos, dilatados y destruidos ojetes.

Recordando, Mario se introdujo en su boca la rojiza y chorreante punta del enorme cipote del rottweiler, que con la lengua fuera ni se inmutó. Era el momento de darle placer. Mario la fue introduciendo más y más en su boca. Era enorme. Aquel perro echaba por tierra a muchísimo hombres en cuanto al tamaño de su sexo. Mario no quería ni pensar en cuando se le abotonara dentro... Iba a ser épico. Y sólo era el quinto.

Se relamió, sacándosela de entre los labios, y con su mano se palpó el ojete. Ojala R. estuviera allí con él.

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