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~ Era dueña de la tienda mas grande de abarrotes de la ciudad. Tenía tres empleadas que le ayudaban en la limpieza y acomodo de mercancía y de vez en cuando, contrataba a uno que otro pelado para hacerse cargo de las tareas mas pesadas pero hacía meses que había despedido a Julián. Como muchos otros, entraba a comprar cualquier tontería tan solo para poder admirarla de cerca: tendría cuarenta y tantos años, cadera ancha y piernas gruesas bien torneadas. El pelo no sabría decir, simplemente era lo intermedio entre lo rizado y lo lacio y siempre recogido con una pinza. En cuanto al color, claro pero con algunas canas entre los demás pelos dorados.
Su forma de vestir era juvenil y aquello la hacía mas llamativa. Con mis amigos llegamos a debatir cuál era el atuendo que mas le favorecía y nunca pudimos ponernos de acuerdo. Con pantalón, el tremendo culo se le marcaba perfectamente; con vestido corto, las piernas blanquísimas invitaban a imaginarlas muy abiertas -exponiendo el tesoro tan deseado por todos- y enredadas en mi cadera, en mis hombros y en otras muchas posiciones que se me ocurrían. Con falda, era la locura. A veces parecía que la falda cortísima iba a traicionarla y descubrir aquel par de nalgas respingonas pero aún ella mantenía el porte y se mantenía en su lugar.
Por mi parte, yo no hacía otra cosa mas que imaginarme lo que le haría con cada prenda que llevaba puesta. Sería la misma sensación que tuve en mis cumpleaños cada vez que abría el regalo. El deseo que sentía por ella se incrementaba cada vez que la veía y aunque sabía que nunca podría poseerla, lo intentaría de todos modos.
Como cada tarde lo hacía, entré a hacerme pendejo en la tienda recorriendo cada pasillo y levantando la cabeza de vez en cuando para mirarla. Ese día estaba exquisitamente vestida con una minifalda y sentada tras el mostrador, apenas podía mirar la pierna cruzada pero aquella vista fue suficiente para el pantalón comenzara a rozarme dolorosamente el pito. Mercedes parecía absorta en sus cuentas y dudo que siquiera haya notado mi presencia todos esos días; incluso no le dedicaba mas atención de la necesaria a nadie. Había sido testigo de la coquetería de los proveedores y clientes y aunque era amable, lo cierto era que nadie lograba acercarse a ella.
Procuraba tardarme lo mas que podía en escoger las frituras y el refresco que siempre compraba y en ésta ocasión no me dirigí a la cajera, sino que me planté frente a ella sin dejar de mirar el escote. Eran unas tetas turgentes, firmes, blanquísimas como el resto de su piel y del tamaño perfecto: medianamente deliciosas.
- Quiero.-dije con toda la seguridad y doble sentido del que fui capaz.
Mercedes se quitó los lentes y me miró con aquellos ojos oscuros como la noche para después dirigirla hacia la cajera.
- Karina te va a atender.
Desarmado por mi propia estupidez al abordarla, no tuve mas opción que pagar lo que me iba a llevar y salirme como un perro con la cola entre las patas de su negocio.
Las burlas y las risas de mis amigos al contarles lo que pasó lejos de desanimarme, me motivaron a continuar con mi ridícula campaña de seducción. Cada uno de ellos en algún tiempo, fueron trabajadores de ella y como yo, estaban o estuvieron obsesionados por la mujer que bien podría ser nuestra madre.
-¿Por qué no le pides trabajo?- sugirió uno de ellos todavía entre risas.
-Yo no quiero trabajo, lo que quiero es cogérmela.
Volví al día siguiente, a la misma hora y repetí mi rutina de siempre y nada pareció cambiar. Ella no dejaba de revisar notas, de hablar por teléfono para hacer pedidos y todo lo demás que siempre hacía. Al llegar al mostrador, me di cuenta de que la cajera no estaba y ella misma se dirigió a atenderme cuando me acerqué. Al tenerla frente a frente, mi seguridad flaqueó por unos instantes. Me parecía hermosísima, la mujer mas perfecta y sensual en todo el planeta; ¿por qué no tenía marido? ¿Es que los hombres estaban ciegos y no veían en ella lo que yo? ¿qué no se daban cuenta de que tener una mujer como ella entre los brazos sería como tocar el mismo cielo?
-¿Vas a comprar algo o solo viniste a hacerte pendejo como todos los días?
Su dulce voz me sacó del trance en el que estaba y me di cuenta de que no llevaba nada en las manos. Turbado por la intensidad de su mirada, apenas dije lo primero que se me ocurrió y le pedí trabajo.
No lo pensó mucho y dos semanas después me contrató. Además de todas las tareas encomendadas, al menos una hora de cada día la tenía a mi lado haciendo una lista de productos en existencia y otra con los faltantes. El aroma que desprendía de su cuerpo se metía muy adentro de mi provocándome erecciones que no podía controlar. Mis ojos no podían apartar la mirada del culo cada vez que se volteaba; la obsesión y el deseo que sentía por ella cada día, eran cada vez mas difíciles de calmar y sin poder contenerme me acerqué y la besé a la fuerza posando mis manos en sus nalgas y acercándola a mi para que sintiera la dureza de mi verga. Pensando que iba a suceder justo como en las películas porno en las que de la nada las mujeres se entregan sin más al sujeto que las aborda, lo que a continuación sucedió no me lo imaginé. Apenas se soltó de mis brazos, sentí la fuerza de su delicada manita cruzarme la cara y a continuación una patada en los huevos en la que el tacón de aguja por poco me castra.
- No vuelvas a hacer eso, pendejo- me gritó limpiándose la saliva que había dejado en sus labios color coral- lo que tu quieres podría suceder, pero así no será.
Me sentía avergonzado y humillado, pero lo que más me pesaba era que otra vez la había cagado con mi maldita impaciencia. Pensé en no regresar más a trabajar pues además estaba enojado. ¿qué se creía esa pinche vieja? Por supuesto que estaba buenísima, pero en cierta forma consideraba que le iba a hacer un favor al cogérmela, o no. A la vez, sus palabras revoloteaban en mi mente; había abierto una puerta por donde cabía un mundo de posibilidades a mi favor.
Los días pasaban sin novedad alguna; seguía igual de provocativa y sensual y aquel incidente parecía no haber sucedido nunca porque no noté ningún cambio en ella sobre su trato hacia mi. Así de segura se sentía la muy cabrona. Mi obsesión seguía en aumento, solo que mis argucias para seducir a las chicas de mi edad no funcionaban con aquella mujer madura que a su edad había pasado por todo aquello y nada parecía cautivarla.
Empezaba a claudicar en mi intento, cuando un día al sacar el dinero de mi quincena dentro del sobre venía anotada la dirección y la hora del momento mas deseado de toda mi corta vida.
Me preparé para la ocasión lo mejor que pude; estaba loco de alegría pensando en todo lo que iba a hacerle porque de algo estaba convencido y eso era de que pensaba darle verga toda la noche. Le pondría una pitiza de la que se acordaría todo lo que restaba de vida y dejaría mi huella de macho alfa en su cama en donde ningún otro se podría comparar jamás. A modo de disculpa por aquel primer asalto tan desafortunado, le compré un ramo de rosas rojas. Ella sonrió ante el detalle y las olió como todas lo hacen, ¿por qué hacen eso? Las rosas huelen tan solo a rosas, nada especial.
- Qué romántico. –dijo haciéndose a un lado para dejarme pasar.
Aquella noche estaba particularmente hermosa y seductora. Se había puesto un vestido entallado que le hacía resaltar todo: el culo, las piernas y las tetas. ¿Cómo le hacía para conservarse tan buena a pesar de su edad? ¿Cómo podía caminar con esos tacones tan altos? ¿Por qué me gusta tanto tu andar y contoneo de cadera?
Sin restarle importancia para no dejar de lado sus dotes en la cocina, la cena estuvo riquísima pero comida era una de las tantas cosas de las que podía prescindir aquella noche. No hablaba mucho, se limitaba a observarme y sonreírme sin dejar de beber de la cerveza. Yo hablaba las idioteces comunes de un pelado que apenas rebasa la mayoría de edad y que en realidad no deberían interesarle a una mujer que lleva mucho recorrido por delante; pero tenía la firme convicción de que en la cama, no tendría queja alguna de mi.
Impaciente por cogérmela de una vez, me acerqué a ella. Mercedes tomó la iniciativa acercando su boca a la mía y empezó a besarme intensamente. Aquel arrojo era lo que yo deseaba aquel día que me rechazó; mis manos tocaron las tetas por encima del vestido y pude sentir su firmeza. Ella continuaba besándome, embriagándome con su aliento y una de mis manos se fue directamente bajo su vestido para tocar la vagina. Se detuvo un momento y me retiró la mano posándola en su cintura.
- Este es el problema con los mocosos como tu. –dijo exasperada- no tienen ni puta idea de como seducir.
- Enséñame a hacerlo, entonces.
Mi comentario pareció gustarle porque me dedicó una sonrisa de complicidad y me condujo hasta su recámara. Su vestido que tan perfectamente se ajustaba a su cuerpo había logrado subirlo hasta su cintura dejando al descubierto una tanga que apenas le cubría y había logrado sacarle las tetas y darle unos lengüetazos que parecían no hacerle efecto. Había tomado el control de la situación a pesar de mi impaciencia pero no pude hacer otra cosa mas que dejarme hacer cuando bajó hasta mi verga y me quitó con bastante facilidad los calzones. Los labios suaves que apenas unos instantes habían invadido mi boca, abarcaron completamente mi verga dura. La calidez y humedad de su boca bañaron completamente el tronco haciéndome estremecer mientras que sus dedos jugueteaban enredándose entre los vellos de mis testículos. Aquella mujer superaba todas mis expectativas y no es que tuviera mucha experiencia con mujeres, pero lo cierto era que ninguna me hizo una mamada como aquella. Se tragaba toda mi verga y luego deslizaba sus labios en un suave y firme mete y saca dándome un chupetón al final que me dejaba sin aliento. Todo esto hacía además de rodearme el glande con su lengua acariciándolo, chupándolo y continuando la exploración de sus manos peligrosamente mas allá de los huevos, hasta el ano. Yo estaba extasiado, muy concentrado en lo que sentía y tratando de prolongar una eyaculación que en momentos creía no iba a poder controlar con cada chupetón que me daba. No me dí cuenta en qué momento puso lubricante en su mano y comenzó a deslizarla en mi verga para dirigir el ataque de su lengua hacia los huevos. De vez en cuando incorporaba la cabeza para ver a mi amante hacer su trabajo: estaba hincada sobre la cama y las nalgas le lucían espléndidas marcadas por el triángulo de la tanga. Creía que ya lo había sentido todo, que nada podría superar las tremendas chupadas en el pito hasta que su lengua se fue deslizando un poco mas debajo de los testículos. Al sentir su lengua aproximarse a mi ano, un estremecimiento invadió mi cuerpo e intenté detenerla. No sé exactamente cómo lo hizo pero logró dominarme e hizo que levantara las piernas. Nunca me había sentido tan expuesto y vulnerable pero no creía poder resistirme porque su lengua ya jugueteaba en mi agujero proporcionándome otro tipo de sensaciones que no sabía que existían. Mis estigmas y prejuicios quedaron de lado dejando a mi maestra de seducción completar la lección. Sus lamidas habían provocado que mi verga se pusiera mas dura que nunca, miles de descargas sentía desde el culo hasta la punta de la verga, la cual ella no dejaba de masturbar con lentitud. Volvíó su boca a mi verga y su mano lubricada tomó su lugar acariciándome el ano. No quería creer lo que pudiera venir después, solo deseaba que aquello no terminara nunca, que sus labios no dejaran de chuparme la verga, que su lengua no dejara de acariciarme el ano. Y fue durante esos chupetones mortales que sentí el impacto brutal de algo duro en el culo. Traté de resistirme pero ella seguía mamándome la verga y lo que al principio creí que no iba a soportar se convirtió en un agradable martirio que me hizo gritar y eyacular como jamás me había pasado. No sé la cantidad porque ella lo acaparó todo con su boca dejándome completamente limpio, saboreándolo como el mejor de los manjares.
Solo hasta que me recuperé del orgasmo, noté el escozor en el culo. Dolor y placer eran una combinación nueva que me había gustado aunque eso significara poner en tela de juicio mi hombría. Estaba molesto, no debí permitirlo aunque lo hubiese disfrutado tanto porque la sonrisa burlona de mi compañera me estaba taladrando mi orgullo. Parecía completamente satisfecha acomodándose el vestido.
- ¿Qué chingados haces?
- ¿Tú que crees? Se acabó la fiesta.
- ¿Crees que puedes venir y romperme el culo y salir ilesa de esto?
Si se resistió. Y mucho. No sé qué demonios pasaba por su cabeza o qué perversiones sexuales padecería pero una deuda de culo roto no podía ser pagada mas que por otro culo roto. Pero no todo fue tan grotesco como parece. La verdad es que me dejó acariciarla y besarla en todo su exquisito cuerpo. Mi mayor gloria sin duda fue cuando me metí en su intimidad húmeda y caliente. Con cada embestida intentaba hacerle pagar su osadía y además hacerle sentir todo el poder sexual que un hombre de mi edad tenía para dar.
Los gemidos eran cada vez mas fuertes ahora que la tenía a cuatro patas. Y era completamente verdad, tenía el mundo entre sus piernas y yo era quien mas lo disfrutaba en aquel momento porque entre mas me suplicaba y me decía que parara, con mas entusiasmo me adentraba en su vagina.
Y una promesa, era una promesa. Había llegado el momento de vengarme y romperle el culo a la muy cabrona. Besé y acaricié sus nalgas nácar con la delicadeza que no pensaba tener al taladrarle el culo. Lubricante de sobra tenía desde el pito hasta el culo así que no hubo necesidad de utilizar mas que del mismo.
Intentó huir de mi cuando sintió mi glande en la entrada del ano pero mis manos ya la sujetaban de la cadera y no tuvo mas remedio que ceder. No fue nada fácil invadir el estrecho agujero, y lo que empezó delicada y suavemente se convirtió en un vaivén cada vez mas frenético.
Sus gritos desaforados hacían que la verga se me pusiera aún mas dura -si es que era eso posible- porque aquel agujero apretado era otra de sus virtudes que hacían empalmarme como nunca me había sucedido con ninguna otra.
A ratos pensaba que la estaba haciendo sufrir en verdad, hasta que me di cuenta que se masajeaba con los dedos mientras la penetraba. No sé cual de los dos terminó primero o si ambos lo hicimos a la vez porque en cuanto le inundé el culo de leche ella cayó rendida en la cama boca abajo tratando de recuperar el aliento. Me tumbé a su lado reponiéndome de aquella segunda batalla porque no pensaba darle tregua hasta el amanecer.
- Estas despedido. No quiero volver a verte nunca más.
Así fue como volví a mi vida normal, con los vagos de mis amigos que al enterarse de que me habían despedido, todos entendieron el por qué. Al final de cuentas todos habíamos trabajado para ella y cada uno sabíamos que ninguno había salido virgen del culo, solo que eso era algo que nunca íbamos a admitir.
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