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Obligada a ser una putinga

~~Melisa es una hermosa rubia, de ojos celestes, con 23 joviales años, y embarazada de ocho meses. Un descuido la tiene en este estado de gravidez, su novio se mandó mudar al saber la noticia. Ahora está sola en el mundo, huérfana de temprana edad, sin nadie que la proteja, tuvo que entrar en el mundo oscuro de la prostitución para sacar su vida adelante. Un gigoló (proxeneta, chulo) negro la sumó a su harem, cuando apenas tenía dos meses de preñez. Ella nada le dijo, temiendo que su última oportunidad se le fuera. Pero su equivocación fue brutal, ya que las prostitutas embarazadas son más cotizadas, puesto que no todas se prestan a dar ese servicio. Melisa no tuvo opción, y su gigoló vio una buena manera de mejorar sus ingresos, ofreciéndola por muy buen dinero, a perversos que disfrutan cogiendo a futuras mamás.
 A los cuatro meses de embarazo, Jhonny, el gigoló le pregunto directamente si estaba preñada, ya que la panza se le notaba. Melisa no lo ocultó, y se arrodilló a los pies de su patrón implorando no la echara.
 ¡¿Cómo te voy a echar mamita?! dijo el negro, ¡Ahora si vas a saber lo que es ganar dinero! agregó el chulo.
 El propio negro era un perverso, y de inmediato extrajo una pija descomunal, obligando a Melisa que se la chupara. La embarazada sumisa, lamió esa polla, se la tragó hasta el fondo de la garganta, sintiéndose atorada por el tamaño de tremenda verga y las arcadas provocadas por el semen que el negro vertía en su boca; escupió el piso, al tiempo que el depravado tomando la polla entre sus manos, terminó pajeándose, derramando leche, espesa como un yogur sobre el rostro de la hermosa preñada. Un grito ahogado del hombre de ébano, anunció que el orgasmo le había llegado. ¡Estás muy bien! ¡Cómo chupas la pija mi amor! dijo Johny, mientras se limpiaba la verga negra, empapada en semen y saliva, en los cabellos dorados de Melisa.
 Melisa tosía y escupía, y de sus labios escurría semen del negro, y con la palma de su mano se limpió los restos que aún quedaban en sus mejillas. Johny aún quería más, y llevándola a una habitación contigua de donde se encontraban, le ordenó que se desnudara.
 Melisa obedeció, y quedando totalmente desprovista de ropa el negro la examinó visualmente, mientras él se quitaba también la ropa. Se notaba ya su gravidez: una pequeña panza anunciaba el estado en que se encontraba la rubia.
 ¡Qué hermosura putita! ¡Hace muchos años que no tenía una embarazada en el plantel! decía sonriendo el negro degenerado.
 La verga de Johny ya apuntaba al cielo, parecía un mástil de palo rosa, bien duro y grueso. Melisa se acostó sobre una cama, la cual tenía un sucio colchón, y abriendo sus piernas entregó su concha, peluda con rubios vellos, al gigoló. La boca de este se metió en su vagina, chupando y lamiendo el clítoris y sus labios vaginales. El tipo sabía como hacer gozar una mujer. Hacía años que Melisa no recibía una chupada de concha de esa magnitud. Sus piernas blancas se entrecruzaron sobre la nuca del negro, presionando más y más sobre su coño palpitante y lleno de jugos de placer. Johny se los bebía como si fuera agua de manantial, al tiempo que su dedo, presumiblemente el índice, iba hurgando en el ano de la hermosa preñada.
 Lubricado con los jugos y la saliva, procedía a dilatarlo poco a poco. Era indudable que ese hoyito de placer iba a ser prontamente visitado. El orgasmo alcanzó a la embarazada y un grito sordo de gozo inundó la habitación, al tiempo que el negro era prácticamente asfixiado entre las piernas de la hembra grávida. Una catarata de jugos encharcó la concha y el macho se lo bebió todo.
 ¡Que puta más cachonda resultaste ser! dijo Johny agitadamente.
 Melisa ya estaba entregada al placer. Desde el momento que se puso a llorar, hasta ahora que se encontraba feliz por el clímax alcanzado, poco tiempo había pasado. Por un instante se sintió una degenerada, pero el placer que le hizo alcanzar Johny fue indescriptible. Jamás la habían hecho acabar de esa manera. Y lo que no sabía que un nuevo mundo de placer se le abría a partir de este momento. Se puso en cuatro patas, como las perritas, esperando que el negro se la cogiera por detrás. Pero Johny quería lola , es decir cachondeo, pues sin pasar por su cuevita, se la metió sin aviso en el culo.
 ¡Ayyyy! ¡UHF! ¡Ayyyy! gritó Melisa de dolor.
 ¡Sacámela del orto! imploró la rubia.
 El negro largó una corta pero fuerte carcajada, al tiempo que las bolas golpeando las nalgas de la preñada, indicaban que veintitrés centímetros de verga estaban incrustados totalmente en el ojete de la rubia.
 ¡Quítala por favor! ¡Me haces daño! volvió a reclamar la embarazada.
 La respuesta del negro fue un vaivén de saca y ponga en tan prieto agujero. Si bien Melisa no era virgen del culo, era la primera vez que una enorme pija negra le taladraba el recto. Cuando la verga salía unos centímetros, Johny la lubricaba con escupitajos a distancia, además de restregarla para que se mojará con los flujos de la acabada de la hermosa preñada.
 Este pistón de carne entraba y salía del ano de Melisa, y sus gritos y sollozos de dolor fueron pasando paulatinamente a gemidos ahogados de placer.
 Por primera vez en su vida estaba gozando con el sexo anal. El negro bombeaba sin parar, sintiendo como los músculos internos del recto apretaban su pija, tal cual fuera una mano. A su vez Melisa, apretaba su esfínter rítmicamente, apresando la verga negra cada vez que esta le llegaba hasta los intestinos, como no queriendo que saliera nunca de allí. Esta gimnasia, musicalizada con los gritos obscenos de Johny y los gemidos gozosos de la embarazada, iban llevando a que ambos alcanzaran pronto un orgasmo de puta madre. Y ese momento llegó cuando el negro levantó su cabeza al techo, al tiempo que sus ojos se ponían blancos al darse vuelta, sus manos apretaban las nalgas de Melisa, y su pelvis empujaba hacia el culo de la preñada, como queriendo que hasta los testículos se metieran dentro del ano, mientras un grito de placer animal llenaba la habitación entretanto chorros espesos de esperma caliente se vertían en el interior anal de la embarazada. Melisa al unísono, alcanzó el orgasmo, empujando su trasero contra Johny, queriendo que esa enorme y hermosa verga se fundiera en su ano, uniéndose como macho y hembra, sintiendo como la leche caliente le llenaba su interior, mientras sus gemidos de placer se transformaron ya en gritos y frases obscenas de placer y deleite sexual. Nunca en su vida le habían propinado un placer de esa magnitud.
 Estuvieron unidos varios minutos, el negro tirado sobre su espalda, sus piernas flexionadas soportando su peso, esperando que la erección de ese falo se fuera yendo poco a poco. Fueron varios minutos de placer, los cuerpos sudados, como crema y chocolate, daban una vista de lo más erótica. Cuando la polla estuvo medianamente erecta, Johny la retiró y sonó como un ¡plop!, rompiendo el vacío formado en el recto de la embarazada. El culo de Melisa estaba bien dilatado, al tiempo que la pija del negro mostraba una suciedad en la punta. ¡Era mierda! ¡Puta madre! gritó el negro. ¡Me cagaste la pija puta! agregó después.
 Melisa giró su cabeza, esgrimiendo una sonrisa mezcla de agradecimiento y diversión, al tiempo que su bien abierto orto, lleno de leche viscosa, se iba cerrando gradualmente, como este relato que continuará en otro capítulo.

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