En septiembre de 1989 entré a la preparatoria y, para aprobar educación física, ingresé a las porristas del equipo de futbol, que era de primer nivel y lo máximo en la escuela. Yo, recién cumplidos los quince, estaba hecha un tren y había crecido bastante desde mis primeros relatos: mi estatura era de 1.65 y mis medidas bordeaban la perfección, aunque aún me faltaba embarnecer: 89, 60, 85. Ya no era, pues, la Lolita precoz y cachonda de mis primeros cuentos, sino una adolescente-mujer... y ya muy experta en cuestiones sexuales.
La capitana del equipo se llamaba Mariana. Era una rubia escultural, de alta estatura, labios sensuales y ojos verdes. Tenía 17 años. Me junte con ella y Rosy (también de 17), haciendo un grupito unido, muy unido. Las tres desprendíamos un voltaje sexual de miedo, sobre todo cuando vestíamos nuestras minifaldas, chorts y camisetitas del uniforme de porristas (el grupo se completaba con otras seis chicas, ninguna de ellas fea, no). El ambiente sexual en torno a nosotras se podía cortar y éramos (pronto aprendí de ellas) descaradamente coquetas, aunque Rosy seguía siendo virgen (en realidad, semivirgen: mamaba vergas que daba gusto, pero es otra historia). Mariana había perdido la virginidad un año atrás, con el entrenador del equipo... el muy guarro.
Bueno, yo empecé a cogerme a Pedro, uno del equipo. Lo fui educando para que tardara en venirse y para que me respetara, pero no éramos novios. Militaba en un partido de extrema izquierda y era bastante liberal y no tenía problemas con que yo también lo fuera, y juntos fantaseábamos mucho, lo mismo que Mariana y yo en nuestras pláticas. Y tanta charla, al cabo de unos meses, terminó en una megafiesta.
Un domingo de noviembre nos reunimos en casa del capitán del equipo, Jorge, que nos invitó a Pedro y a mi y a Mariana y su novio en turno, un chaval de 20 años, Marco. La casa de Jorge estaba en medio del campo (¿les conté que me crié en provincia, en el Bajío?), muy bonita, y ese día los papás de Jorge no estaban.
Imagínennos a los cinco tirados en el fresco césped bebiendo cerveza. Los tres chavos en pantaloncillos y nosotras con el breve uniforme de porristas, sudando bajo el sol.
De pronto, Mariana fue por la manguera y dirigió el chorro de agua contra su novio y, luego, contra mí, empapándome. Riendo, me lancé contra ella y empezamos a forcejear por la manguera. Ella era mas alta y mas fuerte que yo pero, con mi abrazo, se fue empapando también.
Rodamos por el suelo, ante la vista de los tres chicos y me empecé a excitar: era cachondísimo pensar que nos estaban viendo revolcarnos en el suelo, apenas vestidas, con la camiseta empapada, los pezones erectos y las piernas desnudas. Así empecé a disfrutar del roce del cuerpo de Mariana y de la fuerza que hacía contra mí...
La fuerza también: nunca había jugado a eso... ¿saben? Estaba poniéndome cada vez más caliente cuando ella me dominó, dejándome acostada boca arriba, con su peso encima mío.
una de sus rodillas inmovilizó mi brazo y, no recuerdo bien cómo, en el forcejeo por dominar el otro, le jalé la camisetita y quedó al aire Jorge de sus pechos, blanco y grande y firme.
Ella gritó algo, se rió mucho y cuando, finalmente inmovilizó mi otro brazo, me dijo:
-Me las vas a pagar.
Y me subió la camiseta, mostrando mis pechos. Yo estaba, que bufaba... cuando ella ¡me besó!
Empezó a acariciarme los pechos y yo no se qué me gustó mas, si eso, su suave mano, sus labios, o saber que tres chicos en celo nos miraban. La muy perra me mordió los pezones, dejando mis labios en paz y, casi sin darme cuenta, empecé a frotar mi pelvis con su muslo.
No van a creer lo que sigue, pero cuando ella se relajó le di vuelta y quedé arriba de ella y fui yo ahora quien liberó sus pechos y empezó a mamarlos y entonces Marco, el novio de Mariana, se acercó por detrás de mí, me levantó el culo en pompa, hizo a un lado mis braguitas y me la metió de un solo golpe.
La de Marco fue la quinta verga de mi historia y su entrada en escena, en mi vagina, la más espectacular, ¿no creen? Yo elevé el culo de tal forma que pudiera penetrarme mejor y, aunque seguía chupandola a ella, lo hacía casi mecanicamente.
Ella se salió de donde estaba y en justa venganza, se abalanzó sobre Pedro. Yo solo debo decirte que, cuando Marco terminó conmigo, ya estaba ahí la verga de Jorge para penetrarme y darme lo que me tocaba.... pero no lo hizo, no me penetró, y eso lo que me volvió loca.
Lo que siguió no puedo contarlo en estricto orden. Se que estaba abandonada, tendida desnuda sobre el cesped, boca arriba, despatarrada, recibiendo sexo oral, bien hecho, tan bien hecho que me sorprendía que fuera un chaval tan joven quien se aplicara a ello. Y estaba gozando así, con los ojos cerrados, cuando sentí unas manos fuertes en mis pechos y otra boca en la mía. Esa segunda boca empezó a besarme y, como la de abajo, sabía hacerlo.
Cuando empecé a gemir, cuando mi sexo escurría otra vez, el que estaba abajo, Jorge, se movió... creo recordar. Para entonces yo me había recostado sobre los codos para ofrecerle bien mi boca y mis tetas a Marco, y fue en esa posición como recibí a Jorge, como empecé a sentir que bombeaba en mi interior, que vivía en mi interior.
Marco no estaba quieto y seguía besándome y acariciándome. No se en qué momento, mientras Jorge me seguía dando verga, Marco me recostó por completo y puso su miembro a la altura de mi boca. Yo no era (en ese entonces) muy sabia en eso del sexo oral, pero lo acepté e hice lo que pude. Sentí un cálido orgasmo, el primero en que no participaba activamente, que me llegó sin buscarlo mientras yo me concentraba en lo que hacían mis labios y mi lengua, dejándole a mi yo interno las sensaciones de mi panocha.
Supe que Jorge terminó porque lo sentí salir, justo cuando la verga de Marco empezaba a palpitar, duro, duro en mi boca. No habíamos dicho palabra y yo, por fin, hablé, o no fui yo, no se, salió una voz rara y aguda de mi boca, diciendo:
-Regresa, regresa allá abajo.
Marco, obediente, me penetró y yo, antes de que Jorge ocupara la posición que Marco había servido, me incorporé, abracé a Marco sin besarlo, ya sintiéndolo en mi, y envolví su torso con mis piernas, apretándolo contra mi sexo:
-No te muevas-, le pedí en voz baja, muy baja, y él obedeció.
Quería sentirlo así, dentro de mi, junto a mi. Quería bajarle un poco la excitación para que no descargara rápido, quería tenerlo para mí, quería prolongar ese instante.
Jorge se quedó aparte, quizá adivinó, hasta que fui yo, con el impulso de mi cadera, quien indicó a Marco que había llegado el momento. Me cogió con suavidad y ternura, como si no hubiera nadie, como si no llegaran hasta nosotros los jadeos de Alicia y Pedro, como si no fuéramos concientes de que Jorge nos miraba, verga en mano. Entraba y salía lentamente, con ritmo, llenando de delkiciosas sensaciones la entrada de mi vágina, mi clítoris, mi cuerpo todo. Cuando derramó sus ardientes líquidos dentro de mi volví a apretarlo y lo besé.
No pude moverme antes de que Jorge regresara a ocupar el lugar de honor. Les juro que me empezaba escocer la panocha. Una parte de mi quería parar ya. Cuando tuve otra vez su verga adentro, le pedí:
-Termina rápido, por favor.
Descansé, mirando a Alicia, que, en posición de perrito, recibía los violentos embates de Pedro.
Cuando, pues de la vista nace el amor, la verga de Marco estuvo a punto otra vez, me acerqué a gatas a él y me metí su verga en mi boca. La probé con la lengua, los labios y el paladar, la acaricié despacito, la sentí palpitar y la vi irse... en pos del abierto sexo de Alicia, desocupado por Pedro.
Agotada, satisfecha, rica, sentí las caricias lánguidas de Pedro, sabiendo que empezaba una nueva etapa, una nueva asociación delictuosa...